Alfredo Pérez Alencart (Perú/España)

Diez poemas que ondean en las frontera de lo que fuimos y lo que queremos ser, mientras son con quienes los leen.

El toro encantado

Quizás yo solo sea el reverso de una sombra
o la figura revelada bajo el último relámpago
sobre el paisaje de mi heredad,
allá donde estaba soñando el porvenir
montado sobre un toro tan antiguo como el amor,
más acá de la altura del barranco de los aguajales,
emplumado con calendarios que ignoran
la desaparición de tan verde lugar.
El toro es lo único que me resta de aquel paraíso.
Voy por sendas sobre tan noble animal
cuyo rugido es como rememoración del encantamiento,
de todo lo que era posible entonces,
cuando cielos y bosques ensanchaban mi corazón.
Quizás mi destino se fraguó alrededor del toro
cuyas fuerzas no flaquean por su cuero
resbaloso de presagios.
Pero todo se confunde en la ceremonia
que dentellea lo dichoso entre árboles ululantes
al sentirme volver tras larga ausencia.
Quizás en otra época mis pies trazaron la trocha
de libertad por la que me lleva el animal.
Al final del camino, el toro parece comprender
el mucho secreto de mi tristeza. Sabe de mí,
pues él mismo se grabó mi nombre en su frente.
Quizás yo sea ese toro que recoge las sobras
del festín y entierra las patas en el suelo
de su antiguo paraíso.


La casa del perdón

Oye cómo los odios vociferan contra ti su idioma
de muerte y destrucción.
Oye sus bravíos saltos para hacerse con el cetro de la jauría.
Oye sus pasos salvajes trayendo desolación al inocente
que apenas se mantiene en pie.
Oye sus murmuraciones que les llevan a hirvientes desvaríos.
Oye el triste resonar de sus respuestas adulteradas.
Oye la enumeración de tan malolientes costumbres.
Oye las blasfemias que duelen como mordeduras.
Oye sus amargas maledicencias entretejiéndose pálidamente.
Oye la falta de remordimientos que expresan.
Oye sus palabras impregnadas de fósforo y estiércol.
Oye cómo pregonan su inmisericordioso menester…
Óyelos con tu corazón asediado por ese prontuario
de conspiraciones y patrañas.
Óyelos sin retroceder, pues tu poder es el amor
que les resulta inalcanzable.
Después de oírlos,
enseñarás que la casa del perdón está hecha de amor
y que el amor no es un reino ajeno ni una fría lápida sin epitafio.
Darás la paz y el perdón a tus angustiadores
y que ellos escarben en su memoria
el inventario de infamias
o revisen el aceite caliente que irriga sus corazones.
Porque tu amor está contigo
nada entenebrece la convivencia de tu casa.
He aquí el testimonio que abre la puerta a vidas deshabitadas,
a hijos pródigos volviendo al conjuro del amor.


Forastero

Tierras duras, ¿dónde un hueco para este paria
que no se resiente ni a la menoscuarto? ¿Dónde
un catre roto para tiritar lento otra amanecida?
¡Aquí acudo, mis murmuradores! ¡Aquí perforo
la tela en pos de trashumancias! ¡Aquí, pisando
cepos, trastabillo y aprieto los dientes y hambreo
hasta roer la piedra! ¡Aquí resiembro espinas
que me torturarán más allá de la extremaunción!
¡Sí, gentes huidizas del abrazo o del desangre,
vine para deambular por el hedor de la basura!
Tierras duras, ¡ni baratijas traigo ni lujos pido
al hosco secano de vuestro corazón! Amados
prójimos, ¿por qué huyen de mi faz mendiga?
¿Mías las fronteras, los visados? ¡Nada es mío
salvo el horizonte boreal no sujeto a la muerte
o la aguja que de continuo taladra el minutero!
Tierras duras, tierras empinadas por los siglos,
¿dónde unos granos de trigo?, ¿dónde el zumo
de dulce viña? ¿Dónde un colchón de paja vieja
para posar mi día cardal o mi fatiga sin brecha?
¡Creo en el maná que veo en la mano del Amor!


Privilegios del confuso

A veces confundo el mar con el amor
y braceo la noche entera
hasta agotar el agua de tu cuerpo.

A veces confundo el amor con las estrellas
y toda la enmelada noche me embarco
en singladuras increíbles por tu cosmos.

A veces confundo las estrellas con tus labios
y esa noche deliciosa, bajo las primeras
lavas, muerdo tu abierta boca para siempre.

A veces confundo los labios con tu cintura
y a ella me agarro con felicidad tremenda
hasta que resplandezca la noche complaciente.

