Muestra de poesía mexicana

Diversos registros, generaciones y motivos literarios se entrelazan en esta selección de poesía. Presentamos una breve pero oportuna aproximación a la literatura mexicana contemporánea, tan importante en la tradición latinoamericana.

por Carolina Zamudio


Xitlalitl Rodríguez Mendoza (México)

I

Dicen que cuando te toca, ni aunque te quites y cuando no, ni aunque escarbes donde antes hubo, donde antes el Hades, ahora el humo abotargado y tranquilo centellea. Los lugares se mueven, no es el agua la que corre sino el lecho. No las lianas que lamen la sal de las paredes sino paredes las que ceden y se derrumban por los siglos hasta una imagen titulada “lugares abandonados”. Y esto, al parecer, nos pone muy tristes.


II

Mi padre muerto vino el otro día.
Me dejó dos cobijas y una almohada
y se volvió a morir como solía.

Hernán Bravo Varela

Vacía. La calle está vacía, vaciada la gente tras los muros, bajo tierra o en ovillos al cuenco de un manantial de lluvia. Echa giros de nube, la gente, que en la banqueta solía, en la esquina de la plaza, espera, las plazas no tienen esquinas, pero ahora tan incierto el tiempo la temperatura la templan- za que éstas nacen. Solía, dije, la gente. Andar. Ahora el silencio, ese armadillo, persigue. Murmura, muerde, ladra en las hojas abiertas, en las pústulas. Plantas. De luz y verde antiguo. Brotan del concreto, abren las banquetas, forran bancas, aceitan pipas, taggean con salitre las paredes, bailan sobre la cornisa, gritan por los tragaluces, descansan a la sombra de una barra, donde gente solía, donde trabajo y desempleo, donde también hay sol y revienta, donde algu- nas, muy pocas, irrigan populosas cuentas de Instagram con balcones diamantinos, desde los cuales veces, a lo lejos se alcanza a ver, con una jornada que se extiende como pitayas rondando por el suelo hasta una hora incalculable, a una mujer que acomoda en su chiquihuite los días. Hechos a mano, bien tiernitos. A diez pesos la bolsa o llévese dos por quince, ya para terminar.


III

Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío

Juan Gelman

Mi camino es el mismo que el del panadero
el del afilador
el de la secretaria
y ahora me lleva
a la tarde.
Harto ya
seguramente
de mi croar sin rumbo
un día me llevó
a un supermercado.
Allí estaba Juan Gelman
sosteniendo un frasquito
transparente
como el mal que estaba a punto
de quebrarle el cuerpo.
Con la voz rota
de quien ha practicado
su debut en el Bar Chapala
y lo arruinó, le dije
Maestro.
Él sonrió y me preguntó:
¿Vos también escribís?
El lugar estaba a reventar de huesos.
Una lágrima arrojada al escenario
dio las gracias
y ambas salimos corriendo
a alcanzar el camino,
quien se quedó mirando
hacia la noche
mientras pensaba y a ésta
qué mosca le picó.


IV. Ante la ley

El metrobús me escupió
en alguna calle de la Roma.
Efraín González Luna aún trabajaba
en mi cabeza su traducción de Kafka:
“Ante la ley se yergue el guardián de la puerta”.
¿Lo tradujo del inglés o del francés?
Del alemán no porque no sabía.
En eso más o menos andaba
cuando un estacionamiento me habló:
¡Señorita!
Ya nadie me dice así.
Señorita, disculpe.
Siguiendo ese milagro
llegó otro: Lyn May
tras la reja
agitaba las uñas y giraba instrucciones
breves y precisas,
amabilísima
y absoluta.
Soy fan de su trabajo,
atiné.
Gracias, linda.
¿Puedes timbrar en el cuatro
y decirles que si me abren?
Timbré.
Un hombre atendió.
Buenas tardes,
dice la señora que si le abren.
Obnubilada por mi triunfo
—salvé la vida de Lyn May—
seguí mi camino
sin siquiera detenerme a observar
cómo una mujer que ha esperado
toda una vida
a cruzar por esa puerta
la miraba ahora cerrarse para siempre.


V

Resulta que al vidrio le ha dado
por amarme.
Un día estuve en una calle de Berlín.
Al transitarla, una ventana
estalló como un fresno de lluvia
sobre mi cabeza.
Me sentí bendecida.
Hágase en mí
según tu palabra.
Yo venía de haber tirado
una lámpara de lava
en una juguetería.
Contra todo pronóstico
el tubo explotó
en la alfombra
y compradores y empleados
se incendiaron un momento
como si nunca
se hubiera quebrado algo
en Alemania.
Yo los vi, divertida,
y pagué, menos divertida,
16 euros con las manos
astilladas por los copos
de la tarde.
Geraldine metió la Luna
a un barecito y la estrelló
contra el techo,
nos devolvió algo
de su cara oculta.
Cuando volví a casa,
los 126 tragaluces protestaron
y descendió
su aliento de nube
condensada
como granizo
en mi escritorio.
Incluso dejaron
una hiedra
suspendida.
Hoy rompí la pantalla
del celular al tirarla
sobre la banqueta.
Dio en un punto
estratégico.
La foto donde salimos
tú y yo haciendo radio
parece de pronto vieja
y doblada
y a punto
de desaparecer
como si estuviéramos
transmitiendo
con voz rota
la noticia sobre
un satélite que explotó
tras su despegue, pero en realidad esa imagen
sigue intacta
a diferencia del Centenario.

(Ícaro, 2022).


Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, Jalisco, 1982). Poeta, editora y traductora. Autora de los libros «Polvo lugar» (La Zonámbula, 2007), «Datsun» (Punto de Partida, UNAM, 2009), «Catnip» (2011), «Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados» (2013) y «Hotel Universo» (2019). Con el libro «Jaws [Tiburón]» (2015) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2015. Junto con Atahualpa Espinosa escribió el libro de ensayos «Poesía y desempleo» (2020). Ha formado parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y asistió al festival de poesía Latinale en Berlín. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Maestra en Traducción por El Colegio de México y la Université Sorbonne Nouvelle.



