Desde Ecuador y por generosidad de los organizadores, como testimonio de este encuentro de poetas, presentamos una muestra de poemas de «Poesía en Paralelo Cero», que cada año ofrece una antología conmemorativa.
Por Juan Suárez

Ana Luisa Amaral
(Portugal, 1956)
UNA BOTÁNICA DE LA PAZ: VISITACIÓN
Tengo una flor
mas no sé su nombre
En el balcón,
perfume común
de otros aromas:
cayenas, un rosal,
un puñado de citronela
Mas esos son prodigios
de otra mañana:
porque esta flor
brotó con hojas de verde
ensombrecido,
minúsculas y leves
No la amenazan bombas
ni románticos vientos,
ni misiles o tornados,
ni ella sabe, aunque está cerca,
de la sal inquietante
que el mar trae
Y el cielo azul del otoño
simulando verano
es, para ella, bendición,
como el agua pequeña
que le doy
Debe ser esta
una especie de paz:
Un secreto botánico
de la luz
(«Entre otras noches», Rocca Ediciones, transl. Lauren Mendinuetta, 2013)
Ana Luisa Amaral. Es autora de más de tres decenas de libros, sobre todo poesía, pero también teatro, ficción, infantil o ensayo. Tradujo a autores como Emily Dickinson, William Shakespeare o Louise Gluck. Sus libros están publicados y traducidos en varios países. Ha obtenido numerosos premios y distinciones entre los que destaca el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2021. Es profesora jubilada de la Universidad de Porto y sus áreas de pesquisa son los Estudios Feministas, los Estudios de Género, las Poéticas Comparadas de los Estudios Queer.

Dennis Ávila Vargas
(Honduras, 1981)
PAÍS NOSTALGIA
Una voz me persigue,
rompe el silencio
con la fuerza de un animal
que tiene sed.
Mi tranquilidad no es un prado
ni puedo garantizarle
que no voy a morderlo.
Su tormenta vive en mi cabeza.
Me encantaría despertar
y bordear estas heridas sin atropellarlas.
Hay una multitud en cada paso que doy.
Las huellas que he dejado tras de mí
suponen un país:
un país de donde huyen
los seres que me habitan.
(«Historia de la sed», 2019)
Dennis Ávila Vargas. Una selección de sus primeros libros de poesía se reúne en la antología «Geometría elementalÇ (Casa de Poesía, Costa Rica, 2014). Su libro «Los excesos milenario»s, obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador” (Ediciones Diputación de Sala- manca, 2020). La Colección Primavera Poética publicó su antología Escuela de pájaros en la plataforma virtual Lima Lee (Perú, 2020). Reside en Costa Rica.

Carlos Calero
(Nicaragua, 1953)
LO ÚNICO QUE NO BAJA A LA TIERRA
Cuando a un cazador se le muere la mujer
entierra con ella sus senderos.
Entierra algo más que su soledad y Los Pirineos.
Bajan a la tierra su noche y las lunas.
Baja su casa de piedras.
Baja el silencio del bosque y los cascarones de la nieve.
Baja la sobrevivencia y la carne sin grasa y macerada.
Bajan el jarro de hierbas y las cabras.
Baja el milenario vértigo del deseo convertido en recuerdo.
Bajan los ojos de esa mujer masticados por los espejos.
Bajan los árboles tejidos por el agua dura
entre los troncos envejecidos.
Bajan las pieles despellejadas.
Bajan el carbón y el fuego contra el lomo empinado de la nieve.
Bajan las osamentas congeladas de los animales cazados.
Bajan las sombras del frío por los agujeros de la madrugada.
Cuando a un cazador se le muere la mujer,
lo único que no baja a la tierra
es el amor por ella que mata a los lobos.
(«Hielo en el horizonte», 2021)
Carlos Calero. Trabajó en los Talleres de Poesía que impulsó el poeta Ernesto Cardenal. Fue docente de secundaria y la Universidad Católica de Costa Rica. Fue ganador de la convocatoria para publicaciones de poesía en el Centro Nicaragüense de Escritores en el 2000. Ha publicado, entre otros: «Arquitecturas de la sospecha» (2008), «Cornisas del asombro» (2008), «Geometrías del cangrejo y otros poemas» (2011), «Las cartas sobre la mesa». Antología Generación de los Ochenta. «Poesía Nicaragüense» (2012), en coautoría con el poeta Carlos Castro Jo. Ha sido antologado e invitado a diversos encuentros en varios países.

María Casiraghi
(Argentina, 1977)
LA PRIMAVERA Y LAS PALABRAS
A Gabriela Franco
¿Cuál es el defecto de la primavera?
La primavera es perfecta.
El aura del día es su memoria
ese portón de jazmines paraguayos
un pasillo de magnolias
la blusa verde de hombros desnudos
y el perfume que te regalaron
tu primer esencia
sentías que crecías
cuando te perfumabas.
¿Cuál es el don de las palabras?
Las palabras son perfectas
siembran lo que cosechan
dan y reciben en un equilibrio matemático
están siempre en ambos lados de la balanza
y se cuidan y te cuidan
para que descanses cuando llega la noche
y que no sufras cuando nada importa.
Las palabras
tienen un don humano: la acción.
Cuando la acción destruye
ellas se defienden
con ese mismo don que tiene Dios
de no sentir ninguna culpa.
(«El tao de las palabras», 2021)
María Casiraghi. Es poeta, narradora y periodista. Autora de varios poemarios, entre los más recientes: la antología poética «Vaca de Matadero» (2017, Ed. Summa, Lima, Perú), «Música griega» (2019) y «El Tao de las palabras» (2021). En narrativa, es autora de Nomadía (Monte Ávila, Venezuela, 2010), y de Otro dios ha muerto (Alción, 2016). Ha publicado también obra periodística y ha sido traducida a diversos idiomas.

Yirama Castaño Güiza
(Colombia, 1964)
PARQUE NEVADO
Comienzo con la paciencia
que me concede el corazón de un pájaro
Desde ayer late en mí un escudo para el tiempo
Entonces,
la muerte es nuestro gran espejo
Acerca su manto a contraluz
y cuando llega la videncia
nos quedamos dentro
Damos pasos largos
entre cintura y espasmo
En el deslizar de la cascada
el agua corre por las venas
Abrazo de las piedras
donde no hay espacio para las fisuras del invento
El bosque es el único encanto:
sigilo y guardián de los silencios
Recogimos el temblor en nuestros cuerpos
Como talismán
tomé el cristal de las batallas
Yirama Castaño Güiza. Poeta, periodista y editora. Entre sus últimos libros se encuentra: «Naufragio de luna», 1990; «Corps avant l´ oubli Cuerpos antes del olvido» (Yirama Castaño, Stéphane Chaumet y Aleyda Quevedo), Ediciones de la Línea Imaginaria, Ecuador, 2016; «Poemas de amor» (Yirama Castaño, Josefa Parra), Ediciones Corazón de Mango, 2016. Ha participado en diversas antologías y encuentros.

