Carlos Aldazábal: Mauritania, entre el amor y la muerte



Todo proyecto literario está conformado por etapas, proyecciones en donde se concentran las obsesiones, las experiencias, las lecturas, los viajes que, en y a través de la imaginación del escritor, van a ir destilándose en el proceso de escritura

Por Sergio De Matteo

La poética de Carlos J. Aldazábal posee pliegues y repliegues como la misma topografía argentina. Desde su productividad escrituraria y densidad simbólica se despliegan las geografías, tanto imaginarias como reales, que se fueron nutriendo de sus lecturas y también de las experiencias sobre el propio territorio.

Desde el primigenio La soberbia del monje (1996), con sendas reediciones y correcciones (1999, 2007, 2014) hasta Mauritania es un país con nieve (2019), su último libro, el cual ha recibido el XLIII Premio Literario Kutxa Ciudad de Irun, se pueden bosquejar núcleos temáticos que retoma y ahonda en las diferentes publicaciones: infancia, paternidad, muerte, historia y literatura; así como un mapeo que refracta Salta, Berlín, Buenos Aires, Tierra del Fuego, Perú, Viena. París o la misma Mauritania.

Quizás nos sirva para comprender este intenso y rico proceso poético aquella propuesta que hiciera el escritor y periodista cubano Alejo Carpentier sobre lo real maravilloso en el prólogo del libro El reino de este mundo (1949); donde alude que lo real maravilloso es patrimonio y natural de Latinoamérica. Es decir, no sólo desde una perspectiva literaria sino también política, lo real maravilloso es la recuperación de ciertos elementos propios de la cultura, una resignificación de esos valores míticos y espirituales desplazados e invisibilizados por el colonialismo, y proviene de las propias raíces culturales de cada uno de nuestros territorios ancestrales. Por eso el musicólogo cubano creía «en la fecundidad intelectual de los mestizajes», y el poeta y periodista Aldazábal, también con un oído en la música («Escribo/ en una gota de música», 2019: p. 35) como Carpentier, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, pasará el cepillo a contrapelo de la historia (Benjamín dixit) y traerá del pasado a Lola Kiepja y el mundo Selk’nam en su obra Nadie enduela su voz como plegaria (2003).

Todo proyecto literario está conformado por etapas, proyecciones en donde se concentran las obsesiones, las experiencias, las lecturas, los viajes que —en y a través de la imaginación del escritor—, van a ir destilándose en el proceso de escritura. Y esa no es una tarea de la que se sale indemne, porque ante todo se halla el soliloquio con la soledad en el que se pacta con las palabras de fuego y cenizas, donde se traza el camino alternativo que vadea el territorio de la muerte para contar lo que se mira y masculla en absoluto silencio. Es que las grandes obras se laboran en catacumbas del espíritu, donde se lucha sin tregua con la angustia de las influencias y el fantasma propio. El autor reconoce muy bien esa instancia y nos anuncia: «La tarea de un poeta, me parece, consiste en formar una voz para domesticar a la muerte». Esa muerte auscultada desde el primer libro («los ecos de mi muerte», 1996: p. 9) con sus lugares rituales («Estoy imaginando poemas/ a los que habitan en las tumbas», 1996: p. 16), adheridos al padre («construyo una memoria/ para aplacar/ lo inevitable de la muerte», 1999: p. 47; o «Letanía por los muertos:/ padre/ hijos / madre/ hijos/ Lola», 2003: p. 47), también presentes en la última publicación («Tu cadáver soy yo,// pobre sombra de sombra a la que nadie invita/ en otro aniversario de su muerte», 2019: p. 16).

En cada una de las páginas de Mauritania… se propone al lector decodificar una cartografía en donde Aldazábal intenta reconfigurar su cosmovisión del mundo, donde sitúa la cepa de su tierra natal pero plena de mestizajes que se fue abonando con la cultura universal. Un libro con diversas aristas, con intertextos (desde Pavese, Martí, Blake, hasta coplas populares), dialógico, no solamente con la biblioteca literaria, sino en la resignificación de intercambios de una conversación que da pie a la respuesta poética; además de la alta densidad política que se cuela en algunos textos («Cuestión de Estado»; «Caimán barbudo»).

