El día de la vida: Semblanza de Clara Fernández Moreno

Catalina Boccardo nos adentra en la vida de Clara Fernández Moreno, el tiempo y los devenires que crearon el universo de su poesía.

Por Catalina Boccardo

Última flor de mi áspero camino/ mejor que última  flor, flor de las flores,
resumen de lo humano y lo divino.

Poema de Baldomero Fernández Moreno a su hija Clara

La genealogía y las filiaciones construyen la trama en la que los humanos nos reconocemos parte de la tribu.
Cada familia incide pero no define la vida de hijas e hijos, aunque en secreto, se pretenda un lugar determinado para cada uno de la prole.
Y es que esa palabra inicial nombra, inscribe, subvierte, acusa y hasta redime.
Baldomero, hijo de comerciantes españoles, fue dicho poeta. Baldomero de «los setenta balcones y ninguna flor», que los taxistas buscan indefinidamente en Buenos Aires (terminan por equivocarse de edificio, porque aquel le escribió a una ciudad entera).
Baldomero en contrapunto con su primogénito César, poeta también icónico.
Baldomero padre de dos hijos muertos y de otros tres.
Clara, quinta hija, la última, no escapa de los designios del poema («bailarina de los
cielos», la menciona Baldomero).
Clara, hermana de otro poeta, Manrique, y ambos sobrevivientes de la difteria de los años 30 que se terminó llevando al otro. El padre escribe «Penumbras», un intento de sanación espiritual que nunca llegó.
Clara, hija también de la poeta Dalmira López Osornio Bordeu, a quien su esposo Baldomero le dijo «yo a usted no le doy beligerancia» al enterarse que su esposa escribía, y mientras le prohibía fumar y pintarse las uñas. En la viudez de la Negrita, sus poemas fueron, por fin, publicados por Manrique.
(La poesía en algunas familias es una herencia dramática).
Clara, en la casa de Chile, sede del movimiento Poesía Buenos Aires, ese aluvión de creadores de bibliotecas completas que seguiremos leyendo.
Clara Fernández Moreno casada a sus treinta y pico con un poeta.

***

Te vuelves loco y lloras tristemente.

«Penumbras» de Baldomero Fernández Moreno

Tu único libro publicado lleva el título del poema sobre Ariel. Nunca dejaste de recordar a este hermano muerto a sus diez años. Demasiado unidos; culpa sentiste, Clara, derrumbamiento de la propia niñez. Como le sucedió a Baldomero, un padre que se sostenía en la palabra pero vivía en la lejanía emocional («atajadme que me vuelo», repetía). Al no comprender el porqué no fue posible curar a su hijo, entró en una depresión que lo hizo dejar el ejercicio de la medicina.
«Cabeza de pájaro creador y ciprés/que caen/se quiebran/entre rocas y brumas/hasta que el quejido del recuerdo cierra mis labios/y yerro la infancia/en el falso mar de pensamientos y palabras». Versos angustiosos pusiste para él en un poema titulado «Pasaje Robertson», la calle donde vivieron en el barrio de Flores.
Chica ansiosa y frágil, leemos esa melancolía de una única jornada, tu libro «El día de la vida».

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hija de las palabras/te criaron Machado,
Cervantes, Valle Inclán/dama de oligarquía
extraviada/acosada por embriagados

Clara Vasco a su madre

Ahora el hogar y sus objetos son un pequeño mundo difuso. Las cosas cotidianas se tornaron impronunciables.
Te visitan a diario tus hijas en la casa de French. Atentas a cada una de tus necesidades, compañeras sufrientes porque no las mencionás por sus nombres. Tu memoria quedó afectada de manera irreversible. Pero entienden cuando te ponés contenta, estirás las manos hacia ellas para que te den un beso.
Del pasado recuerdan que las criabas en libertad. Aunque tan desestructurado todo que, intuyen, les provocó una angustia profunda. Las herederas del desasosiego familiar.
Clarita, la menor, publicó un solo libro y más de una vez se la escucha preguntarse «si no será el último». Quién sabe.
Carmen se reconoce como traductora de poesía pero lleva escrito sus propios poemas sin mostrarlos. Seguramente a vos te los ha dado a leer, así como hacía Clarita al comienzo para que la aconsejaras.
El padre de tus hijas, Juan Vasco, fue un poeta de versos corrosivos: arrojaba dardos contra el sistema. Y compartió las amistades literarias con Baldomero: «Agradezco tus versos Vasco», le escribió alguna vez.
Creo que Vasco aparece en la mirada ideológica de Carmen, y en la rigurosidad de sus traducciones. Y Clarita es su venezolana, por el país que él tanto quiso, la hija fetiche que se le parece físicamente.
Carmen se parece a vos, basta ver aquellos retratos de hace décadas.

