La relación de Julio Cortázar con Christophe Karvelis-Senn, el hijo de Ugné Karvelis, trascendió los años y las distancias. Entre cines oscuros y peleas de boxeo, el escritor que no tuvo decencia se convirtió en una figura paterna sustituta.
Por Susana Parejas
No fueron la sangre ni los papeles los que unieron a Julio Cortázar con Christophe Karvelis-Senn, sino algo más sutil y duradero: el tiempo compartido. La relación entre el escritor y el hijo de Ugné Karvelis creció entre tardes de cine de terror y noches de boxeo en París. Julio no tuvo hijos, pero en Christophe encontró un cómplice, un heredero de sus rituales cotidianos (también de su obra), de su universo lleno de objetos con alma y nombres propios.
Cuando Julio comenzó la relación con la editora Ugné, Christophe tenía seis años. Y aunque la pareja se separó diez años después, el niño ya crecido y el escritor se siguieron viendo. Iban cada dos o tres meses a ver películas de vampiros, sus preferidas. La relación con ese hijo adoptivo del corazón siguió en el tiempo. «Era para mí un momento mágico verlo preparar su mate, o rellenar su pipa con cierta ceremonia. A pesar de que mi madre y él conservaron dos departamentos diferentes, lo veía varias noches por semana y lo consideraba un padre sustituto. Era mi punto de referencia masculino y un pedestal de quietud», revela Christophe Karvelis-Senn. Hoy es un empresario que consagra la mayor parte de su tiempo a las pequeñas empresas francesas ayudándolas a desarrollarse, aportándoles consejo y financiación.

El mejor homenaje que se le puede rendir a Julio es testimoniar sobre su bondad, su fe en el hombre y su capacidad de evolucionar. Pero también testimoniar su universo literario único de lo fantástico a lo cotidiano como digno heredero contemporáneo de Edgard Alan Poe. Aun, si a veces cometió errores de apreciación sobre ciertas personas o ciertos regímenes, Julio será para mí un ejemplo de justicia», aseguró Karvelis, en el marco de su visita a la Argentina en 2014, para participar de la exposición que se realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes al cumplirse cien años del nacimiento del escritor. Cortázar nació el 26 de agosto de 1914.
No era la primera vez que el hijo de Ugné visitaba el país de Cortázar. «Me gusta mucho Buenos aires, su aspecto europeo explica sin duda por qué Julio y sus compatriotas querían tanto a París y a su barrio latino. Descubrí las maravillas de la Patagonia. Una noche, llegando a Calafate descubrí un póster de Julio y de Borges. Capté con cierta sorpresa la importancia que su obra tenía en su país».
Todos los fuegos el fuego.
Ugné Karvelis llegó a París el mismo año que Julio, en 1951. Tenía 16 años. Es muy probable que se hayan cruzado misteriosamente. «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos», escribió él en el primer capítulo de «Rayuela». Cuando Ugné leyó esa novela sintió que le pertenecía, mucho antes de conocerlo. Reconociéndose en los lugares, las geografías, la propia vida. Sin encontrarse, caminaron las mismas calles, visitaron los mismos cafés y hasta, es muy probable, que hayan ido al mismo baño público. Ya que por aquellos años sus departamentos no tenían ducha privada. «Nos habremos cruzado, Julio y yo, miles de veces en aquellos años», dijo ella alguna vez.
Alta, rubia, femenina, sensual, apasionada. Con un cigarrillo entre los labios o una copa de vino en sus manos. De carácter fuerte y muy celosa. Así definen quienes conocieron a Ugné. La adolescente que tuvo que dejar Lituania, donde su padre era ministro, para huir a Alemania y luego a Francia. Un destierro obligado que la llevó a estudiar Ciencias Políticas y, algunos años más adelante, en 1959, ser editora de Ediciones Gallimard, donde estaba a cargo del Departamento para Latinoamérica. Aunque se habían cruzado varias veces, ella como editora y él como escritor, por una antología y la traducción al francés de «Rayuela» en 1966, no fue en París donde se produjo el verdadero encuentro. Ese momento que cambia la historia de las cosas, el rumbo de la vida y del que ya no se puede volver atrás.

