El misterio de las existencias cotidianas, su pálpito secreto que pocas veces nos detenemos a percibir, fraguan las voces que pueblan la poesía del reconocido poeta y periodista español Carlos Aganzo.
Voces encendidas
En la voz de la noche
se oyen todas las voces
que callan durante el día.
Negras voces distantes
que llaman desde lejos
y saben nuestros nombres
y aguardan en los claros de los bosques
a que andemos perdidos
para poder llevarnos a su reino
de misterio y de bruma.
Turbias voces que claman desde dentro,
nos hablan cuando menos lo esperamos
y se visten de rabia, a veces de ternura,
casi siempre de fe en lo inaprensible.
Voces que son redoble de conciencia
y no las calla el mar, el viento ni la lluvia.
Embriagadoras voces de sirena
que nos rozan la piel y que interpretan
con su tacto de rosa sin espinas
la música callada de los cuerpos.
Voces que son el eco de otras voces
que no se acaban de ir, que nos persiguen
con paciencia de siglos.
Voces amigas, voces subterráneas,
voces abstractas, voces encendidas,
voces secretas, mudas, incorpóreas,
sordas, muertas, sublimes, minerales…
Voces que a veces vienen de lo alto,
vestidas de hermosura,
y nos cantan sin miedo
esa otra canción que nos aguarda.
de «Las voces encendidas»
Poema IX
Tuvo pena el esclavo de arrancar
el brote de amapolas
que en rojo sorprendió a la rosaleda
con las últimas lluvias
en el jardín de Venus.
Se reían las rosas
de tan gran insolencia.
Y llegó la tormenta y a las rosas
de poco les sirvieron las espinas.
En el jardín desierto ni siquiera
el jardinero sabe
diferenciar los pétalos caídos:
¿cuál es de rosa? ¿cuál el de amapola?
de «Las flautas de los bárbaros»
Poema XXII
Tienen todos los pájaros
devoción por el aire,
ese misterio azul que los sostiene
por encima del mundo.
Sabes que soy del mundo, y aún con todo
hay mañanas que vuelo
más alto que el halcón, noches que canto
mejor que el ruiseñor, días de lluvia
que me aferro a tus manos
con la fuerza de un águila,
y me duele la espalda si recuerdo
el tiempo aquel en que tuvimos alas,
antes de que viviera entre nosotros
el oscuro baldón de la memoria.
Todos los hombres llevan
un Ícaro en los ojos.
Todos los hombres tienen
devoción por el alma de los pájaros.
de «Las flautas de los bárbaros»
Poemas XV
Bienaventurados sean los pobres,
pues de ellos es el reino de los pobres.
Y bienaventurados los que sufren,
pues otros gozarán su sufrimiento.
Escrito está con fuego en nuestra frente.
A imagen del profeta,
así fuimos creados:
carnívoros y ansiosos,
forjadores de imperios,
soñadores con sed de trascendencia…
De tanto mirar cielos
olvidaste mirar a las hormigas.
Esperando la dicha
de un jardín sin caminos,
olvidaste guardar tus emociones.
Al fin vino la muerte a desvelarte
sus íntimas certezas:
hacia abajo se crece
más arraigado y firme que hacia arriba.
Bienaventurados sean los pobres,
pues de ellos es el reino de los pobres.
de «En la región de Nod»
Poema XVII
Siguiendo de Yahvé las instrucciones
el magistrado dicta la hora exacta
de tu muerte. Quisieras en tu último
deseo ante el patíbulo
decir que le perdonas.
Pero no es necesario. Ya hace tiempo
que su toga ha aprendido a consolarse
repitiendo el versículo del Génesis:
“Aquel que derramare sangre de hombre
por la mano de hombre
habrá de ver su sangre derramada”.
Escrito está con letra clara y firme.
Parece muy sencilla
la razón de este axioma.
El ojo por el ojo.
El diente por el diente.
La soga del verdugo
esperando al final de la escalera
para borrar del mundo las maldades…
Después de esto lo negro será blanco.
Y el verdugo y el juez serán iguales
que tú en el paraíso. ¿O es que piensas
que un hijo de Caín no tendrá sitio
en la mesa del padre?
No tiene culpa el juez. No tienen culpa
el verdugo, las tablas ni la soga.
Muerto ya, ni siquiera tú la tienes.
Escrito está. Confía en la justicia.
de «En la región de Nod»
Poema I
Yo no puedo luchar, no soy hoplita.
Pero puedo cantar. Y cantaré.
Si me cortáis la lengua daré palmas.
Si las manos, patadas contra el suelo.
Y si los pies, encenderé una hoguera,
tan alta de silencio,
que todos los soldados,
los jueces, los liturgos, los escribas,
ebrios hasta los tímpanos,
volverán sus escudos y sus lanzas
en contra de los cónsules.
También puedo llorar y con mis lágrimas,
sumadas a las lágrimas
de todos los sin lengua,
los sin piernas ni brazos,
formar una corriente arrolladora
que os empuje hasta el mar y que os expulse
de esta tierra que nunca ha sido vuestra.
Yo no puedo luchar, no soy hoplita,
siquiera ciudadano
después de tanto como se ha perdido.
Pero aun puedo cantar (como la musa,
la cólera de Aquiles por los muertos).
de «Jardín con Biblioteca»
Poema IV
Un poema de amor,
en medio de este tráfago fanático
de voces iracundas,
cinturones cargados de explosivos
y cabezas cortadas frente al mar.
Un poema de amor,
en medio de las calles asfaltadas
con colmillos o huesos
de elefantes antiguos,
convertidos en oro
codicioso y oscuro
por los perros sin alma de la noche.
Un poema de amor,
en medio de esta lucha
descarnada y perdida de antemano
contra los centuriones
que vigilan el tiempo y lo administran
con usura infinita.
Un poema de amor,
escrito con el dorso de esas manos
que acarician la vida del revés,
muriéndose a deshora,
floreciendo en los labios
letárgicos del sueño.
Si eres tú mi justicia,
mi ciudad, mi lengua, mi memoria,
mi fe y mi contramuerte, ¿por qué pides
el único subsidio
que ya no puedo darte?
de «Los perros y la niebla»
Poemas como labios
Hay árboles que son como un poema
de vida. Sus raíces se sumergen
en lo hondo de la tierra
y sobre ellas levantan
el fuste de los sueños, la enigmática
canción de los druidas y del muérdago.
Hay playas que parecen un poema
de fronteras azules
entre el aire y el sol,
entre la luz y el agua, entre las llamas
de plata de los peces
y el resplandor mortal del horizonte.
Hay nubes que dibujan un poema
de blandura infinita, un largo viaje
más allá del viaje, la promesa
de rosas sin espadas,
de estelas y pedúnculos caudales
surcando las esferas.
Hay canciones que son como un poema
sin letra. Variaciones
del pulso de los astros
en su lento girar en armonía
sobre la piel vacía del espacio.
La pura vibración de las elipses.
Y hay poemas que son como unos labios,
que se besan una vez con inocencia
y cien mil con lujuria.
Poemas que no entienden las palabras,
que brotan como árboles,
como playas, o nubes o canciones,
cada vez que te dicen que no existes.
(Inédito)
Carlos Aganzo (Madrid, 1963). Escritor y periodista. Autor de una veintena de libros de poemas; su poesía esencial se encuentra recogida en los volúmenes «Ícaro en los ojos» (2017) y «Arde el tiempo» (2018). También es autor de numerosos libros de ensayo y de viajes. Ha dirigido revistas y rotativos.