La lectora se reconoce, se «auto examina mientras la vida discurre». Carolina Zamudio nos presenta una lectura sincera y desgarradora del libro de María Negroni; una lectura que sucede —y adquiere sentido— en diversos planos de la significación: en el encuentro con la belleza terrible del lenguaje, en la vivencia del dolor y la ternura compartidos, y en aquel reconocimiento personal e íntimo que sucede ante los libros necesarios.
Por Carolina Zamudio
‘Así fue como fue’ es una fórmula que se repite insistente en «El corazón del daño», de la escritora argentina María Negroni. Como recurso, simplemente, o acaso para aseverar, testimoniar como personaje de la propia existencia que la vida fue así. También se intuye que ese podría haber sido el título del libro, al tiempo que abre el rompecabezas de la escritura y de la vida, cuyas piezas busca encajar. Y lo consigue.
La suerte de prólogo que se incluye —y que es llamado Advertencia— comienza con una frase de Pessoa: «La literatura es la prueba de que la vida no alcanza», para luego enlazar vida y literatura, e incluir en la octava línea el tono de correspondencia a la madre que tendrá el texto. He ahí una pista de qué camino transitará el texto. De entrada, deja sin aliento, como el asma que la madre padece. Es una caja de música, dueña de todo silencio. Negroni construye en este libro de lirismo exquisito, «la dicha de encarnar una primera persona, cada vez más imbuida de su propia ausencia». Y recorre —explica, justifica, casi devela— algunos de sus títulos anteriores. Es, principalmente, un libro sobre el dolor, la infancia (ese ‘todo’ de la vida), el exilio, pero también un intento de reconciliación y larga reflexión sobre el camino del lenguaje. Una declaración. O varias, como esta de que «el arte, en definitiva, no es de orden ideológico, sino pulsional».
Es un libro de ‘puño y cuerpo’, según las palabras de la autora, una semiótica del cuerpo, hecha a corazón abierto, desde la médula de la propia existencia o ‘música galopando’. Una obra que intenta lograr el perdón de una infancia plagada de grietas a unir, de heridas a suturar. Apostar a ese futuro que está en el pasado, como dice ella misma.
«Todo es tajante en mi mundo. Todo construye un régimen de muros», escribe Negroni casi a mitad del libro. Y surge la tentación de hacer una analogía con algunos de los de la nobel Annie Ernaux, «La vergüenza», por caso. En esa novela de la francesa hay también madre, hay padre, hay hija y, sobre todo, una infancia rota. Así como leer la prosa lisa, despojada de Ernaux y, para mi gusto, por momentos monótona en su estructura —aunque no por eso menos bella— es sumergirnos siempre desde una mirada plana, un objeto muerto (¿la infancia?) que se narra como crónica periodística, con hechos que cuentan subrepticiamente —con asepsia y distancia— una emoción, ir por los caminos de la auto ficción de Negroni es, en cambio, descubrir una infancia que, aunque sea dolorosa, es en lo formal deslumbrada y deslumbrante. Aquí los daños se transforman en estilo filoso, a la yugular, desde lo que vibra y desde la razón. Un objeto narrativo que hace uso de todas las posibilidades del idioma pertinentes y funcionales a la historia. Una forma de ver la auto ficción como la posibilidad de vivir, revivir la infancia como ese lenguaje que nació en el vientre materno y tuvo esas características solo y para (como si la redención fuera el premio) construir la más alta poesía de nuestros tiempos. «Una vida dura precisa de un lenguaje duro, y eso es la poesía, pensé».
«El corazón del daño» es una pieza de relojería abierta, desplegada ante quien quiera verla, es escritura y explicación del proceso de escritura a la vez. Es la vida que se vive para contar. Y viceversa. Porque «cuando el desamparo es muy grande, abre la imaginación como un bisturí». Los paisajes interiores de Negroni están plagados de citas, diversas y oportunas, que funcionan en el libro, en la historia que se narra, como reflexiones de supervivencia, como si nombrar desde la voz del otro, que ya nuestra, fuera paradójicamente embellecer el daño. Se suceden así Hocquard, Cixous, Proust, Woolf, Baudelaire, Gelman, Meschonnic, Tsvietáieva, Arreola, Flaubert, Barnes, Balzac, Zambrano, Lezama Lima, Mallarmé, Mann y un largo etcétera, por nombrar solo algunos. Hay, además, muchos intertextos propios que explican, develan, algo de sus libros anteriores, tanto de prosa como de poesía.
La demarcación fragmentaria y libre, promiscua en la conjunción de los géneros, es una característica de época. Una marca de agua que podrá ser estudiada o rescatada a perpetuidad como el estilo fundante de mucha de la buena literatura de estas primeras dos décadas del siglo XXI, antes de la irrupción escandalosa de la inteligencia artificial, que no sabemos aún cómo, pero probablemente cambiará las formas de crear y de acercarse a los textos.
«El demasiado viaje de la vida. Los demasiados viajes del viaje», escribe Negroni, pero no pareciera ser tedio ni cansancio lo que discurre en el corazón de este libro. Es la lucha por la vida en la guerra sin treguas con la madre y el mundo, el mundo propio y principalmente el de la madre, que es el mundo todo. No se trata exactamente de un libro de auto ficción, ni siquiera de una nouvelle, prosa poética o ensayo… es todo eso a la vez y más, una larga reflexión, al tiempo que carta atormentada, perenne y extensa a la madre que ha muerto, a quien quedaron cosas por decir.
