Poesía e identidad

Los textos que publicamos a continuación fueron originalmente escritos por Osvaldo Sauma, Graciela Aráoz y Álvaro Inostroza Bidart para el Encuentro internacional de la poesía de Safi – VII edición / rencontre internationale de la poesie . Safi ed 7, marzo de 2019. 

Casa de Denise Masson. Marrakech, Marruecos.

Llegué a la poesía

Por: Osvaldo Sauma (Costa Rica)

Yo era un mal estudiante, pero un buen lector, amaba los libros y con avidez devoraba sus páginas. Pasé mi primera infancia sin televisión y, aferrado a los programas de la radio, construí un mundo al antojo de mi propia imaginación. Cargaba conmigo esa necesidad de abstraerme contemplado las transparencias de la nada o ladrándole a la luna.

Gracias a esas fugas frecuentes me echaron del Colegio la Salle y luego del Colegio Calasanz. Tenía que llegar al Liceo José Joaquín Vargas Calvo para dejar atrás la enseñanza para señoritos y empezar a convivir en un colegio mixto, donde las mujeres iluminaban el aula y donde también la mixtura de las clases sociales me hacía comprender las vivencias de los que estaban lejos del Country Club. Gracias a ese cambio de instituciones, me reencontré conmigo mismo y desperté a la voz que está dormida dentro de cada hombre. Así llegué a la poesía, más por ósmosis que por búsqueda personal.

En Centroamérica, en términos literarios, solo Nicaragua tuvo vanguardia, así que, en un país como Costa Rica, con mucho de isla y donde no abunda la solidaridad, hube de aferrarme a la tradición de la gran poesía nicaragüense y, por supuesto, también a la centroamericana, para sentir las raíces telúricas bajo mis pies.

Las guerras fratricidas en la región en la década de los ‘70 y ‘80 y la aparición de EDUCA (Editorial Universitaria Centroamericana), contribuyeron a darnos identidad y a revivir los sueños mesoamericanos. ¿Quién no se leyó en Roque Dalton? Ese hermano mayor, vivo ejemplo de la insurrección, junto a los otros que se tomaron a pecho lo del Pobrecito poeta que era yo y cambiaron su máquina de escribir por un fúsil. Hablo de los poetas Otto René Castillo, Leonel Rugama y otros más.

Educa fue una panacea para quienes a tientas nos buscábamos en este oficio de ciegos tercos, gracias a las ediciones que se publicaron de los poetas clásicos del istmo: José Coronel Urtecho, Salomón de la Selva, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal, Joaquín Pasos, Roberto Sosa, Chuchú Martínez, Otto Raúl González, Luis Cardoza y Aragón, Claribel Alegría, Eunice Odio, Claudia Lars, Deisy Zamora, Gioconda Belli, Osvaldo Escobar Velado, José Antonio Rivas, Manlio Argueta, José Luis Quesada, Rigoberto Paredes y otros y otras más.

También debo hacer mención de una antología que fue imprescindible para nuestra generación: Poesía en Movimiento, México (1915—1966), Selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis que, de alguna manera, nos abrió las puertas a la gran poesía latinoamericana. A esos grandes continentes poéticos de lengua hispana que se propagan por toda nuestra geografía: Chile, Argentina, Perú, Uruguay, Nicaragua, Cuba, Colombia y un largo etcétera.

Claro que, para alcanzar la identidad a través de la poesía, no basta con lo cercano del terruño, pues también lo lejano es parte de nuestro imaginario. Es decir, también me leo en Tu Fu como en José Emilio Pacheco, en la poesía nahual como en Cavafis.

La poesía, según Leonard Cohen, viene de un lugar que nadie controla y nadie conquista. Además, digo yo, ella no tolera los encasillamientos, viene de lo universal y toca sus trompetas en silencio.

En medio del transitar de las circunstancias, me fui a Europa detrás de una bailarina de la escuela de Marta Graham, en Londres, pero no quiso el destino ni el embajador de Costa Rica en Inglaterra ni los padres de la musa, y mucho menos los ingleses, que ingresara a esa isla monárquica y soberbia, así que me deportaron a Francia. Como a Henry Miller, después del trato frío de los ingleses, encontré calidez en la otra orilla del estrecho.
Llegué a España con las tres heridas: la del amor, la de la vida, la de la muerte. Ya no podía volver a ver los acantilados de Dover, y mi amada, como si fuera un acto de desagravio, me acompañó hasta Barcelona, un poco dolida, pero con la separación en su mente y en su corazón.