Jorge Castillo
(Ecuador, 1983)
AMOR EN DEFENSA PROPIA
Una vez rastrillada el arma
se pretende saber hacia dónde se apunta.
Súbitamente alguien irrumpe desde la bruma y enseguida bajamos la guardia.
Indefensos,
colgamos la armadura en alguna silla desolada.
Un arsenal de puntas de obsidiana en tus pupilas me acorrala
me cohíbe me provoca.
La comisura de tus labios no me deja más remedio que filosofar sobre las maneras y las luchas.
Ante tanta alevosía, libidinosa melancolía,
amarte mujer,
amarte en defensa propia.
(«El sonido de los laberintos», 2021)
Jorge Castillo. Es guía nacional de Turismo (2005). En el 2021 publica su poemario «El sonido de los laberintos» a través de El Ángel Editor. En el mismo año la Universidad Andina Simón Bolívar publica su ensayo «Enrique Males. El canto espiritual y político de los Andes». Músico, cantautor, mediador cultural y caminante.

Juan Castillo Valdospinos
(Ecuador 2001)
CAPITÁN, NO CONFÍE TANTO EN LOS DIOSES
Cuando la diosa te abandone, capitán, ¿qué harás?
Cuando, con sus rubios cabellos, destroce la quilla
y con remolinos encalle tu cuerpo entre las rocas,
capitán, héroe de cien pueblos, argonauta, ¿qué harás?
Ahora te ama,
los remos vuelan sobre las vinosas olas
y una leve briza impulsa nuestras velas al horizonte,
pero si un día nos olvida, si un día le fallas al declinar,
será nuestro fin. Jasón, no confíes tanto en los dioses.
Juan Castillo Valdospinos. Estudia comunicación social en la Universidad Central del Ecuador y hace activismo ambiental, social y de derechos GLBTIQ+ en varias asociaciones y organismos. Ha publicado poemas y traducciones en revistas de nacionales e internacionales. Fue semifinalista en el Premio Nacional de Poesía “Paralelo Cero 2020” y finalista en el Premio Internacional de Poesía “Paralelo Cero 2021”.

Luis Correa Díaz
(Chile, 1961)
LAS COSAS SIMPLEMENTE
algo que no he perdido del niño
que fui —y lo recuerdo a él como
lo haré con este sexagenario casi
desde la eternidad sin sol de los
hombres— es ese hablar casual y
alejado de cualquier intento
poético, aunque ahora
quisiera convertir esos diálogos
del olvido en poemas para una hija
que no tuve, con las flores, perdón
a todas si pisaba alguna, igual
con las lagartijas cuando
les cortábamos la cola, con el agua
hasta de una poza en la calle,
con los insectos de toda nombradía
que sigo adorando, pocos juguetes
hubo y estoy seguro que a la larga
ha sido una bendición, soy hijo
de una pantalla que no simula
el mundo, pero como cualquiera voy
emigrando y hablo —sollozo
a veces traspasado de nostalgia
del futuro —con las formas digitales
de la ausencia, yo mismo una …;
no habiendo leído todavía
en ese entonces a Yanis Ritsos
me sorprendo de estas coincidencias
(«Ingeniería solar», inédito)
Luis Correa Díaz. Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y profesor de Digital Humanities y Human Rights en la University of Georgia-USA. Autor de varios libros y artículos críticos, entre los que destacan el e-book colectivo Poesía y poéticas digitales/electrónicas/tecnos/New-Media en América Latina: Definiciones y exploraciones (2016); Ha publicado varios poemarios, entre ellos: «Americana-lcd» (2021), «metaverse» (2021); «Los Haikus de Gus» (2021 y 2020); «Maestranza de San Eugenio» (2020); «Diario de un poeta recién divorciado» (2020 y 2005).

Alejandro Cortés González
(Colombia, 1977)
ABREN LAS MANDARINAS SU HECHIZO DE LUZ
Algo me dice que mi hijo está solo
recién salido de la ducha
con la piel húmeda sobre las sábanas
Se levanta tarde
sediento entre alcoholes negros
debe echar de menos las mandarinas que le daba cuando niño
cuando llegaba de jugar fútbol con las rodillas verdes
y devoraba cada gajo en un segundo
Creo que mi hijo piensa en cómo era la vida
cuando existir importaba más que ser útil
Se acordará de los programas de televisión:
Los guardianes del universo
protegían la bondad de los niños solos
Mi instinto me dice que está tirado en la cama
El aire de flores desnudas entra por su ventana
Fijará las pupilas en un punto de la pared
o del armario debidamente ordenado
y con la toalla secará la sal de su cara
¿Se acordará de sus ojos cerrados cuando le bañaba la espalda?
El diciembre que nos hicimos distantes
no pesa más que todos los diciembres que estuvimos juntos
Yo solo puedo presentir cuando él me piensa
y verlo como a un niño
sin importar sus años
Si yo supiera de premoniciones
juraría que mi instinto sabe más de lo que conozco
Si yo supiera de señales
dibujaría el punto en la pared donde fija la mirada
Pero soy su madre
solo sé esperar
Solo sé esperar
a que me visite un domingo a mediodía
y poder darle
todas las mandarinas del mundo.
(«Sustancias que nos sobreviven», 2015)
Alejandro Cortés González. Autor de varios libros, entre: «Notas de inframundo» (Novela sobre el rock y metal en Colombia, 2010), «Del relámpago nacerán luciérnagas» (Novela, 2018), «Instantáneas dominicales» (Poesía, 2019), «Alma- naque Bristol 1987» (Poesía, 2019) y «El álbum púrpura» (Poesía, 2021). Es músico de Grave Compañía —ensamble de poesía y rock experimental—, director de talleres de creación literaria, y director de la Fundación Trilce, entre otras actividades.

