David Betancourt, La conjura de los vicios

En su prosa se entrelazan juegos de palabras con listados de adjetivos, exageraciones con aliteraciones, malabarismo narrativo con mordacidad, dando cuenta de un uso prolijo del lenguaje, adobado con expresiones de raigambre popular que le dan un color maravilloso y un tono inigualable a su discurso

Por Gilmer Mesa

El volumen titulado La conjura de los vicios está compuesto por ocho relatos que continúan con una línea dibujada en sus obras anteriores: el humor como alternativa de supervivencia y como antídoto a la mediocridad y el fracaso que la vida nos plantea cada tanto con sus situaciones inesperadas. Leer a David es lo más parecido a la felicidad, pues en sus relatos se encuentra un notable equilibrio entre las situaciones que le ocurren a sus personajes, que suscitan desde la sonrisa cómplice hasta la carcajada purificadora y la profundidad del observador que entiende la vida como una tragedia en ciernes patinada de comedia en el mientras tanto. En su prosa trabajada con maestría se entrelazan juegos de palabras con listados de adjetivos, exageraciones con aliteraciones, malabarismo narrativo con mordacidad, dando cuenta de un uso prolijo del lenguaje, adobado con expresiones extraídas de la más profunda raigambre popular que le da un color maravilloso y un tono inigualable a su discurso. Una amalgama perfecta de cultismo con calle, de ilustración con desenfado, de esquina con diccionario.

El libro es una taxonomía de excesos, un catálogo de patologías bizarras de unos personajes emparentados en su fracaso y en la manera en que enfrentan sus vicios. Abre con «Gonorrea», cuento en el que un adicto a decir vulgaridades narra la historia de su adicción y cómo una mala palabra puede recomponer una vida insuficiente. Le sigue un aficionado a los picos motivacionales que encuentra en ese mínimo atisbo de aprobación el motivo de su vida. Continúa con un Jesucristo de barriada ‘chupadedo’ y fumador empedernido cuyo vicio principal es enviciarse. Después asoma un componedor de defectos y virtudes descompuesto en su composición, seguido de un escritor que decide matar a todos sus personajes para conseguir el éxito comercial y la matazón se le vuelve extravío. Aparecen también un borrachín botado que adolece de contención y un gárrulo desenfrenado inaudible para cualquier escucha que se trata con un calcetín amarrado con cinta en la boca, para terminar con el cuento homónimo en que convergen todos los descarríos personificados y hermanados, el autor a la manera de un disoluto y mordaz Virgilio nos conduce por los pasadizos de un averno suburbano en donde el vicio teje y tuerce relaciones, cruza aventuras que horrorizan de realidad o desternillan de hilaridad, llevando al límite la narrativa en cada una de las piezas que componen este volumen y dejándonos la sensación de que solo en los colmos del desenfreno anida la virtud, planteándonos un desenlace implacable: los vicios solo te consumen si los abandonas.

Por insólitas y absurdas que sean sus historias es imposible no sentirnos parte de ellas porque sus miserias son las nuestras con otros nombres, aunque a veces con los mismos: cotidianas, agudas, inauditas y la manera en que David Betancourt nos las cuenta es tan fluida y entrañable que más parecen el relato de un amigo inteligente y cáustico con el que quisiéramos tomarnos unos tragos mientras nos enmaraña en su narración y con el que al final de la borrachera entre alucinados y envidiosos por su destreza brindamos desconfiando de nuestra frívola corrupción de excesos mundanos y baladíes para desear envilecernos con vicios más altos.



Gilmer Mesa, escritor y docente universitario.