Reciente ganador del Premio Jaime Gil de Biedma, Manuel Francisco Reina juega entre las fronteras temporales que el lenguaje permite, entre lo contemporáneo y lo tradicional, entre símbolos históricos y referentes cotidianos, su poesía nos evoca los cantos de los objetos y los íconos que nos salvan «en horas del hastío más oscuro».
Proemio
(de cómo el poeta divaga sobre la antigualla en que se ha convertido haciendo sonetos en tiempos de Instagram, o no)
En tiempos de Instagram es complicado
jugar a sonetista impenitente.
Tirar de endecasílabo que aliente
el mínimo interés por lo sumado.
Un torso o un muslamen torneado
acaparan “me gusta” de la gente,
aunque luego no tengan suficiente
substancia o intención por ser mirado.
Mas yo, que siempre he ido por mi cuenta,
me afano en comprender lo que hay debajo
de tanta posecita sin sentido.
Le busco la palabra en que se sienta
precisa la hermosura porque bajo
doncello al infierno del ciberrruido.
I
Hacia un cuerpo se va por un camino
que se inicia sutil en la palabra.
La sílaba tan solo que entreabra
la puerta o el umbral para un destino.
Te gusta tanto el juego peregrino
de amagar y no darte, que te labra
un instante de espejo abracadabra,
objetivo a cobrar en que me obstino.
Ríe y goza, doncel, en la distancia,
echa leña, audaz, a mi deseo
mostrando la intención y apenas nada;
Que el cuerpo siempre es sabio en su ignorancia
y el verbo se hace carne en un zureo
derramando su gracia imaginada.
Límites
Alguien nos puso coto al paraíso;
marcó fronteras a la dicha,
castigos al placer,
vetos al conocimiento,
penas a la verdad.
Luego confundieron las lenguas,
los dioses en silencio fueron interpretados
para justificar la muerte, el genocidio,
la cruzada o la guerra santa.
Fue la verdad a medias
—rostro más perverso de la mentira—
al fin entronizada
como sol de nuestros días.
Todos aceptamos la fe del yugo, del límite,
contradicción sintiente de los vivos
que al amarse, anulan las lindes de los cuerpos,
la extrañeza de entregarse,
el tabú de entrar en otro,
la comprensión por la piel de un idioma ajeno.
Patria de la lengua
Hélices y espirales de un código genético
los signos, morfemas y lexemas, inflexiones,
la voz que nos modula y nos traduce el mundo
desde la noche cavernaria de nuestra especie;
esa es mi patria verdadera: maternal, mía,
reconocible como el olor primero del cachorro
al ser alumbrado por nacimiento.
Tengo en la palabra mi bien más preciado,
mi país irreductible, presente,
libre de apriorismos y banderas,
en la lengua la herencia y el legado futuro.
Lot en la ciudad
Al igual que Lot nunca me permito
mirar hacia atrás. La destrucción de los Arcángeles,
es el patrimonio de nuestro tiempo pasado
que es de naufragios y de sal diluida en duda.
Pero también la dicha deslumbra en la memoria,
como el sol más radiante sobre el mar del estío,
y quisieras dejarte tentar por el castigo
que te volviera estatua, mirando al sur de nuevo.
Rastro de cenizas en la penumbra
son ya a tus espaldas los recuerdos,
mientras tus pasos te llevaron hasta la urbe,
alta de torres como colosos detenidos.
Y así bajo tus pies, sobre tu cabeza alzada
divisas el perfil de tu futuro:
la carne de alquitrán de tu presente,
en el que estás flotando como una isla errática.
El lento caminar de tu palabra
es un vuelo contra el ruido de palomas sabias,
una encrucijada de la vida sobre el tiempo
que urde contra viejas pisadas nuevos pasos.
La Vida en las Trincheras
Para Guadalupe Grande
La risa es tan sólo una trinchera.