Ana Corvera
(México, 1984)
HERIDA NEGRA
A margarita Minerva Villarreal
“Quien sabe del dolor, todo lo sabe”
Dante Alighiri
Una herida resplandece en el interior de una mujer.
Es apenas un punto pero camina con ella
e intrusa, al amparo del silencio, coloca su reloj.
Arena que gotea y se expande en un código
sin verbos; dolor que sólo se descifra
en la imagen y en la sangre.
Una herida negra eligió, como siempre, la belleza.
Ahora se resguarda del sol en un cuerpo
que la llora y la escribe.
Crece dentro de una niña de cabellos rojos
el lenguaje que nadie puede detener.
Una herida es capaz de iluminarnos.
El naufragio que somos puede borrarse
sobre una cama de hospital,
pero no las conquistas del verbo sobre la historia;
no la serenidad ni el abrazo de una madre que corría
por el umbral de los elevadores en otro continente.
En cada lágrima se intuye una herida
Refulge la promesa de la muerte en nuestro territorio.
Cuando llegue y crezca,
alumbrada por su propio lenguaje,
cuando ya nadie la pueda detener,
nos quedará, como a la dama de cabellos rojos,
el amoroso silencio del mundo
hacia la herida que fuimos.
(«Revista El Cobaya»; Salamanca, España, 2020)
Ana Corvera. Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la UdeG, obtuvo el Premio Nacional para Proyectos Artísticos y Culturales en 2004 y el Premio Estatal de Ensayo Mauricio Magdaleno en 2006. Ha publicado en varias revistas. Su libro «Nocturno corazón de los insectos» (Taberna Libraria) es un híbrido entre narrativa y poesía. Actualmente divulga ciencia, colabora en el programa Cuenta Conmigo de Televisión Educativa y es asesora del coloquio internacional Voces desde el llano.

Luis Alonso Cruz
(Perú, 1981)
HOJAS DE TÉ
Cada uno va llegando,
cada hombre y mujer imaginado
y se dejan caer como hojas
en una tetera
en una memoria
y van destilando lo que
se puede decir,
lo que callan
va al fondo.
Cada uno ha llegado,
se sientan en sus respectivos lugares,
me dejan la parte de la mesa
que me hace juez,
y representamos
los viejos juicios
algunos quieren tener sangre
bolchevique en las venas
los otros quieren esa sangre
entre las manos.
La tarde da paso a simetrías
las figuras de mis amigos
(hombres y mujeres imaginados)
se transforman en alces,
serpientes,
cuervos,
osos,
todos heridos de distintas formas.
Yo les reparto la sal
para que disfruten sus heridas.
¿Cómo se nos verá desde fuera?
Seguramente seríamos un buen desafío para el lenguaje,
para un poema,
para un cuento
o una novela
pero no hay tiempo para más,
son las tres de la mañana
y el vapor de la última gota
ha desaparecido con ellos.
(«Hombre Fractal», 2018)
Luis Alonso Cruz. Publicó los libros: «Tetrameron» (Fondo de la Universidad de Lima, 2003), «Lumen» (Nido de Cuervos, 2007); «Radio Futura» (Lustra Editores, 2008); «Osario de Criaturas Perplejas» (MiCielo Ediciones, 2014), «La Música del Hielo» (Pájaro en los Cables Editores, 2015); «Hombre Fractal» (Bisonte Editorial, 2018) y «Jardín Mecánico» (Editorial Primigenios, 2020. Formato E-book). Ha sido finalista del premio Nacional de Poesía (Perú, 2019). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y aparece en diversas antologías.

Elisa Díaz Castelo
(México, 1986)
CREDO
Creo en los aviones, en las hormigas rojas,
en la azotea de los vecinos y en su ropa interior
que los domingos se mece, empapada,
de un hilo. Creo en los tinacos corpulentos,
negros, en el sol que los cala y en el agua
que no veo pero imagino, quieta, oscura,
calentándose.
Creo en lo que miro
en la ventana, en el vidrio
aunque sea transparente.
Creo que respiro porque en él pulsa
un puño de vapor. Creo
en la termodinámica, en los hombres
que se quedan a dormir y amanecen
tibios como piedras que han tomado el sol
toda la noche. Creo en los condones.
Creo en la geografía móvil de las sábanas
y en la piel que ocultan. Creo en los huesos
sólo porque a Santi se le rompió el húmero
y lo miré en su arrebato blanco, astillado
por el aire y la vista como un pez
fuera del agua. Creo en el dolor
ajeno. Creo en lo que no puedo
compartir. Creo en lo que no puedo
imaginar ni entiendo. En la distancia
entre la tierra y el sol o la edad del universo.
Creo en lo que no puedo ver:
creo en los ex novios,
en los microbios y en las microondas.
Creo firmemente
en los elementos de la tabla periódica,
con sus nombres de santos,
Cadmio, Estroncio, Galio,
en su peso y en el número exacto de sus electrones.
Creo en las estrellas porque insisten en constelarse
aunque quizá estén muertas.
Creo en el azar todopoderoso, en las cosas
que pasan por ninguna razón, a santo y seña.
Creo en la aspiradora descompuesta,
en las grietas de la pared, en la entropía
que lenta nos acaba. Creo
en la vida aprisionada de la célula,
en sus membranas, núcleos, y organelos.
Creo porque las he visto en diagramas,
planeta deforme partido en dos
con sus pequeñas vísceras expuestas.
Creo en las arrugas y en los antioxidantes.
Creo en la muerte a regañadientes,
sólo porque no vuelven los perdidos,
sólo porque se me han adelantado.
Creo en lo invisible, en lo diminuto,
en lo lejano. Creo en lo que me han dicho
aunque no sepa conocerlo. Creo
en las cuatro dimensiones, ¿o eran cinco?
Creí fervientemente en el átomo indivisible;
ahora creo que puede
romperse y creo en electrones y protones,
en neutrones imparciales y hasta en quarks.
Creo, porque hay pruebas
(que nunca llegaré a entender),
en cosas tan improbables e ilógicas
como la existencia de Dios.
Elisa Díaz Castelo. Autora de Proyecto Manhattan (Antílope, 2021), ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por «El reino de lo no lineal», del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2017 por «Principia» y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por «Cielo nocturno con heridas de fuego», de Ocean Vuong. Ganó primer lugar en el premio Poetry International del 2016, el segundo lugar del premio Literal Latté 2015 y quedó entre los semifinalistas del premio Tupelo Quarterly 2016. Poemas suyos aparecen en varias antologías y revistas.

