Santiago Grijalva (Ecuador)

El brillo de la imagen cotidiana, esa que nos define y nos delata, se funde con la presencia de un dios precario, humano, al que lastimamos y amamos con igual intensidad. Presentamos poemas de Santiago Grijalva, extraídos de su libro «Nos dolerá siempre que sea necesario», publicado por Llamarada Verde, en 2022.

Por Juan Suárez

El ojo de Dios

Contemplaba inmutable el arca construida después de mi llanto
con desdén encendía el mundo para conocer
          cómo sangran las sienes de los becerros.

Me complace la niebla en el verano
las grandes caminatas sin propósito de los elefantes,
acaricio la demencia de las hienas en invierno
desperdigo papeles para ser el ojo de cualquiera:
El ojo derecho del suicida que le es imposible
subir a un puente sin pensar en la caída,
medir con perfección el viento
          y la agazapada figura en el concreto.
El ojo del niño después de haber recibido el primer pan
para calmar el hambre nocturna de las aceras.
El ojo del padre que contempla a su hijo ciego
cuando pregunta
          ¿Cómo se ve la lluvia por detrás de los faroles?

Hay ocasiones en que puedo ser más que materia
          la cabeza de una aguja sin un camelo que atraviese.
El espacio de luz entre un sol y la lluvia.

Pero hay miseria de la que nadie se sorprende
          y Dios prefiere jugar a ser tuerto.

He visto llorar a Dios
          soy su lágrima.


Defensa de lo absurdo

Defiendo los asuntos del tiempo
el hilo tirado de lado
el pie cojo de mi nostalgia
la causa pérdida de mis derrotas
la piel repleta de moho
          en esta vieja revolución de pájaros.

Defiendo esas pequeñas cosas
que desencajan el paisaje
la belleza de un elefante muerto
el buitre y la carroña olvidada
la soledad en la pata izquierda de los leones
la flor arrancada para los floreros de la historia.

Defiendo las cosas absurdas
como el camino en círculo de los falsos laberintos
las casas habitadas por luciérnagas
la luz del mediodía sobre los árboles de la plaza
el croar de los sapos en coro con las libélulas
el optimismo en una despedida
la expectativa de una promesa
las mentiras de la piel
          y las arrugas en los ojos de los dioses.

Defiendo cosas que no me incumben:
el gobierno de turno
las revoluciones del mayo francés
la libertad de los animales en los zoológicos
el sueño gatuno de los niños
el olor a humo en los aeropuertos
          y las cicatrices.

La defensa sutil de lo absurdo
me convierte en un toro optimista
          antes del rodeo
en la yema infértil buscando vida
en el ojo de un ciego que arma su camino
          cuando la luz escasea
en el oído sordo de Dios
en el que contempla el mar repleto de barcas
en el que deja de comer
          y no reparte sus potajes.

La defensa sutil me devuelve,
en contragolpe, la soledad
y hago de monigote
para tener algo
          que me justifique la vida.


No, ellos

Somos testigos de aquellos que han decidido amar
que al tocarse sienten irrumpir la lluvia
desesperados buscan contemplar sus manos
y terminan olvidando.

Esos por los que siempre hemos estado incompletos.


El hombre al que pisé un pie en el parque

Sobre una carreta insomne
desciende el cuerpo sin vida de un rostro conocido.

Martes, ocho de la mañana,
te he mostrado lo inservible,
pero eso no me devolverá la luz que nacía en la mirada
ni tus zapatos extrañamente brillosos
tampoco la lumbre de aquel cirio que brota en tus entrañas.

Fue martes, lo recuerdo,
fue un día con amenaza de lluvia
cuando mi entorpecido paso retumbó frente a los pies descalzos de tu hijo,
          por un sonido sordo que me hacía escapar presuroso.

¿Qué será de tu niño, ahora que te han hecho un agujero
          con olor a descanso y pólvora?
Acaso quedará preguntándose qué ocurre
acaso habrá conocido la sangre por primera vez en sus manos,
simplemente te desplomaste y empezaste a cerrar los ojos
sin tiempo a explicar aquel frío que te encierra,
tal vez, y solo tal vez, decidiste salvarlo de esta perdida
y en el piso un hilo rojo
          que conecta la rabia con la indiferencia.

Por mi culpa tal vez, por mi tropiezo,
ahora el hijo se convirtió en hombre,
amortajándose la ingenuidad,
pensando con intransigencia,
la responsabilidad de un balón pateado en el parque público.

Estoy seguro que tú, hijo de la mañana y la pólvora,
sabrás gritar, enrojecerte de vergüenza,
pensarte libre como libres son los burros en su muerte.

Reconozco tu rostro frente a la pantalla,
tus botas junto a unas más pequeñas,
y no me cabe dudas,
estropeé la mañana, la vida y el paisaje, debía ser yo,
debía colgarme de una reja,
dejar expuestos mis ojos en los faros recurrentes de la noche
para convertirme en un héroe y figurar en alguna plaza,
pero el frío solo conoce rincones inocentes.

Qué dolor quedará para decirme que no siempre la verdad
se devela en el silencio rotundo de un disparo
hacía el falso altruista que finjo ser,
aquel que ha dejado de lustrarle los zapatos
          a los dioses de la misericordia.


