Floriano Martins y Remedios Sánchez García nos adentran en reflexiones acerca de la palabra, dicha, sostenida y prolongada en la voz de la mujer. En un diálogo sobre la poesía de Mariluz Escribano, estos dos críticos nos conducen por preguntas necesarias alrededor de la escritura.
Floriano Martins | Comencemos nuestro diálogo con la importancia de una poeta como Mariluz Escribano, cuya obra estuvo en gran parte agotada. Poeta a recordar también por su labor editorial en revistas de primer nivel, ¿qué es exactamente lo que ha llamado su atención en su poesía?
Remedios Sánchez García | La poesía de Mariluz Escribano es tan rica y poliédrica que no me impresionó sólo una cosa. No obstante, si tuviera que escoger un rasgo que la identifique sería su capacidad para haberse convertido en la voz de los vencidos, de los que en España no tuvieron voz durante cuarenta largos años de dictadura porque se la robaron con un tiro en la frente, con la cárcel o con el ostracismo social. Mariluz pone el foco en la España en blanco y negro de la posguerra para que no se olvide tanto dolor y tanto sufrimiento pero no como venganza sino como forma de que no se repita. Es contar la verdad con un verso cuidado y pleno de emoción llamando a la puerta del futuro.
FM | Desde Teresa de Ávila, Rosalía de Castro, Carolina Coronado, Concha Méndez, pasando por Carmen Conde, Gloria Fuertes, Josefina Romo Arregui, hasta llegar a nombres como Clara Janés, Chantal Maillard, Amparo Amorós, y las jóvenes Raquel Lanseros, Yolanda Castaño y Elena Medel, naturalmente entre muchas otras, ¿quizás sea posible detectar la existencia de un hilo invisible que las une? No me refiero al género ni a la comprensión, que creo errada, de una poética de lo femenino, sino a huellas de resistencia, a partir de un tema fuerte por la presencia de la mujer en una sociedad machista, la exigencia de romper el sello de la penumbra.
RSG | En muchas autoras de las que Ud. menciona creo, efectivamente, que se puede hallar ese enlace, esa palabra heredada en el tiempo, machadiana, que es una poética de la resistencia ante el poder patriarcal, una necesidad de contar su verdad que es la de su tiempo. Si usted me permite, a lo largo únicamente del siglo XX, por no ir más lejos, veo un enlace abisal, un diálogo intergeneracional latente entre Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Idea Vilariño, Concha Méndez, Meira Delmar, Claribel Alegría, Gloria Fuertes, María Mercedes Carranza, Paca Aguirre, Mariluz Escribano y Raquel Lanseros. Habla la pasión vinculada a la identidad, la voz de la memoria y la ambición de justicia con sus referentes morales, con las mujeres que las han precedido, para que su nombre no lo borre el tiempo. Y eso es admirable en estos casos que cito.
FM | En un ensayo publicado sobre la más reciente producción de poesía escrita por mujeres en España, Carmen Medina Puerta apuntó algo que quiero resaltar: «La ironía como estrategia de distanciamiento ha venido a marcar la última poesía, y en el caso de las poetas a menudo se ha utilizado como mecanismo para criticar la ideología patriarcal. Además, encontramos que con frecuencia hay un doble uso de este recurso, por un lado, a través de la ironía se enfatizan las desigualdades de roles de género, y por otro lado, el elemento cómico reside en la representación de un imaginario genital.» En el caso específico de Mariluz Escribano, ¿cuáles son sus recursos estilísticos que pueden insertarse en este mismo ambiente de resistencia a una ideología patriarcal?
RSG | La poesía de Mariluz Escribano no necesita la ironía ni el elemento cómico porque su camino creador es otro; lo suyo es la claridad como significación potenciada, que ya dijo Ángel González. En la raíz, fondo y forma, Mariluz es la autenticidad serena de quien sabe adónde va utilizando con precisión los adjetivos, la metáfora o el hipérbaton. Y, en particular, el símbolo sin caer en el hermetismo que distancia a la gente normal de la poesía. Para construir su poética a lo largo del tiempo ella no necesitó mucho más y ahí radica su fortaleza identitaria, lo que la hace única.
FM | Remedios Sánchez García habla de Mariluz Escribano como «poeta, docente, activista ciudadana, una mujer infinita y poliédrica avanzada en su tiempo con una riqueza de ruiseñor en los labios que todo aquel que ama leer o enseñar debe conocer». Me gustaría que nos hable más concretamente de los rasgos estéticos de su poesía, en el contexto de una tradición poética muy rica como la española.
RSG | Yo creo que la clave nos la da el comprender que estamos ante la mejor heredera de Antonio Machado, como han dicho otros colegas. La fuente de la que bebe la formación de Mariluz Escribano es la Institución libre de Enseñanza que emana del krausismo alemán. Su fuerza está en su transparencia, en su libertad para ser una outsider sin que eso le preocupe. Nunca buscó reconocimiento, fama, prebendas y eso es lo que la honra y lo que la salva porque la hace libre e incorruptible. Mariluz es una poeta que escribe para personas normales, para lectores que buscan interpretar un tiempo ido, terrible, ominoso con hechos que hay que nombrar rotundamente. Así lo hace, ejerciendo de voz de los «nadies» de este país, de los que siguen enterrados en una cuneta, en una fosa común. También es la voz de las mujeres silenciadas, aquellas a las que las despojaron de la voz en España para hacerlas invisibles respondiendo a las estructuras patriarcales. Ella no respondía al modelo de mujer-poeta. Por eso su escritura se desnuda de ropajes y muestra la palabra desnuda de alharacas solamente apoyada en el símbolo o la metáfora.