Tallulah Flores Prieto
(Colombia, 1957)
COSAS DEL RÍO
A Gabriel Jaime, quien me enseñó la luz.
Sin embargo, la luz. Eso decías.
Pero hemos visto cómo la ciudad se tuerce
cuando de las montañas surge el ocaso con los muertos futuros
que poblarán la noche en las cloacas del río.
Todo ha sido decretado
irrevocablemente
para la montaña, el ocaso, la noche y el río.
El hombre contra el hombre, levantando la voz y las pezuñas,
pleno de odio y amor desbordados.
Pero el amanecer despierta,
y a plena luz del sol
tan poco qué decir.
La brisa se agita y en el aire flota uno que otro hueso de la noche última,
los ladridos de un perro confundido, el mango de un cuchillo,
el humo del fogón ya levantado, un leve olor a carne ya podrida,
una mujer guardando algún secreto malo mientras ata desperdicios a su cuerpo,
y el gemido de un niño bulle en su entrepierna.
Sin embargo, sabemos continuar.
Con algo de vigor, recobramos el sentido.
Hoy no hay que trabajar.
Además, es verano.
En Medellín se espera el renacer del río,
y hay una luz esplendorosa en estos días.
(«El revés de la caída – poesía reunida», 2015)
Tallulah Flores Prieto. Lingüista, poeta y traductora. Publicó «Poesía para armar» (Plaza & Janés, Bogotá); «Cinematográfica» (Ediciones Miguel Rasch Isla, Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla); «Voces del tiempo» y «Nombrar las voces» (Ediciones Luna Hiena, Bogotá). Recibió el Premio de Arte y Poesía, Festival Internacional de Poesía de Curtea de Arges, Rumanía. Ha sido traducida y publicada en revistas literarias y diversas antologías en Colombia, Latinoamérica, España, Francia, China y Rumanía.

Amadeo Gravino
(Argentina, 1945)
SALMO
nos odian Señor
porque no escuchamos
ni creemos sus mentiras
el falso relato que quieren imponernos
porque no nos asusta su fascismo
sus atropellos
ni sus amenazas
porque salimos a la calle
a reclamar justicia
a defender la democracia
la república
la libertad
la suerte de los pobres
y los desgraciados
nos odian Señor
por nuestra calma
por nuestra serenidad
porque somos felices
a pesar de ellos y la prepotencia
que vuelcan sobre nosotros
porque los enfrentamos sin violencia
solo confiando en vos y en la verdad
porque amamos a los desamparados
que ellos engañan y explotan
con sus falsas promesas
que jamás se cumplen
porque no perdonamos
que hayan llevado a tanta gente
a la desesperación
a la indigencia
mientras que ellos se enriquecen
a espaldas de todos los que sufren Señor
dulce Señor de los humildes
en vos confiamos
en tu fuerza
y te rogamos:
libranos de estos sinvergüenzas…
Amadeo Gravino. Hasta la fecha publicó más de 60 títulos en poesía. Figura en numerosas antologías. Compiló unos 10 libros de poesía de otros autores Ganó distintos premios y ha sido traducido a varios idiomas. Integra el Grupo Coordinador del Café Literario “Antonio Aliberti”, uno de los más antiguos y más prestigiosos de su país.

Waldo Leyva
(Cuba, 1943)
YO NO PEDÍ NACER
Cuando un hombre y una mujer se juntan,
¿tendrán en cuenta que al hacer el amor
son como dioses,
que del acto de amarse,
de intercambiar sus jugos esenciales,
puede venir después un ser
que tendrán un nombre,
un modo de tocar las cosas,
un beso para el beso o el azote?
Mientras funden sus cuerpos
hasta lograr que la piel sea una sola,
que baste una boca para respirar,
que lata un corazón para los dos,
¿pensarán entonces
que nadie les ha pedido venir a este paisaje?
¿Serán capaces de ofrecer disculpas?
Waldo Leyva. Poeta, ensayista, narrador y periodista. Ha publicado más de 25 libros de poesía, entre ellos: «El rumbo de los días» (2010), Premio Casa de América de Poesía Americana. «Cuando el cristal no reproduce el rostro» (2011). Con esta antología obtuvo el IV premio Víctor Valera Mora que otorga el Ministerio de Cultura de Venezuela y el Centro Rómulo Gallegos. Sus poemas han sido traducidos varios idiomas. También ha publicado: «El otro Lado del Catalejo» (Libro de entrevistas); «Ensayos sobre la décima en Iberoamérica» y «El otro lado del catalejo» (Ensayos). Posee el Premio Rafael Alberti.

James Martínez Torres
(Ecuador, 1949)
GUAYAQUIL (I)
Como se despiden los amigos que empiezan a envejecer
A acusar la devastación de los años (…) / Ojalá que la muerte nos olvide
Carlos Eduardo Jaramillo
Guardo memorias de fundaciones
En fotos color sepia del álbum familiar
Cuando niño sobrevolé cometas esquivas
Otras manos muletas de mis manos
Ahora la ciudad me atrapa en su matriz
-Cuevas de ladrones y nidos de colembas enfurecidas-
Y mi amor con las mujeres es un odio amoroso devorante
Así busco por los callejones
El árbol que sombreó armisticios despedidas
Y espero nuevos desencuentros
Agazapado tras capiteles mentirosos de cal y canto
Babas de un dios criollo bajo balcones de balaústres
Tomo impulso con cervezas (caballos en la sangre)
Y voy tumbando postes de luz
Amortiguando con mi respiración pensada
Hordas depredadoras que asolan dependencias públicas
Y levantan la babel que nos habita:
La casa de las máscaras quemadas
El palacio morisco de los coágulos
La institución frígida del beso en la mejilla
Entonces encuentro a mis locos los abrazo
Mis locos recuperados a la gorda cordura de los días
Aquellos que ayer vi delirando
Candela por los ojos
Hablando lenguas retorcidas
Mis fraternos desconocidos con su modo al andar
Y su cana precoz o tardía
Nunca puntual
(zaguanes de puertas barrocas de madera noble
Se abren a hormigueantes espacios historiados)
Hallo a mi padre con su camisa en ruinas
Escondiendo la culpa tras las gafas de sol
Me dice “cómo estás viejo”
Le replico: La memoria no perdona
Hablamos del clima y caminamos
Por la garúa se escurrió
Entre mis manos y un callejón sin nombre
(«La ciudad va por los cuerpos respirando», 1990-1998)
James Martínez Torres.Dirigió una Revista del Centro de Investigaciones Sociales, (2006-07) y otra de Creación y crítica cultural, «La esquina y la Orilla», de la Casa de la cultura. (2002- 03). Ha publicado, en poesía, entre otros: «Escrito en hueso», 2015; «Material de ruido», 2019 y «Lengua de confesión», 2021. Además, «La palabra intrusa» y «De las voces de otros», prosa de opinión, conferencias y ensayos.