Fabián Espejel (México)

20 januar 1896

Nunca nadie ha cruzado en invierno la Hardangervidda, la meseta donde empieza a crecer la espina dorsal de Escandinavia. No subestimes el frío, me decían — no subestimes el miedo. Le propuse a L. que lo hiciéramos, que empezáramos en Mogen y que celebráramos nuestra victoria acampando al otro lado, en Garen. L. aceptó y salimos de Cristianía después de Navidad.
Fue la primera vez que tuve miedo. En Mogen nos hospedó una familia sami. Están dementes, decían — mientras nos daban pan, un plato de bidos y un vaso con agua. Nunca nadie ha cruzado en invierno la Hardangervidda. Les dimos las gracias y salimos como sale el calor de las hornillas.
Decir adiós nos entumía las manos.
Mira ahora los cielos y cuenta la nieve que trajo la tormenta si es que la puedes contar: así serán tus consecuencias — y los termómetros hablaban cada vez más bajo hasta que no pudimos escucharlos. Al parpadear podíamos ver cómo nevábamos por dentro.
Allanamos una de las cabañitas que los pastores de renos habían ideado para estos casos. Vacía — con la puerta y las ventanas claveteadas. Un sarcófago que sólo aparece en el mapa de mejores climas. L. y yo encontramos harina de trigo y cenamos un potaje improvisado que nos quitó el hambre y nos ayudó a conservar las provisiones. Esa noche tuvimos pesadillas. Soñé que me enterraban en la nieve — a L le amputaban cuatro dedos.
Pudo más el frío que nuestros sacos de dormir hechos de pieles invernales. Que las galletas y las barras de mantequilla y chocolate que llevábamos para sobrevivir. Que la plasta de pulpa humedecida que fue nuestro mapa. Que la tímida brújula que sólo se dio por vencida cuando nos derrotó la nieve — que los dedos de L. que casi se partían a la mitad.
Regresamos pasada una semana. El periódico nos daba ya por muertos. Cerca de Garen un granjero vio las huellas de nuestros esquís a varios metros de su casa. No daba crédito a sus ojos — nosotros a seguir sintiendo frío.

LAS MONTAÑAS PASAN DE LARGO ANTE EL ALIVIO PORQUE ESTÁN HECHAS DE ALGO MÁS DURO QUE LA CALMA PASAN DE LARGO ANTE EL JÚBILO POR SER MÁS DURADERAS QUE LOS CUENTOS DEL MIEDO PUEDE LA NIEVE PASAR ANTE EL FRÍO PORQUE SABE DERRETIR LAS VELAS DE UN CORAZÓN A PUNTO DE APAGARSE NUNCA NADIE HA CRUZADO EN INVIERNO LA HARDANGERVIDDA DONDE EL CIELO TIENE LA MISMA LUZ QUE LAS NAVAJAS


sjanti

          el mar que nos arrastra hacia la orilla y nos deja varados como latas vacías

          el mar que se recoge como un pez cabizbajo hacia su nido como una línea que ya no se           oye en la espiral de nuestros caracoles

          porque aquí sólo alcanza el cuchicheo de las historias viejas un eco de viajeros repitiéndose           en las piedras

          sólo alcanza el jadeo de focos deslucidos en las anclas de noche y cadenas perdidas

          y lo que no es pereza es polvo

el polvo que hace recua y lleva sobre el lomo lo que la orilla trae hasta mis ojos
             dos remos agotados desunidos maderos en la arena escotillas quebradas timoneles              ahogados
             y luces en el puerto que se apagan

             el mar que nos arrastra hacia la orilla y nos deja varados como latas vacías
             como la envoltura de una ballena que nadie puede recoger de la playa porque ya es tarde
             es siempre demasiado tarde


prehistoria

noche a noche hay que escribir de nuevo un tajo fresco
una marca distinta donde está rota la tablilla
y vuelvo como los buitres a escarbar tu nombre
nuestro baño en el río
tus labios
supe quemarme sin tocar mi piel
escribirme en la tierra como un malestar que borrará la lluvia

la historia no comienza sino adentro
cuando el dolor rasca el pecho y se pueden ver los espacios en blanco

abrir los ojos es romper lo que hemos visto tantas veces


náuseas

yo descendí los impasibles ríos de hielo y detrás del sol posiblemente arribabajo más estrellas gases nunca antes delineados cuerpos que brillan celestemente en el guion de este planeta
             detrás del sol renglones siderales shhhh crc shhhh esos cuentos de amor lactescente entre espiga y antares la sorda leyenda de las pléyades que otros niños y púlsares dejaron de escuchar al crecer porque se expanden se contraen
detrás del sol no hay polvo cósmico para arrojar su soft what light through yonder window breaks el barco sube y si afuera hay vida un par de ojos buscándose en las ganas convexas de otro cielo posiblemente no la pasen tan mal como en esta avenida de desechos circulares
             el barco baja sube el alba como un pueblo de palomas exaltada
             despierta ya viṣṇú que ya no quiero despertar sobre este punto azul en tu pupila y sin embargo arde y es real como barco borracho como glaciar plateados soles olas nacaradas escúchame no quiero despertar sobre la ortografía final de tu novela del espacio-tiempo que cada día se expande y se desboca como un mar sin comas
             y yo bajo subo barco extraviado bajo el pelo de las ensenadas tomándonos el pelo como el aire en minúsculas al mismo tiempo que mis bolsillos se asfixian se me cierra la tráquea y se atora algo así como un acantilado en el zapato un sanctificetur nomen tuum en el reino de los puedos cielos ultramarinos hipocampos negros
             no quiero trabajar para soñar ni ver tu párpado azul como un deshielo y decir otra vez it is the east que juliet is the sun y repetir que en el cielo tu eterno destino por el dedo del dharma
estoy cansado de las épicas los chistes fenoménicos y el drama


ítaca

                         volver
donde dejaste el barco
una pesca cuantiosa
la bolsa llena de talentos
o la promesa de escribir todos los días
                         mirar atrás
          ver el vacío
porque no es fácil entender que la distancia
es un monstruo lleno de dientes
un leviatán que arrastra todos los anzuelos

a veces la voz de una sirena te pregunta
                         qué hizo mal
                         dónde quedó el deseo
          de estar en los lugares que amas
buscaste el mercado fenicio y la península
viste pasar la cordillera de los días
sin recoger una porción de luz
          indiferente
sabes que no hay riqueza o viajes largos
ni gritaste
luego de perder tantas veces
          la paciencia y la playa

y quieres recordar
          y sólo escurre algo parecido al aceite
que en ítaca el sol parecía vivir
                         lo necesario
para decir que allí eran pequeños los días
y las noches ligeras


insomnio

tuve que aprender su lenguaje y astillarme de nuevo con mis propias costras de día compartimos el pan y esa misma expresión que nos deshace el rostro decir noche ha dejado de asustarme no se puede temer lo que está adentro reconocer la propia oscuridad adivinar el cansancio recargándose en mi boca boyas reflotando frente al faro como islas monstruosas que no evitarán que naufraguemos


mesozoica

                 i.

antes
todo esto
era bosque

musgos
helechos
posibles magnolias
pinos de pie para afirmar
que en esta tierra
se vive

que no todo desierto
ha sido siempre
un lugar solitario

                 ii.

