Con mucha alegría compartimos estos quince poemas traducidos por el gran poeta colombiano José Manuel Arango, en 1993, para la Revista Poesía de Medellín.
Por Luis Fernando Macías
Entre 1991 y 1994 Elkin Restrepo, José Manuel Arango, Male Correa y yo publicamos la revista Poesía como parte del proyecto de la editorial El propio bolsillo. En el número 8 de la revista, incluimos una selección de poemas de Louise Glück, entonces una joven poeta norteamericana, que fueron traducidos por nuestro compañero José Manuel Arango. Al enterarnos de la noticia de que esta escritora había alcanzado el Premio Nobel de Literatura de 2020, decidimos incluir esta noticia en Esteros, celebrando que en la raíz de nuestra revista de hoy está también nuestra revista de ayer.
Los siguientes son los poemas de aquella muestra:
Mensajeros
Solo la espera es necesaria, te hallarán.
Los gansos que vuelan bajo sobre la ciénaga,
brillantes en el agua negra.
Te hallarán.
Y los venados:
qué bellos son,
como si no les estorbaran sus cuerpos.
Despaciosamente llegan al claro
a través de lienzos de sol.
¿Por qué estarían así, tan callados,
si no estuvieran esperando?
Casi inmóviles, hasta que sus tiestos
enmohecen, los arbustos tiemblan
al viento, rechonchos y sin hojas.
Solo es preciso dejar que suceda:
aquel grito —desátate, desátate—
como luna que se arranca de la tierra
y se alza llena en su círculo de dardos,
hasta que ellos aparecen delante
como cosas muertas que la carne agrava,
y tú sobre ellas, herida y dominante.
País de serpientes
Huesos de pez nadaban en las olas de Hatteras.
Y había otras señales
de que la muerte nos seguía por agua, nos seguía
por tierra: entre los pinos
una cascabel se arrastraba sobre
el musgo criado del aire infecto.
El nacimiento, no la muerte, es la pérdida.
Lo sé. También dejé una piel allí.
Los niños ahogados
Ya ves, no tienen juicio.
Es natural entonces que se ahoguen.
Primero el hielo los atrapa.
Después, todo el invierno, sus bufandas
flotan, mientras se hunden, tras de ellos,
hasta que se quedan inmóviles.
Y el estanque los alza con sus muchos
oscuros brazos.
A ellos sin embargo debe serles la muerte
Distinta, tan cercanos al origen.
Como si siempre hubieran sido
ciegos, livianos. Lo que sigue
es entonces como un sueño: la lámpara,
el mantel blanco que cubría la mesa,
sus cuerpos.
Oyen empero por sobre el estanque,
como señuelos, sus nombres:
Qué esperas, ven a casa,
a tu casa, perdida
en las aguas, azul y permanente.

Los manzanos
Tu hijo aprieta contra mí
su cuerpecito inteligente.
Y yo estoy junto a su cuna
mientras en otro sueño
tú estabas entre árboles cargados
de manzanas mordidas
extendiendo los brazos.
No me movía
pero vi el aire dividirse
en cristales de color. Al cabo
lo alcé a la ventana diciendo
mira lo que hiciste
y conté las ramas cortadas,
el corazón en su tallo azul,
mientras desde los árboles
la oscuridad salía:
en el sombrío cuarto duerme
tu hijo. Son verdes los muros,
son madera y silencio.
Espero ver cómo me dejará.
Ya en su mano aparece el mapa
como si allí lo hubieras grabado:
los campos muertos, mujeres
enraizadas en el río.
Todo es santo
Ahora mismo se configura el paisaje.
Las colinas oscurecen. Los bueyes
duermen en su yugo azul.
Los campos ya segados,
las gavillas parejamente atadas
puestas al lado del camino.
Y la luna dentada sale.
Esta es la aridez
de la siega o la pestilencia.
Y la mujer se inclina, en la ventana,
Con la mano extendida como en pago.
Y las semillas
netas, doradas, llaman:
Ven aquí,
ven aquí pequeña.
Y el alma se desprende del árbol.
Poema
Temprano en la tarde, como ahora,
él se inclina sobre su mesa y escribe.
Luego alza la cabeza despacio.
Una mujer aparece, trayendo rosas.
Su rostro, en el espejo, flota marcado
por los rayos verdes de los tallos.
Es una forma de sufrimiento: entonces
siempre la página transparente alzada
a la ventana hasta que sus venas emergen
como palabras al fin llenas de tinta.
Y se supone que yo debo entender
lo que los une a ellos y a la casa
firmemente asentada en el crepúsculo
porque yo debo entrar en sus vidas:
es primavera, el peral está diáfano
de flores delicadas y blancas.
El jardín
- El miedo del nacimiento
Un ruido. Luego el silbo y el siseo
de casas que resbalan a sus lugares.
Y el viento hojea
los cuerpos de las bestias.
Pero mi cuerpo que no se satisface
con la salud ¿por qué sería devuelto
hacia el acorde de la luz?
Será otra vez lo mismo.
Este temor, esta intimidad,
hasta que se me lleve por la fuerza
a un campo riesgoso
aun para el arbusto que sale
tiesamente de la tierra arrastrando
su raíz como corva signatura
y hasta para el tulipán, roja garra,
Y en seguida las pérdidas,
una tras otra,
todas soportables.
- El jardín
El jardín te admira.
Por ti se embadurna de pigmento verde,
del extático rojo de las rosas
para que puedas venir con tus amantes.
Y los sauces:
mira cómo ha formado estas verdes
tiendas de silencio. Con todo
hay algo más que necesitas, tu cuerpo
tan suave, tan vivo entre animales de piedra,
Admite que es terrible estar como ellos
más allá del daño.