FM | Aprovecho para informarme sobre la actividad editorial de Mariluz Escribano como directora de dos revistas, Extramuros y EntreRíos, la primera gracias al trágico fallecimiento de su director, José Espada; la segunda, una publicación creada por ella misma. ¿Cuál fue el comportamiento editorial de Mariluz en lo que posiblemente se esperaba de ella, en defensa de la presencia de la mujer en la literatura española?
RSG | En ambas, desde su rotunda independencia, dio un claro protagonismo a las diferentes estéticas, priorizando la voz de las mujeres escritoras. EntreRíos ha sido y es un lugar de encuentro para las mejores poetas del español. En mantener este legado de Mariluz seguimos trabajando.
FM | ¿Y qué importancia se les puede dar hoy a estas dos revistas en el ámbito editorial de la tradición española?
RSG | Extramuros desapareció. Quisieron domeñar su voz y, como no lo lograron, la echaron de malos modos. Así creamos EntreRíos, que ha sido y es su casa, forjada con su ideario y su concepción del mundo, desde su compromiso ético como referente que ha sido los últimos cincuenta años de la sociedad civil que se pone al servicio de la comunidad para abrir puertas cerradas, para ventilar las habitaciones de la poesía.
FM | ¿Qué se espera de esta calificación de «poeta de la memoria y la concordia civil» utilizada como hito en la recuperación de la voz poética de Mariluz Escribano?
RSG | Es una definición muy afortunada porque asociar la poesía de Mariluz Escribano a la memoria y la concordia civil es comprender lo medular de su escritura, es como hacerle un retrato en el que se ven claramente todos sus perfiles. En un país en el que durante mucho tiempo, ya incluso en democracia, se prefirió no hablar de guerra y sus consecuencias de cerca de un millón de muertos, sangre derramada en los caminos, fusilamientos al amanecer, represalias a las familias, orfandad, tragedia colectiva… llega la poesía de Escribano y pone el foco sobre una herida abierta. Esto obliga a verla a quienes ejercen el poder porque esas personas normales, a las que aludo siempre, se sienten identificadas. Tardó en entenderse la pretensión de Mariluz Escribano pero desde 2013 se toma conciencia de que no se puede borrar el pasado: hay que comprenderlo y asumirlo para no repetirlo. Tener memoria y capacidad para el perdón que es lo que ella reivindica, ser capaz de entender que la concordia, esa mano tendida sin rencor (pero reitero: con memoria), es la única manera de construir un futuro habitable.
FM | Ahora me gustaría hablar un poco más de otro libro suyo: Así que pasen treinta años. Historia interna de la poesía española (1950-2017). En una reseña de este libro, encontramos que ofrece al lector un panorama de conjunto, un recorrido ágil y dinámico por las diferentes épocas, estéticas y corrientes que han ido construyendo un determinado estado de la poesía en España durante los últimos setenta años, partiendo de la definición del concepto de canon, de su evolución y significativo despliegue a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y teniendo en cuenta el valor de clasificación que, desde el punto de vista histórico-sociológico y artístico, siguen teniendo las generaciones y promociones literarias. Naturalmente, debería preguntarle sobre su comprensión de la definición y regla de un canon literario (especialmente en la poesía), y cuáles son las dificultades para establecer esta línea de comprensión histórica cuando se trata de un país tan controvertido internamente como España.
RSG | El canon lo han construido a lo largo de la Historia, con mayúsculas, los vencedores. Y los vencedores hasta ahora han respondido únicamente a la ideología dominante patriarcal. Quienes decidían el valor de una obra literaria eran varones que respondían a los valores predeterminados por esa clase dirigente. Para no perder la nobleza cultural de la que hablaba Bourdieu, esa selecta minoría de hombres «sabios» (y ahí nótese que hay bastante carga de ironía) se sometían a las directrices conscientes/inconscientes de quien ostentaba el poder. Esto ha supuesto la invisibilización de la poesía escrita por mujeres. ¿La razón? Que el lugar de la mujer estaba en el ámbito de la casa, del hogar o, a lo sumo como fuente inspiradora. Por eso yo soy partidaria -y así lo defiendo en ese y otros ensayos- de (re)visitar el canon para volver a valorizar las obras pasado el tiempo, analizando igualmente las de las mujeres que no se nombran. Y que se reconstruya un canon literario que sea fruto del consenso de la mayoría de estudiosos y estudiosas de la literatura. Sólo desde el respeto a la pluralidad, desde la heterodoxia, el canon podrá responder a algo cercano a la verdad de lo que ha sucedido. Pero esto obliga al ejercicio de humildad de aceptar que cada uno/a conocemos un fragmento mínimo de lo que ha sucedido en la literatura que únicamente se completa con las consideraciones de los/las demás colegas que ambicionan (eso sí, desde la más rotunda independencia) ser útiles para legar al futuro una Historia de la Literatura lo más completa y auténtica posible que responda exclusivamente a calidad y mérito.
FM | ¿Quiere hablar un poco más sobre tu trabajo de recuperación de la presencia femenina en nuestro tiempo?
