Los Diarios en la literatura

Escribir un Diario es ser incansable en derrotas, estar agotado por el lastre de lo cotidiano, por sus plomadas y chantajes, y aún así no poder dejar de escribirlo. Se puede ser un derrotado invicto aunque parezca una contradicción

Por Víctor Vázquez

Cualquier Diario, literario o no, debería escribirse como si nadie lo fuera a leer, aunque después alguien lo haga. Cualquier Diario debe tener la urgencia del día y no la profundidad del recuerdo razonado. Hoy es siempre tarde para escribir el ayer pues una de sus claves resulta de apuntar la fecha y reafirmarnos en la escritura de ese día concreto encajonado a su vez en su mes y en su año.

El Diario es el detalle de un instante concreto, la arista, y no el gordo tamizado que sobrevive en nuestra memoria días después. Interesa más lo que se apunta con urgente necesidad que una gran revelación. Es por eso que un Diario, al paso de los años, es una importante tela de araña construida filamento a filamento donde adquiere importancia la verdadera fugacidad de lo que olvidaríamos si no lo hubiéramos escrito.

La clave la da T. S. Elliot, que aseguraba que el pasado se veía alterado por el presente tanto como el presente por el pasado. El filósofo y diarista Salvador Pániker nos da un mínimo margen y, muy proustiano, nos dice que «el presente efímero, ya pasado, puede ser recuperado en la recreación literaria»; pero para eso tenemos que tener aún a la vista la cola del cometa. Retomando a Proust, ya directamente, sentencia: «lo que la inteligencia nos devuelve como pasado casi nunca es tal.»

            Un matiz interesante cuando se escribe un Diario es, como se auto-preguntó Paul Auster en Barcelona cuando presentó su Diario de invierno: «¿A quién se supone que le cuentas todo eso? ¿A ti mismo, a un tío del futuro?» No deja de ser importante el saberlo pues en toda comunicación, y un Diario lo es, debe haber un interlocutor. ¿O no? A quién le puede interesar todo ese inventario absurdo, diría yo, pues dirigido, lo que se dice dirigido, no creo que vaya ni al mismo que lo escribe.

            De todas maneras, el de Auster no es un Diario, pues eso requiere, como hemos visto anteriormente, una dinámica distinta a la de recuperar el recuerdo, requiere otra exigencia. Además, no está escrito en primera persona, aunque empiece haciéndolo así.

¿Cómo rascar en la propia cicatriz cotidiana si no es en primera persona?

Quizá la clave de una escritura en no primera persona para este tipo de textos la tenga Vila-Matas –que por aquellos días de Auster andaba presentando su novela Aires de Dylan- cuando explicaba que «toda autobiografía es una impostura pues habla siempre otro.» Quizá de ahí pueda venir una utilidad, la de entenderse uno mismo pues es nuestro otro el que nos explica.

            Pero no nos equivoquemos. Al igual que las Memorias se demuestran distorsionadas y no tienen nada que ver con un Diario; las autobiografías son exactamente lo contrario a éste: un recorrido de hitos. Y tampoco entraría aquí la novela estructurada como un diario, totalmente fragmentada, como ha escrito, por ejemplo Álvaro Mutis.




Escribir un Diario es ser incansable en derrotas, estar agotado por el lastre de lo cotidiano, por sus plomadas y chantajes, y aún así no poder dejar de escribirlo. Se puede ser un derrotado invicto aunque parezca una contradicción. «¡Dejad que el cobarde y esclavo que escribe, siga escribiendo!» Rosa Mundi. Aleister Crowley. El Diario aparece así como una cartografía de muescas, escrito siempre desde el poso de una urgencia, desde cada asalto perdido.

Una variante diarística del <<vivir en libro>> la explica muy bien el columnista de prensa –y diarista- Arcadi Espada: «Se sabe también que hay escritores de diarios muy enviciados que viven una vida marcada por la evidencia fatal de que habrán de narrarla, y que toman en cada momento la decisión que prevén más rentable narrativamente; y que no vacilarían en morirse si pudieran contarlo». Diarios «enviciados» que son auténticos ejercicios de acción literaria.

