Editorial

Por Luis Fernando Macías

El poeta y la nada[1]

La palabra hebrea Kabbalah significa “recibir”, o “lo que se ha recibido”. Esta expresión, en cuyo significado la tradición judía quiere referir el modo como procede la iluminación, sería válida para definir la instancia más elevada de la poesía, la poesía como el mecanismo por el cual le es revelado el sentido al mundo.

A esta noción, subyace la idea de que la existencia es un fluir continuo de la nada. Como si dijéramos: de la nada al ser, en flujo permanente, emana el sentido. El Espíritu, lo desconocido, se proyecta en la materia, lo conocido. Ya en la materia se levantan las criaturas para que así las contemplemos como seres vivos en la vida.

La razón de ser, entonces, es ese flujo permanente, ese hálito, ese impulso vital. Cuando el poeta busca allí la traducción de su contenido para conseguir su expresión en palabras, podemos decir que, como el iluminado, el poeta es instrumento de la revelación.

“Y el poeta no quiere propiamente todo, porque teme que en este todo no esté en efecto cada una de las cosas y sus matices; el poeta quiere una, cada una de las cosas sin restricción, sin abstracción ni renuncia alguna. Quiere un todo desde el cual se posea cada cosa, mas no entendiendo por cosa esa unidad hecha de sustracciones. La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que no habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es solo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás. El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta no se afana para que las cosas que hay, unas sean, y otras no lleguen a este privilegio, sino que trabaja para que todo lo que hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada”.[2]

Si nos preguntamos sobre cuál es su labor, se hace necesario acudir a las fórmulas de tránsito entre los planos de la existencia; entre el plano físico y el mental, una imagen lo hace posible; entre estos dos planos y el espiritual, una disposición. Este es el lugar del poeta, su mirada alcanza el intersticio que hay entre la nada y el ser, lugar de las fundaciones, árbol de la vida. Veámoslo así: el corazón, guardián de la existencia física, entiende que su pauta rítmica sostiene a la criatura viva; pero, en su esencia espiritual, un hálito que impulsa el músculo hacia el latido hinche las venas, alimenta y yergue el manifiesto de la carne. El cuerpo es porque ese pulso lo sostiene, lo arroja al sendero de los días; pero todo sería vil materia si en el fondo interior de aquella masa no hubiera un mito definiendo su sentido. Es allí donde el poeta obra, él es el guardián del mito. Es en su conciencia (o inconsciencia) donde el mundo se pregunta por las leyes que lo rigen. Entre el misterio y la materia, el poeta sostiene la música del mundo. Su labor es la de custodio, aquel que percibe el ritmo del sentido.

De la realidad sabemos lo que pueden expresar nuestras palabras, también ella es un misterio, una pregunta que nunca encuentra solución. Toda noción es una hipótesis, pero más allá de lo que podemos controlar, más allá de lo que concierne a nuestra voluntad existe un mito que rige nuestros pasos. El poeta tiene como oficio percibir este mito y su labor consiste en hallar el tejido de palabras que lo pronuncia para todos y, contenido en las palabras, una música lo hace audible al corazón. “Ahora bien, la operación poética ¿es una actividad mágica o religiosa? Los puristas contestarán, seguramente, que no es ni lo uno ni lo otro. La poesía es irreductible a cualquier otra experiencia. Y claro es que la poesía como fruto logrado, como poema, no es ni religión, ni magia. Pero el espíritu que la expresa, los medios de que se vale y la raíz instintiva que la origina bien pueden ser mágicos o religiosos. La actitud sicológica ante lo sagrado cristaliza en el ruego, en la oración, y su más intensa y profunda manifestación culmina en el éxtasis místico: en el entregarse a lo absoluto y confundirse con Dios. Pues bien, el poeta lírico establece un diálogo con el mundo; en este diálogo hay dos situaciones extremas, dentro de las cuales se mueve el alma del poeta: una, de soledad; otra, de comunión. Siempre intenta comulgar, unirse, “reunirse”, mejor dicho, con su objeto: su propia alma, la amada, Dios, la naturaleza… La poesía mueve al poeta como el viento a las nubes quietas: siempre más allá, hacia lo desconocido. Y la poesía lírica, que principia como un íntimo deslumbramiento, termina en la comunión o en la blasfemia. No importa que el poeta se sirva de la magia, de la magia de las palabras, del hechizo del lenguaje, para solicitar a su objeto: nunca pretende utilizarlo, como el mago, sino poseerlo, como el místico”.[3]


[1] Tomado de: Macías, Luis Fernando. La expresión poética. Bogotá: Luna Libros, 2022.

[2] Zambrano, María. Filosofía y poesía. Fondo de Cultura Económica. México, 1939. Pp. 22-23.

[3] Paz, Octavio. Las palabras y los días. Una antología introductoria. México: Fondo de Cultura Económica, 2008. Pp. 125-126.






Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado varias novelas, entre ellas: «Amada está lavando» (1979); «Del barrio las vecinas» (1987); «Los cantos de Isabel» (2000); «Memoria del pez» (La Habana, 2002; Bogotá 2017); «Cantar del retorno» (2003); «Todas las palabras reunidas consiguen el silencio» (2017), entre muchas otras. Además, los libros infantiles: «Valentina y el teléfono mostaza» (2018); «No es tan gallina porque adivina» (2018); «Adivine pues» (2020) y «Cuentos infantiles para libros álbum» (2020), entre otros. Ha publicado los siguientes libros de ensayo: «El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes» (2003); «El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas» (2007); «El cuento es el rey de los maestros» (2007), entre otros. Y los siguientes libros de cuentos: Los «relatos de La Milagrosa» (2000); «Los guardianes inocentes» (2003) y «Los animales del cielo» (2019).