Con admiración por su trabajo poético y de difusión, viajero incansable de palabras, presentamos estos poema del poeta salvadoreño Carlos Ernesto García, radicado en Barcelona.
HOMENAJE
El invierno en Budapest
tiene un gris añejo.
El Danubio como cuchillo
atraviesa el cuerpo de esta ciudad
que vio mil guerras.
Así lo atestigua
el monumento a los pescadores
que recibieron de Turquía sus flechas.
Desde ahí
la imaginación es capaz de cabalgar
sobre los siglos.
Si visitas Budapest en invierno
sentirás su sabor a luto.
Su sabor a sangre que tiene la tarde.
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Harto de todas las batallas
el guerrero tomó su espada
que hundió en la arena
y pensó:
Este es un buen lugar
para la muerte.
Indiferente
cayó la tarde.
Nadie preguntó por el guerrero.
A nadie importó el lugar escogido
para el descanso.
Una tormenta de arena
se encargó de sepultarlo.
Abono no fue para la tierra
sino pasto para el desierto.
LA SOMBRA
a M.I.V.
Desde una esquina
me sonríe una sombra
de cuchillos afilados.
La misma que esta noche
tocó a mis ojos
trayendo en sus manos
un puñado de flores
muertas.
MALA COMPAÑÍA
Para consolarme
a mi sombra se le dio por tenderse.
Era una inmensa ola en mitad del lecho.
Apagué la luz.
De golpe me quedé
completamente solo.
POSTCARD
Somos hombres de corazón golpeado
que escribimos desde la boca de la historia.
Que sin morir de ausencia
nos dejamos querer por esas mujeres
que desde un lugar lejano
aún nos recuerdan.
EL PERSEGUIDOR
a M. Allegrini
María me hace cómplice
del último cigarrillo.
Muy cerca
un niño no cesa de correr
detrás de una pequeña florista
que invita a pensar en una cíngara.
De repente
aquella niña se detiene
y extendiendo sus brazos en cruz
deja caer un ramo de flores
que cubren los pies de su perseguidor.
Al alejarnos de la plaza
sobre el suelo
queda un puñado de violetas
despedazadas por la furia de un niño.
LOS ADIOSES
Llegó cuando tenía veinte años.
Se dejó crecer por el tiempo
fiel a su condición
conspiraba en las ciudades
entre todas las mujeres.
La última vez que nos vimos
recuerdo que estaba triste por mi viaje
(del que nunca he vuelto).
Su imagen quedó desvaneciéndose
en aquella pequeña habitación
que era mi refugio.
Al partir
ella olvidó su carmín
que luego Maricruz usaba
siempre que salía con su novio
quien todas las tardes
me regalaba un vaso de agua de coco
para que no me sintiera solo.
A QUEMARROPA EL AMOR
Guardo como pequeñas piedras de mar
días de nieve
regiones habitadas por el miedo
incendios de miradas devastando las calles
reinos de abejas y de hormigas
silvestres floraciones de palabras
atardeceres bajo oscuras arboleras
lápidas polvorientas
sobre historias personales
mesas de café
desde donde controlábamos las piernas
de una mujer que no nos hizo ni caso.
Alojo recuerdos como piedras de mar
y ninguno termina de hacer daño
en la palma de la mano
donde los aprieto con indecente esperanza.
Son recuerdos
como los de un gato jugando en el jardín
con una bala entre las patas.
¿o será alguien cargando su revólver?
De un gato que llora en el jardín
¿O será mi madre
que no está en casa desde ayer?
El recuerdo de un hombre que salta la verja
y yo no tengo tiempo
ni ganas para recibirlo.
Los impactos rompen la puerta
mientras irrazonablemente
la luna se aburre allá arriba
y saltando el muro
caigo en un estanque dorado
a salvo de la ballena que arrasa.
LAS MONTAÑAS DE FENGDU
En las montañas de Fengdu
me dispongo a cruzar
el puente colgante
reservado para los muertos.
Abajo se escucha
el relinchar del río Changjiang
que con sus aguas turbulentas
corre como un caballo furioso.
Una anciana
que sostiene entre sus manos
un cuenco de madera
me invita a tomar de un líquido
que me ayudará en el más allá
a olvidar el pasado.
CAÑONES OCIOSOS
Vagamos por el Mediterráneo
mientras el cielo
se incendia en el horizonte
dando paso a la oscuridad
que suave y callada
se impone en el firmamento.
Desde las orillas
los pueblos costeros
amables saludan
con sus millares de luciérnagas.
En las profundidades de este mar
pedazos de galeones descansan
con hermosos mascarones de proa.
Un inmenso y desolado cementerio
de soberbios destructores
de cañones ociosos.
Submarinos que guardan inmóvil
ya sólo el uniforme y los restos
del aguerrido soldado
en su puesto de combate.
El oleaje arrastra quizá
astillas de embarcaciones aqueas
que sucumbieron a la tormenta
o a la batalla.
LA CIUDAD DE LA MUERTE
Recorre la mirada un vasto territorio
hasta dar con el río Jordán.
No resulta difícil ver al anciano Moisés
vagando perdido durante cuarenta años
con todo un pueblo a sus espaldas.
Descalzos sobre la tierra roja.
La que lleva a los nabateos.
El lugar donde habita la tribu de Nébáyót.
La ciudad de los muertos: Petra.
Siento la presencia
de los cadáveres corrompiéndose
en lo alto de las montañas
que rodean la explanada.
Cuerpos amortajados dentro de cuevas
que los siglos se encargaron de convertir
en hogares de humildes comerciantes
que ahora venden alfombras
tejidas por las manos de sus antepasados.
Carlos Ernesto García, (Santa Tecla, El Salvador, 1960) Poeta, escritor, productor cultural y corresponsal de prensa. Ha recibido invitaciones de diversas instituciones académicas y culturales de Europa, Asia, América Latina y Estados Unidos, participando en los festivales internacionales de poesía de Struga (Macedonia), Medellín y Barranquilla (Colombia), New York (EE.UU), Concepción (Chile), Granada (España) y Lima (Perú). Su poesía se ha traducido al inglés, albanés, neerlandés, chino, francés, italiano y árabe, entre otras. Recientemente ha sido objeto de un documental titulado A quemarropa el amor, del director catalán, Vicente Holgado, rodado en España, El Salvador y Nicaragua entre 2017 y 2018.