Le agradezco a la vida haber compartido con ella y los catalanes asiduos a las Ramblas, ese himno magistral de la resiliencia humana que es La Estaca, de Luis Llach, y a través de él, conocer Viaje a Ítaca, del gran poeta griego Constantino Cavafis. En Sitges, la mejor bailarina de flamenco que he visto, la Singla, nos erizó a ambos hasta la médula y me adelantó, en mi exilio, la magia de Las Cuevas del Sacro Monte.

Después del desamparo de la separación, pensé en volver a casa, incluso llamé a una tía que vivía en New York para pedirle albergue por unos días, en mi viaje de retorno. Sin embargo, el hacedor de encuentros y desencuentros trazó todas las coordenadas para que me fuera a Granada, con una canción de Agustín Lara zumbando en la memoria.

Granada tierra soñada por mí / mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti.
Comprendí el porqué de todas las vicisitudes del viaje y la verdadera razón del mismo. La Alhambra me confrontó con mi historia personal y lamenté que nadie fuera capaz de defender las altas torres de ese palacio de abejas y jardines.

Necesitaba asumir la otra parte de mi identidad, reincorporar el Asabis en el torrente sanguíneo y comprender los alcances de mi extranjería. Sentí que Granada seguía siendo mora por todos sus costados y que yo era un moro más, atravesando como ayer, esas calles familiares.

Ya sé que no hay más patria para mí/más que esa patria donde viven mis hijos/ sin embargo/ poseo una chilaba que cambié/ a Mohamed en una calle de Tetúan/ y bajo el influjo de esa vestimenta/ me supe árabe entre los árabes/ y antes de caer deslumbrado/ frente a la belleza de la Alhambra/comprendí que preexistían sus prodigios ornamentales/ sus arabescos/ y cuando por primera vez/supe Gibran Jalil Gibran/ recordé la historia que subyace/dentro del hilo común de nuestro Asabis.

San José, 22 de marzo de 2019.


Poesía e identidad

Por: Graciela Aráoz (Argentina)

Hablar de identidad, en mi caso, significa hablar de la impronta de mi lenguaje que es, como dijo la reconocida poeta argentina, Luisa Futoransky en la contratapa de mi libro El protegido del ciervo: “Graciela se aventura, sin miedo aparente, en los bosques del desorden y la pasión. O, entre tierra y cielo juega a una rayuela de lo más peligrosa. Aráoz es alguien que viene de los grandes espacios, por eso sabe tanto de horizonte y de soledad. También de utopías y vientos radicales. La paradoja es que al mismo tiempo la acosa la consecución de la armonía”.

Considero que la identidad es donde se desayuna, se escribe, se hace el amor y cómo se escribe sobre hacer el amor y sobre gritar por las injusticias propias y ajenas. Todo esto es patria y es poesía.

También es ese paisaje que vieron mis ojos y que se metió en mi alma para siempre; árboles, inmensidad, el cielo más hermoso que pude hasta ahora describir, un río en donde el agua la tengo dentro y con la que sueño y escribo.

La poesía es nuestro cuerpo, y nuestros sentidos, que se formaron en un tiempo en el que era analfabeta. Y luego, cuando las palabras amanecieron, se escribieron con la tinta que se distribuía en las ramas, hojas y sabores de mi ser. La poesía es mi espacio y cómo digo ese espacio.

Buenos Aires, 25 de marzo de 2019

Muerto de cerca

haga lo que haga
me anega la belleza de los ocasos levantinos
del carmín indolente a ese naranja sanguinario
cebado en piedra de afilar

loquero al aire libre
el aire enrarecido
los gatos
son aquí casi tan salvajes como la gente
aquí, donde todos lamemos heridas
manoteamos zarpazos
donde por el solo hecho de deambular
la historia nos convierte
en muertos de cerca
en el abono de la desvergüenza
que clama la tierra

las plantas aguerridas quién sabe
pero las delicadas, nunca tuvieron
intención de reencarnar

Luisa Futoransky


La esquizofrenia del poeta moderno

Por Álvaro Inostroza Bidart (Chile)

Según el sociólogo Stuart Hall existen tres tipos de individuos en la Era Moderna. El sujeto de la Ilustración, que tiene una concepción de la persona humana como individuo centrado, unificado y dotado de las capacidades de razón, conciencia y acción.