Enero de 1967, La Habana, Cuba. Un escritor llega a la recepción de un hotel para dejar la llave, una mujer rubia y joven le habla, lleva un libro en sus manos, «Rayuela». Como buen caballero —o seductor— él la invita a un mojito. Fue instantáneo Ugné enamoró a Julio.
El principio de la historia entre ellos se escribió en la isla. No pasaría mucho tiempo —un año y medio— para que Cortázar se separara de Aurora Bernárdez, traductora de Ítalo Calvino, con quien se había casado en 1963. Los siguientes diez años los pasó junto a Ugné, quien se convirtió además de su compañera en la vida amorosa (nunca se casaron) en su agente literaria.
«Julio y mi madre comenzaron su historia de amor en 1968, y mi padre tomó la decisión de no vernos nunca más. Julio se convirtió en mi padrastro», cuenta Christophe.
Fueron años donde los intelectuales latinoamericanos se daban cita en el 19 de la calle de Savoie, la casa de la pareja; algunos estaban de pasada, otros vivían en París. Tenían dos puntos en común. Eran todos exiliados y la mayoría de esos escritores eran editados en Gallimard, la más grande casa de edición para todo lo que era literatura de un cierto nivel y literatura extranjera. Ugné se ocupaba de ellos, era la referencia.
Esas largas reuniones tuvieron a Christophe de testigo. «Ese período era para mí muy tumultuoso. En efecto, vivía en medio de personas interpuestas entre los dramas de Chile y de Argentina, pero también de Checoslovaquia. El departamento de mi madre de la calle de Savoie se había convertido en el epicentro del reencuentro de artistas exiliados que debatían numerosas noches sobre los métodos a seguir para sensibilizar la opinión pública, sobre los horrores de las diferentes dictaduras. En este lugar, Julio realizaba intercambios animados con Carlos Fuentes, Gabo, Mario Vargas Llosa pero también con Milan Kundera, Piotr Rawicz o Vassilis Vassilikos. Por otra parte, la relación de mi madre con Julio al ser pasional a veces resultaba destructiva, no era fácil para un chico de 10 a 12 años soportar las tensiones subsiguientes. El alcohol colaboraba y en ocasiones era difícil vivir con mi madre, era distante. Julio fue siempre una presencia protectora y siempre estuvo allí cuando necesitaba apoyo. Para un chico, su físico imponente asociado a una dulzura constante me tranquilizaba. Uno no se da cuenta leyendo sus libros hasta qué punto era agradable».

Historias de cronopios y de famas.
La noche del 17 de junio de 1972 el campeón mundial de peso mediano Carlos Monzón se enfrentó al francés Jean-Claude Bouttier. El argentino realizaba la quinta defensa de su corona y era la primera pelea que ambos púgiles disputaban. Julio y Christophe estaban en la platea. Hubo dos cosas que el escritor le hizo descubrir en esos años, pero que sigue queriendo todavía: los filmes de vampiros y el boxeo.
«Él adoraba el box y estaba contento porque Monzón había ganado, pero yo era muy pequeño por los ’70 y no estaba contento porque Bouttier había perdido. Fue un combate formidable, fuimos a verlo al Palais de Sports. Y yo continúo adorando el boxeo. Tal vez estoy un poco viejo ahora para hacerlo», expresa Christophe.
Iban a ver boxeo o pasaban las tardes sentados en la butaca de algún cine en París, donde vivían las historias de vampiros de Christopher Lee o de Boris Karloff, casi como un ritual que mantuvieron a través de los años.
«Julio era un apasionado de los filmes de terror y conservé una máscara horrible con la que le gustaba jugar. Esta máscara atravesó las generaciones ya que mi hija en ocasiones se disfraza con ella. Él pensaba que era un vampiro, adoraba todo lo que estaba alrededor del mundo del vampiro, adoraba los filmes de vampiros, sobre todo los viejos filmes y como a mí también me gustaban esas películas, íbamos los dos bastante seguido al cine. Incluso después de que se separó de mi madre, íbamos cada dos o tres meses a ver una buena película juntos. Pasábamos un buen momento», recuerda Karvelis.
Para él, hay una sola cosa en la que Julio era un poco diferente de los otros y es que «adoraba (mi madre también) hacer que los objetos seab seres, los humanizaba». Como ponerle de nombre Fafner a una combi roja Volkswagen, con la que hicieron muchos viajes. «Una de las imágenes que conservo de él son los fines de semana con Fafner (el dragón rojo) que nos transportaba a los tres por las rutas de Provence y nos albergaba, a Julio y a mi madre en la parte trasera del vehículo y a mí en un catre de campaña situado en el techo de la combi», rememora Christophe. También, le ponía sobrenombres a la gente. «En los escritos que le hacía a mi madre, la llamaba ‘Marmotte’ (marmota) y a mí me había nombrado ‘Kangourou’ (canguro). Él tenía ese mundo que era de él y a veces ese mundo impactaba en el mundo real, en la vida cotidiana, pero lo hacía siempre con mucha simplicidad, mucho amor y mucha liviandad. Era alguien muy ligero, liviano, sin embargo con sus implicaciones políticas, con verdaderas convicciones, con verdaderos compromisos».