Valeria Muñoz Vásquez
(Ecuador, 1976)
VOLVER AL BLANCO Y NEGRO
Empezaba a comprender el sentido de aquella música interior,
de aquella música llena de alegría y de salvaje deseo
que yo había ahogado dentro de mí.
Había reducido mi alma a una melodía única, plañidera y monótona; había hecho de mi vida un silencio del que solo podía salir un salmo
Marguerite Yourcenar [Alexis o el tratado del inútil combate]
Una gota de sangre cayó sobre el mar muerto
el mismo momento en que un cuarto de luna
se convertía en hueso.
Una bailarina clásica despojada de encajes
intenta enclavar su pie
mientras sorprendida observa
cómo su estático cuerpo ha quedado mudo.
Un hombre triste la mira desde la orilla,
esconde su doble identidad
en las manos recogidas e indispuestas.
Intenta ocultar lo que todos saben
desde que el primer gay de la historia
fue encontrado con menaje y sin armas.
El hombre triste no imagina
a los fantasmas de los griegos
ni a un Sócrates, a un Aristóteles o a un Platón.
La bailarina sigue intentando girar sobre la gota de sangre, el hombre de la orilla finge una mueca de compasión.
Desde arriba, los observa la pose fingida
de un sombrero de mujer,
el barroco colorido de una obra inacabada.
La mujer se dedica a dar pinceladas de color al mundo para tapar los vacíos y llenar de frutas los sombreros para que nadie perciba la oscuridad de los pobres seres.
Cuando la pintura se agote
todos volverán al blanco y al negro
y el mundo será mejor.
Ya no tendremos bailarinas en mares muertos
ni mujeres con manchas de color
ni hombres avergonzados
por tener rostro de hombre
y sexo de mujer.
Nadie se tomará cicutas ni será fusilado en un paredón.
(«Prehistoria del silencio», 2021)
Valeria Muñoz Vásquez. Autora, editora, docente y consultora educativa. Colaboradora de periódicos y revistas educativas. Imparte talleres permanentes de Escritura Creativa para jóvenes y niños. Ha publicado dos libros de cuentos: «Fiel en el crepúsculo» (2000), «Mujer de película» (2006) y la novela infantil «La isla más pequeña del mundo» (2019). Coeditora de la Colección de Literatura infanto-juvenil “Alohomora” (2019). Forma parte de la Antología de Escritura Creativa Unidiversos (El Ángel Editor 2020). «La prehistoria del silencio» (2021) es su próximo poemario.

Gustavo Osorio de Ita
(México, 1986)
PLEGARIA DEL RENCOR
Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros.
Juan Rulfo
Hijo, que cuando tengas a Dios ante ti y su gloria
resplandezca frente a tus ojos, el despampanante brillo,
lo quieto de su rostro, su estar tan en paz ahí,
porque ahí, yo bien lo sé, tú serás ahí porque sé que fuiste gente buena,
no mataste, a ti te mataron, que le digas. Cuando llegues
con él, cuéntale que estamos esperando y cuando dude
de las llagas en tu cuerpo –te quemaron hijo,
y que pinche dolor decirte ahora que dicen que aún gritabas
cuando te quemaron – cuando veas que una sombra
tan fría de duda se le pasee por el rostro pídele
que hunda su dedo en la llaga de tu ijar para que crea,
para que sienta –aunque qué chingados va a saber él del dolor.
Pero por nada vayas a acallar tu voz de muerto y nómbrale, señala
uno por uno a los que te hicieron esto,
dile quiénes arrejuntaron el fuego en tu cuerpo, quiénes
cargaron el hambre en tu cuerpo, los nombres
de los que llevaron por la tierra tu cuerpo
y dile que pusieron la sangre
en tu rostro que yo tuve que ver
tan de cerca para acordarme que eras tú
y que no volvías.
Para que entienda dile que fueron muchas lanzas
–porque él desde hace tanto no nos oye –
afiladas puntas de plomo, para que nos crea, dile
y muéstrale cuántas con los dedos –como hacías
cuando eras chico – dile que no querían que ni Él mismo
te encontrara, que hicieron arder tus brazos y piernas
que no quisieron subirte a una cruz pues era de día
y siempre alguien –nunca Él – está mirando.
Cuántas balas pusieron en tu cara
pues no querías morirte y un barranco hondo
pues no querían que te encontrara. Tus gritos
me llegaron como en sueño y salí a buscarte entre los perros
y la noche me olía a rencor y sangre y te encontré. Ya te dije
que tuve que verte bien de cerca para estar seguro de la tristeza.
Te encontré aquí abajo donde voy a quedarme a repetirte
a tu oído muerto que te digo que le digas desde lo profundo,
no alto, no arriba, dile desde aquí que somos, te pido hijo que le digas
que seguimos acá esperando, que hay sed
como de cárcel, como de herrumbre, sed ancha
como el río que es tantas veces la vida
–y tu te ahogaste por que para ti es honda–;
así con la prisa misma del agua en la garganta ve y dile hay tanta
sed y profunda como el barranco, como el río casi seco ya
y como oscuro fue bajar en la noche
al barranco y postrarme frente a tu cuerpo
–como sé que tú ahora estás postrado delante de él.
Levántate ahora hijo mío.
Levántate y dile con voz alta como subiendo,
como voz que se desborda, reclámale
como yo a gritos que reclamo que no fuera tu sangre
la que se llevó otro río,
la que cubría los últimos aspavientos de tu nombre.
Bajé con la duda chispéandome en la mano,
con el corazón martajado por el miedo,
los riñones hechos sangre, derrengado el lomo
y muy dentro mío oía los perros, repetían:
Si el dolor tuviera cuerpo, el miedo
tendría que ser su rostro.
Si el miedo tuviera cuerpo, sería el mío
que tiembla como un perro
que huele sangre, que como nadie anda buscando
tu rostro.
Así te digo que bajé a este pozo casi hecho agua oscura,
este pozo que se ha vuelto el mundo desde donde dile que estamos
esperando. Y gritamos fuerte pero hace mucho
nadie nos oye, como si el agua misma que es tanto
sangre y noche revueltas y arremolinadas, se llevara el ruido
y volviera la voz aire leve de ese que no importa al cuerpo.
Te pido le digas todavía estamos esperando, pero la calma
arde como ardió tu cuerpo y empieza a volverse brasa turbia.
Así que dile que nosotros, no,
esto se te lo quiero decir yo sólo,
haz por oír, que te reclamo, que te exijo,
que te estoy gritando a Tu manso rostro que estoy cansado
de atragantarme de cenizas
de andar buscando con los ojos tierra fértil,
de acarrear el agua con las manos,
te digo me cansé del peso y andar el mundo
donde oigo y soy todos los perros que recorren la noche.
Hijo vuelvo a ti.
Dile que me cansé de arrastrarme hasta ser el muerto,
que aquí uno sólo aguanta algo de muerte pero tú no,
tú nunca, tú no te me podías morir, a mí, ni un poco
sin que fuera ya eso demasiado así que mejor, hijo,
mejor dile que ya no baje.
Y que tampoco piense que voy a subir a verlo.
Porque lo que a ti te hicieron.
Porque con lo que yo voy a hacer con los que a ti te hicieron.
Porque hay tiempos y tierras, perros y noches como donde nos apeamos
bien lejos de la historia y de Su mano y donde el perdón
no existe.
Lo que encabrona es
que con lo que yo tengo que hacer, hijo,
creo que ya nunca vamos a vernos.
Eso dile.
También dile que ya somos más los que menos o nada esperan.
También dile que ya somos los que esperan nada.
Gustavo Osorio de Ita. Ha publicado poemas en medios nacionales e internacionales y el poemario «Bonapartes» (Conaculta, 2012). Ha sido traducido a varios idiomas. Ha publicado, en traducción, «Almuerzo con Pancho Villa» de Paul Muldoon (Valparaiso, 2016), «Vuelo y otros poemas» de Kwame Dawes (Valparaíso, 2017) y «Otros vislumbres. Poesía actual de la India» (Círculo de Poesía Ediciones, 2018). Obtuvo en 2020 el Annual Poet Award del tercer encuentro Silk Road Poetry en China. También ha publicado ensayo crítico y de teoría poética en diversos suplementos nacionales e internacionales.