¿cuáles son las raíces? ¿cuál es la forma inesperada que aparece en los labios al decir mira los árboles? su promesa de seguir adelante, de llenar las sutiles advertencias del piso, de darle alguna dirección al viento

y pensar que seguirán aquí luego de mucho ¿cuántos inviernos se jactan de poder reclinar su cabeza en una rama? ¿cuántas horas evitan afilar sus manos en el borde del aire? ¿cuánto cielo es capaz de contener el aliento para que la corteza pueda respirar otra tarde?

yo los miro porque quiero abrir un poco las costuras de su tronco
          porque quiero introducirme, ser una enfermedad pasajera, un débil injerto en sus durantes
          entrar como nombre tallado en su memoria de bosque inevitable, como un rastro de que allí           nos descansaron los ojos

que también estuvieron aquí

                 iii.

¿grava, arcillas, arenisca? ¿un pedazo de nada interrumpiendo el relato del suelo? qué sino un deseo de ser hallados son los fósiles, marcas póstumas de dolomita, formas orgánicas de querer retenerse, de extender una mano, un fémur, una respiración apagada

un fósil es una manera de contar que hace mucho también
que hace mucho aquí

                 iv.

¿qué podrían agregar a este silencio que se abre en cualquier dirección?

                                                  cierro los ojos
                                                  y es que vuelvo a mirar la habitación para hallar algo agradable, un                                                   territorio que pueda medir con mis pasos, de la puerta al calor, de                                                   la cama hacia ti, las paredes durmiendo como bueyes que la luz de                                                   una lámpara apacigua, un clima que inventamos y que sólo supe                                                   encontrar en el atlas desnudo de tus brazos

                                                  en ese país el sol no se ponía en ninguna calle, en ningún                                                   centímetro de tu boca

un continente que crece a medida que el aire junta sus huesos
en las marcas de polvo que ya no podrán encontrar el tocador ni la silla
          escarbar esas pilas desnudas, estos montes de ausencia que tiemblan sobre todos los           rincones

estas capas de hielo ya no concuerdan con el mapa de tus ojos
con la brújula verde de tus manos

                 v.

un fósil es
un ligamento
          un puente natural
                    y colgante hacia el pasado
          una especie de alivio
          interior
          geología
que nos deja adivinar
dónde estamos parados
          quiénes fuimos
pero no
cuáles son los huesos
cuáles son las raíces
que nos cargan


Fabián Espejel (Ciudad de México, 1995). Poeta y traductor. Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2023 por «Antártida», su primer libro. Estudió Literatura en la UNAM y ha recibido prestigiosas becas de creación literaria en México. Ha colaborado en revistas y suplementos de su país, Estados Unidos y América Latina, así como en antologías de poesía y ensayo. Es miembro de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli). Su versión de «El cementerio marino», de Paul Valéry se publicó recientemente en la colección El oro de los tigres, de la UANL.



Enzia Verduchi (México)

Interrogatorio en el psiquiátrico de Volterra I

i.- ¿…?

Me arrancaron los ojos aunque las cuencas están llenas del cielo
de Toscana. Espejos azules. Dos gotas suspendidas y móviles
que observan el mismo muro de arcilla cada mañana.

Me desgajaron la visión del mundo, dicen ellos:

La nieve manchada con la eyaculación de nuestros asesinos.
Las colinas minadas con el silencio de nuestros asesinos.
La mar resguarda el peso y el plomo de nuestros asesinos.

La córnea es más ligera y nada acalla la verdad del aire,
el desplazamiento de la nube, las formas de la nube, la fragilidad
flotando sobre nuestras cabezas.

En esta brevedad de Volterra, paraíso de higiene mental,
el mundo posible es el cielo.

ii.- ¿…?

Esa luz aséptica que lastima de tan pulcra. Ese olor a medicina que provoca el vómito. Esta sima del infierno con veinte lavabos y dos letrinas por cada doscientos alienados. Dos mil locos respirando al unísono el excremento científico de la experimentación. Dos mil cabezas afeitadas. Esa intermitencia en los focos de 100 watts por cada descarga eléctrica en nuestros cuerpos.
¿Cuerpo? Una pila, un puente entre protones y electrones. Células nerviosas. Rayo que parte el encéfalo como una nuez. Células muertas.

No, yo no conozco mi cuerpo ni el deseo al inicio del siroco.
No, no reconozco esa fosforescencia en la punta de los dedos.
No, no sé quién es el otro en el espejo con las encías abultadas.

Ese que escribe ecuaciones en el vacío y repite hasta el cansancio, con los testículos al aire: “Lo que no mata, fortalece… Lo que no mata, fortalece… Lo que no mata, fortalece”.

No, yo no conozco mi cuerpo, pero voy hacia mí.

iii.- ¿…?

El expediente 241167 ha capitaneado más de setecientos vuelos con barbitúricos.
Ha visto la diversidad de la luz en el espectro solar. Ha soñado que su madre le sonreía detrás del vidrio que los separa en el pabellón. Con sus manos cubrió las pequeñas cicatrices, las hendiduras de la aguja hipodérmica. No quería perforar el sueño, horadar el cielo.

                        Madre efedrina, rescátame.
                        Madre de todas las anfetaminas,
                        devuélveme la voluntad por un instante.
                        Escucharé cien gritos y cien gritos
                        más se anidarán en la cabeza.
                        Señora adrenalina, devuélveme
                        la paz alterada de quienes viven
                        sin saber de estas paredes,
                        y barrotes que me resguardan.

