Presentamos una muestra de los poetas participantes en el Festival Internacional Primavera Poética, dirigido por Harold Alva, quien también editó esta antología, un grupo de voces que enaltece la poesía y la fiesta que es la palabra.
Epílogo de la Antología de poesía Iberoamericana «La primera línea» (fragmento)
Por Omar Aramayo
Una antología es un corte transversal en el proceso literario de un país, de un continente, en este caso de una lengua. A través de una antología sabemos lo que ocurría, lo que ocurre, en determinado tiempo. Se puede saber, no solamente quienes son los poetas más descollantes, o los preferidos, los que representan una manera de ser y sentir, de ver, sino lo que siente y piensa una época. Los que han conseguido representar a su comunidad grande o pequeña. Como dice Julio Ortega, la literatura es la inteligencia de la humanidad. Y sin embargo trasunta más aún, es el habla que trasciende desde el llano hasta la letra, hasta los capitulares del idioma; y que luego va de retorno. Dice Vallejo: todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él: es el habla de una élite del idioma que retorna a ser pueblo; porque, aunque está demás decirlo, la poesía de hoy es el habla de mañana, en la poesía se acrisolan muchas palabras y una nueva gramática, se desgastan y cancelan las anteriores, y aparecen las nuevas formas, no al pantógrafo más sí al ocaso, a la decadencia.
Tal vez una antología tiene vocación de naufragio y son pocas las que se salvan, las que sobreviven, eso gracias a sus pasajeros, a todos ellos o sólo a algunos; pero también gracias al conductor, que es quien ha escogido la ruta y tiene las artes de la navegación, él es quien otea los horizontes y conduce.
En 1926 se publica el Índice de la Nueva Poesía Americana, exhumada no hace más de quince años; la antología viene con los prólogos de Alberto Hidalgo, Vicente Huidobro, y Jorge Luis Borges, los dos primeros auténticas butades de época, con mayor relación consigo mismos, con sus devociones y obsesiones, que con la obra de los antologados; en cambio Borges utiliza la plataforma para derribar a Darío y a los darístas, a su exotismo, a su boscaje, antes que a reconocer su humanismo, el golpe de timón, propia del parricida juvenil. El reconocimiento de Rubén es más bien tardío, pero entonces apenas tenía diez años de muerto y su profanación era casi un requisito de buen gusto y sapiencia. En esta antología no se encuentra Carlos Oquendo de Amat, que un año más tarde publica los Cinco metros, que a decir de Juan Bonilla: los dioses dejaron bien en claro quién era su poeta vanguardista favorito. Y evidentemente, que faltan otros.
La importancia de este índice, a colegirse de un punto que señala Lauer en el prólogo a la segunda edición, en aquellos años surge: el hispanismo poético promovido por el auge de la generación del 27, una especie de contracorriente de lo que sucede en Hispanoamérica. De esta circunstancia podemos establecer una cartografía de lo que ocurre en el idioma español, dos proyectos distintos, divergentes. En la península, la continuidad de la tradición española, con el ingrediente vanguardista asimilado, pero solo como recurso para unos y para otros nada. La huella ultraísta o surrealista, es un matiz, un color, en García Lorca, Miguel Hernández, Aleixandre, o Rafael Alberti; en Salinas, Cernuda, o Guillén, poco y en el camino. No obstante, dirán algunos, la paternidad del mítico Ramón Gómez de la Serna, y la beligerancia de Pombo, que en cierto momento es la meca a donde acuden Huidobro, Hidalgo, y otros latinoamericanos.
Por otra parte, la vanguardia latinoamericana, más que «una internacional», como dice Franco Moretti, citado por Lauer, es una cápsula, una burbuja de tiempo, un corpus, un repertorio, como lo es la Silva de Romances Viejos, donde el lenguaje se ha recogido sobre sí mismo como un felino, para saltar sobre el lector y devorarlo de felicidad al primer momento, cuando se abre el libro. Carlos García, autor de un delicado trabajo de investigación sobre su realización, le llama el canon Hidalgo, tal vez se le podría llamar, por extensión, el canon 1926. Así mismo, es un camino en lengua española, que da origen a una serie de experiencias y visiones como el conjunto de poesía futurista latinoamericana, que Juan Bonilla recoge, ya en 1993, Aviones plateados, libro exquisito y sin embargo donde se siente la ausencia de algunos como Emilio Armaza o la boliviana Hilda Mundi, y unos pocos.
De aquí nacen, de la vanguardia latinoamericana, Vallejo, Huidobro, Neruda, Girondo, Hidalgo, (recuperado por Álvaro Sarco) voces que con el tiempo, ya solos, se hacen humanas sin marca de fábrica, humanas, solo poesía. Es evidente que hacia 1926 y por buen tiempo, que los dos proyectos alientan de manera autónoma en la lengua española. Una de las últimas acciones trascendentes de su militancia, ha de ser seguramente la publicación de Favorable poemas, la revista de Vallejo y Juan Larrea, en París.
Es evidente que los críticos, estudiosos, conductores de revistas del generoso periodo, conducen la actividad literaria con una concepción territorial histórica antes que lingüística; geográfica antes que espiritual; más como funcionarios de la corona del siglo XVI que como facedores soberanos de la cultura. Por esa razón jamás se vio como conjunto a la poesía en lengua española, como sucede con la poesía de lengua inglesa o francesa.
Gerardo Diego, citado por Cobo Borda, al referirse a Darío en una antología que prologa, dice: Es evidente que un poeta de allá se incorporó con total fortuna a la evolución de nuestra poesía, ejerciendo sobre los poetas de dos generaciones un influjo directo, magistral, liberador… Lo que llama la atención de la cita no es el reconocimiento al nicaragüense, obvio; es el adverbio, un poeta de allá, de esa lejanía discriminada, lejanía espiritual, humana; se refiere a los extraños, a los no invitados que se incorporaron a la fiesta, a nuestra poesía; no es un lapsus de Diego, es la manera de pensar de la metrópoli. Es la colonia que les quedó grabada debajo de la gabardina.
La valoración de Vallejo en España, el premio nobel a Asturias, Neruda, García Márquez, y el Boom como movimiento cultural y editorial, en los sesenta y setenta, van a mostrar una nueva realidad y permitir una nueva conciencia del lenguaje, como unidad y dialéctica propia de los países donde se habla español y se produce literatura, una comunidad lingüística, una común unidad de hablantes, que se encuentren en cualquier extremo del globo. El idioma no como una bastardía sino como útero legítimo de exploración del ser humano; y la literatura como su mejor medio de comunicación social y política. A Borges, un poeta joven le pide un consejo para viajar a España y tomar de fuente directa el idioma, Borges responde que en cualquier capital latinoamericana se habla mejor el español. Falso o verdadero, el idioma se hace cada día; y el gran tema de la historia es precisamente, el nacimiento, renacimiento, y caducidad de las culturas, Murillo así lo entendió en El buen pastor.
Para 1972, un profesor cubano residente en España, José Olivio Jiménez, publica la Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914 – 1970, donde se perfila una tradición cuyo prestigio podría confrontarse con la europea o la de cualquier país, no solo ya se ha «producido» para el momento el gigantismo de Vallejo y de otros como Neruda o Huidobro; para entonces en la poesía latinoamericana aparecen poetas de cultura enciclopédica y reflexión iluminista: Alfonso Reyes, Borges, Lezama Lima, Paz, Churata (este último no aparece en la antología), cultura que viene a ser un elemento en la creatividad, no solo un color, sino un factor temático y depuración, una búsqueda de lo clásico en el sentido de fundacional e imperecedero.
El periodo que aspira José Olivio Jiménez, no alcanza a cubrir la temporalidad que se propone, en los sesenta y setenta las nuevas generaciones le han dado vuelta a la tradición; se han imbricado en nuevas exploraciones, de modo que lo contemporáneo también cambia de sentido, tiene otra semántica y otra morfología. No obstante sus intenciones, don José Olivio, no logra cubrir el espectro de la época; sin duda no conoce de la existencia y el valor de poetas como Gonzalo Rojas, Martín Adán, César Moro, Xavier Abril, Jorge Eduardo Eielson, capaces de producir un eclipse inusitado más allá de su propuesta. Don José Olivio es un paradigma de académico preocupado, lo que le falta es ser un visionario, como debe ser un antólogo, ver mañana.
La antología de Juan Gustavo Cobo Borda, 1985, nacidos entre 1910 y 1939, es un salto dialéctico, salvo alguna omisión propia del que comete una empresa como esta, además de su evidente timidez para soslaya la poesía de los sesenta y setenta, en su potencial de representatividad. Pero la claridad de sus conceptos y su selección, de lejos lo absuelven; a ninguno de los seleccionados se podría acusar gratuidad u opacidad.
Para Cobo Borda, en aquellos tumultuosos años de 1985, tres son las tendencias que coexisten: La poesía, escribe T.S. Eliot en El Bosque Sagrado, ―no es un derrame sino un escape de la emoción: no es la expresión de la personalidad, sino un escape de la personalidad. Solo los que tienen personalidad y emoción saben lo que significa escapar de ellos‖ Edmundo Wilson, por su parte, apunta en El Castillo de Axel: ―La historia literaria de nuestro tiempo es, en gran parte la del desarrollo del simbolismo y de su fusión y conflicto con el naturalismo‖. Paúl Valery pensaba que el poema es un problema intelectual que había que resolver. De estas tendencias se concretarían las tres direcciones principales de la poesía en lengua española posterior al modernismo: a) la reacción crítica; b) La superación por el camino de la poesía pura; c) la negación radical de la poesía modernista. Obviamente, su antología pretende rastrear estos tres caminos. Varios son los méritos de esta visión; la primera, la concepción de poesía en lengua española, el criterio de unidad lingüística y no geográfica, por el material y no por el lugar donde se produce; la segundo, acerca de la homogenización de este bagaje con lo que ocurre a nivel global. En el punto c, lo que Cobo Borda advierte, es que hay una búsqueda personal, una necesidad de encontrar la voz propia, porque nadie escribe poesía para negar nada ni a nadie, menos al modernismo, sino para afirmar o afirmarse, además que el modernismo ya es distante; y entonces es más que lenguaje un sentimiento semirrural, o un sueño de las viejas metrópolis tugurizadas.
La poesía dramática, cuyos orígenes latinos y victorianos empiezan a ser universales a partir de los sesenta, son ya denunciados en la antología de José Olivio Jiménez, quince años antes; pero quien desarrolla el tema es Cobo Borda; aunque recién con Rodolfo Hinostroza, Enrique Lihn, Waldo Rojas, será que el británico modo cobre carta de ciudadanía, y se aclimate perfectamente a una época de urgencia cinematográfica, de mendacidad mediática, y de un demografías asfixiadas por el naufragio político a nivel global, y canaliza el flujo de una conciencia en conflicto. Tanto, que a partir de ello, se desencadena la poesía narrativa y aparecen poetas cuya virtud es borrar la frontera que existe entre prosa y poesía.
En España, con años de anticipación, Cernuda desarrolla un paradigma que escinde la tradición, o más bien abona a la tradición de rupturas del siglo XX, radicalmente y abre un prospecto, que para muchos es la liberación de la poesía, liberación de la forma. Cernuda, después de un largo camino simbolista y surrealista, lo que hace es aproximar la poesía al habla y a la experiencia personal, y logra la ilusión de una poesía fresca, donde la vida y la sinceridad respiran; como cada cierto tiempo lo hace un tipo de poesía (lo fue Neruda en su momento); un romántico a su manera, para permanecer, desde la disidencia moral que luego sirve de referencia o de fuente de inspiración, ya se ha dicho, sin negar lo uno a lo otro: Cernuda no influye, enseña. Una forma que cualquiera puede asumir, cualquiera que tenga el pathos y el universo verbal, que a simple vista parece simple, yo que sin duda es un universo labrado; tal vez a eso Cobo Borda le llama la negación radical del modernismo.
Miguel Ángel Valente, precisa la idea en su extremo medular: Desde la órbita del pensamiento se está interrogando el pensamiento poético. Es típico de un pensador como Heidegger, que sustituye el discurso filosófico tradicional por la interrogación del lenguaje, al lenguaje poético en particular, en busca de la revelación del ser. En este mundo de convenciones y traiciones, es el ser lo que no puede traicionarse o prestarse a conveniencias, y eso está muy claro, lo cual conduce a la depuración de la palabra, a la economía verbal, y a la lealtad de la experiencia y la reflexión. Algunos buscarán los modos de austeridad radical de don Miguel de Molinos. Todo ello nos conduce a escuchar los ecos de Píndaro, el guía de Heidegger, Nietzsche, o Churata, el viejo poeta que nos llama desde la antigüedad helénica: sé como tú mismo.
Pero, además, lo que en realidad ocurre en las postrimerías del siglo XX y a inicios del presente, es el descubrimiento de la subjetividad, descubrimiento en el sentido de despojamiento, el reconocimiento de la subjetividad, que anda como escondida, clandestina, no invitada al rodeo. Por ella, los poetas son diferentes, en ella es que trabajan, de ellas nacen los ríos y montañas o solamente los sudarios o sudores de la poesía. Félix Guattari: la cuestión de la subjetividad retorna hoy como un leit motiv ¿Cómo captarla, enriquecerla, reinventarla permanentemente para hacerla compatible con Universos de valores mutantes? ¿Cómo trabajar para su liberación, es decir, para su re -singularización? El psicoanálisis, el análisis institucional, el cine, la literatura, la poesía, las pedagogías innovadoras, los urbanismos y arquitecturas creadoras… En todas estas actividades la poesía actúa como espíritu cautelar, instinto compositivo, puente entre el cosmos y el humano. Y esto más, que es absolutamente aplicable al arte, donde no hay tendencia mejor que la otra, porque hay un criterio universal, seminal, que establece la norma, la subjetividad: Los diferentes registros semióticos que concurren a engendrar subjetividad no mantienen relaciones jerárquicas obligadas, establecidas para siempre.
Borges recuerda sus inicios en la poesía como la equivocación ultraísta. Sin duda, existen monstruosas, bellas, y necesarias equivocaciones; es en el ultraísmo donde comprendió y aprendió el verso como unidad semántica. Y el verso, quiérase o no es una unidad rítmica y semántica, que puede ser tratada de mil formas, como lo hace Juan Sánchez Peláez, el verso como unidad en sí y parte del texto. Lo que hizo con la braveza de los años, Borges, es pulir esa irrupción juvenil, darle forma a ese magma inconfundible, a la equivocación ultraísta. Nadie puede deshacerse de su sombra tan fácilmente. No es difícil rastrear sus poemas de madurez donde se ve el rostro del Borges juvenil, lo que ocurre con los años es que esa poesía se alimenta de la narración y la meditación metafísica; Piglia a su narración, y el concepto es extensible a su poesía, le llama ficción especulativa; y aquello ya se halla en algunos de sus poemas iniciales, en la equivocación ultraísta. Pero sin duda, hay épocas en que los recursos abusan del poeta, cuando se piensa que el poeta abusa de los recursos.
No es posible descartar los aportes lingüísticos de la tradición de la poesía hispanoamericana, como tampoco las formas poéticas, a partir del modernismo (Enrique Molina escribe el hermoso poema alusivo a Darío, Francisca Sánchez; y Braulio Arenas a Eguren: Se ha interrumpido por un instante las bodas vienesas en honor de José María Eguren (Puente Levadizo); tradición de lenguaje, que por sí tiene vida autónoma, que busca sus modos de ser y salir. Su poder. Por eso en los poetas presumiblemente más discursivos, de pronto encontramos versos modernistas y vanguardistas, huidobrianos, cada cual surrealista a su manera, aun cuando lo nieguen y puedan suscribir un manifiesto o una enmienda contra esa poesía decorativa como el florero en la sala del burgués. Porque ello ya es parte de nosotros, auto generativo; y porque la poesía solo es el asombro ante la naturaleza, en cualquier de sus manifestaciones; asombro es reconocimiento pero también distanciamiento.
En este encaje, en el sentido de acumulación y rentabilidad, de riqueza lingüística, Harold Alva ha modelado un equipo de creadores que responden por una época de inmensa facundia histórica, de cambios y trastornos sociales y planetarios; ello habla a través de los poetas, que como decía Huidobro son pararrayos de Dios. Pero que sobre todo hablan de sí, hablan del mundo a través de sí, o solamente de sí aunque el mundo sea un reverendo pretexto, o el reverso de un proyecto, donde los lenguajes coexisten o se complementan como si hubiese un acuerdo o hubiese llovido toda una larga noche, y durante todo ese tiempo las cosas y el lenguaje se hubiesen allanado a una expresión plural, polifónica, en un solo sentido, el idioma español nutrido por el habla y por una retórica, producto de los siglos.
Guattari dice que somos una sociedad arcaica que anhela por hacerse de los lenguajes tecnológicos, en el marco de una conformación territorializada de la enunciación; la poesía debe desterritorializar, liberar el lenguaje, hacerlo hábil para que el humano se encuentre consigo mismo. Ante una modernidad hipócrita y una posmodernidad cínica solo la poesía es un camino al más allá de nosotros mismos.
El mérito de Harold Alva, el poeta y promotor cultural de la época, es borrar las fronteras políticas y geográficas, abrir el abanico del idioma como potestad humana, a través de sus creadores connotados; sin duda, esfuerzos anteriores existen, pero es la primera vez que se desembalsan siglos de colonialidad, indiferencia, incertidumbre, ajenidad, para fundar el territorio libre de la poesía en lengua española, su horizontalidad. Los países y las generaciones son referencias y solo eso, luego la fiesta es de la poesía, de la palabra que adquiere su propio cauce. Como se sabe, esta antología es producto de un trabajo de campo, y de un festival previo de muchos años, para el cual ha tenido que tratar con decenas de poetas, saber de ellos, de sus libros, de sus preocupaciones y trayectorias, para establecer más que una cartografía una red, latido a latido, mirada a mirada, y eso es inédito en este género, para lograr a través de las voces voz del idioma vivo. Eso lo diferencia de los estudiosos de biblioteca.
Selección Especial por Esteros Revista
Curador: Sergio Marentes