Karla Lucía Páez Yánez
(Ecuador, 1991)
ZINC
Podría mentirte, hijo:
los caballos se arrojan francos
a la noche
no se ha visto
guasca que los alcance
olvidaron la sal
ya no saben del sudor de los hombres.
Podría mentirte, hijo:
sobre nosotros hay unos dioses vagos
riendo a carcajadas
jugando a las canicas
escupiendo las semillas
de frutos que nunca
inventaron.
Podría mentirte, hijo:
el horizonte se alza en humo
y cae a pedazos
pero basta ser buenos
por eso nos salvamos.
Hijo,
podría mentirte
pero esto que escuchas
solo es lluvia sobre el techo.
Karla Lucía Páez Yánez. Profesora y correctora de estilo. Sus poemas han sido publicados en las antologías «Con ciertas palabras» (2020) y «Diez orillas» (2021), bajo el sello de El Ángel Editor, así como en las revistas Liberoamérica y Cuando E. P. Thomson se hizo poeta: revista de poesía comprometida.

Cristina Pavón
(Ecuador, 1991)
LA ENFERMEDAD DE LOS PÁJAROS
Tengo la enfermedad de los pájaros,
cuando estos intentan volar se me infla el pecho con humo.
Cansados del encierro, abro la boca y vuelan,
sus alas son truenos que parten el viento
y mi cuerpo se quiebra por no poder contener tanta violencia en la garganta.
Mi sangre hierve, mis manos convulsionan, mientras los pájaros saltan de mi lengua al vacío,
buscando el ruido del río en verano.
Cuando se van, se me desborda el rencor como una pileta averiada
me quedo sin voz
los miro alejarse del árbol que sembré con mis huesos,
donde construí una casa, una mesa y un columpio
y entregué las esponjosas escrituras de mis clavículas para que aniden allí.
Pero los pájaros son mezquinos,
el viento les dio alas para decir adiós.
Un espantapájaros los mira temeroso y de lejos
reza sobre el río ronco para no coincidir con sus plumas.
Porque estos pájaros son letales.
Mi corazón corroído se paraliza, ya no hay sístole ni diástole
a lo lejos se escucha como si tocasen el Silencio de Beethoven.
Sí, pensé en quitarles las plumas y en un calendario marqué el domingo, con D de desplumar.
Y aunque preparé el instrumental,
¿de qué me sirve arrancar alas si me quedaría sin humo?
Aunque, al fondo del pecho, un enchufe se conecta y un ventilador se enciende cuando hay una emergencia.
No es lo mismo,
necesito a mis pájaros, pero a ellos no les gusta la jaula que soy.
Cuando se van siento la soledad de un inodoro, como cuando alguien después de usarlo,
cierra detrás de sí la puerta.
A veces hasta escucho el eco del agua evacuando
hacia el mismo río al que vuelan los pájaros.
No soy lo bastantemente hábil para cazarlos,
pero sí lo suficientemente infantil para esperar su regreso
aunque me haya quedado sin voz, he aprendido a cantar con las manos.
Mientras tanto, me dedico a secar gusanos de carne suave entre las páginas de los libros para que los pájaros,
algún día, se los almuercen.
Los pájaros más jóvenes se van luego de enseñar a volar a sus crías arrojándolas de mi úvula,
los más viejos no lograrán salir y sus cadáveres se quedarán atravesados en las cuerdas vocales y entre los dientes.
Aunque no puedo vivir sin los pájaros, entiendo que si no salen, sacudirán tanto las alas
que explotarán tiñéndome el pecho con los restos de su carne.
Me recuesto y en la baldosa.
Soy un charco más. Soy como el agua salpicada en los espejos.
Qué patológico es el abandono.
Hay muchas fórmulas para la soledad.
Moriré sin humo de pájaros,
y los pájaros morirán de frío, tarde o temprano, bajo un aguacero.
(De «Humo sonámbulo», 2021)
Cristina Pavón. Es licenciada en Periodismo. Varios de sus poemas fueron publicados en las antologías: «90 Revoluciones» (Ecuador, 2015), «Tea Party 4» (Chile, 2015), «Silvestres y Eléctricas» (Chile, 2016) y «Humo sonámbulo» (Ecuador, 2021). Sus textos también han sido publicados en revistas y blogs. Participó como invitada en el V Festival de Poesía de Lima (Perú, 2014) y el Festival Mayúscula (Ecuador, 2020)