Luego, el sujeto sociológico, que es aquel que se forma y adquiere sentido en relación con los otros. Dicho sujeto es el que en el siglo XX dio vida a las grandes utopías de los proyectos sociales y políticos colectivos. Finalmente, el sujeto post moderno, que no tiene identidad fija y permanente. En este caso, el sujeto se ha fragmentado, tiene una variedad de identidades, que son contradictorias o no resueltas.

Según mi opinión, en la poesía actual pueden y deben cohabitar los tres tipos de sujetos. Deben convivir todos los sujetos, predominando algunos sobre otros, dependiendo de las opciones éticas y estéticas del poeta. Por eso se habla de la “esquizofrenia” en la poesía actual, ya que el sujeto poético puede tener varias personalidades, que correspondan a versiones de estos tres tipos de sujetos, incluso pareciendo contradictorio a veces.

Un claro ejemplo de mis afirmaciones es la obra del poeta chileno Nicanor Parra, quien a partir de sus “Poemas y Antipoemas” (1954), instala la desacralización del Yo poético, la utilización de un lenguaje donde abundan los lugares comunes, los clichés, el prosaísmo y el cotidianismo. Un gran poema que grafica esta aseveración es “Soliloquio del Individuo”, que aparece en dicho libro:

Yo soy el Individuo.
Me preguntaron que de dónde venía.
Contesté que sí, que no tenía planes determinados,
Contesté que no, que de allí en adelante…
De este modo me desplacé hacia el oeste
acompañado por otros seres,
o más bien solo.
Para ver hay que creer, me decían,
Yo soy el Individuo…
Produje ciencia, verdades inmutables,
produje tanagras,
di a luz libros de miles de páginas,
se me hinchó la cara,
construí un fonógrafo,
la máquina de coser…
Yo soy el Individuo.
Miré por una cerradura,
sí, miré, qué digo, miré,
para salir de la duda miré,
detrás de unas cortinas…

Volviendo a la idea anterior, la identidad poética, por lo tanto, se construye en función del yo, pero también del otro. Se produce por parte del poeta una “esquizofrenia” voluntaria, para incorporar la mayor cantidad de otros; buscando una identidad amplia, que incluya la identidad personal, pero también la cultural y la social, la regional, la nacional, la mundial, la colectiva, la universal. Por el Yo poético se pueden expresar muchos hablantes, de diversa índole y alcance, con un esfuerzo que tensa el cuerpo y la mente del poeta.

Conservando las huellas de su origen, el poeta compromete y exacerba todos sus sentidos para la elaboración del poema; para lograr este poema vasto y singular, este poema que es el uno y el todo a la vez.

El poeta actual no tiene temor a la contradicción y a la paradoja, ya que entiende que debe ser todos los sujetos; pero siempre con una posición ética; debatiéndose entre todas las ideas, entre las ideas socialistas y anti socializantes, entre las ideas místicas y anti religiosas, entre las ideas hippies y las conservadoras, entre las ideas ecológicas y las consumistas, entre las ideas Taoístas y las occidentales, entre las ideas democráticas y las anti dictatoriales, entre las ideas modernistas y las vanguardistas, entre las ideas modernas y las post modernas.

En resumen, el poeta actual debe oscilar entre el todo y la nada, asumiendo que el mundo y el ser humano también lo hacen; pero no debe olvidarse que siempre en cada acción, en cada palabra, parte desde una identidad personal, desde una huella dactilar que traza un camino. En esta ruta deberá tener visión periférica, pero desde una posición propia; mientras avanza en la senda que ha definido, que nunca es recta, pero que tiene un Norte y una Idea del Mundo, que también son parte de la Identidad que el poeta ha elegido para sí mismo y que va puliendo en el viaje de la vida.