Santiago Sylvester
(Salta, Argentina, 1942)
Hamlet en el mercado
También nosotros podemos, como Hamlet,
sostener la calavera
y hacer las conjeturas de la angustia,
preguntas sin paliativo que sólo tienen, como él,
un estado de emergencia.
Algunos, sin embargo, no preguntan:
usan la calavera para abreviar la desgracia.
Ahí está, por ejemplo, ese ciego
que cambia ceguera por conmiseración,
la puta de ojos exagerados que no cree en los hombres
pero los acoge con amabilidad,
el niño-monstruo, el pintor sin brazos,
el sordomudo hábil en juegos adivinatorios,
el gitano de la cabra que saca aplauso de la miseria de ambos.
Cada uno con su calavera,
con su sonrisa en mitad del espanto,
ahuyentando la duda con voluntad socrática,
conociéndose a sí mismo para poder comer.
El Tiempo cobra peaje…
El Tiempo cobra peaje a todo lo que ha nacido para durar.
Peaje a la belleza, al porvenir, al odio;
peaje a ese montón de pelo atado en la nuca de la mujer,
a la mirada del hombre,
a las palabras que se dicen, al sentido:
peaje aún sin saberlo,
como existen caminos aunque no vamos a ninguna parte.
Ellos se han sentado allí, mesa de por medio, con la
intención de eternidad que aturde a todo lo transitorio:
solos y a la vez acompañados,
en estado de mudanza;
condenados a buscar cómo se sale de la contradicción.
El tiempo cobrando peaje es infalible;
y yo mismo, a mi pesar, sin ser el tiempo cobro peaje:
no soy el tiempo, pero soy el que mira.
Santiago Sylvester ha publicado, en poesía, En estos días (1963), Esa frágil corona (1971), Perro de laboratorio (1986) y Los casos particulares (2014), entre otros libros. Recibió los siguientes premios: Fondo Nacional de las Artes, Provincia de Salta, Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges, Municipal de la Ciudad de Buenos Aires y Fundación Argentina para la Poesía. En España, los premios Ignacio Aldecoa, de relatos, y Jaime Gil de Biedma, de poesía. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