Adalber Salas Hernández
(Venezuela, 1987)
(CADÁVERES PARA NÉSTOR PERLONGHER)
Hay cadáveres con y sin rostro, con y sin
miembros, con y sin ataúd y aunque dicen reconocerse
como iguales, no han logrado resolver aún sus rencillas,
formar una república independiente de ultratumba,
ni tan siquiera sindicalizarse.
Hay cadáveres que cavan túneles para escapar
hacia el otro lado del planeta, hacia
una nueva vida –o al menos una muerte más prometedora.
Hay cadáveres que sólo pueden caminar
de espaldas, con pasos tímidos, como quien
se pone tacones por primera vez.
Hay cadáveres que, orgullosos, siguen votando en
sus países de origen; algunos incluso han llegado
a vestir la banda presidencial.
Hay cadáveres que fueron lanzados al mar
para que sólo el agua recordara sus nombres
(pero no fue así).
Hay cadáveres que padecen de anorexia
porque nadie habla de ellos.
Hay cadáveres que insisten en grabar sus rostros
sobre paredes, cortezas de árboles,
sudarios: selfies milagrosos.
Hay cadáveres que pactan con los gusanos
que los devoran; con ellos fundan una nación
subterránea, un pequeño país en descomposición.
Hay cadáveres que dejaron sus retratos
en palacios, ministerios y cuarteles, creyendo
que podrían espiarnos desde ellos
(pero no fue así).
Hay cadáveres que llegaron puntuales
al olvido, pero impuntuales a la muerte.
Hay cadáveres que están a punto de ser echados
del panteón nacional –hace décadas que no pagan
con hazañas la renta.
Hay cadáveres que por nada del mundo se quitan
el uniforme, las insignias, las
medallas, convencidos de una inminente
resurrección de la carne (pero no es así).
Hay cadáveres que regresan porque la inmortalidad
que imaginamos para ellos está mal amoblada,
las lámparas no encienden y siempre se cae la señal del wi-fi.
Hay cadáveres que no pueden hablar de estadísticas,
números, desapariciones, porque se les traba
la lengua. Aún esperan la oportunidad
de testificar contra los vivos.
(«Salvoconducto», 2015)
Adalber Salas Hernández. Autor de los libros «Salvoconducto» (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; 2015), «mínimos» (2016) y «La ciencia de las despedidas» (2018), así como los volúmenes de prosa «Clarice Lispector: el lugar de la poesía» (2019) y «Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria» (2019). Ha publicado traducciones de varios poetas como Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Louise Glück, entre otros. Ha publicado varias antologías.

Sean Salas
(Costa Rica, 1997)
MANUSCRITO VOYNICH
A Mauricio Molina Delgado
Los herejes brindamos en honor
a uno de los nombres de Dios.
Leemos poemas con un telescopio astronómico
y nos infiltramos en abadías
con la esperanza de sembrar ideas
en las cabezas mal afeitadas de los monjes:
no temer a la risa que mata el miedo
y no quemar a las mujeres ni a los libros
que podrían ayudarnos
con nuestro regreso al Jardín de las Delicias,
a perfeccionar las alas de Ícaro
e incluso a responder las preguntas de la Esfinge.
El día que descifremos los códigos ocultos
en la biblioteca de John Dee
las brujas danzarán celebrando
la impotencia del fuego
contra el libro protegido con piel de salamandra
y escrito con tinta que solo puede ser leída
bajo la luz de la luna adecuada.
Los herejes brindamos en honor
al amo del gato que persigue ratones
atravesando túneles astrales.
Guillermo de Baskerville lee con sus gafas únicas
los versos en busca del nombre de la rosa
y los que brindamos en honor a Orescu
no permitiremos que ningún sacerdote envenene las páginas
para impedir que el conocimiento viaje por el mundo
de susurro en susurro.
Los herejes leemos poemas
para desenterrar el oro
del alquimista de las palabras.
(«Alter Mundos», 2021)
Sean Salas. Su libro «Alter Mundus» fue ganador del VIII Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero (2021). Autor del libro Ciudad Gótica (Nueva York Poetry Press, 2021). Parte de su obra ha sido publicada en relevantes revistas y antologías de diversos países

Melissa Sauma
(Bolivia, 1987)
REMINISENCIA
Exploro antiguas aguas
busco el primer fuego.
La infancia,
esa casa poblada de fantasmas;
el patio de mi abuela,
la tierra, los árboles de los que estoy hecha.
La guayaba que se estrella contra un mosaico rojo a media tarde,
las tardes en que observé pasar la vida desde una vereda.
Y me engaño creyendo que mis manos se hicieron para narrar el mundo.
Escribo, es cierto,
hay tanto que quiero nombrar y que no puedo;
tanta vida escurriéndose en mis manos,
tanta sombra ondeando mis cabellos,
tantas palabras suspendidas en el aire
–minúsculas partículas de polvo
iluminadas por la luz de una ventana –
que debo sacudirme de ellas
como quien se sacude de la piel la última capa.
Y miento
si digo que es la piedra, la montaña, el mar, el río,
los pájaros alzando vuelo, las esquinas de una casa,
el rostro de mi abuela, sus múltiples fantasmas
los que hoy
me piden ser contados.
Hay tanto que quiero nombrar y que no puedo.
Escribo, es cierto.
Del otro lado está la muerte
levitando.
(«Luminiscencia», 2017)
Melissa Sauma. Explora distintas artes, entre ellas, la literatura, la danza y la fotografía. Ha participado en varios talleres, entre ellos el taller “Llamarada Verde”, a cargo del poeta Gabriel Chávez Casazola. Obtuvo menciones en el Concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo en las versiones 2016 y 2017. Su libro Luminiscencia ganó el 8vo. Premio Nacional Noveles Escritores, convocado por la Cámara del Libro de Santa Cruz.

Elí Urbina
(Perú, 1989)
LA SAL DE LAS HIENAS
Así es la muerte
nosotros no creíamos en ella
y ahora habitamos
los dormitorios de los huesos
regamos la yerba
el cabello de las mujeres
que amamos y de ese padre
que no tuvimos
Porque tuvimos la noche
la sal de las hienas
el amor silencioso de los árboles
esa miel que los dioses despreciaron
y que los niños esculpieron
olvidando sus propios nombres Montañas de arena y cabellos
cúmulo de escombros y de olvido
moles de piedra y de caña
el licor de las estrellas sin nombre
el lenguaje de la sordidez y del amor
(«La sal de las hienas», 2017)
Elí Urbina. Es autor de los poemarios: «La sal de las hienas» (2017), y «El abismo del hombre» (2020). Forma parte de numerosas antologías, así como de diversas revistas especializadas. Poemas suyos han sido traducidos al bengalí, griego, serbio, macedonio, francés, italiano e inglés. Fundó y dirige la revista de poesía Santa Rabia (www.santarabiama – gazine.com).

