Una traducción de poemas confesionales y entrañables, de una de las voces más importantes de Israel, con selección y comentarios de Luisa Futoransky.
BAJO LOS PIES DE LA LLUVIA
Traducción del hebreo: Ángeles Beatriz Gorrión
Rami Saari nació en Petaj Tikva, Israel en 1963. Actualmente residenciado en Atenas, Saari es ante todo un poeta mayor israelí. Autor de una docena de libros de poesía y varias antologías de su propia obra es considerado además un gran traductor de diez lenguas, entre ellas el albanés, catalán, estonio, finlandés, griego y portugués.
Nos ha confiado que en cuanto a hablar, dialogar y comprender, su acervo lingüístico alcanza los 18 idiomas. Pienso que es un número más que apropiado porque 18, en cábala, representa a HAI, esto es, el número de la vida.
Entre los autores más ‘clásicos’ traducidos por Saari brillan Amado, Arenas, Benedetti, Rosales y Rulfo entre los latinoamericanos, a los que hay que añadir a Lorca, Llamazares, Rodoreda, Unamuno y Arrabal entre los españoles. Para Saari dos palabras clave en su tarea de transmitir obras de una lengua a otra son curiosidad y confianza. Por su trabajo de traductor fue ampliamente recompensado a nivel nacional.
Gran mérito para la revista de la Fundación Esteros es publicar estos poemas inéditos de Saari injustamente desconocidos hasta ahora en español. Pertenecen a su libro Bajo los pies de la lluvia, de próxima aparición en España. Dificultad adicional Saari se auto-tradujo aunque en su libro aparezca como traductora Ángeles Beatriz Gorrión.
Me dejé conducir con asombro y placer por su poesía. La descubrí sensual pero también recogida y mineral. Una poesía que clama por justicia y por tanto se rebela contra las contradicciones y combates que nos impone la jornada cotidiana. La poesía de Saari está envuelta en un manto de ironía pero que no llega al tono amargo del sarcasmo. Detrás prospera un trasfondo de tristeza como un bajo continuo muy musical que como en las partitas de Bach no deja de ser lírico al tiempo que tiende un puente hacia una lejana pero posible serenidad.
Nota y selección Luisa Futoransky
DINASTÍA
Mi abuelo abandonó Polonia en 1937, fugitivo de jinetes malvados.
Mi padre abandonó Rumanía en 1946, fugitivo de la guerra y del frío.
Mi madre abandonó Argentina en 1961, fugitiva del gran amor.
Y en el año 1982 me obligaron a abandonar Pétaj Tikvá
para vivir en Finlandia, Grecia y Hungría:
callar en las nieves, temblar en los terremotos
y llevarme por el Danubio hacia el telón del infierno.
Algo ocurrió antes de todo esto, pero
ya es demasiado tarde para esclarecer lo acaecido.
A pesar de conocer las razones
y de comprender los motivos
el viaje frenético continuará.
Así es la sentencia:
ser fugitivo del enfrentamiento
por las consecuencias de la objeción,
saber que algún día cambiarán los gobiernos y los ejércitos
y que la palabra permanecerá –
permanecerá en el deseo de la hermosura,
se diluirá en la memoria del sendero.
Y no voy a tener un hijo; un hijo no le va a nacer a Caín.
El semítico semen se va de gira por el mundo,
su cuerpo es su casa.
IDENTIDAD
Cuando todos me dejaron, el hebreo quedó conmigo.
La gran fantasía de las palabras no cesó.
Continuó la persecución de las frases.
Y así no dejo de corretear por los lugares perdidos que me señala la vida:
oscilación por todas partes, raíces dispersas en existencia vagabunda.
Mi único pasaporte me persigue dentro de los oídos:
soy acaecido ciudadano de mi lengua.
YO
No soy el camino, soy el viaje
desde los balcones de la muerte
hasta la pared anónima.
No soy el verdadero mesías
ni la maldición de los falsos profetas.
Soy las palabras necesarias
y el poema inconcluso.
Soy el que grita,
el que pasa por el camino protestando
con sabor a almidón en la boca
y enfrente, una densa niebla húngara.
MI MUERTO
En mis sueños me llamaron con otros nombres, y no me despertó nada fuera del
tictac que estaba proclamando un nuevo día,
machacado por una fría oscuridad. En heladas mañanas invernales
salía con mi vieja bicicleta y los distintos paisajes buscaban
caminos diferentes y palabras desteñidas. El viento me golpeaba
en la cara. Llegando al umbral de unos frescos tiempos azules
supe que entre todas las almas perdidas con las cuales
estaba pasando mis horas, seguía buscando a un hombre
que bailaba solo un vals veraniego. Él permanecía en silencio, de pie,
frente a la ventana por la que asomaba un lago gris.
La sombra de su rostro pasaba despacio
por las cámaras de la muerte y del sufrimiento.
Sólo su sangre fluía y una voz celestial le decía:
«Hoy tienes treinta y cuatro años y hermosas manos cansadas».
ÍCONOS
Mis ojos aman las caras griegas,
las blancas igual que la nieve, las morenas igual que el olivo,
las que son estables como una pared de iglesia,
las que están plantadas en lo hondo de la casa.
Las miro embriagado, excitado, soñando –
miro mi memoria dictada por la vida.
EN LA PEQUEÑA CASA DE LA CALLE JALAFTA
Las tardes pasan serenas
en la pequeña casa de la calle Jalafta.
Los amigos vienen y van con gusto y olor a mirra.
La palma porta una corona de lluvia transparente.
Las rosas casi irrumpen en la casa.
Y por las tardes de este otoño que nunca cede
estoy siempre en el balcón
mirando las luces de Talpiot al frente
y pensando en qué estaciones estarás ahora
y cómo has desaparecido, igual que la vida.
CUÁNTA, CUÁNTA GUERRA
Lo que fue escrito en la muralla
yace ahora bajo tierra,
en el mismo monte,
con el mismo pino.
Cuánta, cuánta guerra.
Tanto nos importa,
tanto nos movemos:
ni nos mudaremos de aquí,
ni nos mudaremos de allí.
Ni dejaremos de mudarnos ni dejaremos de cantar:
al principio disparamos y lloramos,
luego nos calmamos
y seguimos disparando.
ALBANIA
Y los más pobres entre ellos
eran más miserables que los más pobres,
y las pocas veces que trabajaban – siempre temporariamente –
nunca conseguían siquiera mantenerse,
pero orgullosos llevaban su miseria como una corona,
como un halo sobre cabezas santas en las iglesias levantinas.
Mientras tanto sus años pasaban de una cama a otra
en una realidad que parecía insoportable, difícil,
pero ahora el tiempo acerca ya
el arco iris al borde del horizonte.
Destino mío, bendícelos a todos,
a quienes una vez amé.
Tirana, julio de 1996

Luisa Futoransky Escritora argentina residente en Francia. Sus últimas publicaciones son: «Cuadernos del Egeo» con la colaboración pictórica de Cristina Ruiz Guiñazú (Ediciones del Centro, 2020), Madrid, España y «Los años Argentinos» (1963-1972), con prólogo de Mariano Rolando Andrade (Editorial Leviatán, 2019), Buenos Aires, Argentina.