Susana Cabuchi
(Jesús María, Córdoba, Argentina, 1948)
A veces alguien canta
Voy con la prima de mi padre
hacia el norte de Damasco.
El lugar es hermoso.
No hay mar a la vista,
el mar está muy lejos
y sin embargo las olas traen cadáveres,
hay muchos en el campo florecido.
Aylan,
ahogado en el Mediterráneo,
habla de miedo
de cansancio de su abuela abandonada
en una pequeña población de la costa
donde —cavando con las uñas— ayuda
a enterrar y desenterrar niños.
Adiós, dice. Adiós.
Ya no volveré a verte, abuela;
ya no nos volveremos a ver.
Los cadáveres aparecen
y desaparecen.
El tiempo y el lugar
son bosque y son desierto.
Yo estoy ahí,
Najla está lejos, la playa está lejos.
A ratos Abdallah canta.
A veces también cantamos.
Mediodía
Hoy comemos bajo los parrales.
He lavado las frutas
de la palta
que golpeara el verano
y brillan
sobre las tablas de la mesa.
El sol ilumina los rostros
y suspende
las uvas negras
sobre cada cabeza.
Los niños han entrado corriendo
a preguntar
quién quiere jugar al marinero.
Y yo he aceptado.
Yo quiero navegar en este barco.
Susana Cabuchi ha publicado El corazón de las manzanas (1978), Patio solo (1986), Álbum familiar (2000), El dulce país y otros poemas (2004) y Detrás de las máscaras, entre otros libros. Colabora en revistas especializadas, organiza talleres y brinda asesoramiento en instituciones públicas y privadas sobre temas de su especialidad. Se ha dedicado al dictado de cursos y seminarios de escritura y de lectura para docentes, niños, jóvenes y adultos, no solo en Argentina. Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías, ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres.

Daniel Calabrese
(Dolores, Argentina, 1962)
Sueño
El cazador aparta los matorrales
y espera agazapado.
Se cuida de la noche,
ha visto cómo esas luces inexplicables
salen de los pajonales,
parecen ojos que vuelan juntos
en una mirada que patrulla el horizonte circular,
luego se distancian
para ver cada uno lo suyo
sobre la tierra inmensa
y al final se apagan como cigarros
en cualquier parte.
El cazador se duerme junto a un fuego débil
y sueña con aquellas luces.
El campo sigue mórbido bajo la niebla.
Sueña que es el animal más fuerte.
El ahogado
Deseo aclarar que no fue en un río
sino en la misma tierra donde me ahogué.
El único río que llevo en la memoria
es un estremecimiento
donde las pequeñas cosas se hunden
aunque nunca llegan a desaparecer.
A veces,
se hunden antes de que pase el río.
Y su pedido de auxilio
siempre
llega tarde.
Daniel Calabrese reside en Santiago de Chile desde 1991. Ha publicado: La faz errante (Premio Alfonsina, 1990), Futura Ceniza (1994), Escritura en un ladrill‖ (español-japonés, 1996), Singladuras (español-inglés, 1997), Oxidario (Premios del Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2001). Su libro Ruta Dos (2013, 2017) obtuvo en Chile el Premio Revista de Libros. La versión italiana (Roma, 2015) fue nominada al Premio Camaiore Internazionale entre las 5 mejores obras extranjeras. Se publicaron antologías de su poesía en Uruguay, China, Ecuador y Colombia. Traducido parcialmente al inglés, francés, italiano, búlgaro, chino y japonés. Es fundador y director de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía.

Carolina Zamudio
(Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973)
Una isla desierta
No navegues mis mares,
otros lo hicieron y se ahogaron; puedes verme levitar desde la orilla
‒a veces lo consigo‒,
es un truco no adquirido. Dejo en todo caso que mires
esa inmensidad que no soy ni tengo tendiéndose de lado sobre la pierna doblada en que sin peso
descansa la mano izquierda.
¿Acaso no oyes las olas que rugen en el corazón?
En la arena blanca de una sábana el océano solitario se adormece.
Querido, hay mil formas de sobrevivir a las tempestades de mi amor.
Yo duermo y sueño que devoro todas las costas y caigo
en el sosiego
de una isla desierta.
345
Cuando fuimos granos de arena
Los ojos clavados en el libro como el buzo que guarda el aire en busca de la presa.
Dicen que a ellos el sol se les instala en la espalda y deja marcas,
yo nado por una línea sin rumbo, recuerdo vidas pasadas
en las que el hombre fue un pez y yo su trofeo. Él poco sabía aún de mareas ni carnadas, incluso antes, cuando fuimos granos de arena amalgamándose
unos con otros que ‒como ahora‒ se desprenden de este mar
al sur del mundo
y llegan a la página.
Carolina Zamudio (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973). Poeta y ensayista. Publicó: Seguir al viento (Argentina); La oscuridad de lo que brilla, bilingüe español/inglés (Estados Unidos); la antología Doble fondo XII; Rituales del azar, bilingüe español/francés (Francia); las plaquettes Teoría sobre la belleza y Las certezas son del sol (Argentina); La timidez de los árboles (Colombia); El propio río (Perú) y Vértice, bilingüe español/italiano (Italia). Como antóloga, reunió la obra poética de Luis Fernando Macías, bajo el título Todas las palabras reunidas consiguen el silencio (Estados Unidos). Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos por la Universidad Argentina de la Empresa y Periodista por la Universidad Católica Argentina. Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre. Reside en Uruguay.