Lo hallaron colgado en el árbol de olivo, desnudo. Una mosca erraba por sus labios.

iv.- ¿…?

De niño observé un tiburón enorme, medía quizá tres o cuatro metros, debió haber sido apaleado por no menos de cinco hombres en alta mar para que sucumbiera. Yacía en una plancha de concreto; a un costado, un tipo afilaba una cuchilla para reducir al pez en postas. Jamás olvidaré la mirilla extraviada, la mirada vidriosa, muerta del escualo: me persigue en el sueño y en el insomnio.

v.- ¿…?

Escucho caer una por una las gotas sobre la tierra de Etruria. El silbo del cielo es gemido. Lo sé, Dios no es perfecto, ¿puede ser dolado quien arriesga la fe en el sitio de Volterra?
          Las cárceles de la razón despojan el alma de sus formas.
Noche ámbar, oscuridad sin reposo donde el relámpago es tortura. Miedo de cerrar los ojos y perderme en la insistencia del agua, en el bautizo secreto del infierno.


Interrogatorio en el psiquiátrico de Volterra III

i.- ¿…?

Cerca de las rejas, cerca del mundo,
los días del siglo se suceden lentos.

No sé de mis años terrestres, el pasado quieto
no me busca ni ofrece respuesta.

Qué cansada es la noche y cómo lastima el día.

Dime que yo soy yo,
que la epidermis recubre todas mis edades.

Dime que Etruria es un sueño lejano, que Volterra no existe.

Háblame, tú que no me conoces
y dices descifrar la geografía de la mente.

Cerca de las rejas, cerca del mundo,
vivo acompañado de gritos propios y ajenos,
con mi siglo, con su sinrazón.

ii.- ¿…?

Seis hectáreas, cien mil metros cúbicos de edificios, cincuenta mil expedientes clínicos apilados en bodegas subterráneas. Urbe de los alienados y los tuberculosos. Cincuenta mil ánimas purificadas. Duchas de agua fría, baños de luz. Alteración del espíritu.

Han blanqueado con cal nuestra historia
         Han frotado los rastros en espejos y ventanas
         Han decolorado nuestras voces

         En ciudad salud los recuerdos se evaporan. Quema el olor del yodo en las heridas y hiede el vaho del cloro en las baldosas. Tanta limpieza lacera, atenúa la memoria.

         ¿Quién huele aún los campos de lavanda?
         ¿Quién añora el olor de la hogaza en la mesa?
         ¿Quién percibe la humedad de las mujeres en verano?        

         No, esta no es mi elección, pero evoco el olvido.

iii.- ¿…?

El expediente 030530 no cree en el perdón sino en la justicia.
         No sabe que Europa ha sido liberada de las nodrizas de pezones oscuros; pero él escribe cartas con letra menuda. Atrapa palabras en las ramas de los árboles que después se fugan. Piensa en el hijo que camina lento en los Pirineos, imagina América como un barco entre la bruma.

                        Escucharemos juntos la radio,
                        el paisaje pintaremos de colores,
                        te enseñaré a tomar la navaja de afeitar,
                        nombrar y desnombrar luceros.
                        Hijo, camina sin mirar atrás,
                        no apresures ni aflojes el paso,
                        sólo camina.

         Mientras él escribe, otro se reconoce en el brillo de la noche.

iv.- ¿…?

De niño imaginé el horizonte de Yakarta y la lisura del agua en los aljibes de Estambul. Quise zarpar hacia el aliento del mar, palpar la ligera curva del mundo. Quise ser un pirata malasio desafiando a un tigre de Bengala; encender una brasa en la humedad. Observar y ser observado.
         El hábito de empuñar una brújula imantada hacia el destierro.

v.- ¿…?

Dios nos confinó en su ira. Cada gitano, raro, frenético, agitador, desertor o levita es un cosmonauta flotando en las márgenes del sitio de Volterra. Vuelos lunares. El otro entre los otros. Cientos de rostros anestesiados por el miedo. Un experimento ordenado del Caos.
         Hermanos, no conozco más misericordia que la del paisaje.
         Hermanos, abracemos un árbol hasta fundirnos en su savia.


Interrogatorio en el psiquiátrico de Volterra V

i.- ¿…?

Dejen que el alma rebote en las corrientes
―entre estas paredes de goma― y halle
las grafías traslúcidas de la amnesia.

Seré El nacido, trinidad linfática junto con la piedra y la flor.

Caminaré desvertebrado bajo el cielo de Toscana,
como quien busca sus huellas bajo la lluvia, la sombra del pie,
la sorda respuesta en el reflejo del charco.

Seré El resucitado, mi nombre en el eco de otra voz.

No reconoceré la historia de mis manos
porque seré un hombre electrificado, distinto,
que desconoce el hambre y el frío.

Seré otro, seré el mismo, un ser invisible.

ii.- ¿…?

500 miliamperios para el perturbado. 110 voltios para el venático. Donde no llega el metrazol, el potencial eléctrico traspasa el pulso del catatónico.

         Arden las paredes de las venas.
         Arde el saberse vivo, queman las visiones.
         En cada tañido me arde el corazón.        
         En blanco.

Abajo, abajo, cada vez más abajo, un destello en la inmensidad: estático y disperso. Una esfera.

         ¿Qué resta del árbol tras la furia?
         ¿Qué escucha el albatros en la holgura del vacío?
         ¿Qué misterio recogen las vetas del agua en el deshielo?
         No, esta no es mi voluntad, pero intuyo el fuego.

iii.- ¿…?

El expediente 100150 ha dado más de trescientos pasos sin dopamina.
         Ha escuchado nevar sobre el oleaje. Ha visto llover en el desierto. Habla con su abuela, le susurra. Oculta el ligero temblor de sus manos entre las piernas. No desea quebrantar el ritmo, forzar el tiempo con gestos reflejos.

                        ¾ Que no mate el olvido,
                        que los indiferentes
                        no dilapiden mi amor
                        y el mar jamás se evapore,
                        lleguen olas nuevas;
                        el llanto libere, me sane.

                        ¾ Ma dove ti sei perduto?