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Y en el yunque sonoro y persistente,
y en ti se hace el milagro cada día

Poema de Baldomero Fernández Moreno a Juan Vasco

Tu gran amor fue. Lo mirabas emocionada cuando apenas tenías trece años y él diecinueve. Bastante más adelante se dejaron de ver, cuando Vasco se casó y partió a Caracas a mitad de los años 50 a trabajar de publicista. Al mismo tiempo se desarrollaba como escritor y traductor. Y esa inteligencia y esa creatividad, lo hacían un hombre complejo. Al igual que todos los hombres que conocías.
«El animal femenino que mejor escribe en Latinoamérica», por fin te dijo en el intercambio epistolar que comenzaron a poco del divorcio de Vasco de su primera mujer. Y no lo pensaste más, viajaste a Venezuela para comenzar una convivencia que duraría hasta su muerte. Jamás lo dejarías solo, ni en los peores momentos del matrimonio.
Se me ocurre que les tocaba vivir en una Latinoamérica efervescente de artes, de querer cambiar el mundo, del amor por todas partes aun en los tumultos de la región.
«El techo de la Ballena» fue un reducto de ebullición literaria y de choque político. Vasco pasó a ser una referencia allí. Ustedes siempre habían convergido en la sensibilidad social pero no te interesaba participar en la militancia «anarcoide».
Tu marido ayudaba a todos sus conocidos, daba dinero a quien se lo pidiera o necesitara. A un amigo le prestó el auto y se lo extravió. Esa tarde de clima caliente, pelearon, gritaste y tiraste el televisor por la ventana; ya que no le importaban los bienes materiales, por fin se quedarían sin nada.
Fueron y vinieron de Venezuela, Uruguay y Chascomús durante la década del 60. Y al observar fotos, me invento una construcción de imagen única que muestra toda tu felicidad posible. Veo los cambios de las edades de Carmen y Clarita, las cenas con amistades literarias. A tu hermano César de visita en Venezuela. Vos aparecés resplandeciente.
Pero no hay escritos tuyos de esa época. Vasco, en cambio, se convirtió en un escritor de valía aunque el hecho de permanecer en el exterior, no le ayudaba a su difusión en Argentina.

***

y finge que se peina/desnuda eternamente/
y se despierta viva/contra viento y marea

Juan Vasco a Clara Fernández Moreno

Fue muy difícil cuando tu esposo quedó postrado por su enfermedad, y ustedes ya residían otra vez en nuestro país. Pasaste a ser el sostén único de la casa con tu título en Letras.
También vendrían cambios políticos en Argentina que irían para peor. Luego del bestial año 76, la persecución tocando la puerta, los amigos que desaparecían. Llegaron a entrar en tu casa con Vasco parapléjico. No llegó a mayores por pura casualidad.

—Tuvimos mucho miedo. Estábamos todos vigilados. Nicolás Espiro era vecino nuestro, y además de poeta, un psicoanalista y militante. Lo fueron a buscar a su departamento varias veces y no lo encontraban. Entonces venían al nuestro que era contiguo. Con identidades falsas preguntaban por él para saber cuándo ubicarlo.
—Yo recuerdo el temor de Clara ya de muy grande, no dicho, algo visceral.
—Nunca se sobrepuso. En casa se hablaba sobre los secuestros, que no recuerdo bien porque tenía diez años. Alguna vez escuché, aterrorizada, que a un amigo, Haroldo Conti, «le habían cortado las pelotas».

La poesía dentro de tu hogar se había convertido en una especie de reducto salvador. Ayudabas a tu marido a escribir porque fue llegando el momento en que apenas pudo sostener un lápiz con la boca. Y tu agotamiento se hacía notar, quedaba poco tiempo de concentración para lo propio.
Terminaste contratando una asistente que se convirtió en su amante. «Calamar herido» te llamó a vos Vasco en un poema, «robot de la peor especie», te dedicaba desde sus imposibilidades.
Te mudaste con tus hijas a la casa de tu madre, ahí cerca, y no dejaron de tratarse con él. En realidad, eran dos hogares de los que ocuparse mientras vos ibas por un poco de aire.
Con Vasco, el amor los volvió a unir luego de una larga charla telefónica. La asistente se retiró y ustedes regresaron a la convivencia familiar hasta tu viudez a fines de 1984.