Final del juego.
En 1976, la relación amorosa con Ugné Karvelis había perdido el entusiasmo de antes, los excesivos celos de ella, su afición a la bebida, el alejamiento entre los dos era cada vez más evidente. Cortázar se fue de la casa pero allí quedó para siempre su presencia, sus fotos puestas cerca del teléfono, aún luego de su muerte.
«Ella era una mujer difícil, pero tenía una pasión tan grande por la literatura latinoamericana que consagró una parte de su vida para hacer que esa escritura, esa cultura fuera reconocida lo más posible. No únicamente en Francia, sino en toda Europa y en Estados Unidos. Ella consagró esa pasión para que esos escritores fueran lo más leídos posible. Y es por eso que pienso que a pesar de la separación, a pesar de lo que siguió, Julio reconoció eso dejándole a su muerte una parte de sus derechos de autor. Y dejándole la casa, Julio entendió que esta casa para mi madre era muchas cosas, sus vidas juntos, su historia de amor. Él, a pesar del sufrimiento, era muy lúcido, muy justo, y reconoció que tal vez una parte de su éxito, no el literario, porque eso era su talento, pero su reconocimiento internacional se lo debía, no todo, pero una parte a mi madre», reflexiona Christophe.
Julio murió en París el 12 de febrero de 1984. Lo enterraron el 14 de febrero, en el cementerio de Montparnasse. Un día gris, tan gris y tan frío como el invierno parisino. Y tan triste, como siempre son los entierros. Allí estaban Ugné Karvelis y Aurora Bernárdez. El ataúd bajó en la misma tumba donde estaba enterrada su última pareja, Carol Dunlop, que había fallecido dos años antes.
Ugné murió el 4 de marzo de 2002. Tenía 66 años. Un año antes había vuelto a Cuba, más de treinta años después de que comenzara en esa isla su historia de amor con Cortázar. «Estoy de acuerdo con Julio en que la muerte es el escándalo supremo», dijo aquella vez.
Julio Cortazar

Christophe Karvelis-Senn es originario de Francia, específicamente de París. Obtuvo su título en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po) en 1984 y, posteriormente, un MBA en la J.L. Kellogg Graduate School of Management de la Universidad Northwestern en Chicago en 1988. CAPZA Actualmente, es el socio fundador y presidente del consejo de supervisión de CAPZA, una firma de inversión con sede en París.

Susana Parejas. Periodista, productora, guionista y editora. Trabajó como productora de radio y TV, y editora en medios gráficos nacionales e internacionales. Dirige la serie Creadores y la agenda cultural online Dixit Mag. Produjo/guionó los documentales: «Con letra de mujer»; «Santo Domingo»; «Salta, la tierra del milagro»; «Cómo llegan las flores a las telas», y la instalación «La cultura crea valor». Su corto «Línea de flotación» (2022) fue semifinalista en Neum Underwater Festival 2023, Bosnia. Su corto «Umbra» (2023) participó en competencia oficial de la sección Austral del FIDBA, y en Presentaciones especiales del Festival de Cine Inusual de Buenos Aires, ambos en 2024.