Lo encontraron dormido, abrazado a una piedra. Una hormiga recorría su oreja.

iv.- ¿…?

De niño me tragué a mi padre. Mastiqué las sílabas latinas de su nombre, engullí su ausencia. Sólo heredé su rigidez vertebral, el acompasado enriquecimiento en las junturas. No debí haber nacido con la alucinación constante de su sombra.
         El hijo de nadie aprendió a ser el hijo de nadie.

v.- ¿…?

Escucho caer una por una las últimas gotas sobre la tierra de Etruria. La muerte me susurra que viva. Fatigado, observo cómo se alzan las estrellas y descienden en el aire. Implosión, polvo sideral cubre mi rostro. Lo sé, soy el ligero trazo en algún pensamiento, el castigo de la ciencia inútil.
         Lo sé, el universo es cuadrado, profundo, como el cielo de Volterra acotado en la ventana.


Enzia Verduchi (Roma, Italia, 1967). Desde los cinco años vive en México. Licenciada en Periodismo y Ciencias de la Comunicación por el Instituto Campechano. Becaria del Centro Mexicano de Escritores en 1992; ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1996 y 2003. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en 2004-2007 y 2019-2022. Ha colaborado en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Ha publicado los libros de crónica «40º a la sombra» (Universidad Iberoamericana, 2013) y «Los segundos y los días. Breviario sobre el temblor» (Ficticia Editorial, 2018). Así como los libros de poesía: «Cartas de usurpación» (UNAM, 1992), «El bosque de la hormiga» (Ediciones Sin Nombre, 2002), «Groenlandia» (Parentalia, 2018) y «Nanof» (Vaso Roto Ediciones, 2019). Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, hindi, portugués y polaco.



José María Espinasa (México)

Elogio de los pies
(de apuntes de alfarería)

Amasa la masa maciza,
y forma con barro los días,
imita la mano que tienes
dispuesta al amase del agua.
Dale forma al aire que la ordena
y orden al río que la fecunda.
El hombre nace por la mano
para buscarse el pie,
que desde lo alto de los ojos no ve.
Es la mano un rostro con cinco ojos
y dos dedos de frente y aun sin nariz.
Monstruo de barro mal hecho,
busca que busca y rebusca
la tierra en que pisa su ausente planta.
Tan lejano está de su mano
que nace primero el callo
que el dedo pulgar
de la mano deforme.
Lo formamos con barro,
con llanto y tierra para que pueda crecer
y pararse en la punta del pie.
Torpe, hace primero la uña que el dedo
le crece en la mano el brazo
y en el brazo el torso
y al final los pies.
Estate atento que ya son dos,
Que no se vuelvan tres
Y sean simétricos… tan feos los dos.

Que dices, babieca, si el pie
Es hermoso sostén de la carne
Y bello como el nudo del tronco
que sostiene al ciprés,
que se escribe con ese
y no con zeta ni ce.
Si no sabes no digas que el pie
-tan hermoso como un tronco nudoso
de un amate de siglos o una ceiba severa-
se forma en el rio o en el agua del mar.

Los pies caminan y se vuelven viejos,
en ellos llevamos un reloj sin falla del cuerpo,
con cinco dedos que marcan
los segundos, los días, los meses y los años
con más
precisión que las arrugas en el rostro
o las cicatrices en el cuerpo.

Los pies dejan huellas en el barro
del que nacieron,
así van borrando su historia
y construyendo la nuestra,
Los pies están hechos de barro y memoria,
de agua y futuro y de mucho silencio.
Mira cómo los mira el niño asombrado,
mira cómo los mira con tristeza el hombre,
los mira quedarse cansados
(por eso se cae, por eso se muere).

Piensas con las patas le dice la madre
Y el niño sonríe y le dice sereno que no,
que piensa con los pies que piensan muy bien.

¿Cómo piensa el pie?
La respuesta es obvia, caminando.
Pero también inmóvil,
cuando sostiene el cuerpo,
cuando corre con ganas de bailar
o cuando duele a orillas del camino.
Los pies de los bailarines
pagan el diezmo de su vuelo
con nudos en la garganta del tobillo.
Si has visto caminar a Katzuo Onno
conoces la iluminación del tiempo,
si has visto caminar a Cristo sobre las aguas
sabes que nada pesa
si no pesan los pies,
que el cuerpo es levedad
y los pies ritman la frase
con los acentos indicados
por el pulso cardiaco.
En los pies cambia la circulación:
Sube al corazón la sangre,
llega el aire, crece el hueso,
duele el duelo del esgrimista
en baile histriónico.
por saber que tiene pies.

Caminar es una manera de sentir,
mirar es caminar,
tener los ojos en las plantas de los pies,
los pies en las plantas de los ojos,
en los párpados de las uñas,
en el talón herido de Aquiles
y en la suma del cien pies.
En el tobillo, corazón calcáreo,
Tocas la pulsación del vientre
y en el vientre la huella del silencio
roto en mil falanges.
Amasa, pues, la tierra con agua,
aire liquido sin mácula y sin cauce,
agua que dibuja las uñas y el talón.
No hagas nunca un pie sin pierna,
ni un vientre sin espalda
ni una mano sin caricia.

Para que el pie salude su sentido,
ser pie de pie, que asume su verticalidad
y cumple en ella su destino.

Pies rotos de las estatuas sin templos,
recién lavados pies de los apóstoles
pies de Cristo para subir al calvario,
pies del ladrón que no pudo huir
pies del mensajero que no partió nunca
pies de la abundancia,
pies perplejos.
¿Para qué los quiero?
Pregunta el ladrón cuando escapa
en busca de sí mismo.
Los quiere para solo quererlos
tanto como si fueran de ella o de allá.

Pies ¿para que los quiero
si los quiero tanto? Canta el jilguero.
El torno del alfarero los dejó rudos,
El demiurgo los miró con pena
Y el hombre los calzó con entusiasmo,
se los puso por sombrero
y se lo tiro el viento
y allí donde los dejó olvidados
el hombre echó a andar
y así terminar de cocerlos
en el horno de la vida
cual panes benditos.