Una de esas zanjas, improvisadas,
donde aguardamos juntos el momento
de saltarle al cuello a la injusticia.
Hay otras zanjas, sí: la poesía.
Ese espacio habitado en el vacío,
que tinta de emociones la blancura
más helada e inhóspita del silencio.
O la alegría; esa enorme chispa
que sin remedio prende en nosotros,
y anida inquieta como los gorriones
que rompen el aire con su gran ruido.
La risa es tan sólo una trinchera.
Es como un refugio abierto en la cara
a la esperanza de todo el mundo.
Es como una bandera sin más bandos
que reunirnos en la risa de otros.
Es como una cueva de maravillas
donde los niños llevan su inocencia,
sin saber que esta es oro incalculable,
joya que brillará en sus recuerdos.
Pero así, y sin grandes estrategias,
la risa nos cumple su labor de salvaguarda,
y nos mantiene vivos en tiempo de metralla,
en horas del hastío más oscuro.
La risa es tan sólo una trinchera.
pero es un surco roto por la vida,
latente de impaciencia por lo bueno
que espera su señal para el asalto.
Penélope Abandona su rueca en un container
Para Paca Aguirre.
De tu patria paciente de la espera,
sólo el nombre gastado de una isla
conservas a tu lado, como el hilo
del que tira insistente de memoria.
Te has pinchado las manos con el huso
que esgrimías de arma de defensa,
ya que amor destruyó tu empalizada,
moliendo la almenara una a una.
Sin escudo no era el sueño lo acertado,
como cuentan los cuentos de princesas,
ni eras tú la durmiente que se endeuda
con promesas de príncipes azules.
Ellos saben del mar y su aventura,
jurarán lo que han de cumplir tus besos
sin los grandes gestos de los héroes,
y en silencio tú callas tu Odisea.
Por eso, hoy cansada de sus pruebas,
abandonas la rueca en un container,
igual que quien arranca la cadena
que aprisiona los días en sus manos.
Penélope rebelde de demoras
comienza un nuevo lienzo sin tapices,
a medias con la risa y unos versos
y el vino embriagador de la sapiencia.
Que encima dicen largo que es el arte
y corta que es la vida que te acortan,
no es tiempo de pasarnos tricotando
las horas que destejen nuestra historia,
en contra de la vida que nos toca.
La voz de Asfalto
La ciudad tiene en su entraña sirenas varadas.
Mujeres centenarias que vinieron nadando
en el líquido del mito, inmersas del amor
de hombres que ya no recuerdan,
deshechos en la brea del tráfago de siglos.
Extinto el deseo, sus cuerpos menguan;
tan sólo la excusa, la coartada de la urbe
les quedó como asidero posible
y ahora son el alma de sus calles.
Apenas un hilo de voz les queda,
traslúcidas al humo y a su propia sustancia
que es el sueño, y el canto, y el reclamo loco
de marineros náufragos del mundo.
Por eso llegamos con las mareas,
a tus puertos ajenos marineros perdidos,
buscando en tus escollos la patria del regreso,
atraídos por el hechizo
de la voz del asfalto.
Manuel Francisco Reina. (Jerez de la Frontera, 1974). Poeta, narrador, dramaturgo. Colaborador de opinión y crítica en varios medios. Ha publicado «Consumación de Estío», (Premio Ciudad de Irún 2003), «Las Liturgias del Caos» (Premio Aljabibe 2009), «La Paternidad de Darth Vader» (2014), «El Jardín de la Tarde» (Premio de poesía Rafael Morales 2017), «Sólo tu nombre es mi enemigo» (XXV Premio Salvador Rueda), «El Fiel de la Balanza, o Servido en Frío» (XXXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma), entre otros. Además, ha publicado novela: «La Coartada de Antínoo» (2005 y «Los Amores oscuros» (2012) (Premio Internacional de novela Histórica Ciudad de Zaragoza 2013). Ha escrito teatro.