***

Yo estaba naciendo/ cuando me detuvo el miedo/
tanto miedo tenía/ que necesité tres partos/
para llegar al mundo.

Clara Fernández Moreno a su madre


No había posibilidad de que tus hermanos varones te ayudaran con los cuidados cotidianos de tu madre. Viajaban por el mundo y la poesía era central para ellos de un modo distinto al tuyo.
Dalmira, esta madre imaginativa, no pudo participar de la vida cultural pero fundó en secreto el linaje femenino de la escritura de tu casa.
Un cuarto propio fue publicado por la Woolf un año antes de que nacieras, Clara. La movía el optimismo de que habría cada vez más escritoras. Sólo necesitábamos que no hubiera interrupciones en nuestro cuarto y libertad intelectual y patrimonial. Pregonaba que cada una de nosotras tendríamos nuestras referentes mujeres y provocaríamos a otras. Como esa idea de que si el deseo de escribir de una madre se realiza, luego, escribirán sus hijas.
Pienso: tiene que haber poemas tuyos, inéditos, guardados en tu casa. Nadie abandona del todo la escritura. La poesía, su hogar, su madre ¿no cierto?

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Pero y la música de esa voz/de quién es

Dalmira López Osornio

Histriónica. Tu brazo levantado y la valija al costado sobre el piso. Se te estira la ropa por ese movimiento exagerado del cuerpo, esa intención de «acá estoy, mírenme». Esther Pagano Merkert cree que estabas en el aeropuerto de Ezeiza en el 2005, a punto de partir ambas a un Festival en Austria. Dudamos de la fecha y como siempre fuiste clásica al vestir, tu ropa no me sirve para datarla.
Te gustaba estar con gente y ser el centro. Nos invitabas a los amigos de tus hijas a tu casa. Reíamos de tus ocurrencias como cuando organizaste un juego con el estetoscopio de Baldomero. Hasta sus últimos días iban Mario Trejo y su última mujer, y Élida Manselli acompañada por su hijo Lucio Madariaga. La amistad de poetas practicada por décadas. El festejo que conjuraba a los que ya se fueron.
Muchos extrañamos a aquella Clara, ahora mismo. En mi caso no hay tristeza exactamente, es alguna clase de sentimiento nostálgico y afín con la ternura.

—El lugar que ocupaba mi madre era el de la chica bonita, simpática, culta…
—¿Pero no hizo o no quiso hacer una carrera pública como la de César, por ejemplo? Cualidades tenía.
—Es que mi madre se desarrollaba de una cierta forma pero dentro de lo familiar, lo conocido. Me acuerdo de una lectura en Babilonia, donde fue invitada con Arturo Carrera. Había mucho ruido, en este sentido, no era un buen lugar para leer poesía, se escuchaba poco, con interrupciones. Sin embargo, Carrera pasó a leer y se impuso con sus gestos, su voz, sus maneras. Mamá, no, trastabillaba en la lectura, se la veía insegura cuando ella no lee así. Se deslucían sus textos. Claro, no estaba en su casa.

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Nunca dejaremos la vanguardia