A veces confundo la cintura con tus sentidos
que velan mis armas en apogeo, y saco
brillo a la envolvente noche de los cuerpos.

A veces confundo los sentidos que completan
con el eco de tu voz que se enmadeja
en la aurora boreal de mis ofrendas.

Tengo el privilegio de gozar de tu íntimo arrullo
para mi confusión tan deslumbrante.

Así estoy entre tu carne;
así estoy entre tu espíritu.


Bandera blanca

Enseñas tu bandera blanca como si fuera un salmo infinito,
polifonía de las proféticas voces que acopiaste,
al igual que los andrajos que llevas en cada ruta de tu agonía.
Único destino tuyo, el Amor. Pero hay hombres
que te declaran la guerra, soliviantados porque pasas
sus fronteras sin mostrar salvoconductos.
Te atacan y no respondes: sólo enseñas tu bandera blanca,
hablándoles con ternura y con justeza,
aunque estés encaramado a montañas de ceniza.
Allí siembras y riegas; allí esperas: germina una amapola,
luego brota una orquídea y, más abajo, deprisa
renace el praderío de la existencia.
Allí ves una paloma sedienta que no se atreve a beber
del pozo profundo, y llenas de agua tu escudilla,
y dejas que se sacie, confiada en que no le harás daño.
Puro goce es tu serena vocación de ser puente, risa de niños,
espiga madura, rocío nupcial o limpio remanso
donde el sosiego se enhebra contra lo hostil,
donde las gaviotas saben del mar que desemboca en tu luz,
donde lo hiriente se descoloca para siempre.
Entrelazas tu peregrinaje con el viento, vas y vuelves
del abismo y, cada lento atardecer, dejas
que vuele tu tristeza por quienes sufren asedios
y persecuciones; dejas que tu alivio vuele hacia ellos;
dejas que gotee miel en sus corazones…
Único destino tuyo, el Amor. Pero hay odios y flechas
disparándote, gentes destilando sus iracundias
por plazuelas y lugares donde se reparte el poder.
Y otra vez enseñas tu bandera blanca
para que en la noche turbadora se firme alguna tregua,
algún paréntesis al derroche de contiendas.


El viaje

Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos
y sé que vas diciendo
que ningún obstáculo te impedirá llegar a tu destino.

Un rayo ardiendo en la noche
para sacar brillo al faro de tu necesidad. Yo sé
que ahora dudas del inmenso ojo de la vida,
¡así, con tu puño lleno de hojas secas!, ¡así, con una rama
haciéndose ceniza!, ¡así, blasfemando hasta que
se te calienta el cráneo!

El pecho jadeante de la espera, lejos de varitas mágicas,
cerca del sudor fronterizo con signos de impiedad.
Gritas: «¡Abridme, aunque no tengáis
simpatías por mi llanto!».

Sé que estás saliendo con una linterna sin bombilla
y sé que no te laceran las amonestaciones,
los vehementes reparos, el polvo que acumulas en tu
rostro. ¡Cuánto
padecer por lejanías! ¡Y qué del desgarro
por ir tras endebles o apetecibles trofeos!

Como un hombre enceguecido
esperas múltiples crucifixiones: allí, allí, allí…
Y gritas: «¡Dejadme un abrevadero donde mis labios
sacien su sed!».

Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos.


Donde corren las visiones

¡Mi lengua bajo el astro de la Medianoche
aunque el frío arrecie al costado de la urbe!
¡Mi comunión levantándose sobre las zarzas
y sobre toda seca heredad para los huesos!
¡Mi visión recubriéndose de inmensidades
para que no se rompan las cuerdas del amor!
¡Mi sosiego alzándose vencedor omnipotente
de mil bocinas invitando a burdas francachelas!

¡Oh mi espíritu satisfecho, mi órbita abisal,
mi sano proyectil haciendo eterna bisagra
o temple en torno a lo ardiente y lo divino!
¡Oh mi ingente transtierro midiendo aventuras
cada himno que estremece la boca resonante!
¡Oh noche crecida en su cuenca de presagios!
¡Oh vida regada por los zumos de mi cuerpo,
vendimiados del fondo de la sangrante herida!

¡Márchense, rigores de los vientos verticales!
¡Ven, ángel todopoderoso, ven a completarme
mientras duren las vibraciones de esta noche!
¡Venga a mí tu aleación como dádiva suprema!

Afuera, una edénica lluvia musita sus alertas
y yo dejo mi corazón abierto a las primicias.


OJALÁ QUE NUNCA TE SUCEDA

A ti te tocará otra suerte
cuando se aleje la bonanza
y, al mirar en su vientre seco,
querrás ir tras el pan para los tuyos.