Por eso dicen del muerto
Que salió con los pies por delante,
haber estirado la pata
para tocar apenas la vida.
Mírale los huesos tan disimulados
en sus tarsos y metatarsos
que sostienen el universo,
Mírales las uñas hechas
no para arañar
sino para guardar la mugre
y dar sabor al caldo de la bruja,
mírale los dedos disparejos
que te hacen gestos
y no saben contar los acentos,
mírales las venas escritas con tinta oscura
en la vuelta del tobillo,
míralos talonear
Y deja de mirarlos cuando te canses
que ellos te seguirán mirando.


José María Espinasa (México, 1957). Realizó estudios de cine en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado los libros de poemas «Son de cartón», «Cuerpos», «Piélago», «El gesto disperso» y «Escritos en un muro de aire» reunidos en «Piélago» (UNAM, 2015). También los libros de ensayo «Hacia el otro», «Cartografías», «El tiempo escrito», «El cine de Marguerite Duras» y «Roberto Gavaldón director de cine». Es autor de «El bailarín de tap» (ensayo sobre la narrativa de Truman Capote, 2010). Profesor, periodista y editor. En 2019 apareció su libro «Para una política del texto (Notas sobre literatura mexicana después de 1968)» y su libro de poemas «Apuntes de un naturalista». Actualmente es director de la Red de Museos de la Ciudad de México.



Andrea Rivas (México)

pirámide del sol

y vuelves a la blanca energía de tus antepasados
nada aquí te pertenece
el vibrante rugido del jaguar
las luminosas cascadas de sangre
el sacrificio de los victoriosos

nada hay aquí que se asemeje a tu nombre
a tu deseo a tus palabras
y sin embargo en el eco arriba
en la casa del sol
vuelan mariposas blancas
y algo en tu oscuridad
         despierta


***

sobre un escalón te hablas de los muros
un imperio espera tu retorno de no sé dónde
siete de la mañana
la casa vacía llena de sombras
vibra con el roce de tu mano
algo sonríe desde los rincones
lo cotidiano no será esperar a que llegue la vida
estás ahí, dices
estoy aquí
         tienes seis años y estás buscando
         un lugar en donde pertenecerte entera

***


hoy que vuelves a la casa de la infancia
te sientas en el mismo escalón a dibujar planos
el lugar donde irán los muebles, las paredes que serán pintadas
las conductas que necesitan dar vuelta
los mitos que ser rehechos
hoy te prometes que empezarás la vida pronto
cuando entregues el proyecto cuando suene la campana
vuelves a la casa de la infancia y tienes de nuevo seis años
nada te pertenece sino la lista de cosas que aún no son tachadas
y la impotencia


abuela

yo no tengo recuerdos dolorosos
asociados a tu imagen.

en mi recuerdo tus manos fueron alimento
harina cernida tres veces envolviéndose
en azúcar glas, uñas de almendras rojas,
mañanas de chocolate caliente
y los dedos fríos guiándome a la iglesia.

qué bonito prendedor doña Noemí
¿qué prendedor? ¡ah!

y una mariposa viva que sale volando de tu pecho
y tu risa inmensa colgada para siempre en mis cinco años.


«el mundo se ofrece para tu imaginación,
te llama como estos gansos salvajes —severos y emocionantes—
una y otra vez anunciando tu lugar
en la familia de las cosas»
.

Mary Oliver

porque no sé si debí nacer o desafié a la suerte
he venido a explorar mi vida.
una no decide nacer ardiendo en el mes más cruel
y arrastrarse treinta y un años tras cualquier palabra de esperanza,
encontrar amparo en la sombra de las suicidas,
en la luz verde en lo alto de la colina
y preguntarse todos los días para qué.

una no decide que en el nombre propio arda troya
pero se deja llevar a rastras.
yo no decidí los ojos tristes
pero los he colgado como el estandarte
del único territorio que conozco.

mientras, el tiempo pasa
mientras, el nudo de mi garganta sigue intacto
mientras, la oscuridad vuelve y me rindo arrepentida
aunque otra vez me digas que no tengo que ser buena.

porque no sé si debí nacer
le pregunto a tu poema qué sigo haciendo aquí
en este planeta que se incendia mientras viertes agua
desde tu telescopio en el olimpo.

acaso hay algo por lo que me he quedado:
por un anochecer gélido en bosques desconocidos
por una luna casi llena, casi promisoria
perdóname, mary, pero me quedo por el placer
de arrodillarme en penitencia sobre la arena
por sumergirme en el naufragio
por la promesa de que también yo tenga un llamado
a ocupar mi lugar en la familia de las cosas.


«Y no quiero que pienses que soy una cobarde.
He luchado suficiente a lo largo de mi vida.
Así es cómo sé que se ha terminado.
No es una debilidad. Para mí ha sido un regalo.
Saber seguir adelante».

Betty Draper

vamos a fugarnos, betty.
don draper no existe:
                   lo que hay son trajes
                   la ridícula lista         de mujeres sin nombre
                   el whiskey tibio para el desayuno
bien podría llamarse humphrey bogart, tom buchanan, don idiota.
no me mires con esos ojos de pájaro enfurecido, te enamoraste
de un fantasma.
peor que un fantasma: una construcción. ¿sabes
que su nombre no es don? no era
necesario abandonarte. ¿quieres
ser modelo otra vez? betty,
hay otro mundo donde el miedo no es un animal que te devora los nervios.
y tú no eres el miedo ni el misterio irrefrenable de una enferma mental.
el miedo no es culpa de tu madre ni de tu hija.
ese frío en tus vísceras
          el eco de muerte
          se llama don (todos los don del mundo)
don draper no existe. recuerda. es el mito. el concreto
duro oscureciendo la selva. recuerda. antes de don
era el mar, tus pies desnudos.
el miedo son tus ojos abriéndose ávidos
como los picos de pichones hambrientos.
ah, y tus manos de felino temblando
con la urgencia de arrancarte esa vida   (quiero decir tu sortija)
y volverse en alas o pinceles       (quiero decir volverse tuyas).

deja que el terremoto        que recorre tu cuerpo
y te paraliza a media calle te quiebre el asfalto
y que broten de tus grietas las raíces y las flores.
vamos a fugarnos, betty,
a cualquier lugar donde seamos movimiento,
quiero decir:

al azul del cielo lleno y al rojo de tus uñas


sin nombre

como cualquiera, busco un lugar en el mundo.
no el lugar señalado, el de los otros
el dispuesto desde siempre para alguien como yo
sino uno nuevo que inaugure una tradición propia.