Juan Arabia
(Buenos Aires, Argentina, 1983)
Soy el que mira al cielo y a la tierra
Soy el que mira al cielo y a la tierra.
Soy el universo.
El que baja hasta la orilla del lago
y enciende las hierbas secas.
La explicación es una bajeza,
el esclarecimiento la humillación.
Porque el aire es como los otros:
la memoria del hombre, en sí misma.
Soy el que escucha a los árboles
y sus cabellos de inmenso día.
El que brota en el silencio de la superficie
y deja firme su idea.
Estoy hecho de palabras; soy el que canta.
Estoy hecho de materia; soy el que inventa.
No siento temor por la verdad:
soy el que vive, soy el poeta.
Noche de Beddoes
Como un enorme pájaro que se interpone
entre el sol y la especie,
llega la antigua noche
con su ojo nublado
y sus heladas de cangrejo.
La misma noche de Caedmon,
en la que los fugitivos tuvieron descanso.
La misma noche de Blake,
en la que lobos y tigres aullaban
esperando encontrar su destino.
Cae con una vista cegadora.
Cae sobre los hombres salvajes
que cantaron y bailaron sobre
la bahía verde,
las costas de su camino.
La misma noche de Whitman,
en la que describió las pálidas
caras de los marginados.
La misma noche de Beddoes,
que lanzó su plumaje de niebla.
Juan Arabia. Poeta, traductor y crítico literario. Autor de numerosos libros de poesía, traducción y ensayos, entre sus títulos más recientes se encuentran Il Nemico dei Tristies (2017), Desalojo de la naturaleza (2018), L´Océan Avare (2018) y Hacia Carcassonne (2020). Director de Buenos Aires Poetry y egresado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Ejerce la crítica literaria en el suplemento de cultura del diario Perfil y en la Revista Ñ del diario Clarín.

Matilde Casazola Mendoza
(Sucre, Bolivia, 1943)
El ala rota
Esta noche recién caí en la cuenta
de que a mi Ángel
le falta un ala.
¿Desde cuándo
estará así?
¿Desde cuándo
siempre bordeando mi camino
rodeándome de esquinas blandas,
lo más suaves posible
mi ángel venía herido?
Oh guardián
dulce enviado
para llevarme a destino seguro
cómo puedo ahora
descansar en ti mi fe.
Rota un ala
cuántas sendas habrás equivocado.
Con razón estos campos
me eran hostiles hace tiempo
y empañé tanto espejo
con mi llanto.
Traes la expresión grave
y el cansancio
te agita.
¡No te preocupes, sin embargo!
Sigamos
los dos maltrechos,
incoherentes
perdidos.
A algún sitio habremos de llegar
tarde o temprano.
Eres fiel, Ángel mío.
¿De qué sirviera
que intacto
luminoso, etéreo
te salvaras tú solo?
Caigamos juntos
y olvidemos
el destino que nos fuera deparado
en los dominios
de Dios.
¿Sabes que es lindo
no tener mañana?
Infelices hay muchos, te aseguro
y la tierra de las sombras
es generosa:
No termina nunca.
Los cuerpos
Si fuéramos ingrávidos,
la verdad estaría con nosotros
y estaríamos tan alto
que el miedo no podría acercarse
a lamernos los pies.
Pero mi cuerpo y tu cuerpo caen
se retuercen en mísera carne,
desfallecen
y amotinan sus huesos una y otra vez.
Retornan a engañoso paraíso
y en un poco de agua
beben el ciclo.
Pero es más fuerte el lazo que los une a la noche,
y enamorados caen
vuelven a caer
sin comprender que son arcos tendidos
en busca de la muerte.
¿Qué resurrección para mi cuerpo?
Amé su barro, amé su forma torpe
de eternizar la dicha
sus victorias terribles para alcanzar
la flor colgada en las alturas;
amé sus ojos tristes
como flores abiertas para siempre;
sus incontables fugas y regresos.
Amé mi cuerpo venciendo las distancias,
amarrado al camino dulcemente
en las tardes de oro
y en las tardes de sangre maldiciendo
su forma, su ser débil.
¡Qué absurdas sombras fuéramos
pasando, libres ya de su atadura,
almas blancas de luz, sin su esqueleto firme
sin sus heridas, sin su dolor a cuestas!
¿En qué espejo mirarnos, en qué lago
reconocer nuestra tiniebla enamorada y nuestro lirio?
Cuando los vientos al oído
de generaciones ignoradas aún
pasen su cinta de memorias,
hablarán de tus manos
de tus anchas espaldas
de mi forma de andar descalabrada.
¡Oh raíz que me unes a la sombra
que me vuelves a traer después de largos viajes
que no me dejas paz!
Por ti gusté de las manzanas y el crepúsculo
regocijé mis dedos en las cuerdas sonoras
conocí la medida y acaricié la forma
¡y olí rosas!
Me trajiste y llevaste en negras procesiones.
Un día seré luz
y daré color y vida al árbol debajo del cual ha de estar mi propia
sepultura,
—mas no en la misma forma
como mis ojos cazaban estrellitas—.
¡Oh inocencia de ser
pesada culpa!
Mis pies hirieron los caminos
y atajé con mis brazos la alborada.
Mejor estuche no ha habido
para la humilde ofrenda.
El cansancio se renueva cada tarde,
pero los ojos se niegan a cerrarse.
¿Hacia qué sitio dirigir nuestros pasos
que no sea otra ofensa?
Rogad por mí y mi cuerpo engalanado
en multitud de raros dones.
Matilde Casazola Mendoza. Poeta, compositora e intérprete en canto y guitarra. Ha grabado varios álbumes con sus canciones. Publicó 19 libros de poesía, entre ellos Los ojos abiertos (1967), Los cuerpos (1976; 2017), El espejo del Ángel (1981), Los racimos (1985), Y siguen los caminos (1990), Estampas, meditaciones, cánticos (1990), Poesía y naturaleza (edición bilingüe castellano-alemana, 1993), La noche abrupta (1996), Este amor que enmudeció la garganta de las aves (1999), Las catedrales subterráneas (2008) y Jardín de claroscuros (2013). Entre otras distinciones, obtuvo el Premio Nacional de Cultura (2017), Premio al Pensamiento y la Cultura Antonio José de Sucre (2003); Escudo de Armas de la ciudad de Sucre a la mejor Compositora Nacional (2000); Premio UNESCO Cerro Rico de Potosí (1999) y la Medalla Juan Frías de Herrán (2019) de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Sucre, ciudad donde reside.

José Luis Díaz-Granados
(Santa Marta, Colombia, 1946)
Pequeña elegía
Has desertado en silencio de tus sueños y tus voces.
Exiliado voluntario de este amanecer lleno de noches,
desde una altura invisible nos miras sin mirarnos.
Eras, hermano mío, yo convertido en otro,
como si me hubiese contemplado durante muchos años
en un cuerpo, en un rostro, en unos ademanes
que se llaman Felipe y que se han ido.
Un hálito sin música se llevó el tono de tus signos
y yo busco en mí mismo, dentro de mi fuero arterial,
algún gesto, algún ritmo, algún grito que detenga tu vuelo.
Júbilo
No faltarán palabras para cantar el júbilo,
siempre tendré un murmullo.
Para abrir el silencio,
para herir la clausura de la noche
siempre tendré en mis labios un balbuceo,
un canto, una balada,
nunca un eco que roce mi boca o mi destino.
Nunca vendré de nadie para alabar tu cáscara,
sobrarán los instantes para besarte íntegra.
No faltarán las sonrisas
ni goces en las ceremonias improvisadas.
Todo se hará a su tiempo y será pronto.
Ahora abandonémonos a este ocio invisible.
José Luis Díaz-Granados. Poeta, novelista, periodista y profesor universitario. Ha publicado los libros de poesía: El laberinto 1962-1984, La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-200‖ (2003) y Poesía completa (3 tomos, 2015). En narrativa: Los papeles de Dionisio. Cuentos, 1968-2012 (2015), Las puertas del infierno y otras novelas (2015) y La muñeca nocturna y otras narraciones (2020). Además de los libros: Las mil caras de la URSS (1987), Cuentos y leyendas de Colombia (1999), El otro Pablo Neruda (2003), Gabo en mi memoria (2013), El escritor y sus demonios (2015), Ululares y trémolos (2018), Ancoraje (2020), Literatura, política y arte (15 tomos, 2016-2020). Recibió el Premio de Poesía Carabela (Barcelona, 1968). Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (Bogotá, Colombia, 1990). Medalla de Honor Presidencial Centenario Pablo Neruda (Gobierno de Chile, 2004), Embajador de la Paz (París/Ginebra, 2008).

