Poesía inédita Colombiana

Tallulah Flores Prieto. Docente, poeta y traductora.

Puerto Colombia, Atardecer

El revés de la caída

Que nunca está de más el simulacro
que supera el miedo en la mañana.
Que un solo acto
puede rescatar
toda la obra cada día.
Que no importa la memoria
si se pierde
si se sabe conjurar todo el horror
que habita en ella
y se rescatan los rasgos memorables
por sucios que éstos sean.

Que la vida es sólo eso:
lo infausto de la máscara,
fragmentos aprendidos a destiempo,
la caída que no enseña
entre palabras que se agotan
entre recuerdos diluidos
y entre sueños
este río eternamente desviado y desertando
o una nube que entra lentamente y nos recorre
y se deja transitar cuando traspasa la ventana
que nos llama y nos prepara para el día.


Walt Whitman

Porque en algún momento mencionó las fronteras
sabiendo que no existían fronteras
y que nada era seguro, ni las cosas sencillas que no existen,
celebro a Whitman y en su voz me pierdo
porque conviene más saberlo cerca para poder abandonarlo,
inventando otro diálogo de dejaciones que avancen,
o proximidades más propias para celebrar el tiempo.

Canto de sí mismo, yo me canto
y me apropio de mí, de los que vienen,
porque así lo pediste y yo me creo
y creo en mi época de tristezas vanas y de muerte,
y en el futuro tan vano de tanta vida que no tendré.

No soy original, tú lo dijiste, y no he de serlo porque no significa nada.
Porque hablamos del mar, y tocamos el mar, y viajamos el mar,
porque todo es sequedad
y vemos lo que podemos ver del pasado y del presente.

Porque no conocimos el verdadero río ni al verdadero hombre,
y saltamos sobre el estiércol y construimos sobre él.
Porque arrojamos discursos sobre la tierra mojada y sobre la tierra seca,
y nos hacemos preguntas para pensar el tiempo, porque incomoda el tiempo.
Entonces, yo lo digo para que tú lo celebres.

¡Incorregible melodía!
Tocas mi oído, aunque no te pedí.
La sé desde siempre y no me hace feliz.

Tú te hiciste feliz invitando a tu alma a observar un tallo de hierba del verano.
Nosotros observamos los tallos de la única estación
y somos con el misterio débiles.
No tenemos tu aplomo, Walt Whitman.
Te hemos ganado en muerte.


Héctor Rojas Herazo

Que no se diga nada de tu ausencia,
porque ahora tu mirada se posa sobre el mar
y tu perpetuo irte por tanto asombro y miedo
te acomodó justo en la bóveda de Dios
quizás antes de tiempo
un tanto sabio un tanto presumido
para poder pelear con él ahora que estás muerto
y no sabes dónde estás.

Que no se diga que no lo tienes todo,
porque nombraste el terreno pantanoso
que heredamos de ti en este Caribe pobre y concluido
que de tanta memoria desafiaste
afirmando tu propia eternidad en una idea de patio,
en un proyecto de luz a eso de las cinco
cuando la certidumbre de lo simple
mereció tu aprecio y tu dolor por saberte tan triste
y sabernos tan tristes en este lado del mundo.

Pero que no se diga que tampoco fue el mar
cuando el mar dirigió tu embarcación a remo
y el silencio fue más que ruido de tambores y de noche,
la voz de tus parientes y sus dulces caballos
reconstruyendo tu historia en la oscuridad del tiempo.

Tus parientes, que pusieron tus ojos en los ojos de ellos
recogieron con cuidado los bordes de tu cuerpo,
y sin la frase acabada de las tumbas
te regalaron el sueño de tu azul salado
para que por fin vivieras una vida por fuera de la muerte.


Li Yaotang

Y si de nuevo estuviéramos a las puertas del 113 en Wakang Road,
levantaría mis brazos con el mismo asombro y con mayor certeza
para alcanzar la estancia, el recibidor de los amigos
y esa luz que se posa sobre el siglo de magnolias
que sus manos plantaron como retazos ajenos
para trazar sus libros.

Porque nos despedimos muy pronto.
Y unos minutos no bastan para sentir a los justos solitarios de las guerras.
La fiebre rebelde de los que no pueden matar.
Los golpes de las manos que no se sabrán nunca
a campo abierto o en el pabellón de un hospital.
La duda, la duda perpetua sobre el despertar del hombre.

Así fue que abandonamos el arco del zaguán,
los agitados sueños de Li Yaotang
para atravesar los pasillos encubiertos de Shanghái,
sus troncos sosteniendo el infinito enramado del wutong,
su descarnada y suave luz.

Pero ahora es la ocasión, Li Yaotang.
Han transcurrido los días, y aunque los mapas mienten y nada se ve de lejos,
mientras respiro mi tierra
me llega un nuevo ímpetu que me conduce a Sichuan,
al juego de tus máscaras,
a la mirada final, a la más limpia mirada, la última de todos.



Desaire

¿Cuál de las noches?
¿Cuál noche para explorar ese que soy cuando me acecha el rostro de mi mejor enemigo?
¿Cuál rostro para saber quién soy si lo que veo es su delirio?
Y entonces cierto desdén
Este desdén con que lo alcanzo le disparo
Justo
En el centro

Me hago fuego
Invierto los deseos
Lentamente
Suplanto a mi enemigo
Para salvar mi honor
Ya no me veo.


Día ordinario

Escuchábamos cómo se levantaban las olas saciadas de sí esa noche.

Desde la ventana
el viento viciaba el paisaje
y arremetía contra los cables y las uvas de la playa
despojándonos de toda luz.

Todo era pegajoso y negro y flotaban las cosas de la casa
tocábamos la mesa, la jarra, los cubiertos
para saber que seguíamos allí
indeciblemente solos
y a la espera.