en principio hurgo en las calles
como ciega toco las paredes, los árboles, los perros
camino las grandes avenidas, los callejones
evito todo aquello a lo que no quisiera parecerme
huelo los perfumes, la mierda en los basureros
miro a las ratas, las palomas cagando la catedral
las flores que se abren, el sinfín de estanterías.
subo a un transporte ¿a dónde? qué importa a dónde
a algún lugar que me diga tú eres
—degli uffizi abre sus puertas a mis ojos
venus, medusa, las alas rotas de leonardo
nadie tiene un trozo de barro, tintura o metal
que pueda dirigirme.

una mujer de grandes ojos de tierra pasa
y pasan los niños, los ancianos, nadie
hace eco en mi memoria ni me recuerda al futuro que me urge
sube otra mujer a una vespa, enciende un cigarro
su vestido cae prolongación del mundo
habita al mundo con su boca torcida
crean al mundo los ojos sombreados
el negro cabello definitivo y mi mirada la sigue
mientras da vuelta en un rugido de motor
que reverbera en las piedras y reverbera en mi memoria
y viaja en el tiempo para hacerse oír por los antiguos
y para hacerse oír hoy en el dejo de mis manos.

¿habrá alguien en quien reverberen mis pasos?
torpes, lentos pasos cayendo sin rumbo
¿o mis palabras? me dije sublime cuando era joven
hoy recuerdo el extravío en conciertos de rock
deseando ser otra, una bestia de luces
enfrascada en la gran tragedia de mis versos
should i speak? quizá ladrando tengan sentido
los adjetivos que entonces…

viví disfraces de sirena, de todopoderosa diosa ingobernable
asumí la postura de quien tiene, quien ha ganado
pero en la intimidad de las horas que nadie ve
he sido solo una maqueta de lo imposible.

como cualquiera, busco un lugar en el mundo.
reviso, reparo, renuncio a las palabras. conduzco
el incendio controlado de lo que no debería ser
—pero he sido, soy y seguiré siendo, ¿para qué la lucha?
¿ahí es? una gran marcha insiste en mi libertad
y la sigo y compro los ideales al dos por uno y sufro
verdaderamente sufro por los derechos de todos los que no son yo
me convierto en otra, reevalúo el asco, el insensato sabor
de seguir buscando cuando ahí, donde todos despiertan
hay escasez de puños que sepan sufrir como sé hacerlo.

pero no sé luchar. hay en mi mente un vacío inexplicable
un desorden infinito de imágenes deshechas:
un árbol hecho de pájaros que al levantar el vuelo
dejan desnudo al paisaje.
la libertad es un árbol que se deshace en alas.
un rostro tallado en piedra abriendo su vasta y fría boca
para recibir todos los pecados del mundo.
el pecho que me recibió una noche
la quemadura en el pecho, el colmillo en el pecho
el pecho que me traga y me abrasa
hasta arrancarme el nombre.
sin mi nombre no soy nada, ¿a dónde puedo ir
ahora que no tengo nombre? un boleto
gracias, ¿nombre?
ahí, ferviente, en la etapa primera, en el llanto original
espero que alguien decida quién seré. de nuevo.


Andrea Rivas (Puebla, México, 1991). Escritora y traductora. Entre sus reconocimientos se encuentran: haber sido la ganadora del primer lugar del premio Punto de Partida otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de México, el primer lugar en el Boao International Poetry Award, así como haber sido nombrada Silver Poet por la Asociación de Escritores de Beijing.



Gustavo Osorio de Ita (México)

Palinodia

No it is not the true story
No you never went on the benched ships
No you never came to the towers of Troy

–The Palinode of Stesichoros

No estoy entrando a tu cuarto
Ni removiendo con los ojos
Sombras que se gastaron con los años y se fueron
Quedando retazos sobre las cosas que no dejaste
No miro detenidamente la fotografía
Sólo no la toco con mi mano
Que no dejaste aquí lejos
No abro y cierro compulsivamente los cajones
La madera no estará henchida
Ni las agarraderas de latón en brillo
Así como tampoco espero que dentro un mapa
Una brújula un código secreto
Que no me dice que en una costa
De un país que no está más allá del sueño
Que nunca vimos juntos no se yergue un faro
Cuyo foco roto no alumbra la ruta
Por donde el barco que no se hunde millas antes
De no llegar a costa alguna y no nos encontramos
De nuevo para negarnos no
No estoy ahí
Tú no te has ido


Mnemosine

Sí, recuerdo haber estado ahí cuando te lo dije.
Yo no repito todo una y otra vez para preservar mi vida
Del tajo sordo que sabe a domingo esperando.
Estábamos sentados ahí en la mesa
Que se hizo cada vez más chica
Sumiéndose hacia el piso sucio y blanco
Soportando el peso de las manos nerviosas que ahora
Te han dejado.
Esa misma mesa donde estoy también esperando que quede un lugar vacío
Para poder largarme.

Aquí te cuento una y otra vez las mismas historias
De los días de afuera
Revivo a gente que murió y que sé no podrás soportarlo
O que no podré soportar decírtelo pues de cualquier manera
Para mañana estarán otra vez vivos.
Lo has olvidado todo. Yo repito

Una y otra vez cambiando mínimos detalles:
El color de una camisa
La duración de un día
El espesor del pasto sobre el cual
No me he atrevido aún a dejar un surco para dejarte.

Cambio cosas mínimas sin importancia
Por algo que se le parezca.

Repito.

La historia el ritual en la misma mesa
Noche tras noche.
No repito para salvar mi vida, papá,
Sino para devolverte algo
Y mantenerte aquí aunque sea traición
A quien fuiste. No te cuento
Para seguir con vida sino para seguir
Con la vida o algo que se le parezca.

Sí.
Creo que recuerdo haber estado ahí para decirte esto.