RSG | Es mi línea de investigación prioritaria porque creo que se ha minusvalorado sistemáticamente a las mujeres escritoras. Precisamente por las razones a las que me refería en mi anterior respuesta. Creo que ha llegado el tiempo de reordenar la biblioteca que, sin las autoras, queda absolutamente incompleta. Quien crea que una historia de la poesía puede entenderse sin Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Delmira Agustini, Magda Portal, Eunice Odio, Juana de Ibarbouru, Rosalía de Castro, Dolores Veintimilla, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Concha Méndez, Meira Delmar, María Teresa León, Claribel Alegría, Ángela Figuera Aymerich, Rosario Castellanos, Gloria Fuertes, Dulce María Loynaz, Paca Aguirre, María Mercedes Carranza, Ida Vitale, Mariluz Escribano, Gioconda Belli, Ángeles Mora, Piedad Bonnett, Raquel Lanseros o Ana Merino (por poner sólo unos ejemplos) creo que se equivoca y da una visión crítica reduccionista y, por lo tanto falsificada. Mi trabajo y mis ensayos ahora se concentran en algunos de estos nombres (y en otros) de poetas del siglo XX y XXI para acercarlos progresivamente al lector/a normal, al no experto en literatura. Y lo hago dentro de equipos de investigación amplios que me permiten aprender de mis colegas. Tengo varios proyectos en marcha de visibilización de poetas que se irán desvelando en los próximos años. Ahora estamos con la recuperación de las poetas españolas del siglo XX desde el proyecto LAS OLVIDADAS que visibiliza para su trabajo en las aulas a poetas españolas. La web www.lasolvidadas.com ya lleva 75.000 visitas en seis meses. Este va a ser mi camino.
FM | Quiero preguntar una última cosa: no sé si conoce la obra de un crítico llamado Jorge Rodríguez Padrón. Dedicó la mayor parte de su bibliografía a estudiar la relación entre la poesía española y la hispanoamericana. Esto es lo que pregunto: ¿cuál es su comprensión de una posible relación entre España e Hispanoamérica en el contexto de su tradición poética?
RSG | Desde la pluralidad heterodoxa enriquecedora, yo creo que la lengua es nuestra patria más verdadera para los 21 países que la compartimos y la literatura la bandera que la representa, si se me permite la metáfora. Nosotros tenemos una patria muy amplia y una bandera donde no sólo cabemos todos, sino que todos (y todas) somos necesarios para que ondee en todo su esplendor.

MARILUZ ESCRIBANO, LA POETA QUE HIZO DE LA MEMORIA UNA BANDERA DE PAZ
Remedios Sánchez
Universidad de Granada
1.- Apuntes para la biografía de una escritora heterodoxa
Mariluz Escribano Pueo nace en Granada en diciembre de 1935. Su padre, Agustín Escribano, Director de la Escuela Normal de Maestros de Granada, fue vilmente fusilado en los albores de la Guerra Civil, el 12 de septiembre de 1936, atendiendo a una doble circunstancia: la de ser republicano y la de haber puesto una denuncia meses antes a José Valdés Guzmán (a la sazón gobernador civil de Granada en nombre de la rebelión militar que condujo a la dictadura franquista) por intentar acceder por la fuerza a la Residencia de Señoritas Normalistas con la intención de llevarse, junto a otros amigos borrachos, a una de las colegialas. Es decir, que fue asesinado por ser una persona de una conducta intachable y un intelectual comprometido con las clases humildes, como hasta no hace mucho han recordado quienes fueron sus alumnos. Él mismo procedía de una familia de agricultores oriunda del pueblo burgalés de Pedrosa del Príncipe.
Insatisfechos con haber asesinado solamente a Agustín Escribano, a la madre de Mariluz, Luisa Pueo Costa, también docente de la Escuela Normal de Maestros y Secretaria de la mentada Residencia de Señoritas Normalistas[1] , la represalían y le dan traslado forzoso a Palencia. Tras una larga batalla documental haciendo notar la evidente falsedad de los cargos que le imputaban, consigue la profesora Pueo Costa que le permitan regresar a Granada con su niña, eso ya en 1939, finalizada la Guerra Civil. Evidentemente no es que se le «perdonara» el desliz de ser demócrata; doña Luisa pagó durante varios años una multa impuesta a su marido asesinado (la perversidad en ocasiones no alcanza límites) y, claro está, se la consideró «no afecta al régimen», con lo que estuvo sometida a una continua vigilancia, incluso en el centro formativo de los maestros granadinos, gobernado con mano de hierro por Donatila Nieto, la directora impuesta desde el Ministerio de Educación Nacional franquista. Se trataba, obviamente, de que Luisa Pueo no ejerciera una docencia en la que se contraviniera ni una de las ideas de Falange Española. Y en ese contexto crece Mariluz Escribano, tan protegida por su madre que, cuando es niña, no percibe lo enrarecido del ambiente; y sin que su madre le transmitiera en ningún momento ni odio ni rencor por la iniquidad con que les habían roto la vida. Lo que sí inculcó doña Luisa a Mariluz fue la necesidad de una formación transdisciplinar que le permitiera sobrevivir en caso de que ella falleciera y que luego le vino a ser muy útil en lo literario. Así nuestra poeta estudió solfeo, siete años de violín y cinco de piano; estaba capacitada para desarrollar diferentes tipos de labores y bordados; y era habilidosa en dibujo y en idiomas. A eso se sumaron sus estudios de Magisterio y de Filosofía y Letras, que le permitieron tras su regreso de Estados Unidos, ejercer la docencia en la Escuela Normal de Maestros y luego en la Facultad de Ciencias de la Educación, donde alcanzó la categoría de catedrática de Didáctica de la Lengua y la Literatura. He mencionado que Mariluz trabajó en Estados Unidos como docente; en concreto lo hizo en el Antioch College, en Ohio. La razón de su estadía de año y medio en el extranjero no es el resultado de una elección personal: en Granada no había plaza para ella y no le quedó otra que marcharse hasta que, en las postrimerías del franquismo (curso 70-71), pudo retornar e integrarse en La Normal. Porque Mariluz no era (nunca lo fue) una persona sumisa ni manipulable. Calló públicamente la desolación por el crimen de su padre, sí, aunque únicamente hasta la llegada de la democracia; pero en sus clases durante la dictadura se hablaba de Antonio Machado, Miguel Hernández o Federico García Lorca, con cuya familia granadina (los López García, propietarios de la Huerta del Tamarit y a cuyo cuidado quedó la Huerta de San Vicente tras la marcha de los padres de Federico) mantuvo siempre una relación de hermandad que ha durado hasta su muerte. También lideró la primera huelga de PNN de La Normal y creó el colectivo Mujeres Universitarias en defensa del patrimonio cultural y paisajístico, enfrentándose a la autoridad competente -léase gobernadores civiles o alcaldes franquistas de turno-. También, desde 1958 hasta su muerte en 2019 ha sido columnista de prensa (primero, en Patria, luego en Ideal desde 1971), la más longeva de Andalucía, ejerciendo de azote ético de quienes no han ejercido sus responsabilidades políticas con la altura de miras exigible. Es decir, que Mariluz Escribano ha sido, aparte de una mujer valiente capaz de criar sola a cinco hijos tras su prematura viudez, una institución en Granada.
