«Yoga», una novela en la que el autor cuenta su experiencia con esa disciplina, pero solo tangencialmente, como una forma de transitar la existencia valiéndose de una herramienta que le sirviera de amable sobrepeso a algunas de sus obsesiones. Incluso el oficio. Un modo de sobrellevar la vida y la obra de manera más liviana. Todos empujamos una carretilla de mierda, dice por allí en alguna línea.
Por Carolina Zamudio
En la página treinta y tres de las trescientas veinte de «Yoga», el libro más reciente de Emmanuel Carrère, que se publica seis años luego de su obra anterior, el autor cita al pianista Glenn Gould, quien dedicó su existencia entera a ejecutar con precisión y singularidad a Bach: «El objetivo del arte no es la descarga momentánea de una secreción de adrenalina, sino la construcción paciente, a lo largo de toda una vida, de un estado de quietud y de fascinación». Y, quizá, como en todo el libro, Carrère lo cita porque se lo está escribiendo, en primer término, a él mismo, como sugiere en sus máximas para escritores principiantes y no tanto, Stephen King. Porque incluso los avezados como Carrère un día deciden dar un golpe de timón, dejar la ficción y los géneros estancos para escribir desde el propio estilo, que en este caso consiste en hablar sobre él mismo, en código de diario personal, ensayo o crónica, pero solo para intentar nombrar lo universal desde la primera persona.

«Los escritores que escriben lo que se les pasa por la cabeza son mis preferidos, Montaigne es nuestro santo patrón porque hace exactamente eso, escribir lo que se le ocurre, con la más absoluta indiferencia por la opinión de la gente que dice que se la suda lo que se le pasa a él por la cabeza»
Por medio de una paciente libreta que llevó durante muchísimos años, como esas de muchos escritores, no importa la época, se escribió «Yoga», una novela en la que cuenta su experiencia con esa disciplina, pero solo tangencialmente, como una forma de transitar la existencia valiéndose de una herramienta, de una actividad, que lo enfocara y le sirviera de amable sobrepeso a algunas de sus obsesiones. Incluso el oficio. Un modo de sobrellevar la vida y la obra de manera más liviana. Todos empujamos una carretilla de mierda, dice por allí en alguna línea, cito sin exactitud y de memoria la frase que conservo intervenida del libro —salvo por lo soez, que estoy segura es textual—y remata: solo hay que aprender a vivir con ella.
¿Qué busca, entonces, contar Carrère en «Yoga»? ¿Qué logra? El mismo autor nos revela a lo largo del libro su intención y lo hace mientras narra el procedimiento, en el camino inverso al de la meditación donde la gran proeza es dominar el cuerpo para que no haga absolutamente nada. Nos transmite su experiencia como escritor, sus desvelos como ser humano y, principalmente, su lucha por aquietar la mente, con lo que consigue no solo escribir el resto de sus libros anteriores, sino explicarse, explicar al lector, cómo la escritura (aunque por momentos solo mental) de este texto autobiográfico, le permitió tolerar momentos que lo tuvieron a menudo en un vaivén entre la euforia y la depresión, de períodos de intensa cosecha narrativa a pozos de silencio, hasta de alejamientos totales del mundo y de la palabra para volver renacido o parcialmente recuperado. «Thomas Bernhard decía que escribir no es muy difícil, basta con inclinar la cabeza y verter todo lo que hay dentro sobre una hoja de papel», recuerda Carrère. En ese camino, llega a algunas revelaciones que comparte con humildad como aprendiz de hombre, de ser humano, y las despliega para el lector desprevenido que llegó a estas páginas buscando aprender algo sobre el yoga o, también, para el lector del otro Carrère, el de la complejidad y del trabajo aceitado entre la razón y el alma.