Razones para escribir un Diario habrá, quizá, tantas como diaristas. Hay quien escribe por curiosidad, por exploración, por ver qué sale, como Iñaki Uriarte; por tener la opción de desarrollar multitud de registros, como Vidal-Folch; por conocer la propia escritura y, a veces, salir del Diario más listo que cuando se entró, como dice el ya citado Espada; por vivir más cuando se da un hallazgo intelectual en el Diario –Pániker- o por vivir dos veces, cuando se vive y cuando se escribe –Daniel Devoto.

Personalmente, tengo que decir que me gustan los proyectos inabarcables porque me gustan las historias sin final. Un Diario es eso: historias que apenas comienzan, que se pierden y recuperan, que se trenzan con otras mil con la sensación de que nada avanza, con trenes que van y vienen mientras uno parece que se queda parado. Según la energía que tenga a veces escarbo y otras sólo cavo mi tumba como un desesperado. Visto lo lejano del objetivo, podría decir que avanzo lo mismo. Lo que escribo tiene algo de Diario y mucho de mala digestión.

           Siguiendo en lo mío subjetivo el Diario me mantiene en un difícil equilibrio donde trato de enterarme de lo que posiblemente ya sé y asirlo de alguna manera comprensible para entenderme. Y vuelvo a Pániker en su Cuaderno amarillo: «Si no metabolizo lo vivido por escrito es como si no lo hubiera vivido».

Utilizo el Diario, también, para intentar, de algún modo, ser fijado como animal a la contra de lo que Nietzsche consideraba imposible. Para defenderme de mí mismo, para inutilizar el miedo y domar el vértigo. Mi vértigo o el morse que van marcando mis tripas, que viene a ser lo mismo.

Los Diarios más simples, y también los más complejos de desentrañar, y los en principio menos literarios parecen, son aquellos cargados de listas. Recupero lo escrito por Enrique Lynch en El arte de pensar haciendo listas – y no, no trata sobre Pèrec: «Un escriba memorioso habita en nosotros, de modo que hacer listas, más que una afición o, dado el caso, el síntoma de una no asumida neurosis obsesiva, sirve para que la memoria se pruebe a sí misma y –a veces- para descubrir qué es lo que amamos u odiamos, o necesitamos; o simplemente para saber lo que en verdad nos importa. Cualquier lista tiene un trasfondo oculto al resto, o incluso a nosotros mismos que las escribimos; una lista es sólo la punta del iceberg de otra cosa que roza la perversión. Me encantan las listas y no soy al único al que tranquilizan».

Lo completa Ricardo Piglia en su Diario, fechado el 19 de diciembre de 1970: «Como antes con los cuentos y antes con los libros que había leído, y antes con los músicos de jazz, y antes con los jugadores de fútbol, y antes con las series de historietas, hago listas. Listas de compras, listas de cosas por hacer, listas de amigos a las que ver, listas de amigas a las que llamar, listas de ciudades que no conozco, listas de capítulos de la novela que voy a escribir. Las listas siempre me han tranquilizado, como si al anotarlas me olvidara del mundo y, en algunos casos, como si anotar fuera ya hacer lo que imagino o prometo, contento entonces, como si la novela cuyos capítulos he anotado ya estuviera escrita.»

Listas en las que también cae Muñoz Molina –Inventarios-: «El año casi concluido es un cuaderno en el que ya solo quedan por escribir una o dos páginas: una habitación imaginaria y privada en la que se han guardado como en un gabinete de curiosidades todos los descubrimientos de estos 12 meses; uno de esos libros de registro en los que se ha anotado con cierto esmero caligráfico el inventario de cada uno de los libros leídos, los discos que se han escuchado, los cuadros y esculturas y fotografías delante de los cuales uno se ha ido deteniendo a lo largo de ese tiempo.»




Coincido con él en el problema, que a continuación trata, cuando la ansiedad anotadora termina anulando el disfrute. Lo importante es la huella, el poso, que cada cuadro, disco, libro o lo que sea vaya dejando en nosotros.

Entrando ya en los escritores de diarios españoles, analiza el poeta Luís Antonio de Villena –Diarios íntimos españoles- que: «A nuestro diarismo, incluso a buena parte del nuevo publicado, le falta intimidad psíquica y verdaderamente íntima, sexual, afectiva o de análisis si queremos.» Interesante es la teoría del catolicismo como una no buena influencia para la literatura del yo que recalca Anna Caballé.