Llegados a este punto, ¿cómo se justifica que una persona con esta capacidad de movilización y esta valentía no hallara el espacio que merece en la literatura, ni de su ciudad, hasta hace bien poco? Pues precisamente por eso. Mariluz empieza a escribir en 1957. De hecho, a su primer poema, «Mi ciudad marinera», le otorgan el primer premio anual de la Facultad de Filosofía y Letras. Regresa a la escritura más sistemáticamente en 1971, donde se fechan otros poemas que conozco, como «Carmen de los Mártires» y varios de los incluidos en Umbrales de otoño (2013). Sin embargo, no publica nada hasta 1991, cuando tenía 56 años. Es decir, que estamos ante una poeta ageneracional que, además, tampoco se deja llevar por estéticas o tendencias y tiene los arrestos suficientes para publicar un libro de sonetos (Sonetos del alba, por la reconocida Librería Anticuaria Guadalhorce, donde la habían precedido Rafael Alberti, Pablo García Baena, Guillermo Carnero, Luis García Montero o Luis Alberto de Cuenca, entre otros autores fundamentales) en un tiempo en que se consideraba esta composición como algo teóricamente periclitado. Empezábamos bien yendo a contracorriente del canon. Luego vino Desde un mar de silencio (1993), que es una extensa elegía publicada por el polígrafo Juan de Loxa en edición numerada dentro de sus exquisitos Cuadernos del Tamarit. El tercero de sus poemarios, Canciones de la tarde, ve la luz en 1995 en Torremozas, la prestigiosa editorial madrileña dirigida por Luz María Jiménez Faro.
Curiosamente los tres están agotados pero quienes ejercían en aquella época la tarea crítica en Granada parece que no se sintieron inclinados a darle ni una oportunidad, ni un mínimo espacio de reconocimiento a fin de abrirle puertas de visibilidad. Seguramente atendiendo al poco eco crítico de su obra lírica, Mariluz Escribano deja de publicar en verso y vuelve la mirada a la prosa poética para centrar el foco en el tema esencial que, perennemente, había buscado el modo de tratar: la recuperación de la memoria. De esta manera, Sopas de ajo (2001) y Memoria de azúcar (2002), en donde rememora su infancia y reconstruye la Granada de aquel tiempo cuyas heridas aún no se han cerrado, la integraron tangencialmente en el Parnasuelo granadí de entonces. Una autora de memorias no resultaba tan fastidiosa en cuanto a rivalidades. Esa tranquilidad de vivir ajenada de la sociedad literaria granatensis en una suerte de «exilio interior» (como expone José Sarria) fortalece sus escritos porque le permite ser libre y escribir serenamente, como ella dijera, «desde las ventanas de mi casa que dan al jardín». Así construye una poética totalmente distinta y distante de lo que se hacía en ese momento, que tiene como ejes axiales la mentada recuperación de la memoria, el compromiso ético-humanista y la reivindicación del yo femenino, que en su obra no es un ser pasivo. Aquí pasamos de la donna angelicata stilnovista a una mujer que siente y sufre el amor (en especial se centra en el desamor) desde la conciencia de ser imperfecta, de ser apasionadamente humana.
Que Mariluz Escribano volviera a publicar poesía obedece casi a una casualidad. A que Umbrales de otoño cae en las manos de quien suscribe y a que el editor Jesús Munárriz (dueño de la acreditada Hiperión, una de las cinco editoriales de poesía más importantes de España a mi juicio), sin conocer ni a crítica ni a la autora se arriesgara a publicarlo en 2013; el libro, con esas tres temáticas que van a ser ya pilares de toda su obra posterior, obtiene el Premio Andalucía de la Crítica[2] convirtiendo a Escribano Pueo en la primera mujer granadina en conseguirlo. Andando los años varios integrantes de aquel heterogéneo grupo de estudiosos de la literatura y poetas que conformaron el jurado me han reconocido lo llamativo que les resultó que la obra de una autora tan poco conocida tuviera tal calidad.