Juan Felipe Robledo
(Medellín, Colombia, 1968)
Nubes
Formaron cabezas de caballos,
fueron ijares y escudos,
una piedra que nos mira desde el fondo de un pozo.
Siguieron un camino trazado mucho antes,
en una época en la que todo se decidía en un billar.
La iglesia gris que vio pasar estudiantes confusos
sigue vacía,
nunca sonó la campana en ella.
El atento salmodiar de los vendedores de pizza
no ha molestado el lejano rumbo de las nubes.
Pero nuestro corazón no cede.
El curso de la eternidad se dirimió en esta oscura barraca,
y así como arriba,
abajo el día es de los navegantes que el cielo respetan,
y, de vez en cuando, miran otra cosa, una lejana.
Nos debemos al alba
Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.
Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.
Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.
Porque al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.
Juan Felipe Robledo. Poeta, ensayista y profesor de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Ha publicado los libros De mañana, La música de las horas, El don de la renuncia, Luz en lo alto y Donde se usa la palabra alma, entre otros libros y antologías; además, ha realizado selecciones de obras poéticas del Siglo de Oro, el Romancero español, así como de poetas colombianos y del escritor Rubén Darío. Ha recibido el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas (México, 1999) y el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia (2001).

Federico Díaz-Granados
(Bogotá, Colombia, 1974)
Sala de espera
No importa dónde esté la casa
alguien espera
temeroso o impaciente
a que llegues a la hora convenida.
Porque allí está todo intacto
entre telarañas y escombros de un tiempo
y de un mundo que enmudece.
Allí están las postales y las viejas cartas
de ciudades nunca visitadas
y de puntos cardinales extraviados
porque esta casa se parece a todos sus moradores
en sus grietas, en sus manchas, en tantas cosas perdidas
y olvidadas en gavetas.
Hay que llamar si nos demoramos un poco
no sea que se inquieten los víveres y los retratos
los abrigos y las cobijas preparados para el frío.
Hay que avisar porque los niños de entonces
ya no somos niños
y afuera está el carnaval y la cuaresma
las gentes agolpadas en los quioscos
y los estadios llenos,
la algarabía y el canto de los hombres
en refranes o estribillos repetidos.
No importa dónde esté la casa
alguien espera
temeroso o impaciente a que llegues
a la hora convenida
no sea que llamen a dejar recados de la muerte.
Hospedaje de paso
Nunca he conocido a los inquilinos de mi vida.
No he sabido cuando salen, cuando entran,
en qué estación desconocida descansan sus miserias.
Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos
quejándose de mi tristeza,
en algunas temporadas se han quejado de humedad
de mucho frío, de algún extraño moho en la alacena.
Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida
y el patio queda nuevamente solo
en este hotel de paso donde siempre es de noche.
Federico Díaz-Granados es director de Valparaíso ediciones y de Visor libros Colombia. De igual forma dirige la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015). Ha preparado varias antologías de poesía colombiana. En 2017 compiló para Planeta el libro Cien años de poesía hispanoamericana y en 2020 para Seix Barral la Poesía Reunida de José Asunción Silva. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas. Destacan las ediciones de Le ore dimenticate (traducción de Emilio Coco, 2015), Le urgenze dell’istante (traducción de Alessio Brandolini, 2017) y La soglia dei sogni (traducción de Gianni Darconza, 2017), Sortie de secours (traducción de Stéphane Chaumet, 2017) y Roadhouse (traducción de Jason Ehrenzeller, 2017).

Lauren Mendinueta
(Barranquilla, Colombia, 1977)
A la doble que soy
Hay fotografías en las que no me reconozco.
Mi yo cobarde al mirarlas
me obliga a pensar que existo en una sola
y no en la suma de quien soy
con esa otra que me suplanta en la imagen.
Cuesta creer que la desconocida también soy yo
esa mujer desconocida y fea
con un rostro que sin ser mío no es ajeno.
Entender el mundo bien puede ser eso:
aceptar que soy esa a quien desconozco.
La torre de marfil
El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representado a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me le parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente el ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.
Lauren Mendinueta. Poeta, ensayista y traductora de portugués. Ha publicado ocho libros de poesía. Entre los premios que ha recibido, destacan el Premio Nacional de Poesía Joven del Ministerio de Cultura de Colombia (1998), Premio del Festival de Poesía de Medellín (2000) y el Premio Nacional de Ensayo y Crítica de Arte del Ministerio de Cultura de Colombia (2011). En España, ganó los premios Martín García Ramos por Vocación Suspendida (2007) y el Premio César Simón de la Universidad de Valencia por Del Tiempo, un Paso (2011). En 2013 ganó el premio Barranquilla Capital Americana de la Cultura, con Una visita al Museo de Historia Natural (2015). Ha sido incluida en más de una veintena de antologías europeas y americanas. Actualmente, reside en Lisboa.

Andrea Cote
(Barrancabermeja, Santander, Colombia, 1981)
Cosecha
Afuera,
hijo,
no dejes palas, cubetas o crayones.
El botón desprendido de la blusa,
papeles, mucho menos.
En el desierto
los objetos sobre la hondonada
hieden a yerba seca de rituales.
Son terribles presagios.
Las botellas vacías,
no las muevas,
déjalas torcerse,
partirse entre sus vetas de sal,
reventarse por dentro,
como por la sed.
Las valijas, en cambio,
ni las mires
son para los caminantes
de los que no se habla.
Confórmate con
escarbar la grama,
amasar la piedra,
triturar chamizo hasta
exprimirle su promesa:
el fruto reseco del desierto.
Puerto quebrado
Si supieras
que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.
Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.
Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.
Si supieras que ese río corre
y que es como nosotros
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.
Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto:
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.
Andrea Cote es autora de los poemarios: Puerto Calcinado (2003), La Ruina que Nombro (2015) y Chinatown a toda hora (2017). Ha publicado los libros en prosa: Una fotógrafa al desnudo: biografía de Tina Modotti (2005), Blanca Varela o la escritura de la soledad (2004) y las antologías Pájaros de sombra y Cada paisaje es un presagio (2019). Doctora en literatura por la Universidad de Pennsylvania. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia (2003), el Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005) y el Premio Cittá de Castrovillari Prize (2010). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, catalán, italiano, portugués, macedonio, árabe, polaco, griego y chino. Tradujo al español a los poetas Jericho Brown y Tracy K. Smith. Es profesora de la Maestría Bilingüe en escritura creativa de la Universidad de Texas, El Paso.

Omar Lara
(Nohualhue, Nueva Imperial, Chile, 1941)
Yo vivía tranquilo
Yo vivía tranquilo en mi guarida
rodeado de retratos en actitud de fuga
mordido por las sombras cual jauría inquietante
pero al fin amistosa o más bien complaciente
o más bien solidaria yo vivía tranquilo
Pero de pronto vino un poeta amarillo
y un tinterillo pálido que no rocha ni racha
y orinaron un poco de su bilis hipócrita
y me dijeron chao llegaste al fondo chao
Llegué al fondo de nadie de nada llegué al fondo
vagué un poco en la culpa de tres mil desgraciados
entre piojos y ratas paseamos con mi sombra
Yo vivía tranquilo en mi guarida sacra
y vino la memoria con su risa maligna
la memoria feroz y malintencionada
con sus piernas deformes y su pelo gusano
arrastrando su libro de debes y de haberes.
El tiempo ¿dónde estuvo?
El tiempo no tardó, simplemente no estuvo
en el momento justo, en el tiempo del tiempo
olvidó su gotera, su roce, su porfía
el tiempo dónde estuvo con su garra y su hueso
Lo que sí me persigue descascarada piedra
airada mansedumbre de una noche sin tregua
como si no existiera como si hubiese sido
inventada por alguien que no sabe de cuentos
Fuimos como si fuéramos invitados ansiosos
una silla en el límite de las irrealidades
alguien que interrogaba bajo una luz de miedo
y no supe decir ni siquiera mi nombre
Se supone que soy ese ser esa sombra
esa escuálida bruma ese olvido esa línea
esa pregunta ciega ese llanto de límite
esa mano que busca sin embargo esa mano.
Omar Lara siendo estudiante del liceo escribió su primer libro de poemas, Argumento del Día (1964). Ese año, en Valdivia, como estudiante de la Universidad Austral, fundó el Grupo Trilce de Poesía y la revista Trilce. Ha publicado: Islas Flotantes, Memoria, Vida Probable, Fuego de Mayo, Cartas de Drumul Taberei, Cuerpo Final, entre otros libros. Fue distinguido con el Premio Casa de las Américas (La Habana, 1975), la Beca de Creación John Guggenheim (1983), la Medalla Presidencial Centenario Pablo Neruda (2004), el Premio de Poesía Casa de América de Poesía Americana (Madrid 2007). Omar Lara reside en Concepción. Dirige la Feria Internacional del Libro del Biobío. Es además el creador del Festival El rayo que no cesa. El 2018 reunió su poesía en Nohualhue, ida & vuelta.