Quizá el mejor diarista español, precisamente por poco español, Pániker, en su último cartucho antes de morir -Diario del anciano averiado- va en esa línea «No es que tengamos un cuerpo, es que somos cuerpo… No puedes escribir un texto autobiográfico sin referirte al cuerpo.» Claro que no se queda sólo en eso. Sus textos son riquísimos intelectual, filosófica y hasta musicalmente hablando.

Continúa de Villena: «… nos gusta lo <<importante>> … y nos atrevemos poco con lo <<inquietante>>, a no ser que sea de pasada y en otros… Muchos de nuestros diarios… se detienen ante el portón multicolor de la intimidad o la novelan.»

            Ese gusto por lo <<importante>> es por lo que las Memorias o las Autobiografías llevan las de ganar para el público frente a los Diarios. De los grandes acontecimientos nadie se va a olvidar. Lo interesante del Diario es precisamente lo que se va a olvidar seguro si no lo escribimos; incluso dentro de lo <<importante>>, el Diario buscará siempre esa luz distinta en lo secundario revelador, en esos detalles sin importancia tan importantes.

            Pániker enlaza también con la idea de Arcadi Espada y, respecto a la escritura de un Diario, matiza que «la mayoría de la gente no sabe verbalizar sus emociones y eso es una fuente de patología, de lo que llamo desenfoque… y el escribir un diario te habitúa a ir enfocándote mejor y, al final, a reconocer tu propia vida.» Completa la sentencia con algo irrebatible: «El yo es el personaje desconocido que uno tiene más a mano.» Cómo no escribir sobre él. Y cómo no va a ser más interesante un Diario que unas Memorias o una Autobiografía si «todo individuo consistente alberga un secreto» y el Diario no hace más que rondarlo.

            Terminaremos con un par de reseñas a grandes libros falsos. El primero: Opio, de Cocteau, y retomo la idea de lo que pierde un diario escrito a destiempo, esto es, a posteriori. Así pasa con éste Diario escrito en su segunda desintoxicación en Saint-Cloud en 1928 cuando debería corresponder a la primera en la clínica de Thèrmes en 1925. Lo explica el prologuista, Mauricio Wacquez: «El hecho de que lo haya escrito en 1928-30 –fechas en las que ya una brizna de piel recubría la carne viva-, le otorga al texto y a su inspirador una perspectiva ponderada que aleja de alguna manera el tono de la pasión.»

            El segundo fake sería cualquier de las dos decenas de tomos de Trapiello. Diarios falsos no por tener todo y nada de ficcionales, sino porque se revisa lo escrito en el momento para no sólo purgar, si no para desarrollar. La participación de la memoria en el juego lo manipula todo. Si el Diario tiene una característica, ésta que es que no deber tener futuro, no debe tener memoria, en el sentido de que ambos trastocan; por lo que utilizo <<falso>> en el sentido de ruptura del concepto puro de lo que es un Diario.

            Así dice Trapiello: «También añado cosas contemporáneas al momento de la reescritura» y explica «Yo lo que no hago es trampa. Yo he explicado las reglas y he dicho que el lector debe tomarse todo lo narrado como un hecho novelístico»; aún así «Yo soy un escritor realista… Todo aquello que se refiere a hechos históricos constatables es verdadero.» Y es que no habla de veracidad, sino de verosimilitud. Quizá sea ese el gran quid.



Víctor Vázquez. Poeta. Músico. Nace en Galicia en los setenta. Realiza estudios de ciencias sociales y derecho en la Universidad de A Coruña, Autónoma de Madrid y Carlos III. Es autor de «Barboletta» (Fundación Premios Mayte Commodore, 2004), «La canción del leopardo» (Valparaíso ediciones, 2018) y «Los días
siguientes» (Sonámbulos ediciones, 2019). Desde el 2005 colabora regularmente como columnista de opinión en algunos periódicos (El Distrito, El Universo de Madrid) y más puntualmente en otros (La Voz de Galicia, Diario Córdoba, El Día de Córdoba…) siendo algunos de sus artículos publicados además en libros colectivos o antologías.