Ellos, tal vez, no tuvieron en cuenta que Granada es una ciudad vórtice (la definición es del antropólogo González Alcantud) que todavía no es capaz de hablar del fusilamiento de Lorca y su contexto de infamia y sangre sin sentir una opresión en el pecho, un sentimiento irracional de culpa. Porque en la ciudad de la Alhambra ha habido ciertos temas para los que parece que no soplaba la musa con fortuna, que no resultaban adecuados para la lírica con ambición de alcanzar mayoritariamente a los lectores y el encomio de los reseñistas. O los había antes de que Mariluz Escribano los abordara con elegancia y delicadeza, pero a la vez con el dolor hondo y la clara rotundidad de quien trata una cuestión largamente silenciada, de quien descubre que el rey está desnudo diciendo sencillamente aquellos dos versos finales de su excepcional poema, «Los ojos de mi padre»: «todo el mundo conoce/que heredé de mi padre una bandera».
En esta temática ahonda El corazón de la gacela (2015) y ese testamento vital que es Geografía de la memoria (2017) y ahora, ya sí, empiezan a llegar los reconocimientos y premios. Únicamente había que traspasar la barrera de los límites municipales, romper ese techo de cristal, precisamente en un momento clave en que recuperar la verdad de los muertos no se consideraba hacerle un flaco favor a la democracia, como en los primeros años ochenta. Ahora ya estaba aprobada la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, «por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura». El viento empieza a soplar a favor de la musa de Escribano; otra cosa es que ella escribiera esos poemas en los años setenta como puedo demostrar si viene al caso.
El corazón de la gacela (no tengo ocasión aquí de abordar el simbolismo del título), contiene igualmente poemas creados por Escribano en los años setenta y ochenta, a los que se suman otros de estos últimos años (caso de «Escribiré una carta para cinco», por ejemplo). Sin embargo, juntos conforman un todo que mantiene una voz unitaria, como si se hubieran escrito del tirón las cinco partes: «El temblor de la gacela», «La gacela desolada», «La gacela en el jardín», «La incertidumbre de la gacela» y «La gacela pensativa». Es la voz de una mujer templada en su tristeza imperecedera que, a pesar de los golpes vallejianos de su vida, ha aprendido lo que implica el perdón como herramienta para alcanzar la concordia civil:
Pido el perdón del mundo para los asesinos,
aquellos que mancharon sus manos con la sangre
de muchos de los nuestros dejándonos sin padres,
dejándonos sin hijos y sin pan para el hambre.
Pido la paz del mundo para todos.
Paz, ambición de paz y sosiego, sí. Creo que tiene la facultad de poder planteárselo así gracias a la magnífica labor de una madre que no sembró rencor en su corazón sino trigo limpio castellano, capaz de hacer de su infancia de pobreza limpia, una patria: «Devolvedme la infancia que he perdido/ porque quiero marcharme», escribe en «Deshojadme violetas», cuando ya la enfermedad medular llevaba seis años teniéndola atada a una silla de ruedas y con una salud cada vez más precaria. Sin embargo debe constar también que ella quería dejar testimonio de «un tiempo de fusiles mecidos por el viento de la guerra»; memoria de lo que debió ser y no fue, de cientos de miles de vidas truncadas en flor, de la imposibilidad de conocer a ese padre que para ella es el símbolo de «tantos muertos con el pecho herido/en las lunas de agosto y de septiembre», tal y como expresa en el contundente «En la Huerta de San Vicente». Siente la necesidad de que se conozca la magnitud de la catástrofe para que los muertos puedan descansar, aunque siga siendo, en demasiados casos, en las cunetas de los caminos cubiertos de amapolas y mastranzos, porque miles de personas (entre ellas nuestra poeta) nunca pudieron recuperar los restos de su seres queridos para darles digna sepultura. Ésa fue la gran angustia de Mariluz, su mayor anhelo: «Mariluz, pequeña, niña sin padre, /en qué lugar encontraras sus manos,/ en dónde su palabra y su sonrisa,/ en qué lugar sus ojos apagados,/ cegados por cemento y tierra roja» lamenta en «12 de septiembre de 1936», incluido en Geografía de la memoria.
Al final de su vida existió un atisbo de milagro cuando el hijo de una prima le hace llegar una carta antigua (hablo de 2017, dos años antes de su muerte) en la que Víctor Escribano, tío del padre de Mariluz y factótum del nacionalcatolicismo en Granada indica a las tías paternas de Mariluz la ubicación de la fosa a la que lo habían lanzado: la 113, justo al lado de la capilla del Cementerio de San José. Precisamente allí, en una tumba limítrofe, reposa para la eternidad Mariluz, junto a su madre y su tía, cerca de donde un día estuvo el cuerpo de su padre: «La mariposa de la madrugada /aproximó el olvido en un instante/ cuando mármol tu sangre,/ ya cereza en tu boca». Estos versos, como tantos otros de Mariluz Escribano, muestran esa delicadeza -a la que antes aludía- para referirse a la ejecución, a la necesidad de no olvidar el pasado si esta sociedad busca construir un futuro en el que no reproduzcamos horrores ya vividos. Y esto es lo que otorga carta de naturaleza a una lírica de una altura ética difícilmente alcanzable en la actualidad que, aun a pesar de tenerlo todo en contra, la ha convertido en autora esencial, clave para comprender las circunstancias de cuarenta años de silencio, en el último minuto. Al final parece que se cumple hasta en esto su voluntad: «Cuando me vaya /habré perdido tantas cosas, /que creceré en trigal por no morirme».