Afuera
vaporoso como un fantasma
el viento arrancaba una a una las trinitarias del jardín
curtiendo de rojo el médano entre el miedoso ajetreo de los perros
y el polvo amarillento que esparcirían los gallos al amanecer.

Porque regresaría el paisaje.

Las niñas de la vecindad madurarían sus risas con sus muñecas al sol
la anciana de la esquina espantaría las moscas del fogón
la ropa estaría tendida contra el mar
el ebrio hablaría a solas en el sendero sin nadie
el perro apaleado con sus ojos punzantes atravesaría el portón
entre una pausa y otra la voz del expendedor.

Y después
mucho después
la caída de la tarde
el bramido del color.

La abrasadora necesidad de la indulgencia.
El sendero nuestro sin otro horizonte que lo invisible del mar.


NN

Pero es necesario el llanto
Es necesario el llanto para ordenar el tejido de la trama
del gran lamento sin voz.

Un llanto más enorme que el insondable llanto de los desposeídos
que el llanto terrible y moderado de las mujeres violentadas
que el inocuo llanto de los arrepentidos y los necios
que el llanto miedoso de los niños, los atolondrados y los sabios
que el llanto cansado del amor.

Por el pasado infructuoso que nos tocó
Por el futuro infructuoso más viejo que el ayer

Tanto ardor
Tanto ardor

Atravesando
Invisibles
Nosotros
el más antiguo miedo.

Pequeña memoria de un festival

A Vito Apushana, porque fue testigo en Medellín

De pie y bajo un árbol de ciprés
una niña anima el horizonte
uniendo los dedos de sus manos
hasta formar un círculo.

Luego pregunta por el tamaño del mar
y se pierde ligera
disimulada por la multitud
que se eleva sobre el cerro
prendiéndose al canto de un poeta wayu.

Pero más acá
más acá de las flores dispuestas sobre las batas blancas
de las madres sustitutas
del hervor del fuego y del vino temprano
para el abrazo común de bienvenida
un niño embriagado de calor y de poemas
que enseñan dónde debemos poner nuestros oídos
para escuchar el sereno temblor que es la vida
busca un regazo para morir
esparciéndose lentamente en mí
mientras yo respiro con él
el polvo de sus pasos.

Ahora estoy aquí tendida en tierra
asustada y loca apresurando el corazón
porque el tiempo ha transcurrido
y de ese niño que vive entre los árboles y el río
me ha quedado la piel
sus ojos inundados de decencia para decirme adiós
el hambre brutal del moribundo de hambre
la soledad tan suya que heredé
y estas ganas que tengo de apaciguar mi vientre
a la cabecera de este cerro
como impávidos sentados permanecen los cuervos.


Conciliación

¿Somos culpables ante quién?
De bajar al infierno del subsuelo
¿O será ante nosotros culpable
el enviado ángel del cielo?

Arseni Tarkovsky

Que nos disuada la noche
que asole nuestra voz
que tome una a una tus malas palabras y las mías
y las de ellos pausadamente las acuña
hasta ser un testimonio más del tiempo que llevamos a cuestas

Para entonces discurrir desde la orilla
usurpar el valor de nuestros muertos
delatar con furia nuestra desvergüenza
por haber pasado de mano en mano cada frase cifrada
que sufragó el hambre de todos y el silencio

Y que se haga la luz
que un nuevo río de palabras nos guíe con algo de piedad
para extraer agua de boca del cielo subterráneo
para poder decir he aquí a los muertos
sus pies desnudos intactos todavía
una cinta un vestido azul los incontables ojos
bajo el velo que descubre los labios dañados de una niña

Cabezas sueltas
Trozos
Una mano una más otra en reposo
Asida de otra mano a las tarullas del Caribe

Y que se haga la luz
sobre este cuerpo derrotado que es la piel de todos

Porque alguien nos mira ahora
y sus ojos son rápidos
y la lluvia arrecia
y no hay tiempo
ya no hay tiempo suficiente
Debemos marcharnos con sigilo

No obstante
algo nos dice que sabremos llegar
Todo está claro
Llegaremos a casa
con un puñado de piedras en las manos
con el odio y el frío entre los huesos.


Cosas del río

Sin embargo, la luz. Eso decías.
Pero hemos visto cómo la ciudad se tuerce
cuando de las montañas surge el ocaso con los muertos futuros
que poblarán la noche en las cloacas del río.

Todo ha sido decretado
irrevocablemente
para la montaña, el ocaso, la noche y el río.
El hombre contra el hombre, levantando la voz y las pezuñas,
pleno de odio y amor desbordados.

Pero el amanecer despierta
y a plena luz del sol
tan poco qué decir.

La brisa se agita y en el aire flota uno que otro hueso de la noche última,
los ladridos de un perro confundido, el mango de un cuchillo,
el humo del fogón ya levantado, un leve olor a carne ya podrida,
una mujer guardando algún secreto malo mientras ata desperdicios a su cuerpo,
y el gemido de un niño bulle en su entrepierna.

Sin embargo, sabemos continuar.
Con algo de vigor, recobramos el sentido.
Hoy no hay que trabajar.
Además, es verano.
En Medellín se espera el renacer del río,
y hay una luz esplendorosa en estos días.


En el camino

Suspiro.
También tú: la felicidad llegó a su límite.
Sonrío.
También tú: las imágenes frescas del paisaje se resisten a su época.

Y de pronto, el silencio suspendido:
como un perro trotando, un joven aparece al borde del camino.

En su mirada,
la nostalgia de la muerte.

Recogemos nuestras manos.


Tallulah Flores Prieto. Miembro del jurado de selección de la Beca de la Fundación Cultural Esteros 2020. Docente, poeta y traductora.