Matar al buda, Carol Ann Figueroa

Por Janeth Posada

La tentación de transitar uno de los tantos caminos que prometen acercar la dicha o por lo menos agregar distancia entre la desgracia y la propia vida es el detonante de Matar al buda, novela de la periodista colombiana Carol Ann Figueroa. En ella se narra la historia de Julieta, una mujer joven, decepcionada y deprimida, que llega a un retiro budista por invitación de uno de sus amigos, pero que lejos de la “fe” con la que la mayoría suele atravesar esas puertas, desde el comienzo nos deja claro que lo suyo es el escepticismo, la duda, la pregunta, características que le dan a la historia –ya lo verá el lector– un matiz muy interesante.

Lo primero es el sentido del humor, cargado de la ironía propia de quien ve que su vida se acerca, lentamente pero sin detenerse, a un abismo, y sabe que el tiempo de la lamentación ya ha pasado, y que el de la reconstrucción a lo mejor no llegue nunca, lo que le permite una claridad desapasionada desde la que cuestiona su vida y la de los que le rodean.

Lo segundo es una explosión de lo físico como contrapunto a lo que supone la búsqueda espiritual, que no solo está presente en Julieta, sino en Rabten –un monje budista argentino que renuncia a su vida monacal justo al final del retiro– y en Ana, otra de las asistentes, cuyos destinos cruzarán durante una temporada. Esta característica hace del erotismo un componente fundamental de la novela, cuyas escenas, recreadas desde la perspectiva de la mujer, con una naturalidad y una libertad que celebro, logran dejar sin aliento al lector.

Así como son vívidas las escenas eróticas, lo son también otras menos alentadoras, que ponen de presente el estado de las cosas, pues no solo se desmorona una vida, una familia –la de Julieta–, sino una casa: “lo primero que vi en el centro de la sala fue un balde rebosado bajo la gotera, y un charco amarillento que comenzaba a estropear la alfombra persa, las patas de la mesa de centro y la base del sofá. […] toda mi ropa estaba regada en el suelo, […] la estructura de mi cama recostada contra la pared. Tuve la sensación de haberme perdido una tragedia de la cual estaba a punto de ser notificada”.

Matar al buda entrelaza pues la ironía, la tristeza, el deseo, la ausencia y la duda, a través de los hilos que tejen Rabten, Ana y Julieta, y esta con su familia; todo narrado con un lenguaje sencillo y certero, al que se suman unas imágenes potentes y una pregunta que se va formando en la medida en que avanzamos en la lectura: ¿detrás de qué va uno cuando está vacío? ¿A qué se aferra cuando siente que nada puede salvarlo?