Serás como el recién llegado
que busca comida en la basura
y debe dormir bajo los puentes
mientras todo brilla por arriba.

Tú habías perdido la memoria
de esa pasada ciudadanía
que ataba las hambres a su cuello
y el trabajo a la servidumbre.

Pasarás desmedidas privaciones
para lograr empleos miserables
que los nativos del lugar no desean
y tú harás con puntual esmero.

Todos viajamos en un mismo barco
que sube y baja con la marea.
Por el oro nunca te envanezcas
pues bien puede faltar mañana.

Sí: ojalá que nunca te suceda.


El pie en el estribo

I.

No soy el enajenado sobreviviente disfrazado de risas
ni el que se pudre en un escorial cualquiera
dolido en la punta del cráneo
escribiendo despreñadas palabras sobre la piel
del gigante desfallecido que vestigia su peso
si multiplicas tres dígitos del alma
proceso y magnitud de la secreta estatura
de los encantamientos cintilaciones fantaseos
del lamedor de azafranes escudando fuegos
de variados flancos omnívoros de honradez
No me confundas no olvides mi costumbre vertical
por muchas lunas sin meterme en una caja
galopando chacachap trapp trapp chacachap
con la última bandera que tartajea en el aire
pretendiendo honor en vez de monedas lloviznadas
en el propio enclave donde se oxigenan mis pulmones
molineando pródigamente por tantísimos terruños
que brotan de la ínsula firmamento de mi aquí
de mis ancestros de mi lámpara divina
de mi allí que impulsa a abotonarme al idioma
ya aliento de páramo y saudades de selvas
No partas sin gestarte dentro de mi lengua o en la tutoría
de imágenes que son mordeduras fabulosas
velas y dulces violines tramos largos de un viaje
a lo mucho interior que al ojo abierto embaraza


Ojo de silencio

Cada pedazo de mi carne es un calendario rapidísimo
para no caer en la hoguera
de quienes limpian los cuchillos rituales
mientras esconden rabos y pezuñas.
Soez resulta el bostezo de estas alimañas
junto el brillo de su impía codicia.
Debo estar en guardia para huir de costumbres
que propician la caída.
Debo estar vigilando el portal del Invocado,
preparando antorchas para ver
una parte de su inmenso ojo de silencio
que me encuentra a cada pisada.
Ningún rayo o viento antiguo quema mi carne
que silenciosamente clama al infinito, entre luces y tinieblas.
Esta fuerza se pierde otra vez en el principio,
en la oscuridad de lo que se fue más allá del olvido,
de lo que vuelve sin lentejuelas.
Este espíritu me ojea como un satélite preciso
que nunca se estrella en el vacío
ni en las piedras de sacrificio.
Largas noches de silencio convirtiéndose en ganancia
para explorar lo visible y lo invisible,
traspasado por mi propia mudez y la del Dios
donde naufraga mi carne sin piel,
buscando ser rescatada con atavíos inmortales.
Me iza por el cráneo un tornado seminal
y yo respondo con mi fiebre dispuesta a predicciones,
con el viaje varado de mi duermevela,
abrasado y existiendo
bajo una música pintada en el ombligo de la sombra.
Algo anota mi carne indefensa, el nombre del aliado
o verbos que hacen florecer esperanzas.
Alguna miel paladea mi carne mientras el plato va llenándose
en la balsa del cielo donde el ojo se prepara
para descargar agua en la boca de los sedientos.
Yo soy mi doble y devoto acallo bravuras verdaderas.
Él es mi yo y por eso es todo lo que miro.
Firmamos un pacto para bucear por nuestro silencio
y para no hablar en vano.
¿Quién me dirá por qué siguen trotando las imágenes?



Alfredo Pérez Alencart Puerto Maldonado, Perú, 1962. Poeta peruano-español y profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Fue secretario de la Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca (entre 1992 y 1998), y es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Poemarios suyos publicados son: La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); Pájaros bajo la piel del alma (2006); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Estación de las tormentas (2009); Savia de las Antípodas (2009); Aquí hago justicia (2010); Cartografía de las revelaciones (2011); Margens de um mundo ou Mosaico Lusitano (2011); Prontuario de Infinito (2012); La piedra en la lengua (2013); Memorial de Tierraverde (2014); Los éxodos, los exilios (2015), El pie en el estribo (2016); Ante el mar, callé (2017) y Barro del Paraíso (2919). Su poesía ha sido parcialmente traducida a cincuenta idiomas y ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), el Premio Andrés Quintanilla Buey (España, 2017) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.