El último pedazo de pan sobre la mesa

Ves, me decía mi padre, mientras espantaba a los ratones
y con un gotero daba medicina a mi hermano,
aquella fiebre fue injusta con los ángeles
no hay que dejar a la suerte las tormentas,
no hay que bajar la espalda al látigo del tiempo y la espera
es mejor echar cerrojo a la puerta y disparar por las ventanas
          como cuando la enfermedad ataca a las manos primero.

Es por eso que siempre fui cortando tulipanes a destiempo,
me fui por la amapola restregada en el suelo
          solo por ver como la belleza también tiene colores en su derrota.

Mi padre presiona el agujero, la raspadura herrumbrosa
que dejó sin propósito a las hormigas que se despiden en los equipajes,
se van acortando los ritmos, los maderos de este barco
apilando los horizontes en los costados del cristo triste donde me reflejo,
es tiempo de reconocer los carcomas,
las heridas sin cicatrizar en el vientre,
es tiempo de dejar a tu hijo tendido
para recargar la libertad con el sonido de un gotero en la boca de los sobresaltos, es momento de romperse en el mundo, la mitad equívoca de la fortuna,
yo andaré por aquí, rondando el llanto de mi padre,
disparando piedras a los dioses
a ver si en algún momento cae un pájaro
y me presta sus alas para
empezar a alzar vuelo y
reconocerme en los vientos.


Monólogo del Arupo florecido

Es acaso el viento que me muerde las heridas cada mañana
o esta trompeta que entorpece cuando florezco,
puede que sea el vapor que escapa de la oruga cuando se arrastra contra mis pétalos.
Estoy premeditando la tortuosa escalera hacía la lumbre rocosa de lo infértil,
arrojaré a mi tiempo los frutos resecos y mis esporas,
embriagaré a las mariposas con el néctar de las derrotas,
imitaré a las golondrinas en su siembra de kilómetros y despedidas.
Por cierto, mañana entrará el agua desde tus lágrimas,
implosión de abismo y centenares de rupturas,
costumbre esta, de cercenarme cada otoño mis canas anaranjadas.
Dejo un camino reconocible a todos los errantes,
unas alfombras para lo gitano de mis recuerdos,
un abecedario inscrito en la espalda de una mujer,
un tratado entre los abismos y los valles.
Marca tu propio tropiezo, recupera el silencio entre los tumultos,
arranca las últimas migas de carbón en la celda del tiempo,
deja que la ceniza te inunde la mirada y que te limpie.
Dejaré de resignarme en cada tormenta
y resolveré el pulso en todas mis comisuras, para revolverme
en tu llanto, en ese discreto y cristalino resplandor de mejillas tristes
de garganta seca, tú, discreto pájaro que escondiste las alas
para no causar temor a las lagartijas, aprendiste a hablar sin que la ocarina de tu pecho
se bifurque en la sonora extrañeza de mis culpas.
Yo, que te sentí sobre mis ramas, hacer nido entre mis raíces,
ahora juegas a ser abono de verbena triste,
de fogata mal curada por el agua.

Había empezado a melancolizarme
por aquella robusta escopeta que se disparó en dirección a casa.
Me encorvo hacía tu afluente noctámbulo y rotundo,
para pensar que soy la esquina débil de una fotografía,
algo, como la izquierda inútil en lo diestro
algo, como los cortes en los tajos de hacha sobre mi esqueleto.

Nos veremos cerca de los recuerdos,
nos veremos prontamente en los recuerdos,
nos veremos prontamente
nos veremos…

Nos dolerán todas las veces que sea necesario.


Santiago Grijalva (Ibarra-Ecuador, 1992) Psicólogo Social Comunitario, poeta y editor. Publicó los poemarios; La revolución de tus cuerpos (2015), Arreglos para la historia (2017), Los desperdicios del polvo (2018) Cerrar una ciudad (New York Poetry Press, 2019), Propositti della belleza (Propósitos de la belleza; Raffaelli Editore, 2020); Nos dolerá siempre que sea necesario (Bolivia, 2022). Consta en la Antología de Poesía Española Contemporánea “Y lo demás es Silencio Vol. II” (Chiado Editorial; Madrid, 2016), Seis poetas ecuatorianos (Editorial Caletita; México 2018); está incluido en la selección de poetas ecuatorianos «Voices form the center of the world» realizada y traducida por la poeta Margaret Randall. Sus poemas han sido publicados Revista Aérea Hispano Americana de Poesía (Santiago de Chile; 2018) Utopía (Edición N°93; 2016) Cuando E. P. Thompson se hizo poeta: revista de poesía política (N°4; 2017); Caravansary Revista Internacional de poesía (Colombia; 2019); Letras del Ecuador (N°211; 2020), Además, en varias revistas digitales en Iberoamérica. Participó como invitado en Festivales nacionales e internacionales. Participó como invitado en el Festival Internacional de poetas Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2016) Las líneas de su mano (Bogotá,2018), Jauría de palabras (Bolivia, 2019). Actualmente es subdirector del Encuentro de poetas en Ecuador “Poesía en Paralelo Cero”.

Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Poeta, editor. Máster en Teoría Literaria por la Universidad de Salamanca. Ha publicado 5 poemarios. Su libro «Las cosas negadas» obtuvo el Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021. Es editor en «El Ángel Editor» (Quito) y en la revista «Esteros».

Escrito por

Revista cultural y literaria de la Fundación Cultural Esteros.