En el diálogo que se disputa con la mundanidad -con la consiguiente deconstrucción de sentidos y significantes- el poeta va presentando diferentes escenarios donde la propia poesía rompe distancias y espacios; por ejemplo, en el cierre del poemario leemos: «Estoy de nuevo en Ítaca,/ en Mauritania». En ese giro reúne y condensa diversas tradiciones que se sostienen en el nombrar, en la búsqueda de la palabra sustancial o mesiánica; pues, ese Ulises que regresa a Penélope es relatado, así como el poeta salteño vuelve una y otra vez a la escritura, donde acoge a «el colibrí sobre el cardón» (2019: p 52) o instala a una «bailarina de Tastil en Mauritania» (2019: p. 64). Sus símbolos raigales instalados en una nueva topografía; lo real maravilloso refundando un espacio literario propio dentro de nuestra literatura que se extiende a la mundial.

En ese meticuloso trabajo, que no sólo se refracta en este libro reciente, sino que también está en los anteriores y en las intervenciones ensayísticas, Aldazábal termina participando con su poética en el índice de la literatura lugareña y se instala en el corpus de la lengua española. En ese sentido, el proceso descrito significaría una apropiación de herramientas y de símbolos preexistentes en las tipologías culturales arcaicas y residuales, pero que su imaginación y ensueño habrá de trocar en un producto emergente. Sus textos son un nuevo fundamento y soporte escriturario que expresa los matices de la región y los pliegues de la subjetividad; es donde se aplica la lúcida y delirante mirada sobre aquello que acontece, se desvanece y se autodestruye.




En la edificación de una obra —sólida, rica en aristas y vertientes— se debate todo verdadero poeta. En esa trashumancia por los signos, el escritor realiza su labor a sabiendas de que ingresa en el laberinto del lenguaje, lo que significa, en una escala de valores estéticos, donarle al verbo un carácter bellamente trascendente, incómodamente convulsivo y ejemplarmente utópico. Habrá en ese proyecto dos frentes de batalla, uno será con la misma literatura, es decir, su materia prima, la lengua, por eso el poeta dirá «Hacer la palabra como se hace el fuego» (2019: p. 32). Ese fuego debe incendiar la pradera de acuerdo a la afirmación atribuida a Dionisio: «el arte es el ardor del alma». El poema, entonces, sería como una llama que hace su combustión hacia dentro del mismo lenguaje (Vallejo, Asturias, Bopp, Girondo, Gelman, Thénon, Bustriazo Ortiz, Mariani, Williams) y, a su vez, sumerge al creador en su introspección creativa («tan lejos del murmullo/ de los vivos,/ de los versos leídos,/ de los versos que fuiste», 2019: p. 32), pero retorna por medio del poema donde fusiona al autor con el lector. Ha dicho Juan Gelman que el poema es palabra calcinada; por lo tanto, lo que se ofrece al lector son los restos del ejercicio, la mayor destilación a la que pudo alcanzar el «hacedor» y que luego fue abandonando, dándolo como terminado. Se podría especular que el poema es como un organismo que ha sido disecado por su propio autor, pero que tiene la cualidad de resurgir en cada acto de lectura. Cada libro está surcado y contaminado de vivencias, de intertextos, conformando en su derrotero una escritura sangrada —tal cual lo experimenta Aldazábal—, la cual poseería y sostendría en su recepción una confluencia de estados de ánimo con experiencias redivivas que religa a la comunidad de discurso («Así llega el rumor de otro futuro,/ escrito en algún libro/ que contiene los nombres, el mundo que pasó,/ el mundo que será/ tierra bendita», 2019: p. 48).

El otro tópico es el enfrentamiento con la muerte misma, aquella que tanto Pavese como Olga Orozco enunciaron en sus respectivas obras y citados en este mismo Mauritania. Pero no es un tema ajeno en la poética de Aldazábal, ya que lo viene trabajando desde su primer libro, lo reitera a modo de autobiografía velada en Por qué queremos ser Quevedo (1999) al abordaje de la muerte: ««Heredarás la tierra», me dijiste,/ y me entregaste una pala/ para cavar la tumba» (p. 42), donde «construyó una memoria/ para aplacar/ lo inevitable de la muerte» (p. 47); y, quizás, se profundice aún más con la experiencia de Lola Kiepja: «Aquí/ soledad/ sentada./ Hacia la casa del hain;/ la muerte» (2003: p. 29), porque «El ataúd se mece en la vigilia» (p. 48). En Mauritania… volverá el aniversario del padre, con esa muerte que los aúna en el propio exterminio, y todo sucederá siempre bajo la estela de la «Concepción paterna». Algunos ejemplos: «Igual que un judas, padre, me entregaste tu muerte./ Yo solo me escondí bajo la tierra, cuando llegó ese viento/ que bajaba del norte» (p. 15); «Hacer la palabra/ para vencer la muerte» ( p. 32) y «hombre muerto/ navegando a la deriva/ de un poema,/ mar de palabras que nombran lo incompleto» (p. 50).

