Las infinitas aves, los silencios del mineral y la dureza del cuerpo humano, las rutas del sueño y los dolores gigantes en las cosas minúsculas se conjugan en la poesía de Mercedes Abaria para entregarnos un lenguaje diáfano y que apuesta por la emotividad inherente a las cosas sencillas y palpitantes de la tierra.
Por Carolina Zamudio
Girasol en la noche
Todo ha caído
pero tú esperas la llama,
el color del alba,
la nueva esperanza.
En la ciudad sola
No dejes, madre
que estas calles avancen
en el triste nudo de una tarde
de amatista fugaz.
¿Qué hacer con el pasado
tan lejos
de la pérgola del sol?
¿Qué hacer con estos pasos nuevos
en la ciudad desierta
sin sentir el naufragio
de una quilla sola
de un estanque muerto?
¿Cómo huir del dolor,
del péndulo de fuego,
del húmedo azote
en los párpados cansados
a la espera de un Ángel?
Hay en el camino
plegarias azules,
estrellas en las calles?
Qué memoria cruel
alza tu rostro en la pena
golpeando mi orfandad
⠀⠀de pájaro herido.
¿Dónde estás, dónde el murmullo
hacia tu mano,
su titilar de agua
⠀⠀entre las nubes?
Otra vez el cielo
lejano
⠀⠀tan lejano.
Alma del desierto
A una piedra de Córdoba
Ah, silenciosa
y circunspecta,
gris, con alma de desierto.
En mi extrañeza humana
cae tu firme soledad
hacia el instante de luz,
como de plata.
Y veo allí secretos
de pájaros antiguos
y el silencio de hombres
rompiendo minerales,
buscando tu belleza
de cuarzo, tu fragmento
de estrella.
Resplandeciente
y oscura,
sigilosa,
raíz de la montaña.
Sólo los puros amarán
tu abatido magma
disuelto,
el cristal apagado.
Rigurosa piel, quebrada y viva.
Córdoba, 2012
Cada uno tiene un muerto
Cada uno tiene un muerto
o dos, o tres muertos
que impregnan los sueños
con una huella azul
y triste.
Uno sueña con sus muertos
en un mundo tendido
o aplastado, sin luz,
como figuras secas
en el aire vacío
y sin voz.
De su túnel oscuro
se los ve caminando
girando sus cabezas
en pasillos,
habitaciones extrañas
casas vencidas.
Es una gran pena
verlos así
como estampas de hielo
tristes porque no pueden mirar
tristes porque no pueden hablar
Quizás, estén rezando
y no nos demos cuenta.
Agua y pájaros
Silencioso en sosiego
mi sueño de pájaro
en una rama de agua.
No quiero que seas
una herida de fuente
sino cuerpo en la vida
o nervio de rocío,
multitud de cascada.
Qué nave tomaremos
en el destino final
(los muertos irán lejos, lejos
al país secreto
de helechos y palomas).
¿Qué haremos en la ciudad
sin pájaros?
Qué nueva ausencia vendrá
con su dolor de aguja
y sólo esperaremos
una noche de lluvia.
Agua en la noche
(Afuera pasa un arroyo)
Sigiloso,
⠀⠀⠀⠀⠀⠀huyes.
En mi sueño una
estrella viene
a buscar tu nombre,
universo de savia
y escucho el susurro
de tu pétalo nocturno.
Huye de las sombras
de los bulbos marchitos
de los que no duermen.
Llévate el dolor del mundo.
¿Siempre la guerra?
Siempre.
Un flujo de sangre
hacia el abismo
empuja al hombre
contra otro hombre.
El huracán de la muerte
quema las estrellas
y siempre es de noche.
Siempre.
Las bóvedas abren sus compuertas
bajo la tierra
donde caerán uno a uno
rostros nunca olvidados
rostros con ojos
definitivamente ciegos.
En el desierto humano
no veo el arcoíris ni las campanas
solo brumas
y grises cartílagos humeantes.
Siempre.
Un fuego negro
mira lentamente
una flor sin pétalos
¿Cómo es la memoria sin pájaros?
Ya no hay piedad.
Los lobos han crecido.
Y no se ven las estrellas.
Poema de la noche larga
¿Cuál es el tiempo que no es?
¿Qué es esta quietud de la palabra
donde no veo tus ojos, ni el mar
ni el corazón de la noche?
Cuántos rostros perdidos, olvidados
nos llaman desde un temblor nocturno
hacia sus muros de mármol
sus lágrimas ocultas.
¡Oh! El tiempo esconde
su disfraz de lobo
y nos miramos en silencio
agazapados en la noche larga.
Cárcel de luz, dime, qué es,
¿qué es esta noche
donde no hay cuerpos, ni pieles
ni besos
y las mortajas huyen
a una tierra abierta hacia la muerte?
Tantos hombres arrimaban
sus ojos
a los aplausos de las marionetas.
Yo los vi, había musgos en sus pechos,
falsos laberintos, torres devorando el cielo
y una tristeza de animal muerto
como una cruz que cae y cae.
También vi una mujer huyendo
hacia un campo sin siembra
páramo de oscuras semillas estancadas
y un niño atrás
con lágrimas de prisionero.
Si fuera el camino del Árbol…
donde cada hombre, cada mujer, entregase
su corazón muerto,
su cólera, el acero ensangrentado
el vasto lodo de un mundo sin piedad.
Oh las heridas se adornan
con moños resplandecientes
pero estás solo y ningún viento
podrá devolverte tus raíces.
¿Hay esperanza?
¿Vendrá la resurrección de las estrellas
y los párpados tirarán sus cenizas
al pozo de las espinas?
Miren allá, detrás del abismo
la apertura del cielo,
una mujer con un lirio de agua,
un cuarzo desnudo,
un rubor vivo en el horizonte.
Y un pájaro, varios pájaros.
Un pájaro en mi ventana.
Bs. As. Marzo 2020
Amalia Mercedes Abaria. (Buenos Aires, Argentina). Artista plástica y escritora. Ha publicado los poemarios: «Del lado de la vida»; «Caminos»; «El musgo y la calma»; «Breves azules»; «Busco un agua»; «Necesidad del silencio»; «Plegarias en la noche larga» y «HAIKU». Además, de Tres libros de narrativa y uno de ensayo. Ha recibido varios reconocimientos, entre los que destacan el Primer Premio Poesía Internacional “Concurso Hespérides”, en 2018. Sus poemas han sido publicados en diversas antologías, diarios y revistas. Actualmente codirige el grupo de difusión poética «El silencio creador» y Administra el blog de difusión poética «El silencio y el poema».

Carolina Zamudio. Poeta y periodista. Señalada como una de las referentes de la poesía argentina de su generación. Publicó: Seguir al viento; La oscuridad de lo que brilla; Rituales del azar; Teoría sobre la belleza; La timidez de los árboles; El propio río; Vértice; Las certezas son del sol y La extensión de un deseo, entre otros, en Argentina, España, Uruguay, Francia, Colombia, Italia, Perú y Ecuador, por caso. Creadora de la Fundación Cultural Esteros (www.esteros.org). Vivió y trabajó en Argentina, Emiratos Árabes Unidos, Suiza, Colombia y Uruguay, donde hoy reside.