- El miedo del amor
Ese cuerpo que yacía junto a mí como piedra
obediente. Sus ojos parecían abrirse,
podríamos haber hablado.
En aquel tiempo era ya invierno.
De día el sol salía con su yelmo de fuego
y también en la noche, reflejado en la luna.
Su luz pasaba sobre nosotros libremente,
como si nos hubiésemos tendido
para no dejar sombras,
solo dos leves mellas en la nieve.
Como siempre, el pasado se extendía delante
de nosotros: complejo, mudo, impenetrable.
¿Cuánto yacimos allí
mientras, del brazo, con sus capas de hojas,
descendieron los dioses de la montaña
que construimos para ellos?
- Orígenes
Como si dijera una voz:
Debéis dormir ahora.
Pero no había voz ni el aire
se había oscurecido,
aunque estaba la luna
llena ya de su mármol.
Como si en un jardín atestado de flores
una voz hubiese dicho: Qué torpes
estos oros gritones, repetitivos,
Hasta que cerraste los ojos,
reposando entre ellos,
llamas balbucientes:
Pero no pudiste dormir,
Con la tierra aún
aferrada a tu pobre cuerpo.
- El miedo de la sepultura
De mañana, en el campo deshabitado,
el cuerpo espera que lo reclamen.
Junto a él el espíritu, sentado en una piedra:
nada viene a prestarle de nuevo forma.
Piensa en la soledad del cuerpo.
Vagando por el campo de noche
y con su sombra en torno.
Ciertamente una larga jornada.
Y, remotas, parpadeantes, las luces de la villa.
Qué lejanas parecen
las puertas. Y la leche y el pan
gravemente dejados en la mesa.
Lamentaciones
- El Logos
Ambos estaban silenciosos,
la mujer dolida y el hombre
abrazado a su cuerpo.
Dios, empero, miraba.
Advertían su ojo dorado
que proyectaba flores en el paisaje.
¿Quién sabía lo que quería?
Era un dios y un monstruo.
De modo que esperaron. Y el mundo
se llenó de su resplandor,
Como si quisiera ser comprendido.
Lejos, en el vacío que había hecho,
se volvía a sus ángeles.
- Nocturno
Una selva se alzó de la tierra
Qué lástima, tal necesidad
del amor furioso de Dios…
Ambos eran bestias.
Yacían en el fijo
crepúsculo de su negligencia;
de las colinas venían lobos
mecánicamente atraídos
por su calor humano, su pánico.
Y los ángeles vieron
cómo Él los dividía:
el hombre, la mujer, el cuerpo
de la mujer.
Por sobre
las cañas agitadas, las hojas
soltaban una lenta
queja de plata.
- El pacto
Levantaron, de miedo, un albergue.
Pero un niño creció entre ellos
mientras dormían, mientras trataban
de buscar su alimento.
Lo pusieron sobre las hojas,
el breve cuerpo separado
y envuelto en la piel monda
de un animal. Contra el cielo negro
Vieron el argumento masivo de la luz.
A veces despertaba, se cogía las manos.
Supieron que eran padre y madre,
que no había autoridad sobre ellos.
- El claro
Después de muchos años, poco a poco,
de sus cuerpos cayó el pelaje
y, extraños uno para el otro,
se hallaron en el brillo de la luz.
Nada era como antes
y sus manos temblaban
en busca de lo conocido.
Y no podían apartar los ojos
de la blancura de la carne
en la que había heridas luminosas
como signos en una página.
De lo oscuro y lo verde sin sentido
Dios se levantó al fin. Su enorme sombra
oscureció los cuerpos durmientes de sus hijos
y saltó al cielo.
Qué bella debió ser la tierra
esa primera vez
vista desde el aire.
Louise Elisabeth Glück (Nueva York, 22 de abril de 1943) es una poeta estadounidense en lengua inglesa. Fue la duodécima poeta laureada (2003-2004) por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. El 8 de octubre del 2020 se anunció que ganó el Premio Nobel de Literatura.
Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado las siguientes novelas: Amada está lavando (1979); Ganzúa (1989); Eugenia en la sombra (2003); Morir juntos (2019) y Las muertes de Jung (2019). Los siguientes libros de poemas: Una leve mirada sobre el valle (1994); La línea del tiempo (1997); Del barrio las vecinas (1987); Los cantos de Isabel (2000); Memoria del pez (La Habana, 2002; Bogotá 2017); Cantar del retorno (2003); El jardín del origen (2009) y El libro de las paradojas (2015); Todas las palabras reunidas consiguen el silencio (2017). Los siguientes libros infantiles: La flor de lilolá (1986); La rana sin dientes (1988); Casa de bifloras (1991) Alejandro y María (2000); Así lo escuché… (2015); Quien no la adivina bien tonto es (2004); Señor, señora, adivine ahora (2015); Valentina y el teléfono mostaza (2018); No es tan gallina porque adivina (2018); Adivine pues (2020) y Cuentos infantiles para libros álbum (2020). Los siguientes libros de ensayo: Diario de lectura I: Manuel Mejía Vallejo (1994); Diario de lectura II: El pensamiento estético en las obras de Fernando González (1997); Busca raíz (1999); Diario de lectura III: León de Greiff, quintaesencia de la poesía (2015); El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes (2003); El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas (2007); El cuento es el rey de los maestros (2007). Los siguientes libros de cuentos: Los relatos de La Milagrosa (2000); Los guardianes inocentes (2003) y Los animales del cielo (2019).