Paola Valverde
(Costa Rica, 1984)
PALOMAS MENSAJERAS
Entreno palomas mensajeras.
En su ojo derecho
la brújula
guía el vuelo de retorno
hacia su palomar.
Sé muy bien dónde se oculta el sol,
unas alas agitan el horizonte
y los pichones viajan
con las miradas abatidas.
Abro las compuertas de sus jaulas.
Pronto romperán la inocencia
y yo refugiaré mi silbido
en la dilatación del tiempo.
Volarán en círculos
hasta convertirse en lluvia.
Son tan distintas a mí,
yo viajé desde otro continente
y aprendí a volar hacia una latitud desconocida.
Por eso
sigo el corazón de las palomas.
Siempre regresan al lugar donde probaron el alpiste
y vieron por primera vez un amanecer.
(«El entrenador de palomas», 2019)
Paola Valverde. Poeta y gestora cultural. Dictó el taller literario del Centro Penal La Reforma (2002–2006). Ha publicado: «La quinta esquina del cuadrilátero» (2010, 2013), «Bartender» (2015), «Las direcciones estelares», «Nocaut» y «De qué color es el verde» (2017), «Cuando florecen los cactus» (2019). Su libro «El entrenador de palomas» (2018) fue finalista en el Premio Jaime Gil de Biedma y ganador de la Selección Anual de Poesía de la Universidad Estatal a Distancia (UNED).

Gabriela Vargas Aguirre
(Ecuador, 1984)
LUGAR: LOS ÁLAMOS. GUAYAQUIL
Tiempo de estadía: 3 semanas
En una casa ajena, una pared blanca
es un cuchillo.
Cada interruptor es un niño con un arco,
dispuesto a disparar cuando una luz se encienda.
Un casa ajena es mejor a oscuras.
No tener idea de lo que esconden los cajones,
no verse, ni ver a otros en los espejos
puede ser asunto de vida o seguro de muerte.
Mejor el lugar si no ha barrido nadie.
Mejor la rendija si hay comida creciendo en la comida.
Lejos de las ventanas, pero cerca de la salida.
Ser extraña es encerrar dentro de uno la violencia.
Sin migajas. Sin bilis. Sin astillas.
En una casa ajena hay que llevarse bien con los gatos,
Ellos, como nadie, saben todo sobre permanecer escondidos.
Gabriela Vargas Aguirre. Poeta y diseñadora gráfica. Por su primer poemario —La ruta de la ceniza (2017) — fue beneficiaria de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio en la convocatoria 2016–2017. Resultó ganadora del II Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro, en el 2020, con su segundo libro «Lugares que no existen en las guías turísticas». Consta en varias antologías de poesía ecuatoriana y latinoamericana y ha sido invitada a varios festivales nacional internacionales.

Verónica Zondek
(Chile, 1953)
CANTO 7
Vea usted.
un esqueleto yace desnudo en medio de la pampa.
El cerro duerme y duerme el muerto y duermen los cuerpos quemados.
Dos ñires conversan como dos viejos en el mundo.
Dos balbucean en la tierra carneada.
Vacas/ yeguas/ caprinos
ahí
cuando el descenso de las aguas.
Siempre sangramos por la herida.
Hombre o ballena ….
La muerte es negra
y ordena.
Verónica Zondek. Poeta, traductora y gestora cultural. Entre sus poemarios están: «Ojo de Agua» (2019), «Entrecielo y Entrelínea» (2019), «Una Pequeña historia» (2018), «Fuego Frío» (2016), y varios otros. Ha traducido y publicado libros de los poetas Walkott, Jordan, Sexton, Carson, Dickinson, Gertrude Stein y Benn. En colaboración con Silvia Guerra publicó la correspondencia de Mistral. Editó, comentó y ordenó la obra poética de G. Mistral en «Mi culpa fue la palabra» (2016). Colabora y realiza obras junto a artistas de otras áreas.

Raúl Zurita
(Chile, 1950)
3
Como si fuera un gigantesco vacío horadándose sobre el cielo la figura del tercer botero se decantó horizonte arriba, mientras que un poco más adelante, al costado de lo que parecía un atracadero, se distinguían los contornos difusos del bote. Estaba casi de espaldas, pero el blanco de las cuencas de sus ojos resaltaba en la cara vuelta hacia atrás como si de pronto alguien lo hubiese llamado. Más abajo, las huellas de sus zapatos se recortaban sobre el atracadero, después sobre la franja inferior del cielo y más abajo aún, como si fueran enormes pozas, continuaban marcándose sobre la ensangrentada tierra, sobre las ensangrentadas calles, sobre las ciudades rebalsadas de sangre. Yo vivo en una de esas ciudades rebalsadas de sangre y escribo estas notas mientras P duerme en el piso de arriba. Me había dicho que no hiciera ruido al subir y recordé entonces que el tercer botero estaba de pie en la inmensidad del cielo y que al volver la cara, las cuencas de sus ojos se posaron en mí como dos neblinas dulces y vacías. También recordé que bajo el horizonte las huellas se recortaban, una tras otra, como largos verrugones estampados de sangre. Mientras subía me repitió que no la despertara.
Te escribo entones aquí P las instrucciones finales del tercer botero de la noche: 1. Que despertaremos, 2. Que nuestras bocas son dos ciudades llenas de sangre. 3. Que sobre esas ciudades rebalsadas de sangre despertaremos.
Raúl Zurita. Sus libros incluyen: «In Memorian» (2007), «Las ciudades de agua» (2007), «Cuadernos de Guerra» (2010), «Zurita» (2011), «Tu vida rompiéndose» (2015), «La Vida Nueva, versión final» (2018), y «Son importantes las estrellas» (2018). Es una de las voces más importantes de Latinoamérica. Ha recibido las becas Guggenheim y DAAD de Alemania y, entre otros, el Premio Nacional de Literatura de Chile, el Premio Lezama Lima de Cuba, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo de Neruda, el Assan World Poetry Price de India, el Premio Alberto Dubito de la Universidad Ca Foscari, Italia, el Premio de Literatura Iberoamericana José Donoso, el Premio Reina Sofía de España y recientemente el Premio Internazzionale di Poesia Vioani Landi, de la Universidad de Bologna, Italia.


Juan Suárez Proaño. Ecuador, 1993. Editor, poeta. Máster en teoría literaria por la USAL. Ha publicado cinco poemarios, el último de ellos, «Las cosas negadas», obtuvo el Premio Nacional de poesía Paralelo Cero 2021. Es editor en El Ángel Editor (Quito) y en Revista Esteros. Ha realizado trabajos de investigación en literatura ecuatoriana.
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