En la narrativa de Morrison, los fantasmas se vuelven carne: no solo son los personajes, sino también las influencias, otros escritores, otros maestros, los que pueblan las palabras de Morrison que Bryan Mosquera explora en esta reseña.
Por Bryan Andrés Mosquera Romero
Toni Morrison parece haber tomado muy al pie de la letra la enseñanza de Faulkner: «El pasado no ha pasado, ni siquiera ha dejado de pasar», dijo el también nobel, en su momento. Pero Morrison no hace del pasado un recurso novelístico: lo hace un personaje. Y allí, en esa transmutación, en esa dotación de alma y cuerpo, nace «Beloved». Escrita en 1983, «Beloved» fue la tercera novela de Morrison, quien ya contaba con dos novelas que pronosticaban una tercera más que vencida. Venció: Toni lo logró. Tradujo la enseñanza del maestro a su narrativa. Creó un personaje tan lleno de pasado, que la calidad evanescente hace preguntarnos si es o no un fantasma, o si fue una traición de la siempre adelantada memoria de los vivos.
El inicio de «Beloved» confirma, desde luego, la calidad evanescente: «En el 124 había un maleficio: todo el veneno de un bebé». Allí, en la casa del 124, podemos ubicar a Sethe, una negra, ya no esclava, que vive en los primeros años del fin de la esclavitud norteamericana. Junto a Sethe vive Denver, su hija, quien ha estado con su madre más de lo necesario. Tanto que, a sus 18 años, aún cree que la casa está encantada: que existe una bebé traviesa, cuyo oficio de turno es tirar las ollas, romper los platos, regar el azúcar. Lo que vamos descubriendo en la novela es que Sethe, en realidad, tuvo otra hija: Beloved. 18 años atrás, con Denver aún en brazos, Sethe contaba también con Beloved. Pero antes de ser libre, Sethe logra escaparse, con tan mala suerte que es perseguida y, para evitar el más que probable sufrimiento de su recién nacida, degolla a Beloved con sus propias manos.
Más que un acto de amor, Sethe y Denver aceptan con resignación el fantasma de Beloved. Lo dejan andar a sus anchas, que revolotee y haga parte, por lo menos como endecha y maldición, de la vida. Así transcurrieron los primeros dos lustros de Sethe, acosada por el pasado y tratando de vivir con la única hija que le quedó en suerte. Tiempo después, muere la madre del esposo de Sethe, Baby Suggs, y en la deriva sin la matrona que durante mucho tiempo fungió de guía, Sethe, y por lo mismo Denver, caen en la turbulencia fantasma. Hasta que un día empiezan a suceder eventos que demuestran la verdad del acoso del pasado: no permite olvidar.
Ese día empieza con la llegada de un hombre. A la casa del 124 llega Paul D, viejo compañero de Sethe en Sweet Home, la plantación escalvista donde Sethe conoció el amor de los negros y la verdad del blanco. Pero Paul D llega pisando fuerte en el pasado: habla con el fantasma, siente la presencia, lo saca con gritos. Entonces Paul D pasa la primera noche junto a Sethe, rememorando las veces que la vio por Sweet Home, donde Sethe pertenecía en la noche a Halle (papá de Beloved y Denver) y en el día a los blancos. Ahora Paul D. la tiene por completo, así que los besos y el desenfreno culminaron en la primera noche de Sethe con un hombre luego de dieciocho años. Y es allí, cuando Sethe decide darse la oportunidad con un hombre, que cobra vida el Pasado.
Sethe, Denver y Paul D. salen a la feria. Allí, la narradora nos entrega el fresco de una posible vida que no sería la novela que pretende. Sethe ve a Paul D, luego ve a Denver, y se pregunta por qué no seguir adelante. Sale de la feria con el impulso de una vida prometida. Así va Sethe, pretendiendo llegar a la casa luego de un día de feria, con su nuevo hombre y su hija. Así camina Sethe, con las dos personas que le ha dejado el mundo, hasta que llega a casa del 124 y encuentra en el portón a una joven, cuyo nombre la sorprende más que su desnudez: «Beloved, me llamo Beloved», dice la joven.
