Una novela de Carmen Martín Gaite que nombra de alguna forma el presente, la posibilidad de identificación desde lo colectivo.
Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite
Por Carolina Zamudio
Los talleres de lectura suelen ser lugares misteriosos en los que se crean posibilidades no imaginadas que trascienden al mero hecho de la lectura coral y logran situaciones que crecen ad infinitum, tanto como la predisposición austera o maciza de los libros lo permita y, sobre todo, el alma de los ojos de los lectores que crea y convalida esa condición. Tengo argumentos para creer en ellos, en esos talleres, clubes de lectura, agrupaciones de diverso tipo que, por eso de insistir, van sembrando, con la holgura de la tierra y el cielo, tramas gozosas para la vida desde la literatura.
En Montevideo, donde los talleres de lectura son diversos y prolíferos, tengo la suerte de coordinar uno hace algunos años. En 2020, por cuestiones personales y, naturalmente, el vendaval pandémico, la actividad debió en algún momento ser interrumpida. Y con ello no solo el cese de las reuniones, sino también la visita de escritores, con quienes nos reunimos algunas veces luego de leer sus obras. Pero hacia el segundo semestre, cuando las cosas por aquí en términos de contagio seguían controladas, recibí un mensaje de una de las integrantes del grupo que renovó mi necesidad de mantener y fortalecer ese espacio. Leonor me pedía que volviéramos a reunirnos, que nunca un momento más indicado para refugiarse en la narrativa, en personas ficticias que por fortuna y en los mejores casos se apoderan por un tiempo de algunos de nuestros desvelos. Así fue como logramos crear un oasis de compañía en medio de la incertidumbre y las restricciones a la libertad. Ampararnos en la falta de límites al albedrío en ese camino del crecimiento conjunto. Entonces, fuimos a la Argentina junto a Eduardo Sacheri con «Lo mucho que te amé», un libro sólido que no deja de tener una trama llevadera con anexos de la propia historia del país, de esas que se leen o escuchan como telenovela, pero con la maestría de la pluma del escritor argentino y «La buena suerte», última novela de Rosa Montero con la que nos trasladamos a España, a un pueblo de fantasía, un sitio soso y olvidado de los suburbios muy siglo XXI, que dio lugar a una discusión acalorada sobre la línea sutil que existe entre la buena literatura y la otra, por decirlo de algún modo, la de los libros de aeropuerto.
En tal caso, ambas propuestas tienen una portada amable y títulos de esos que enganchan incluso a quienes oponen más resistencias a lo desconocido, a lo que aparece nihilista o desesperanzador, más aún en épocas en las que fijar la concentración en una historia que no sea el surrealismo que nos tocó vivir se vuelva una empresa difícil. Escoger y proponer, seducir para la lectura de ciertas obras a veces suele ser un desafío mayúsculo.
Por eso «Lo raro es vivir», de la española Carmen Martín Gaite, era para el 2021 un título de característica dual: por un lado, nombraba de alguna forma el presente, una posibilidad de identificación desde lo colectivo, pero por otro también planteaba una sospecha no tan venturosa como la de los dos anteriores, « Lo mucho que te amé» y « La buena suerte», ambos de Alfaguara. Además, por otro lado, esas portadas de Anagrama, habitualmente tan agradables al tacto, con una ilustración en el caso de “Lo raro…” dotada de sugestión y hermosura, casi una versión aggiornada de la colección de obras de botánica de Emily Dickinson, garantizaban un acceso afable a un texto que terminó siendo de extraordinaria profundidad y disfrute.
¿Qué experiencia, entonces, nos regaló el libro de Martín Gaite, nuestra primera ocasión de reunión virtual en la historia de este taller de lectura? El recorrido de las doscientas treinta y siete páginas fue un camino de metáforas, ironía y humor, extremadamente poético, de cumbres majestuosas en lo referido a esto último, aunque finalmente el de una novela que narra la elaboración de un duelo.
Se podría afirmar que la obra de esta escritora, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1988 y una figura prominente en la literatura del siglo XX, es de fácil andamiaje, a pesar quizá de la entrada morosa a él, pero existe luego un encabalgamiento de pocos personajes en el que en algún punto las piezas comienzan a encajar, y en la lectura se despliegan la inteligencia y la estrategia de las estructuras narrativas de los más avezados.
«Hay tres tipos de satisfacción. Una es la de cuando escribes. A mí lo que me gusta es escribir. No manejo el tema hasta que lo tengo bien cogido. Con mis notas, mis apuntes, y mi memoria compongo ese tema. Ya sabes cómo aludo en mis textos a coser, a los hilos, a ese quitar y poner las cosas, a componerlas… No contarlo todo de golpe, eso es lo esencial para mantener el interés del lector…», declaró la escritora en cierta entrevista. En este caso, que no necesariamente es el de otros de sus más destacados libros («Entre visillos», «El cuarto de atrás» o «Nubosidad variable», ya que Martín Gaite renueva cada vez su propuesta desde «Entre visillos», su ópera prima), hay un camino paulatino de la melancolía a lo lúdico y el ingenio lleno de citas sustanciosas. Páginas pobladas de densidad que permiten múltiples capas de sentido, en lo literal y en lo simbólico. ¿Es femenino su mundo? Podría decirse que sí, aunque esta aseveración sea ambigua porque su trabajo es ante todo el de una intelectual íntegra, completa en sus competencias, que escribe desde la sensibilidad dada por la experiencia vital y literaria, esta última principalmente. La española se destacó no solo como novelista, sino como traductora, académica, poeta y guionista.