«A fuerza de zambullirte en esa red infinitamente tenue de sensaciones y de conciencia un día desembocas en el otro lado, en lo infinitamente grande, lo infinitamente abierto, en el cielo que los seres humanos han nacido para contemplar: eso es el yoga»
La novela comienza contando en tono de confesión, infalible puerta de acceso a un libro, sobre sus días en un retiro de silencio en Suiza al que acudió con la idea vana de escribir un «librito liviano sobre el yoga», que mucho después culminó en una obra para nada leve, que enumera tantísimas definiciones sobre la meditación que él mismo recogió como alumno, practicante, aspirante a algo que a priori determina como imposible para la mayoría de los mortales y, por eso, acaso, necesita nombrarlo, definir, explicarse… como si relatara cómo sucede el mecanismo automático de la respiración con los más exactos detalles físicos solo para recordar que es el fin primero y último de todo.
Existen otros temas cardinales en el libro: el camino del escritor y el periodista, el del hombre y el padre, el del hijo y el amante, el viajero incesante y las complicadas cuerdas que no siempre maneja para mantener la cordura y la alegría, que se presentan siempre esquivas, un pequeño chispazo que se cuela entre todo lo demás. Y, principalmente, el convencimiento de que su sino en la vida, como en la de cualquier escritor o artista, cualquier hombre lo suficientemente lúcido como para detenerse en ello, consiste en la lucha denodada e infructuosa de vencer el ego integrando la dualidad acechante: «hagas lo que hagas, no puedes fiarte de ti mismo porque dentro de un mismo hombre hay otro y los dos son enemigos», escribe, una de las muchas veces que reflexiona sobre la condición trabajosa y aun así precaria de la unidad. Se detallan, también, sucesos dolorosos personales o célebres, como una internación de cuatro meses con un diagnóstico de bipolaridad tipo 2, el atentado al semanario satírico francés de izquierda Charlie Hebdo que vivió muy de cerca, el trágico tsunami en el Océano Índico del que salió ileso, pero lo contrastó —una vez más— con la muerte, su experiencia en una isla griega con jóvenes refugiados, incluso la proeza de que su corazón y su cabeza superaran los prejuicios sobre la poesía y la tomaran hasta hoy como una aliada innegociable.

«La meditación es provocar que nazca en tu interior un testigo que observa el torbellino de los pensamientos sin permitir que le arrastren»
Hay tanta sinceridad nunca impostada en la novela —una obra fragmentaria de capítulos cortos y por momentos inconexos, que recuerda la estructura de, por caso, «Los errantes», de la Nobel Olga Tokarczuk, aunque en ambos casos sea solo una ilusión en la que se unan todos los puntos— que es improbable que el lector no se identifique con las búsquedas y los hallazgos, incluso sienta junto con Carrère su dolor, de más caídas que recuperaciones en eso de ser humano: «Escribo para ser mejor persona, es cierto, escribo porque me gusta escribir (…) Escribo también para ser célebre y admirado, lo que sin duda no es el mejor medio de llegar a ser mejor persona. Mi trabajo es el bastión de mi ego», cavila acerca de esa fina cuerda entre el querer ser autoimpuesto y el deber ser, sin dudas lo más profundo.
Finalmente, tanto los lectores desprevenidos que se hayan acercado al libro por el magnetismo de una portada efectista con unas manos abiertas y las líneas de toda una vida (o varias), y el título corto, conciso, al hueso sobre una práctica instaurada hace mucho en el mundo —ante las incertidumbres todas de una espiritualidad que se reconfigura ante las carencias de otras pseudo verdades puestas en jaque—, como para los seguidores de la consolidada obra de Carrère, intelectual mimado por la crítica, la novela instala con deleite y ritmo, también humor y finalmente un cierto mensaje esperanzador, las sinuosas encrucijadas de la condición humana, consciente siempre de su mínima proporción dentro de lo vasto. «El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto», podría sintetizarse junto con Borges. De mano de Carrère.
Emmanuel Carrère. Escritor, director de cine y guionista francés, Emmanuel Carrère estudió en el Instituto de Estudios Políticos de París, pero pronto comenzó a interesarse por el mundo del cine, sobre el que escribiría críticas para revistas como Télérama. Más adelante también le atrajeron los ensayos, y empezó a leer a autores como Werner Herzog. En lo literario, Carrère logró un gran éxito con El adversario, novela de la que él mismo escribió el guion para su adaptación cinematográfica. Además, Carrère se ha encargado posteriormente de dirigir las versiones de sus novelas para el cine. A lo largo de su carrera, Carrère ha logrado diversos galardones, como el Renaudot, el Femina, el Duménil o el Princesa de Asturias de las Letras.

Carolina Zamudio (Argentina, 1973). Poeta y ensayista. Publicó: «Seguir al viento», Ediciones Último Reino, 2013 (Argentina); «La oscuridad de lo que brilla», edición bilingüe español/inglés, Artepoética press, 2015 (Estados Unidos) con traducción de Miguel Falquez-Certain; la antología «Doble fondo XII», Musgonia Colección, 2016 (Colombia); «Rituales del azar», edición bilingüe español/francés, Éditions Villa-Cisneros, 2017 (Francia) con traducción de Rémy Durand; «Teoría sobre la belleza», Imaginante, 2017 (Argentina); «La timidez de los árboles», Hilo de Plata Editores, 2018 (Colombia); «El propio río», Colección Lima Lee, 2020 (Perú), «Vértice», Raffaelli Editore, 2020, edición bilingüe español/italiano (Italia), con traducción de Emilio Coco y «Las certezas son del sol», Valparaíso Ediciones, 2021 (España). Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos, y Periodista. Creó y dirige la Fundación Esteros, y la Revista Esteros (www.esteros.org). Premio Universitario Siglo XXI del diario La Nación de Argentina y la Corona del Poeta en el Eisteddfod. www.carolinazamudio.org