El pasado ahora tiene cuerpo. No es un fantasma. Habla. Y dice llamarse Beloved, la hija que alguna vez mató Sethe.
La maternidad y el peso físico del pasado
En una entrevista, Morrison nos aclara cierto aspecto de Beloved: «Quería hacer del pasado alguien con quien el personaje pudiera tomarse un café». Más que una elucubración, el pasado debía tener aspecto, manifestar sueño, hambre, pereza, desgano y, desde luego, ganas de morir. El pasado no ha muerto: el pasado debe tener voz propia y decidir cuándo morir. Así nace Beloved, el personaje. A partir de esta reflexión y de la maternidad, Morrison le da un cuerpo al pasado.
Toni Morrison escribió su primera novela en 1970, a sus 39 años. Cursó sus estudios en filología y logró llegar, no sin varios tropiezos, a ser editora de Random House en 1960. Serían veinte largos años hasta escribir «Beloved», en plena maternidad. Así lo recuerda: «Durante mucho tiempo, empezar a escribir antes del amanecer se volvió una necesidad. Tenía hijos muy chicos y necesitaba usar el tiempo antes de que dijeran “mamá”, y eso era alrededor de las cinco de la mañana». Luego, al dejar el trabajo de editora y poderse consagrar de lleno a la escritura, descubrió el valor del tiempo materno que no se comparte: conoció los sonidos de su propia casa, lo que la llevó a tener más claridad y confianza, dice Morrison. Tal y como Seth, Morrison también es madre: cargar, desde el inicio, con el peso del deber materno, casi es tan físico como el peso del pasado. Solo que, a riesgo de equivocarme, el primer peso resulta más evidente que el segundo.
Sethe también trabaja, y trata de vivir su vida sin descuidar a Denver o a la reaparecida Beloved, como tampoco a Paul D. Parece no cuestionarse, por lo menos hasta cierto punto, la verdadera identidad de aquella advenediza que un día, tal vez por broma, dijo llamarse Beloved. Así avanza la novela, hasta que de nuevo el pasado alcanza a Sethe: un compañero del trabajo de Paul D. le enseña un recorte de periódico, en el cual se habla de la aciaga noche donde Sethe degolló a su hija, Beloved. Así, aquel día, ahora adquiere forma corporal, pero también está registrado en un pedazo de papel que pone la vida de Sethe —o el intento de vida recién emprendida— en jaque.
Es cuando Paul D. deja a que logra verse con mayor profundidad el peso del pasado. Paul D. representó, en su momento, la posibilidad del futuro. Y es al perderlo, símbolo de aceptar por completo el pasado, que la casa del 124 ya no está bajo la tutela de un fantasma, sino de una aparición más real. Poco a poco Sethe empieza a perder el juicio; ahora, sin el descuido que podía proporcionarle una nueva aventura con Paul D., la madre consagra la nueva oportunidad al cuidado del recuerdo de su hija, o de la reencarnación de su hija. Pierde el trabajo que tanto le costó conseguir. La entrega es una ceguera tan embebida por los recuerdos, que Sethe pierde el juicio: ahora, en palabras de Denver, Sethe parece la hija y Beloved la madre. Beloved cuida a Sethe, la regaña, la palmotea, usa su ropa, la reprende. Aquella macabra escena, la larga estela del pasado, que en vez de ser espuma de mar parece más una nubarrón encapotado, oscurece la vida de Sethe, la recluye en su propia casa, con Beloved al mando. Eso es: Beloved ahora toma la bitácora, empieza a vivir la vida de su asesina. O también: de su madre.