Escritora dúctil y polifacética, Negroni se autodefine permanentemente en el texto: «En cuanto a mí, siempre busqué desmarcarme. Escribí poemas que son prosas, ensayos que no creen en nada, biografías apócrifas, y hasta dos engendros de novelas que proliferan hacia adentro como una fuga musical». «El cambio de estilo es un rasgo de la obsesión».
El trasmutar las cosas
Tenemos, entonces, en la memoria emotiva que puede ser un libro para el lector, diversos centros: la madre (la ‘reina loca’) omnipresente desde lo narrado y lo vivido, desde el planteo de la propuesta de estilo; las disquisiciones sobre la literatura, la construcción de la obra y la vida; el dolor, ese que es un para siempre de todo; el exilio y la muerte, no como consecuencia uno de otro. Quizá, al contrario.
Casi cada frase de esta carta/novela/poema es un verso, una cita de guardar, una forma de reflexionar concéntrica, al infinito. Y es, por momentos, poesía pura. De la mejor. Y especulaciones de final abierto. Y también expresiones de la infancia, que, como la lengua materna, son fundantes. Respecto de la niñez y sus dolores, Negroni dice que en algún momento se dijo a sí misma: «si encuentro una música». Y vaya sí lo hizo.
«La mamá oscurece la casa (…) la muñeca cierra los ojos y después se pasa la vida entera en el agujero negro de las palabras». La autora se recuerda y atestigua. Febril lectora temprana, hija perfecta, lo que fue condena y salvación a la vez. Incipiente buscadora del lenguaje, Negroni no recurre a la conmiseración, cuenta los hechos, cuyo colofón podría ser: qué difícil ser la hija de una reina insatisfecha. Asimismo, apela a la figura de los círculos de una manera obsesivamente hermosa: la de la calesita, la de los anillos de los árboles, la del tren eléctrico… y su libro se vuelve circular en citas y datos y sensaciones. «El odio es lo que parece, un amor herido» o «no fue mi culpa si me asfixiabas». Todo el vocabulario de la madre muta de lengua materna a poesía, con lo cortantemente áspero y duro en la una, y lo definitivo y bello, en la otra. La ‘infancia muerta’ o lo ‘incunable de ser hija’.
Es la escritura de una vida que, de tan tortuosa en la infancia y la adolescencia, se vuelve belleza en la adultez. ¿Se necesita de tanto sufrimiento para llegar a ciertas cumbres estéticas que conmueven como la muerte? Después de «El corazón del daño», de su lectura, su relectura, por momentos pareciera que no pudiera haber nada más. Ese es el tono de cimas sensitivas al que a veces llega la obra. «Esa caída en la noche, díscola y turbia, es la literatura (…) tardé en saber, en cambio, que escribir es penoso» o «los libros son la música de un saber que se ignora».
Nada de lo que la hija hace le alcanza a la Madre/reina: la perfección es un desafío mayor, inalcanzable. «Todo sea por el ruido de la ausencia de ruido, la claridad de la confusión», —confesión—, sumo el fallido al transcribir la cita para esta reseña. «Las mezcolanzas son mercados de pulgas de la imaginación». Sin embargo, la mezcla de los temas centro madre-literatura-dolor-exilio son puntos de confluencia, ‘mezcolanzas’, que coinciden y repercuten unos en otros.
«La tristeza puede mover montañas, transformar un foso de leones en una alfombra roja, lista para celebrar la hora de la estrella», clara alusión a Lispector sin nombrarla. «Te lo pregunto así de muerta», que es ironía para la madre fallecida y para la hija, niña, simbólicamente muerta en vida. Es este un lenguaje cortado a cuajos, como el amor que se mendiga o no llega. Cortes, cicatrices, grietas. Pero escribir así sobre la muerte, a causa de ella, a pesar de ella, acaso sea una forma de darle un significado digno a la vida.
«Todo libro debe arder, quedar quemando/ Ese es el premio/ Así fue como fue».
Quizá una madre que escribe (y lee) vea su sombra en la de la madre de la autora de «El corazón del daño». El temor de lo que transcurre mientras pasa, porque qué puede ser la literatura, además, sino un espejo, un auto examinarse mientras la vida discurre. ¿Para qué se lee, acaso, apasionada y obsesivamente? También la culpa puede ser un anzuelo para ciertos lectores.
María Negroni publicó numerosos libros, entre otros: Islandia, Arte y Fuga, Cantar la nada, Elegía Joseph Cornell, Archivo Dickinson, Exilium y Oratorio (poesía); Ciudad Gótica, Museo Negro, Galería Fantástica, Pequeño Mundo Ilustrado y El arte del error (ensayo); El sueño de Úrsula y La Anunciación (ficción). Beca Guggenheim y beca Fundación Octavio Paz en poesía y Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI (México), su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco y portugués. Actualmente dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF en Buenos Aires.

Carolina Zamudio. Periodista, poeta y ensayista. Master en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos. Entre sus libros destacan, «La oscuridad de lo que brilla», edición bilingüe español/inglés, (Estados Unidos); «Rituales del azar», edición bilingüe español/francés, (Francia); «La timidez de los árboles», (Colombia); «Vértice», edición bilingüe español/italiano (Italia) y «Las certezas son del sol», (España). Premio Universitarios Siglo XXI del Diario La Nación y Corona al Poeta (Argentina). Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre, además de llevar adelante el Encuentro Esteros.