2.- El rescate necesario de la poeta de la memoria y la concordia civil
Creo que fue Unamuno, tan apreciado por Luisa Pueo y Costa, quien afirmó en su discurso de 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca (con individuos de la catadura moral de Millán Astray enfrente) que callar es mentir porque el silencio se puede interpretar como asentimiento. Ahí reside la necesidad de decir, de nombrar las cosas para que no se olviden, y de no seguir aceptando con nuestra aquiescencia tácita que se manipule intencionalmente la realidad de los últimos cincuenta años de poesía en España. Digamos la verdad desde la crítica, pongamos negro sobre blanco una historia auténtica de la poesía española fruto del consenso, no de los gustos del estudioso de turno. Sin miedo ni complejos.
Me reitero en la necesidad de que esa historia de la poesía no sea obra magna de una sola persona, sino fruto del consenso de quienes, desde posiciones divergentes, dedican su tiempo a analizar las nuevas aportaciones o a rescatar algunas que nunca debieron quedarse en el olvido. Es la única forma de sumar nuestras respectivas verdades y alumbrar, acaso, un poco el horizonte a los que nos seguirán después. Creo, con Pozuelo Yvancos, que en la literatura española ha habido mucha ira y poco estudio, demasiados bandos/banderías confrontando y provocando la falsa sensación de que estamos en un territorio inestable y a la par inabarcable, lleno de islas y de espacios desconocidos. Yo disiento. No hay tantos/as poetas como se pueda creer porque no todos los que firman como tal lo son realmente, salvo que ya todo valga y no seamos capaces de discernir entre las voces y los ecos. Entre los ruiseñores de la mañana y esos coros de grillos que cantan a la luna hasta la extenuación, pensando que por más cantar/ publicar algo de sus estridulaciones, han de quedar. Nada, sólo cenizas, porque hacer una obra total implica haber dejado una huella personal e irrepetible, haber logrado edificar una habitación propia en el territorio de hombres que ha venido siendo la literatura, como ya afirmaba Virginia Woolf hace casi un siglo. Han transcurrido casi cien años y aquí seguimos, pidiendo lo mismo: capacidad de lectura interpretativa crítica con limpieza de miras por parte de quienes tienen la responsabilidad de ejercer de mantenedores del canon; reformulación y ampliación de este canon para que se ajuste a la verdad. Y justicia para aquellas personas, hombres y mujeres, que hacen la vida más habitable gracias a la profundidad de su palabra, a su capacidad para construir universos, a la rara habilidad para ponerle palabras a nuestras emociones antes incluso de que las hayamos pensado nosotros. Si no se hace así se habrá perdido todo el crédito y ya no sólo no van a convencer a nadie, sino que no les vamos a dejar que venzan otra vez. Ya no, porque no se puede continuar en la rueda eternizada de una historia de la poesía plagada de errores, ausencias, mutismos cómplices, falsificaciones arribistas o reducciones interesadas.
Ha llegado el momento de que crítica y deontología se den la mano para que quienes la practican logren que se acerque lo más posible a una disciplina científica capaz de ver cuándo tenemos negro sobre blanco la obra cumplida de una autora como Mariluz Escribano que, tanto en verso como en prosa poética, ha alcanzado la excelencia para ser una autora canónica abordando una cuestión sobre la que se había pasado de puntillas. Ya he dicho que nunca fue Mariluz una persona manejable o de hacer el rendez vous al cabecilla de turno como otras personas de su generación que supieron ser arcilla en manos de quienes tenían un poder momentáneo. Hablar del té de las cinco con sus galletas inglesas, hacer juegos de palabras, ejercer de culturalista o vulgarizar el lenguaje para épater le bourgeois resultaba superior a sus fuerzas, su dignidad se lo impedía. No digo aquí que esto esté mal o bien escribir sobre esto o de tal o cual forma, sino que para Mariluz Escribano no era su camino porque sus vivencias no fueron esas ni permitían desperdiciar el tiempo. Su rumbo estaba marcado con sangre derramada, por mucho que se haya buscando restañar heridas con el imposible olvido, ya lo he dicho. Tanto sufrimiento, tanta muerte y tanto horror debía tener quien lo cantara con llanto contenido, como una nenia griega aquilatada por el tiempo, adaptada a esa espantosa hora de España que aún sigue condicionando nuestro presente aunque haya quien no quiera verlo. De Antonio Machado a Mariluz Escribano hay trazada una línea en la construcción del discurso poemático claramente visible para cualquiera que sepa lo que implica ver, que no es otra cosa que mirar con atención. La obra última de don Antonio supone el aviso de la tragedia; Mariluz es la voz de sus consecuencias, del dolor inmarcesible ante el desamparo, que se acerca a la gente, al lector/a normal, como recordatorio de lo que no debe repetirse y, a la vez, como personalísima ofrenda de paz de una mujer vencida, de esperanza en el futuro.
[1] La Residencia de Señoritas Normalistas de Granada, aunque suene a institución elitista, no lo era. Imitaba el modelo propuesto por la Institución Libre de Enseñanza y acogía por un precio casi testimonial a aquellas jóvenes con pocos recursos que ambicionaban estudiar en la ciudad de la Alhambra. Para más información, véase Sánchez García, R. y J. Álvarez Rodríguez (2017). «Estudo do projeto pedagógico da Institución Libre de Enseñanza. A Residencia de Señoritas Normalistas de Granada». Revista Brasileira de História da Educação, 17, pp. 19-42.