Ante tal espectáculo de malversación de roles y temporalidades cruzadas, Denver representa el polo a tierra, que se fija y sale del hermetismo de su posible hermana y su ya más que perdida madre. Va por ayuda, hasta que llegan las demás matronas negras del pueblo en lo que parece un exorcismo. Con tan mala suerte que al llegar, y al buscar a la supuesta Beloved, solo encuentran a Sethe, atormentada con el pasado. Es demasiado tarde: Sethe ahora también es una aparición, quedó varada en sus recuerdos. Y no hay tren que valga para entonces.
La ambigüedad: Morrison y la larga tradición de la forma
¿Es Beloved un fantasma? Durante el transcurso de la novela, la narradora se encarga de confundir esta pregunta. La deja sin resolver, incluso hasta el final. Por momentos, en ciertos pasajes, la narradora adquiere cierto tono de estratega: como migajas, pone personajes que hablan de una niña que duró escondida y fue abusada durante años por un blanco, que se escapó por la misma semana en que la supuesta Beloved apareció en el 124. Con esta estrategia, lo que busca Morrison es vincularse a una larga tradición: la de la novela y su forma.
Como bien lo menciona el escritor Javier Marías, la novela hace las mejores preguntas, pero no las responde. El material de la novela está construido a partir de la ambigüedad. Basta unos cuantos ejemplos para explicarme. ¿Está el Quijote loco?¿Es K. culpable?¿Es Madame Bovary una infiel? ¿Es Raskolnikov un asesino? Y añado la pertinente: ¿Es Beloved un fantasma? La respuesta, desde luego, quitaría la oportunidad de reflexionar e ir a los territorios donde la novela, con su actitud desafiante, nos lleva. Y es que en la narrativa de «Beloved» logra apreciarse este recurso, muy Faulkneriano también de por sí.
Imagino a Toni Morrison escribiendo con Santuario, de William Faulkner, a su lado. Aún no ha amanecido: los niños duermen, el sonido de la cafetera y de la noche de Manhattan le llegan como antesala al amanecer. Sirve un café y coloca el pocillo en el escritorio. Allí también reposan los apuntes sobre la cuestión racial en Estados Unidos, y se detiene, por un momento, en la portada de Santuario, la novela de William Faulkner. Quizá vive el momento eterno donde aún no cuaja el tono de la narración, y por eso se toma la licencia de un café. Da un sorbo y abre la historia de Santuario. En la violación con una tusa de mazorca, Toni halla —o recuerda— la solución del lenguaje que busca. En Santuario, Faulkner no habla de la violación como tal, sino hasta poco antes del último cuarto del libro. Toni, en efecto, también utiliza ese recurso: no pone sobre la mesa del principio el degollamiento de Beloved por parte de Sethe, sino que tramita el recuerdo y el peso del pasado a partir de las acciones de Sethe en el presente. La claridad llega al final, cuando logramos apreciar —sin juzgar— lo realmente sucedido. Faulkner no empieza Santuario diciendo: Popeye en la caballeriza violó con una tusa de mazorca a la incauta Temple Drake. No. Aquel acto de tremendismo —como también lo es, para el caso de Beloved, el asesinar a la hija propia— debe llegarnos de a poco, construir un mundo habitable donde la narración logre, en cierto momento, superar el tremendismo y suspender el juicio, elaborando las mejores preguntas.
Allí empieza la literatura. Como dijo alguna vez Nabokov: no son las partes lo que importa, sino la forma.
Toni Morrison. (Lorain, Ohio; 18 de febrero de 1931-Nueva York, 5 de agosto de 2019), fue una novelista, ensayista, editora y profesora estadounidense ganadora del Premio Pulitzer en 1988 y del Premio Nobel de Literatura en 1993. En 1960 se convirtió en la primera editora negra de ficción en Random House, en Nueva York. En sus obras, Morrison habla de la vida de la población negra, en especial de las mujeres. Era una combatiente a favor de los derechos civiles y comprometida con la lucha en contra de la discriminación racial.

Bryan Andrés Mosquera. Nace en Bogotá, estudia en Medellín. Escribe y escribe…