Juan Cameron
(Valparaíso, Chile, 1947)
Rencuentro de Alicia y Lewis Carroll
Ibas
como una dama en negro acorralada
por alfiles y torres que corrían
de una esquina a otra del tablero
En tanto era mis manos o un caballo
sediento por el heno de esos campos
un juego silencioso eran las piezas
oscuras además como tus ojos
chispeantes lubricados por el vodka
y un vértigo la edad que a esas alturas
recibía de Dios una sonrisa
por haber muy bien hecho la tarea
Mas yo pobre trebejo de potrero
ya estaba consagrado
y tú delgada espiga
sobre un juego distinto te escurrías.
Sobre esta pantalla cuelga un poema
Hay un poema pendiente en la pantalla
Hay una mujer que ingresa en el poema
aletea así un pájaro y choca en los barrotes
un sacudir de sombras y sombras muy lejanas
Hay una historia pendiente de esta historia
sus personajes miran tras los vidrios
sin ser invitados a la fiesta
Hay un paisaje con niebla, plumas, lluvia
lo justo para armar ese discurso
con las ruinas o escombros de algún cuento
enjaulado entre muchas reflexiones
Hay un poema pendiente en esta página
Hay un viaje hace mucho transcurrido
sobre un lugar del mapa que no existe
una bitácora armada con fragmentos
de pedazos que esperan su destino
Todo calza con todo en esa página
esta caja en el tiempo y el silencio
donde yace el poema
sin mujer, sin paisaje y sin historia.
Juan Cameron es autor de Perro de Circo (1979), Cámara oscura (1985), Como un ave migratoria en la jaula de Fénix (1992), Visión de los ciclistas y otros textos (1998), Treinta poemas para leer antes del próximo jueves (2007), Ciudadano discontinuado (2013, Bitácora y otras cuestiones (2014, Fragmentos de un cuaderno con vista al mar (2015), La Pasión según Dick Tracy (2017), Poemas de Autoayuda (2020), entre otros libros. Premio Gabriela Mistral (1982), Premio Internacional Ciudad de Alajuela (2004), Premio Internacional Paralelo Cero (2014), Premio Altazor, categoría Ensayo y Escrituras de la Memoria (2014), Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador (2015), entre otras distinciones.

Raúl Zurita
(Santiago, Chile, 1950)
Las ciudades de agua
Paulina Wendt
Un hombre que agoniza te ha soñado, un hombre
que agoniza te ha seguido. Uno que quiso morir
contigo cuando tú quisiste morir.
Allí está mi cuerpo estrellado contra los arrecifes
cuando ahogándome te vi emerger y eternamente
cerca y eternamente lejos eras tú la inalcanzable playa.
Todo en ti es doloroso.
Te saludo entonces y saludo a lo eterno que vive
en la derrota, a lo irremediablemente destruido,
al infinito que se levanta desde los naufragios,
porque si agua fueron nuestras vidas, piedras
fueron las desgracias.
No soy yo, son mis patrias las que te hablan: el
sonido de océano que describo, las estrellas de
la recortada noche.
Iluminada de la noche tu cara sube cubriendo
el amanecer. Abres los párpados, entre ellos
millones de hombres dejan el sueño, toman sus
autobuses, salen,
las ciudades de agua en tus ojos
Paulina Wendt
Todo en ti está vivo y está muerto: el fulgor del
pasto en la aurora y el hilo de voz creciendo en
el diluvio, el feroz amanecer y la mansedumbre,
el grito y la piedra.
Todo mi sueño se levanta desde las piedras y te mira.
Toda mi sed te mira, el hambre, el ansia infinita
de mi corazón.
Te miro también en el viento. En las nieves de
la cordillera sudamericana.
Allí está la calle en que esperé que amanecieras,
la noche póstuma, el país muerto en el que no
morimos. Allí están todas las heridas y golpes
cuando emergiendo del destrozado sueño volví
hacia ti los ojos y vi las desmesuradas estrellas
flotando en el cielo.
Tu cara ahora flota en el cielo, detrás corre un
río. Hay un hombre muy viejo.
Hay un hombre muy viejo en el medio del río
y tú lo miras
las ciudades de agua en tus ojos
Paulina Wendt
Sabes que estás muerta para el amor y no amas.
Todos los puentes están rotos y tus padres ya
cansados se devuelven sobre sus pasos, ya no
vendrán a visitarte.
Han pasado miles de años de todo eso y ahora
acabas de despertar.
Somnolienta te tocas la cara y palpas bajo la piel
el trabajo de la calavera que te sobrevivirá como
en el fondo del lago la piedra sobrevive al cuello
a la que fue atada.
Sabes que estás muerta para el amor y no amas.
Te preparas entonces un café y enciendes con
distracción la radio, te sientas, te levantas de
nuevo, abres la ducha como un cotidiano rezo
matutino y sientes el antiguo golpe.
Como hace miles de años todos los puentes han
sido arrancados y no hay salida:
Sabes que estás muerta para el amor.
Sabes que estás muerta para el amor, pero él te
ama. Levantas la cara,
las ciudades de agua en tus ojos
Raúl Zurita. Ingeniero Civil en Estructuras, egresado de la Universidad Federico Santa María de Valparaíso. Viaja a Nueva York y escribe un poema en el cielo: La vida nueva, creación compuesta de quince frases de aproximadamente ocho kilómetros de largo. Fue agregado cultural en Roma entre 1991 y 1994. Entre sus poemarios destacan Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987), La vida nueva (1995), Poemas militantes (2000), Inri (2003), Los países muertos (2006), Zurita (2011), entre otros libros. El año 2000 recibió el Premio Nacional de Literatura, el 2016 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y, el 2020, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Mario Meléndez
(Linares, Chile, 1971)
El barco del adiós
Yo soy el niño que juega con la espuma
de los mares desahuciados
Por esa playa embanderada de gaviotas
yo estiro mis brazos como flojas redes
mientras las olas pellizcan mis sueños
y una sola lágrima revienta contra las rocas
Los arrecifes se asoman a la orilla
vienen descalzos a bailar sobre mi alma
y en sus labios traen algas y corales
la levadura del mar convertida en beso
Yo muevo mis pies entonces
como dos viejos remos
mi corazón es un océano de rostros y de manos
y yo entro en él sin darme cuenta
con mi equipaje de arena
aferrado al timón del viento
a la proa de los años
donde una voz que no es mi voz
eleva el ancla de este pequeño barco
que se aleja con mi infancia a bordo
El clan Sinatra
Todos los gatos de mi barrio
son fanáticos de Sinatra
comienzan a tararear sus temas
apenas pongo el CD
y la voz se escurre
entre los techos y las panderetas
A veces me piden
que repita algún single
entonces el sonido de My way
New York o Let me try again
les para los bigotes
y los lanza de cabeza contra los vidrios
Esto no pasa cuando leo mis versos
se estiran, bostezan
miran para otro lado
o conversan entre ellos
en un acto lamentable
de ignorancia y sabotaje
Ustedes no me comprenden
les digo
Y vuelvo a encender el CD
para que cante Sinatra
y esos gatos se llenen de poesía
Mario Meléndez estudió Periodismo y Comunicación Social. Ha publicado: Vuelo subterráneo, El circo de papel, La muerte tiene los días contados, Esperando a Perec y El mago de la soledad, entre otros libros. Parte de su obra se encuentra traducida a diversos idiomas. El 2013 recibió la medalla del Presidente de la República Italiana, concedida por la Fundación Internacional don Luigi di Liegro. En 2015, fue incluido en la antología El canon abierto. Última poesía en español (Visor, España). Desde el 2018 es el editor general de la Fundación Vicente Huidobro.

Iván Oñate
(Ambato, Ecuador, 1948)
Cuando morí
Para levantarme la tapa de los sesos
no hizo falta una Mágnum 44
o la Lugger
que portaba Marlon Brando
en El baile de los malditos
Bastó
mi dedo índice
Mi dedo índice apuntando mi sien
Fue un suicidio
íntimo, discreto,
Silencioso.
Ironía
Yo que arremetí contra el futuro
Que del mundo
hice un paisaje reseco y adverso
A último momento
tornarme ecologista
Y todo
Porque habían talado
un árbol
El único árbol
Que yo elegí para colgarme.
Iván Oñate fue condecorado con la más alta presea que otorga la Casa de la Cultura Benjamín Carrión (Ecuador, 2011). Homenajeado en la Biblioteca Nacional del Perú (Lima, 2016). Galardonado como Huésped Distinguido de la Ciudad de Salamanca, Ayuntamiento de Salamanca 2019. Ha publicado Estadía Poética (1968), En Casa del Ahorcado (1977), El Ángel Ajeno (1983), El hacha enterrada (1987, cuentos), Anatomía del Vacío (1988), El Fulgor de los Desollados (1992), La nada sagrada (1998, 2010), La frontera (2006), El país de las tinieblas (2008, 2016), Epistemología de la nada (2017), entre otros libros.