Nicolás Espiro


Ninguno recuerda o reconoce ya la orfandad del amor

Paco Urondo

En un bar de la calle Bartolomé Mitre, a fines de los noventa, se llevaban a cabo varios ciclos de poesía, a los que tus hijas asistían. Una noche fuiste a pesar de la prohibición filial de no compartir espacios sociales. Te sentaste sola en una mesa y desde allí nos saludaste al grupo de amigos. Al rato empezaste a levantar la mano hasta pegar un grito en medio de la charla que se desarrollaba en la tarima. El que coordinaba hacía esfuerzos para verte a través de la penumbra de las mesas. Bajo los focos de luz, él y su interlocutor hablaban de los protagonistas de Poesía Buenos Aires y vos no estabas de acuerdo con algo. Hubo un intercambio de opiniones diferentes de una punta del local a la otra. Se terminó por resquebrajar la credibilidad del invitado.
En aquellos momentos existían movidas con cuestionamientos estéticos. Vos no dejabas de ser parte de la memoria viva de lo que se entendía como poesía en vanguardias anteriores.
Un manifiesto de los 50´ dictaminaba: «La vanguardia es para muy pocos, los más veraces, los menos contemporáneos».
En aquellas tertulias de poetas citadinos en su mayoría, leían y traducían a muchos. Pocas mujeres ví en las imágenes en blanco y negro, algunas de ellas, reconocidas, como Alejandra Pizarnik, Elizabeth Azcona Cranwell. Bajo la tuya escribieron: «busca una expresión que, sin dejar de ser íntima, sigue caminos renovadores».
También eran tus amigos con quienes salir al cine o bailar en la oscuridad de las boites. El poeta de nariz aguileña, el seductor Trejo, te elogiaba las piernas pero te pusiste de novia con Paco Urondo, otro apasionado que hizo ese poema social y erótico para vos.
Se dedicaban poemas entre sí, tantas veces, ustedes los de aquel grupo, que podría seguir sus vínculos a través de los epígrafes.
Experimentaban plenos, convencidos de que la poesía agitaría al mundo.

LA POESÍA ES AHORA LA CORDIALIDAD PERMANENTE DE LA INTELIGENCIA Y EL SOPORTE MÁS GRANDE DE LAS ÚNICAS Y VERDADERAS ACCIONES HUMANAS. J.E.M.
Y eran rimbombantes.

***

Llegaron los amigos, al carajo

Hugo Figueroa Brett

La edición artesanal de «El día de la vida», que hizo el poeta Figueroa Brett en Maracaibo, terminó siendo un collage gracioso que incluye desde fotos hasta un poema de Vasco. En su interpretación, produce un contraste entre el tono de tu escritura, las imágenes de gente alegre reunida y una contratapa afectuosa. El título del libro así se redimensiona.
En la tapa, vos de perfil abrazando a tu Juan Vasco que mira hacia adelante y te pasa el brazo por la espalda. No están en pose en esa imagen, la toma se hizo en plena charla íntima.
Todos seres radiantes en un brindis anterior a cualquier mal designio. Sin sufrimientos ni enfermedades crueles.
«Hace mucho días o meses o años/como cien/en realidad una grande y larga cantidad de años/yo era yo/cometía las cosas comunes/eso eran antes/ahora/soy solamente la flecha de un arco tendido hacia tu mundo». Escribiste esta idea a tus veintipico de años en aquella revista emblemática, creías que el tiempo podía ser moldeado al propio antojo. Confiabas en las palabras de la poesía, esa ficción huidiza.


Clara Fernández Moreno nació en Buenos Aires el 13 de agosto de 1930. Hija de Baldomero Fernández Moreno y Dalmira López Osornio y la única mujer de tres hermanos. Se recibió en la facultad de Letras de la UBA y ejerció como profesora en colegios secundarios. Organizó eventos y reuniones literarias en diversos ámbitos de la cultura. Ganó el premio municipal de poesía inédita bienio 82/84, cuyo título publicado es «El día de la vida»
Fue hija, hermana y esposa de escritores y supo hacer oír su voz. Se casó con Juan Antonio Vasco, escritor argentino perteneciente al movimiento surrealista, con quien tuvo a sus dos hijas: Carmen y Clara Vasco.


Catalina Boccardo (Argentina). Abogada de formación interdisciplinaria, Prof. Universitaria, Máster en Escritura Creativa. Ejerció también como docente en diversos niveles de Educación Formal. Algunas de sus publicaciones en poesía son: «Formosa» (Suri Porfiado, 2015); «El viaje y el ombligo» (Plaquette, Ed. Yaugurú, Uruguay, 2017; «Punto Ciego» (E-book), compilación de poemas y fotografías de propia autoría (Biblioteca las G. Naciones, País Vasco, 2017); «El Pico de los Pájaros» (Barnacle, 2021); «Bailar» (GG Editora, 2021). Sus poemas se encuentran en numerosas revistas y páginas de difusión de poesía así como en antologías. Varios de sus libros están pendientes de publicación. Realiza reseñas para suplementos literarios. Incursiona en el collage y la fotografía artística, con los que ha participado de muestras y obtenido algunas menciones.

Escrito por

Revista cultural y literaria de la Fundación Cultural Esteros.