Por Luis Fernando Macías

Un hombre impaciente
Una fotografía indiscreta, tomada el 22 de febrero de 1942, en una habitación del número 34 de la calle Gonçalves Dias, en Petrópolis, Brasil, enfoca una mesa de noche y un pequeño catre al que le sigue otro gemelo, apenas insinuado.
“¡Ay, si al menos un pliegue de la esfera terrestre fuera seguro para el hombre!”, dice el letrero que hay en la pared del cuarto, y que la foto no alcanzó a registrar. El texto es un fragmento de un poema de Camões, traducido por Stefan Zweig.
En la mesa de noche se observa una caja de cerillas sobre un trébol de cuatro hojas, junto a un vaso vacío, una lámpara y una botella de licor. En algún lado allí hay una nota de despedida:
“A partir de los sesenta años se requieren fuerzas especiales para empezar de nuevo. Y las mías están agotadas después de tanto tiempo de errar sin patria. Lo mejor es acabar con la cabeza alta una vida cuya mayor alegría era el trabajo espiritual y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad individual. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, les precedo”.
La nota corresponde también a la redacción de Stefan Zweig, en ella, se despide de la existencia. Lo que hubo antes en el vaso, fueron dos dosis mortales de Veronal, ambas consumidas por sus destinatarios, primero él y ella después.
Existen dos versiones de la misma fotografía. En la primera, aparece el cuerpo sin vida de Stefan Zweig, abrazado por la mano de Charlotte Altmann, su última esposa, compañera en el viaje por las islas bienaventuradas; en la segunda, la cara de ella está más oculta entre las sábanas y su mano no lo abraza, sino que se junta a la de él que está sobre la corbata.
La fotografía podría titularse “El sueño de la muerte”, Zweig aparece con el mostacho más recortado que de costumbre, irónicamente más parecido al de Hitler, y la corbata negra sobre la camisa de manga corta.
Se sabe que entre los dos ordenaron todas las cosas, el legado para cada uno de los hijos de él, una gran fiesta de despedida en Nueva York, una jornada de comunicaciones con los amigos más queridos, todos los papeles en regla y una pequeña fiesta final, antes del oficio. Lo que tal vez desconocía Stefan era la íntima voluntad de Lotte, pues en su testamento le dejaba precisamente a ella todas sus propiedades.
En el último año, 1941, había publicado su Novela de ajedrez y el ensayo: Brasil, un país del futuro; había tratado de recuperar su gran proyecto sobre Balzac y había redactado su libro de memorias, que escribió con la ilusión de titularlo Mis tres vidas, pero que finalmente se llamó El mundo de ayer, y que fue publicado dos años después de su muerte.
A menudo se afirma que el desespero por sentirse perseguido, paria, fue la causa de su decisión de suicidarse y esto parece válido. En una página de su libro de memorias, puede leerse: “Cada vez que construía un hogar me obligaban a abandonarlo y veía desmoronarse todo a mi alrededor”. Esta elocuente frase es síntesis de su destino: nació rico en la Viena del gran imperio Austro-Húngaro, cuna de la cultura europea, vivió un primer exilio (voluntario este) en Salzburgo, después ya obligado en Bath, luego en Nueva York y por último en Petrópolis. Al seguir su propio relato se siente que iba siendo desplazado por la guerra, debido a su condición de judío, y que de nada le valía el hecho de ser un hombre de paz, además de poseer uno de los cerebros más inteligentes de su tiempo.
Sin embargo, después de leer la siguiente declaración:
“…el inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber: que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Solo un libro que se mantiene siempre, página tras página, sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles que les quitan tensión y les restan dinamismo”. Texto que, al ser comparado con la nota de despedida, nos permite subrayar la palabra “impaciente”. En efecto, en la declaración final se abre el corazón a la esperanza de un amanecer después de la gran noche de la guerra… Zweig sabía que ello ocurriría, pero no tenía la paciencia necesaria para esperarlo, por eso precipitó su fin. Cuando todo estaba listo se despidió de Lotte con un delicado beso, más de padre que de amante, tomó el veneno y se acostó a esperar la muerte, que llegaría lenta y sin dolor, según había investigado, lo cual afirma cierta plenitud de paz en el rostro del cadáver de la fotografía.
Ella ordenó algunas cosas y mientras lo hacía seguía hablándole al hombre muerto, explicándole porqué había decidido acompañarlo. Cuando sintió que todo estaba listo, tomó su propia dosis del mismo veneno, se acostó a su lado, lo abrazó y corrió por el túnel de salida, para darle alcance del otro lado ya.
Octubre de 2015

Stefan Zweig: Viena (Austria), 28 de noviembre de 1881, – Petrópolis (Brasil), 22 de febrero de 1942. Sin duda uno de los grandes escritores del siglo XX. De familia judía, oriunda de Moravia. La Viena donde nació era una ciudad única en el mundo. Allí se formó Zweig, acaso el escritor más popular del período comprendido entre las dos guerras mundiales.
De vocación literaria temprana, en la clase de gramática latina escondía versos de Rilke. En ese entonces remitió su primer ensayo en prosa al periódico más prestigioso de la ciudad. Se lo aceptaron. Después tradujo poemas de Verhaeren para las revistas y publicó sus primeros versos de bachiller: Cuerdas de plata (1901).
Tras obtener el título de doctor en Filosofía, residió un año en París. Luego fue a Londres, donde se fascinó con la obra de William Blake. Viajó por España, Italia y Holanda. De vuelta conoció en Leipzig a Kippenberg, el director de la prestigiosa editorial Insel, y se hizo su amigo para siempre. Su primera novela corta, escrita en los años 1910 y 1911, se titula Ardiente secreto. Visitó la India, Norteamérica y Panamá. En 1917, la editorial Insel publicó Jeremías, obra de teatro que fuera presentada en Nueva York en 1939. En 1919 volvió a Austria. Publicó Tres maestros. Y en 1921 Los ojos del hermano eterno y Amok.
Durante la primera guerra mundial tuvo que exiliarse a Zúrich a causa de sus ideas pacifistas. Desde 1919 hasta 1935 fijó su residencia en Salzburgo. En 1928 se casó con su secretaria. En 1935 se estableció como exiliado en Inglaterra. A poco de estallar la segunda guerra mundial buscó refugio al otro lado del Atlántico y se estableció en Brasil.
Junto a su segunda esposa se quitó la vida el 22 de febrero de 1942. En Petrópolis, estado de Río de Janeiro. Su entierro, celebrado en Río con honores de jefe de estado, fue un acto multitudinario.
Stefan Zweig es uno de los autores más leídos del siglo XX. Un escritor completo, destacado en todos los géneros. Novelista, dramaturgo, biógrafo, ensayista, historiador… en su obra se vive la hondura psicológica, filosófica y literaria de una inteligencia privilegiada.
Obras destacadas: Tres Maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski (1920); La curación por el Espíritu (1931); María Estuardo (1934); Erasmo de Rotterdam (1934); Caleidoscopio, conjunto de relatos breves (1936). Momentos estelares de la Humanidad (1928); Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1929); Confusión de los sentimientos (1926); El mundo de ayer (1944), autobiografía póstuma, entre muchos otros.