Escritores al diván, Amélie Nothomb

Por Jorge Bafico

Perfil psicológico:

No usa computadora ni celular porque de tenerlos se “perdería”. Se levanta todos los días —de lunes a domingos— a las cuatro de la mañana y dedica cuatro horas a la escritura de sus novelas. Luego, va a la editorial Albin Michel, en el barrio de Montparnasse de París, donde ocupa una pequeña oficina sin ventanas y atiborrada de libros, y dedica otras cuatro horas adicionales a responder las cartas de sus admiradores. Hace años que Amélie hace esto sin parar un solo día, sin descansos ni licencias. Como ella misma afirma: “la escritura es, literalmente, mi vida”.

De niña alucinaba y la diagnosticaron como autista; en la adolescencia tuvo anorexia y, tanto en sus novelas como en su vida, la idea de la muerte es permanente.

La razón principal por la que Amélie Nothomb escribe es para soportar la vida: “Vivir dentro de mí es terrible. Si no me atengo a esa disciplina, entro en proceso de autodestrucción. No puedo fallar ni un día”.

La escritura vino a “habitarla y salvarla”; en la adolescencia Nothomb descubrió que son las palabras y las historias las que la conectan con el mundo: “el lenguaje ha sido lo único que se ha mantenido ahí desde el principio, lo único estable en mi vida. El sentimiento de irrealidad era constante cuando era niña. Lo perdía todo constantemente. Todo menos las palabras, las historias”.

A diferencia de otros psicóticos invadidos por alucinaciones, Amélie tuvo las suficientes herramientas en el arte para poder sobrevivir a su locura. La obra escrita, en este caso, como salvación y compensación psíquica.

Perfil físico:

A media mañana se coloca en personaje, se viste de Amélie Nothomb: riguroso negro de pies a cabeza, sombreros extravagantes, casi como salida de una película de Tim Burton. De cabello oscuro y piel excesivamente blanca, labios rojos… una imagen que aparece por lo general en las portadas de sus libros y, por qué no, en la fachada que se inventó para poder sobrevivir.

Caricatura: Jaime Clara