Xavier Oquendo Troncoso
(Ambato, Ecuador, 1972)
La brújula
A María Teresa y Marta Eloísa
El abuelo cruzaba los montes
para alcanzar el baño de luna.
Perdió el sendero que dibujó el río.
Fue a descubrir el agua del mirto,
del mamey,
de los zapotes.
Cruzó los montes y llevó en su equipaje
el mapa del camino de aguas.
Llegó a la planicie…
Procreó unas hijas
que tuvieron hijos
como si el río no escampara.
Las cumbres aprobaron el designio del abuelo.
El viejo fumaba.
El nieto exploraba
el curso del humo viejo
y heredó la brújula con áncoras,
con la que comenzó a destilar
el misterio de las aguas.
De cómo el poeta le dedica un poema a Juan Gelman, aprovechándose de un verso de Cesar Vallejo
El golpe ha llegado.
Hizo puñete de platino y golpeó la mesa.
Yo desayuné el sol de las frutas
y el golpe se comió las últimas uvas
pisando el corazón de su pulpa.
Saltó con garra de pirata Blas de Lezo.
Me lastimó la córnea y la mejilla.
Corrí hasta ausentarme de la mañana,
pero llegó la noche, con su mano airada
y el golpe me golpeó con mi propia sombra.
Me sigue dando golpes todo el día.
No hay forma de hacerle quite, de alejarse.
El golpe me golpea y se hace fuerte,
me va sacando el moretón y la ausencia.
Ahora tengo azul el pelo largo
y la sonrisa es una barba con mordiscones.
No hay una zona blanca en estas pieles,
solo las puras habitaciones de los golpes.
El golpe hizo hijos en mis vísceras hinchadas.
Se dieron partos y cesáreas
y los hijos prematuros del golpe
salieron inducidos en dolores.
Desde el día que llegó, en el desayuno,
el golpe no ha parado de ejercitarse.
Hace bíceps y tríceps en la lona.
Camina dos horas diarias por el jardín de la casa
y luego vuelve a salir, a dispararme sus muñones.
Ya no me defiendo. Ya el cuerpo se ha curtido,
está lleno de heridas secas.
Pero yo descostro el dolor y la sangre fluye.
Se hace otra vez y otra y otra en cicatrices.
Vuelven los polvos de sulfa, los ungüentos.
Vuelve ese dolor viejo y otros nuevos.
Se vuelven a partir las gasas húmedas
en pus -la sangre blanca que se espesa-.
El golpe está feliz por estos triunfos.
No para de saltar en emociones.
Me ve caído ,y da, y da conmigo,
y vuelve con más técnica y más saña.
No tiene compasión. No hay tregua ni agua.
Por él, que yo me muera en la tranquiza.
Por él, que me triture en las fracturas.
Por él, que me haga mutis en la vida.
Yo solo me levanto y tomo algo. Algún desinfectante.
Un caldo burdo. Y luego voy a ver si hay telarañas.
Si hay sangre de drago para empedrar el dolor.
Ya no quedan más cicatrizantes.
Así que mejor hablo con el golpe. Le digo que lo amo.
Que ya me han dado susto sus visitas.
Que soy el portador del síndrome de Estocolmo.
Que ya no puedo traicionarlo. Que qué gusto.
Que siempre serán un placer sus guantazos secos.
Que hay que buscarle un cuarto a sus visitas.
Ahora vivimos juntos
y siento hasta placer por sus nudillos deformes
que han ido desflecando mi existencia
hasta volverla santa, pura, casta. San Expedito
en mí. Santa Teresa y todo el santoral que me ha llegado
a punta de estos golpes. Como Mariana de Jesús, por dios,
con este penar intenso, llegó a destrozarme el espíritu.
Y todo,
para salvarme.
Xavier Oquendo Troncoso. Periodista y Magister en Escritura Creativa por la Universidad de Salamanca. Profesor de Letras y Literatura. Ha publicado 11 libros de poesía y 9 libros recopilatorios de su obra poética en varias editoriales de América Latina y Europa. En narrativa un libro de cuentos y dos novelas infanto-juveniles, así como una serie de antologías de la poesía ecuatoriana. Fue seleccionado entre los 40 poetas más influyentes de la lengua castellana en El canon abierto, antología publicada por Editorial Visor. Organizador del Encuentro internacional de poetas Poesía en paralelo cero. Es director y editor de El Ángel Editor, en donde ha publicado alrededor de 300 libros de poesía de autores ecuatorianos y del mundo.

Otoniel Guevara
(Quezaltepeque, El Salvador, 1967)
Del origen
Si la guerra fuera necesaria
los niños nacerían con fusiles.
Pero no.
Nacemos
de una fuente de oxígeno y de agua. Lo indispensable
para sobrevivir sobre la tierra.
En paz.
Sin indigencia.
Pero hubo alguien que envenenó su propio corazón.
Después,
cercó la tierra.
Piedra de toque del toque de queda
Las tres de la mañana. No es sensato
caminar por las calles a esta hora.
No es por causa del millón de armas circulando.
Tampoco por los ángeles de la muerte
que han sustituido a Dios en todas partes.
No tiene relación con las apetencias de la infamia.
Se debe únicamente
a que nunca comprendimos las metáforas.
Otoniel Guevara estudió Periodismo en El Salvador y Nicaragua. Fundó el Taller Literario Xibalbá, el Movimiento Poético Mundial y festivales internacionales de poesía en Centroamérica. Su obra es Patrimonio Nacional desde 2005 y en 2018 fue declarado Gran Maestre de Poesía. Ha participado como poeta, periodista, gestor cultural, conferencista, tallerista y activista político en eventos en América y Europa. Su poesía se ha publicado en más de 40 títulos individuales, ha obtenido más de 20 premios y ha sido traducida parcialmente a 8 idiomas. Como editor ha publicado a más de 200 poetas del mundo. Participó en el documental La batalla del volcán, sobre la ofensiva guerrillera de noviembre de 1989. Dirige la Fundación Metáfora y el sello editorial Chifurnia Libros.

Raquel Lanseros
(Jerez de la Frontera, España, 1973)
Amor propio
Aún no la conozco, pero sé que me piensa.
Me contempla también, de vez en cuando.
Tiene fotografías, vídeos, grabaciones
quién sabe si hologramas.
Mientras yo me preocupo
por cualquier nimiedad que ella ya ni recuerda
ella sueña la dicha que sería
volver a estar un rato en mi lugar.
La anciana que seré me quiere más que yo.
A las órdenes del viento
Para todos los que sienten que no están al mando
Me habría gustado ser discípula de Ícaro.
Hubiera sido hermoso festejar
las bodas de Calixto y Melibea.
Me habría gustado ser
un hitita ante la reina Nefertari
el joven Werther en Río de Janeiro
la deslumbrante dama sevillana
por la que Don José rechazó a Carmen.
Yo quisiera haber sido el huerto del poeta
con su verde árbol y su pozo blanco
el inspector fiscal
con el que conversara Maiakovski.
Me habría gustado amarte. Te lo juro.
Sólo que muchas veces la voluntad no basta.
Raquel Lanseros. Doctora en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Ha publicado Leyendas del Promontorio, Diario de un destello, Los ojos de la niebla, Croniria y Las pequeñas espinas son pequeñas. Su último libro de poesía, Matria, obtuvo, en España, el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Andalucía de la Crítica. En el campo de la literatura infantil y juvenil, es autora de Himbu, el pequeño pintor. Como traductora, destacan sus versiones de Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Louis Aragon y Sylvia Plath. Ha sido galardonada con el Premio Unicaja de Poesía, un Accésit del Premio Adonáis, el Premio de Poesía del Tren, el Premio Antonio Machado en Baeza y el Premio de Poesía Jaén. Su obra ha sido traducida a diversas lenguas e incluida en numerosas antologías y publicaciones literarias de todo el mundo.

Rolando Kattan
(Tegucigalpa, Honduras, 1979)
El artista
Cuando a Miguel Ángel le reclamaron
haber pintado desnudos los cuerpos
del primer hombre
y la primera mujer,
los estaba vistiendo de belleza,
cosa que no entendieron sus detractores.
Primero tuvo que depilar a Eva,
cambiar sus pechos de loba
por esas lunas sixtinas;
a Adán lo pintó buen mozo,
le limó los colmillos
y dibujó un abdomen bien cuidado.
Miguel Ángel sabía que el principio
tenía que ser perfecto.
Las corbatas superan al ideal de la belleza
se encarnan
y se vuelven otra lengua
por donde deslizan las palabras que no digo
no en vano están llenas de misterio y absurdo
¿quién puede hablar con una corbata anudada en el cuello?
por eso las oficinas son mudas y pintadas de blanco
¿quién ofrece su cuello para llenarse de gracia?
con ellas mi rostro es un perro cansado
y mi lengua una lengua bordada de silencios
Rolando Kattan. Poeta, gestor cultural, miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua. Ha publicado los libros de poesía Exploración al hormiguero (2004), Poemas de un relojero (2013), Animal no identificado (2013), Acto textual (2016), El árbol de la piña (2016), Luciérnaga de otoño (2018), Un país en la fronda (2018), Epístolas en aguamarina (2020) y Gabinete de curiosidades (2020). Los cisnes negros, obtuvo el XX Premio Casa de América de Poesía Americana. Es fundador de los sellos editoriales Mano Nostra, Cisne Negro y Leer es Fiesta, este último para la distribución gratuita de más de un millón de libros.