[2] El jurado de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos estuvo compuesto en esa edición por Francisco Morales Lomas, Antonio Hernández, Manuel Gahete, Rosa Díaz, José Sarria, Paloma Fernández Gomá, Carlos Clementson, Rafael de Cózar, José Cabrera Martos y Manuel Urbano.
POEMAS
LOS OJOS DE MI PADRE
Los ojos de mi padre,
los ojos de mi padre,
mirándome en la patria cereal de los trigos,
en un tiempo de cunas
mecidas por el viento de la guerra,
mirando cómo crezco
en los abecedarios
y conquisto sonidos primitivos
balbuceos, palabras necesarias,
porque él me empuja y vuelve,
desde su corazón y sus espigas,
su corazón de tierra y manantiales,
patria de tierra y gritos apagados.
Mi padre es un silencio
que observa como crezco.
Sus manos me conforman,
me miden la estatura,
la dimensión del cuerpo,
averiguan gozosas
que me elevo en trigal.
Las manos de mi padre
tocan mi cuerpo y cantan,
y yo sé que me acunan
con nanas de caballos,
con la salmodia triste del judío,
del converso que habita por su sangre.
Pero paseo con mi padre.
Abandono en sus manos
mis manos tan pequeñas,
y al calor de su sangre
mis pulsaciones tienen
una ambición de tiempos.
En las luces inquietas de la tarde,
al borde de la noche,
vamos pisando hierbas, territorios,
ríos como torrentes, manantiales,
horizontes donde la niebla habita,
paisajes metalúrgicos y bosques,
ciudades, vientos, cordilleras,
blancas constelaciones.
Camino con mi padre.
Me nombra a las palomas,
pájaros migratorios,
aguanieves que rozan las praderas,
alcaudones de viento,
golondrinas, gorriones, avefrías.
Y todo pasa y llega de su mano,
y a mi infancia regresa
el calor confortable de su sangre
Cuando llegan los días de septiembre,
láminas del otoño,
las madrugadas frías y estrelladas
detienen sus palabras.
Pero es sólo un instante
de sangre y de fusiles
porque mi padre vuelve del silencio
y pasea conmigo
el callado silencio de las calles,
y los campos sembrados
y las constelaciones,
y su voz de madera me acompaña,
me mira cómo crezco.
Todo el mundo conoce
que heredé de mi padre una bandera.
DESDE UN MAR DE SILENCIO
En el niño el misterio es su mirada intacta
que adjetiva la savia del húmedo futuro,
cuando alcanzar al hombre es nombrar la tristeza
y sentir como el tiempo suprime los pronombres.
El niño es el regreso a un espejo de hierbas
con senderos que surcan un sol indeclinable
que los pájaros vencen con sus vuelos oscuros.
El recuerdo camina con sus pasos de lino
por la laguna inmensa de sus puras pupilas,
y como el mar regresa,
con vocación de ola,
a posarse en la densa penumbra
de los sueños.
Y es así que esta tarde,
cuando me miro y siento los puñales del tiempo
con esquinas de múltiples alfileres de agua
que me cosen la boca con heridas pequeñas
con sosiegos, silencios
y soledades claras,
cuando no tengo a nadie a quien cantarle un verso
o darle una limosna de beso remansado,
con quien hablar de nada
con serena tristeza,
leo a Guillén y pienso:
el amor fue mi casa,
quiero decir mi madre,
con sus andares lentos,
con su afanoso amor por ordenar la casa
y conservar la harina de los racionamientos,
los retales,
los hilos
y la esperanza intacta.
Necesario es decir que mi madre cantaba.
Yo no sé si cantaba para olvidar escombros,
ruinas,
muertes,
tristeza,
guerras,
hombres,
palabras,
telarañas del tiempo,
sangre no regresada,
pero yo la miraba desde el patio llovido,
sentada en la terraza,
cuando el otoño alzaba una luz de madera,
y pensaba: es mi madre,
definitivamente,
y mi madre es mi casa.
Detrás de los visillos silenciosos y albos,
náufragos en el aura dorada de la tarde,
habitaba la luz insomne de mi madre,
su silencio de flor,
su soledad de pájaro.
Yo la miraba estar,
nunca quieta,
gozosa,
amasando la blanca pobreza de la harina.
Otras veces, tocaba, sosegada, el piano
o cosía con leve puntada primorosa
para evitar la dura miseria de las telas.
La casa era modesta,
pero mi madre hermosa,
con sus gráciles manos como ríos o arroyos
que trabajaban la inmensa desolación del tiempo.
Su cuerpo se poblaba de fantasmas insomnes
de tristezas de hilo guardadas en baúles
y recordaba siempre, con mirada de sueño,
la palidez de agua de su infancia de musgo.
La nostalgia era en ella sustancia de madera,
persistencia de algas sobre los ojos limpios.
Mi madre era la fuerza sideral de los hondos
caminos de la espiga alejada del agua.
Y es que yo la miraba desde el patio llovido,
cuando la superficie de la tarde moría,
y sabía que ella reposaba un momento
y leía despacio a Miguel de Unamuno.
Y ahora, cuando no vuelve,
cuando la llamo y nada
presagia su palabra de inmediata costumbre,
desde el patio la llamo,
desesperadamente,
y sólo el mar responde,
es decir, sólo el viento,
quiero decir la brisa,
aquella que movía su pelo, levemente,
mientras la luz de otoño deshacía
la suave penumbra de los arces.