Lo bueno es contar
En su camino de pérdidas, la muerte de su madre como eje central, el personaje principal va desenredándose en cada una de las etapas de ese trance y lo hace con transparencia, de la mano del lector que llega a conocer su cuerpo, su cerebro y su alma. Sus marcas de infancia, sus fantasmas y lagunas emocionales. Nunca se subestima a quien lee en estas páginas, se entabla con él una complicidad de análisis en la que la gracia de la protagonista atrapa con su vasto mundo onírico y real, lleno de fantasía. Desde lo narrativo, el proceso de fluir de la conciencia es el que manda, sumerge, corre caudaloso. «No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, ya que, a causa del ímpetu y la velocidad de los cambios, se dispersa, vuelve a reunirse, y aflora y desaparece», nos advierte Heráclito de Efeso en el epígrafe de la primera página. Hay una formidable profusión de alegorías que se reiteran o, mejor, adquieren nuevos significados a lo largo del texto: como el del bosque (la gran metáfora que aquí todo lo engloba), que es aviso en la ilustración de portada, donde las plantas emergen desde la oscuridad de un hueco del Metro de Madrid, en un mecanismo que —descubrimos luego— es descenso a lo profundo interior, desde la reflexión y las manifestaciones de la alucinación, de los muertos que nos habitan, pero además de lo urbano y la naturaleza despojada, de lo individual y lo colectivo, de lo universal y, esencialmente, lo atemporal.
La autora nos presenta a su héroe como a una joven algo extraviada de treinta y cinco años que acaba de perder a su madre y es también quien nos narra la historia. En la superficie se trata de una solitaria, pero habitada por muchos elementos definitivos para demarcarla con contundencia como el pasado, la imaginación, los sueños, la creatividad y un enorme mundo interno que se abre para ella en el momento en que puede superar cierto bloqueo artístico, el del escritor en este caso, y —sentada frente a su gato— logra ordenarse, articular con palabras el desbarajuste y empezar a decir, y principalmente escribir. Por lo demás, pasan por la historia un padre sin ubicación clara en el mapa de los vínculos vitales, un novio que es puntal tanto como se desdibuja, los amantes reales o imaginarios, los amores del pasado, el abuelo, una profesora y su jefa. Finalmente, la reflexión constante y válida de «Lo raro es vivir» que se cita a lo largo de la novela es no solo oportuna, sino que es la pregunta existencial que es norte, alimento y un amoroso mecanismo de resguardo, porque como se dice en el texto: «Para visitar un recuerdo conviene —según creencia bastante extendida— haberlo cultivado antes. Hay gente que dedica mucho tiempo y esmero a ese cultivo, igual que a abrillantar las letras doradas de la lápida que encierra a sus muertos, pensando que si no lo hace de un modo continuado y metódico, ya ni nombre tendrán los que murieron».
Celebro la obra de Carmen Martín Gaite y agradezco la energía de las veinte integrantes del taller de lectura. Debemos seguir el imperativo de la calma, de la disposición vital a la lectura, tanto como atender a la finitud de los momentos y de la vida misma. Quienes ya no están nos lo recuerdan desde sus guaridas libres y secretas: «lo raro es (no) vivir». Y vale la pena oponerse a la enunciación con todo esplendor.
Carolina Zamudio, marzo de 2021.
Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000). Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. Fue una de las figuras más importantes de las letras hispánicas. Su éxito se respaldaba tanto en la crítica como en el público. Entre visillos, Retahílas, El cuarto de atrás son algunas de sus obras más importantes. Recibió premios de la talla del Nadal, el Nacional de Literatura, el Nacional de las Letras, o el Anagrama de Ensayo.

Carolina Zamudio (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973). Poeta y ensayista. Publicó: Seguir al viento (Argentina); La oscuridad de lo que brilla, bilingüe español/inglés (Estados Unidos); la antología Doble fondo XII; Rituales del azar, bilingüe español/francés (Francia); las plaquettes Teoría sobre la belleza y Las certezas son del sol (Argentina); La timidez de los árboles (Colombia); El propio río (Perú) y Vértice, bilingüe español/italiano (Italia). Como antóloga, reunió la obra poética de Luis Fernando Macías, bajo el título Todas las palabras reunidas consiguen el silencio (Estados Unidos). Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos por la Universidad Argentina de la Empresa y Periodista por la Universidad Católica Argentina. Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre. Reside en Uruguay. www.carolinazamudio.org