José Javier Villarreal
(Tijuana, Baja California, México, 1959)
Elegía frente al mar
A Genaro Saúl Reyes
Bajo esta soledad he construido mi casa,
he llenado mis noches con la rabia del océano
y me he puesto a contar las heridas de mi cuerpo.
En esta casa de cuartos vacíos
donde las palomas son apenas un recuerdo
contemplo el cadáver de mis días,
la ruina polvorienta de mis sueños.
Fui el náufrago que imaginó llegar a tierra,
el homicida que esperó la presencia de la víctima;
la víctima que nunca conoció al verdugo.
Este día el remordimiento crece,
es la sombra que cubre las paredes de la casa,
el silencio agudo que perfora mis oídos.
Este día soy la sucia mañana que lo cubre todo,
el mar encabritado que inunda la sonrisa de los niños,
el hombre de la playa que camina contra el viento.
Soy el miedo que perfora el cuerpo de la tarde,
el llanto de las mujeres que alimentaron mi deseo,
aquel que no vuelve la mirada atrás para encontrarse.
No sacudo el árbol para que la desesperación caiga,
para que el fruto ya maduro se pudra entre mis piernas
y el grito surja a romper la calma de la muerte.
No, me quedo sentado a contemplar la noche,
a esperar los fantasmas que pueblan mi vida,
a cerrar las puertas, a clausurar las ventanas.
Me quedo en esta casa de habitaciones vacías.
Lucian Blaga no soy…
Lucian Blaga no soy;
tampoco Darie Novaceanu que lo ha traducido.
En Concepción
compré pan y una botella de vino con Omar Lara
que también lo ha traducido.
No soy Lucian Blaga a quien leo,
un poeta rumano que nada tiene que ver conmigo;
no conozco su idioma,
nunca he estado en Bucarest.
Pero cómo incomoda saber que no soy Lucian Blaga
-a quien leo, siendo quien soy-
esta tarde en Monterrey.
José Javier Villarreal. Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado: Estatua sumergida (1981), Mar del Norte (1988), La procesión (1991), Portuaria (1997), Bíblica (1998), Fábula (2003), La santa (2007), Campo Alaska (2012), Una señal del cielo (2017), El murmullo de un río (Antología personal, 2018) y Un cielo muy azul con pocas nubes (2019). Como ensayista: Los fantasmas de la pasión (1997), El oro de los siglos (2011), Por una nueva anunciación (2011), Las penas del guardador de rebaños. Tras la huella del Polifemo (2013) y la antología crítica sobre Rubén Darío, por su 150 aniversario, Darío/La crónica de un adelantado (2017). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Nacional de Poesía Alfonso Reyes, el Premio a las Artes UANL 1991 y el World Cultural Council. Se desempeña como director de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León y es Tutor del Programa de Jóvenes Creadores del FONCA. Es profesor de la facultad de Filosofía y Letras y Director de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la UANL.

Marco Martos
(Piura, Perú 1942)
Imágenes de la poesía
La poesía dice lo que dice
y no dice cosa diversa en sentido
que aquello que lees en su esencia
en la entrelínea donde hallas
lo verdadero.
La poesía no es moneda vocinglera
que se vende en los mercados y las plazas,
tiene algo de jeroglífico, verdad,
sobre piedra eterna,
para que la descifren los que la aman.
La poesía es sencilla como el agua,
complicada en sus elementos,
como el aire invisible
que se distingue a la distancia,
es azul entonces, o nos lo parece,
es el rojo crepúsculo
y también la alborada,
es tierra feraz o marrón y calcinada,
es la sonrisa de la madera
que tú tocas en el agua.
La poesía es la verdad de a puño
o esa misteriosa y a veces mentirosa
que apenas se dice con palabras.
Es caverna oscurísima
y la luz radiante de la mañana.
Máquina del otoño
Funciona mal la máquina en el otoño de su vida,
va despacio por las calles y los campos,
tosen sus fierros viejos y su respiración
se hace entrecortada y da miedo, pánico.
Le hacen falta aceite y gasolina
y mano fina que arregle sus desperfectos.
Tuvo asientos muelles. Ahí se refocilaban
las muchachas de glúteos hermosos
y ojos inmensos como lagos.
Una le dijo que era fácil
de querer y difícil de olvidar,
que era un vehículo de cromos brillantes
al que podía adorar toda la vida.
Nada era verdad, salvo el movimiento
de las ruedas vertiginosas en el negro asfalto.
Mujeres que se aferraban al timón
y daban gritos de entusiasmo
que el oscuro motor guarda
como un recuerdo ajado,
ahora que la máquina se detiene
al borde los acantilados
y observa el piélago azul y plata,
el cementerio marino
con sus palomas y sus barcas.
Marco Martos ha publicado veinticinco libros de poesía: Casa nuestra (1965), Cuaderno de quejas y contentamientos (1969), Donde no se ama (1974), Carpe diem (1979), El silbo de los aires amorosos (1981), Cabellera de Berenice (1990), Leve reino (1996), El mar de las tinieblas (1999), Sílabas de la música (2002), Jaque perpetuo (2003), Dondoneo (2004), Aunque es de noche (2006), Dante y Virgilio iban oscuros en la profunda noche (2008), En las arenas de Homero (2010), El vidrio es un líquido en tus ojos (2010), Vespertilio (2012), Biblioteca del mar (2012), Vértigo (2013), Viento del Perú (2013), Caligrafía china (2014), Alas de Ángel (2014), Máscaras de Roma (2015), Libro de animales (2016), El espíritu de los ríos (2017), El piano negro (2018), La novia del viento (2019), Piura, espejismo de eternidad (2019). En 2012 publicó toda su poesía hasta ese año bajo el título de Poesía junta. Ha merecido diferentes distinciones, entre ellas el Premio Nacional de Poesía del Perú. Actualmente es presidente de la Academia de la Lengua Peruana y profesor principal de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.

Gloria Mendoza Borda
(Puno, Perú, 1948)
Entre las altas montañas
Oh reverente montaña venero los bosques
el ensueño de los dueños del cielo azul
invoco tu vida oculta aunque no fluyas
en la catarata que cae a mi música interior
en el huerto agitados árboles de naranjas
se niegan aceptar la muerte en las fosas sin nombre
en la cocina la tarde es aromada por el cacao
que aún revienta por la rendija
de la ventana de la poesía
jóvenes reconstruyen la guerra
los cuerpos derramados son los cirios de la noche
desempolvando la miel de los balcones
asumo la dimensión de fuego
heredad de historia en lengua de las montañas
en lengua de río en lengua de poeta.
Nostalgia
El viento
el viento me recuerda
los cánticos del cerro de la pajcha
(por ti oh gran padre
los árboles silban)
hay balsas agigantadas con la luz
de la luna en mi pecho
el viento
el viento solía conducirme al muelle
hace mucho que sueño con el lago
hace mucho que las zampoñas me consternan
hace mucho que mis ojos están llenos de ceniza.
Gloria Mendoza Borda ha publicado 14 libros de poesía. El 2017, el Estado Peruano, mediante el Ministerio de Cultura, la distinguió con la Medalla de Oro y diploma declarándola Personaje Meritorio de la Cultura Peruana. El 2018 fue homenajeada por el VI FIP Primavera Poética. En 2019 fue invitada al Hay Festival de Arequipa. El 2020, el FIP Perú y el programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima, la incluyó entre 100 autores iberoamericanos, publicándole su libro Amusa. Dirige Tertulia Literaria Itinerante Internacional.

Omar Aramayo (Pruno, Perú, 1947) Periodista, poeta, narrador y editor. Autor del libro de pintura Humareda, de la novela Los Túpac Amaru: 1572–1825, considerada el libro del Bicentenario. Iniciador de los estudios de Carlos Oquendo de Amat y Gamaliel Churata. Es uno de los renovadores de la poesía peruana contemporánea. Su libro de poesía Los Dioses tiene como tema a los creadores del antiguo Perú. Sus cuentos se hallan reunidos en El Gallo de Cristal. Ha dedicado su vida a la defensa del Gabriel Lago Titicaca y a la denuncia de su contaminación y vulneración.