Víctor Redondo, Casa sola y otros poemas

Nos complace publicar esta selección poética reunida por el autor para Esteros Revista, de Víctor Redondo, quien reside en Tucumán, Argentina. Como editor, ha sido fundamental en la divulgación de la poesía de su país de finales del siglo XX con el sello Último Reino

Casa sola

Aparece la luz como un sable verde
y fija el cielo al horizonte.

Los árboles tiemblan, se desmayan, gritan
fantástica voz de pájaros inmóviles.

Las montañas se elevan un poco más
allá de los hombres, de su muerte.

Ave de vuelo endeble
en su dibujo marcha el aire.

El vino se ha secado y una mancha
similar a mi rostro habla desde la mesa.

(Chacras de Coria, Mendoza, 16-10-1982)

Ópera prima

Dos mujeres bajo la luz conversan
cinturón de plata ciñendo
nadie habrá entre plata y piel
dos mujeres conversan bajo el abanico dorado del aire
palabras similares para cinturón y piel
«nadie como el oscuro»
bajo la luz conversan

y de lo cierto incierta palabra dará testimonio

dará una hermana muerta
envuelta en el collar de sus ojos

cuando acuerden será sobre algo que no existe

las dos mujeres que conversan
abren en el aire del dorado abanico
a ese nadie que plata y piel transita
buscando no repetir lo irrepetible

simulaban siempre otra existencia
la que era otra y las otras en las que eran.
El sentido de las canciones
¿pero dicen visión?
Dicen lo que dicen.

Dos mujeres.
O dos.

(a Diana Bellesi y Mirtha Defilpo)




Flor caída

El hombre que yo era
empeñado en demostrar
la imbecilidad de vivir
la piel desnuda
flor seca
ambulaba por el mundo.

Tomaba un ritmo del aire,
una flor del éxtasis
en el placer caía
en el humo.
La flor de la hez
de la palabra.

El hombre que yo era
–hilo de espuma
vuelto de la aniquilación de sí
como un viento en el humo
se observaba en el espejo
de la soledad del hambre.

Observaba la flor pálida de un rostro caído
observarse, triste y aburrido,
en el espejo del vacío.
Encorvaba la pluma del aire
como una garza bailando en el resplandor.
Era la patética figura del no va más.

El hombre que yo era
empeñado en demostrar
su no existencia
cerraba la puerta y se perdía
en la desmesura del sol.




Réquiem

Él, mientras tanto, que rompa sus abismos,
su secreta piedad por el mundo,
su posesión de sí mismo por un aire incierto.

Del amor perdido hablaremos como si aún estuviéramos a tiempo.

Tomaría las bellas bestias que en tus brazos
duermen su sueño primero, la oscuridad como luz,
tomaría esas carnes del aire muerto
por la sustancia única de tu amor.

¿Recuerdas nuestras célebres comidas
a orillas de la tierra y del silencio infinito?

Con el mismo hambre, con la misma sed.

Razón

Levanta tu brazo hacia donde los astros emigran
Levanta la luz hasta donde el ojo no la alcance
Y en lo que quede entre tú y la tierra
Levanta el agua humilde y el pan celeste.

No hay otra forma de comprender al mundo.

Poemas del libro «Circe, cuaderno de trabajo 1979-1984».



Víctor Redondo. Nació en 1953 en Buenos Aires, Argentina, y fue formó parte de los grupos poéticos El sonido y Nosferatu. En 1977 se trasladó a Barcelona huyendo de la dictadura; regresó a los dos años y, junto a un grupo de poetas y amigos, formó la Editorial Último Reino que todavía dirige y una de las primeras editoriales nacidas en este período crítico de la historia. Además, es fundador y asesor del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. Entre sus poetas favoritos se encuentran Jacobo Fijman, Olga Orozco y algunos autores del Surrealismo Francés. Entre sus obras, «Poemas a la Maga», «Homenajes» y «Circe, cuaderno de trabajo 1979-1984». Último Reino ha editado más de mil libros. Su libro personal más reciente es «Antología, 70 poemas», Hilos Editora.