ESCRIBIRÉ UNA CARTA PARA CINCO
Cuando surja la luz de primavera,
y las rosas dibujen sonrisas de colores,
escribiré una carta para cinco muchachos,
contándoles lo mucho que gané con la vida.
Escribiré desde una nube blanca,
con una tinta azul que no la borre el tiempo,
porque no volveré a pisar las arcillas,
ni la dura tristeza del asfalto.
Contaré que mi vida
fue una historia muy larga,
con mapas y lecciones
en un palacio antiguo,
el fragor de los trenes
hacia el país del trigo,
la lluvia sobre el mar
y las arenas suaves.
El Cantábrico allí,
tan lejos de Granada.
Después vinieron ellos,
esos cinco muchachos,
y los días pasaron
con nanas y con besos,
con los ojos dormidos
en cuna almidonada.
Mi corazón estuvo
siempre en guardia con ellos
Y ahora que han crecido
y conocen los mundos de las hierbas,
los nombres de los pájaros,
la música del mundo,
los placeres del libro,
creo que ya he cumplido
mi misión en la tierra.
Escribiré una carta para cinco
cuando la primavera arribe
y me inunde la casa de amarillos.
EN LA HUERTA DE SAN VICENTE
En la luna buscábamos sus huellas,
en el piano la flor de sus canciones,
en los búcaros las hojas del otoño,
esa luz desvaída que reside en el sueño.
Era, entonces, el estío en la huerta,
-mejor fin de verano-
y época de cosecha
de ciruelos, manzanos y membrillos
Rosas y niñas y mastranzos
en el negror verde de la acequia,
jilgueros en los chopos,
últimas golondrinas,
geometría de vencejos
dibujando el cobalto de los cielos.
Y el silencio se agranda en el silencio,
y las conversaciones languidecen,
y lloran las palabras y los lutos
por Federico ausente como un muerto,
por tantos muertos con el pecho herido
en las lunas de agosto y de septiembre.
EL TIEMPO
Ahora que el tiempo ha dejado su huella,
sus pequeñas heridas
en el hueco del rostro,
ahora que todo pasa
por un espejo cóncavo
y da miedo asomarse
a los escaparates
con su luz de neón
y las bellas ofertas
no hay nadie que me quite,
una infancia de calcetines blancos,
zapatos de charol
y una mirada clara.
Después de tantas lluvias
y atardeceres lentos,
ahora es tiempo de paz,
de paz y de memoria.
CUANDO ME VAYA
Dejaré un silencio en el recuerdo,
sonidos de una voz que fue muy joven,
y un aroma de sándalo y cipreses
para que no me olvides.
Y ahora, cuando el sol desaparece,
y hay promesa de una noche clara,
las estrellas se esconden
y están muertas de tanta nívea luz.
Dejaré abierta la ventana.
Un gorrión divulgará mi huida,
y un frescor de mañana
anunciará mi marcha,
con trémula voz para llamarte.
Cuando me vaya
perderé las praderas,
los bosques encendidos de noviembre,
el verde del jardín en primavera,
la tenue luz de los planetas,
la sonrisa de un niño,
el calor de un amigo,
lágrimas de dolor por los caminos
que transité tan alta,
la caricia de un perro
que dio fuego a mis manos.
Cuando me vaya
habré perdido tantas cosas,
que creceré en trigal por no morirme.
Mariluz Escribano Pueo (Granada, 1935), poeta, perteneciente por edad a la generación del 60. No empieza a publicar su obra hasta iniciados los años noventa, una vez que el tiempo y la vida habían remansado las heridas de la Guerra Civil, en la que su padre fue fusilado y su madre y ella misma, represaliadas. Sus libros son «Sonetos del alba» (1991), «Desde un mar de silencio» (1993), «Canciones de la tarde» (1995), «Umbrales de otoño» (2013, Premio ‘Andalucía’ de la Crítica) y «El corazón de la gacela» (2015). Recientemente ha sido incluida en «Poesía soy yo» (Visor, 2016) donde se recogen a ochenta y dos poetas nacidas entre 1886 y 1960 más destacadas en lengua española.

Remedios Sánchez García. (Barcelona, España, 1975). Es profesora del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada, y ha sido asimismo profesora visitante en el Institute of Education of London, en La Sapienza, Bologna y Padua, entre otras universidades de prestigio. Autora de numerosas ediciones críticas y responsable de varias antologías poéticas, Remedios Sánchez es una de las más reconocidas estudiosas de la poesía contemporánea en español.

Floriano Martins (Fortaleza, 1957). Poeta, ensayista y traductor, también se ha dedicado, en particular, al estudio de la literatura hispanoamericana, sobre todo en lo que respecta a poesía. Publicó, para la carioca Ediouro, sus traducciones de Poemas de amor, de Federico García Lorca, y «Delito por bailar o chá-chá-chá», de Guillermo Cabrera Infante. Su poesía se encuentra reunida en el volumen «Alma em Chamas» (Letra & Música, Fortaleza, 1998). Con una larga trayectoria de colaboración para la prensa, en Brasil y en el exterior, también ha escrito algunos artículos sobre música, artes plásticas y literatura. Actualmente es articulista del Jornal da Tarde (São Paulo) e integrante del Consejo Editorial de la revista Poesia Sempre, de la Biblioteca Nacional (Río de Janeiro) y de la colección Clásicos Cearenses, de la Fundación Demócrito Rocha (Ceará). Dirige, junto con Rodrigo de Souza Leão, la revista virtual «Agulha».