En el libro acontece una historia de amor, como Dante y Beatriz, Don Quijote y Dulcinea, Hölderlin y Diótima, donde el libro es el testimonio del romance: «Mi musa distante/ pasea su hermosura/ por mi asombro:/ reina de Mauritania» (p. 59). Aunque a diferencia de la Divina Comedia o Hiperión, aquí ella trasuda parte de los poemas sin nombre, pero en la trama se intertexta su voz, es una interlocutora válida que da asidero a la propia génesis de las poesías: ««Vengo de la nieve», me dijiste/ en las calles del Cuzco.// «Mauritania es un país con nieve», pensé,/ y poco importó/ si Mauritania/ era real,/ si tenía nieve,/ desiertos o praderas,/ porque venías de la nieve,/ y no estabas en el Cuzco,/ ni Mauritania era tu país,/ ni yo el que caminaba/ a tu lado» (p. 84), además de convertirse, como la Beatriz de Dante, en su guía: «Reina de Mauritania/ aquí está tu cantor, tu desdichado» (p. 60).

Así como aflora el ancestral conflicto entre la energía interna y externa, entre la cultura y la naturaleza. La lectura de Mauritania… depara percibir una imbricación total entre vida y arte, lo exuda en su propia poesía. Por eso lo real maravilloso propuesto por Carpentier nos permite asir esta obra rica de matices y regiones que se yuxtaponen desde el recuerdo y la experiencia vital. Entonces, la simbiosis entre vivencia/experiencia/libro funda el lugar de encuentro, descubrimiento e imaginación radical creadora del poeta, donde interpela la heredada «residencia en la tierra» que configura y trasuda una poética que anuda lo real, lo imaginario y lo simbólico.

«Pero estamos atentos a las injusticias,/ a las tragedias/ que abundan en el mundo, al nervioso marchar/ de la muerte en la Tierra» (p. 75), enuncia el autor. Esa patentización del conflicto y su resolución en escritura, es el núcleo —para lo que significa la práctica literaria— que se implosiona frente a la realidad y se consubstancia en estilo y forma.

Sin embargo, la praxis revela que «algo físico —repone Héctor Libertella desde Bertolt Brecht— tiene que aparecer cuando el que escribe ‘escribe’». En ese «extremo juego» que es la vida y en ese «juego extremo» que es la literatura y la poesía, donde la textualidad es una furia irredenta de experiencias que se devora a la existencia, ahí, en ese margen, se erige y proyecta la visión de Carlos J. Aldazábal; dando como resultado el estilo de una escritura y su trascendencia en el estadío estético.

Sergio De Matteo
Santa Rosa de Toay, 17/18 de mayo de 2020



Carlos J. Aldazábal (Salta, Argentina, 1974). Su poesía se ha publicado principalmente en Argentina, pero también en otros países latinoamericanos como México, Colombia y Bolivia. En España se ha publicado «Piedra al pecho» (Valparaíso, 2013) y «Camerata carioca» (Valparaíso, 2017). Obtuvo, entre otros, el primer premio del II Concurso «Identidad, de las huellas a la palabra», organizado por Abuelas de Plaza Mayor, y el Premio Alhambra de Poesía Americana (Granada). Su poesía ha sido traducida al inglés, al portugués, al árabe y al italiano, e incluida en diversas antologías de la Argentina y de otros países, entre las que destaca «El canon abierto». «Última poesía en español», publicada en 2015 por Visor, «Mauritania es un país con nieve» obtuvo el XLIII Premio Kutxa Ciudad de Irun de poesía en castellano.


Sergio De Matteo. Ensayista y crítico literario argentino.