Telémaco desiste

Lo pensaste tres veces durante dos días enteros.
          La primera porque aprendiste hace mucho a tener miedo.
          La segunda por algo muy semejante a la conmiseración pero más frío.
          La tercera para cerciorarte y convencerte
De que la herida de salida de una bala
Es mayor que el punzante orificio por donde el plomo
Introduce consigo una idea que más que masticar rumias
Desde hace tanto que lo que querías
                    Nunca fue justicia sino venganza

Saliste por esa misma puerta que estoy viendo
Entre la segunda y la tercera vez mientras pesabas tu arma
Con la mano y ahí mismo entre la densidad férrea y cargada de lo que venía

          Me dijiste algo

Por la altura desde donde te miraba debía tener 5 años o pánico
Así que me es difícil recordar
Pero ahora que el aire arranca las bisagras
De donde las dejaste bien puestas
Y la puerta con sus cristales manchados por mis manos infantiles
Se hace trizas sobre el piso de la cocina
Reverbera en el aire algo parecido a tu voz y dice cuídate mucho o quizás
Te quiero o afinando el oído aún más estoy casi seguro dices el retorno
Es para aquellos que triunfan o los cobardes
Y solo entonces dejo de esperar que vuelvas


Aquiles y la tortuga

Aquiles, símbolo de rapidez, tiene que alcanzar la tortuga, símbolo de morosidad. Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro, y así infinitamente, de modo que Aquiles puede correr para siempre sin alcanzarla. Así la paradoja inmortal.

—Jorge Luis Borges

Yo pienso en una décima del dolor que podría sentir si decidieras no quedarte
O si decidiera que por fin tienes que irte
Tú atraviesas la noche hasta detener tu auto en un motel
Con balcones que dan vista a una playa de tierra en provincia
Pones la Colt 45 sobre un buró no sin antes sacudir
La sal de mar de su superficie y te tiendes
Más ligero sobre el colchón sucio que sabe guardar
Cuerpos que mienten y secretos y yo pongo una bala en el cargador de esa
Misma arma tú tienes nueve razones más una en la recámara
Para poder dormir tranquilo escuchando que un buque petrolero
Se detiene a más de 8 millas náuticas y que sobra tiempo
Yo tengo siete años y tú tendrás casi setenta cuando vuelvan
Las preguntas de fuera que son siempre las más frías
Diré dos veces que aquí no vives dirás más de veinte veces
Esta historia cómo no te tembló la mano cómo bajó del barco
Y tú ya lo esperabas diez minutos antes yo tengo un minuto
Para decidir si lo que es justo es desconectar el ventilador que te mantiene
Vivo y que suena tan cercano a aquel de aspas que miras en el cuarto húmedo
Sintiendo la brisa en tu boca cuando se abre para sacar el humo
Y pienso que lo que hiciste fue llevar a alguien donde te estás
Acercando y que si he de alcanzarte alguna vez será en una muerte sucia
Y que sí que la única manera querido Aquiles era clavar una lanza
En el caparazón que la distancia sea en la playa o a través de años
Que lava el mar cada noche sólo podemos atravesarla con la muerte


Telémaco duerme

Duerme siempre del lado derecho
          Para aliviar la presión sobre el corazón
Porque todo mundo sabe que el peso encima
          De algo que se mueve sin cesar
Hasta que se rompe o se aburre
          Solo causa que el sonido producido
Por el esfuerzo de la arteria
          Por el contenido rumor de sangre atrapada
Se vuelva un sueño de espasmos
          Y veranos de playas áridas donde el mar
Se retrae temeroso de la sombra
          Dijiste que el mar vuelve
Porque extraña mirar desde las montañas
          El fin del mundo y el vacío que se crece ante su ausencia
La sangre se retrae y avanza sobre las costas de los sueños
          Dijiste que durmiera del lado derecho
También para que pudiera ver hacia la ventana
          Desde no se puede ver el mar que vuelve
Ni los vacíos que quedan ni el fin del mundo
          Ni donde tú tensas las velas de una barcaza demasiado frágil
Para llegar al otro lado de la noche
          Y así lo hago


Prometeo

No sé si vayas a despertar
Pero sé que Prometeo es encadenado
a repetir un mismo acto:

El pico del buitre extrae el hígado y yo
No tengo visión alguna salvo el amarillo
De la esclerótica haciéndose fuerte

En tus ojos como la carne del dorso una y otra
Vez abierta como tu nombre pronunciado
Una y otra vez más seriamente por el médico.

Miro atrapado tu cuerpo entre cadenas blancas
Y suaves asestados los clavos hechos
De tiempo y la falla hepática por el cáncer

Multiplicándose todas las noches una
Y otra y otra vez las células y Prometeo murmura
Que vio todo esto en las entrañas de un zorzal

Y aún así decidió el fuego y aún
Así lo habría hecho todo una y otra
Vez. Y yo no tengo valor alguno

Salvo sujetar los clavos pensar que alguien
Vio esto en algún oráculo y lo quiso
Necesario. Prometeo mira las alas

Acercarse cubriendo el sol y el calor
Que remueven en el aire es el mismo
Que roza mi mano que acerco

A tu cara para sentir una y otra
Vez la noche entera
Que el acto se repite.

Prometeo supo siempre que las alas
Y la carne y la muerte vendrían pero no
Que lo hacen una y otra vez y una y otra

Vez es también esta vez en que estás casi
Levantando la vista hacia aquel lugar donde el mar
Caspio y el Negro se juntan y yo

Que no puedo mirar cierro los ojos y sueño
Que el aire se repite. No sé cuántas veces
Pero distinto a Prometeo yo no tocaría el fuego.

Casi puedo distinguir el frío
En las plumas de las aves negras
Yo sí esperaría algo distinto.


Oráculo

Or perhaps, once one begins,
there are only endings

–Louise Glück

Apolo lee los oráculos abriendo el cuerpo de un zorzal
Tras haber atravesado su trino y su cráneo con una flecha dorada
Adentro mira a quien ha robado su posesión
Quién es el dueño de la arrogancia suficiente como para robar a un dios
Así se lee la suerte
Adentrándose en el cuerpo de una criatura que nada tiene que ver
Con el crimen.

Cuando se adentra en tu vientre el escalpelo
Haciendo a un lado tu hígado y el aire de premonición
Con el que días antes me decías que algo andaba mal
Lo que buscan es la suerte de alguien un aviso
Pero que no son tuyos ni para ti
Así como el zorzal nada tiene que ver con el ganado
Que yace lejos con Hermes niño.

Estoy pensando quién se ha robado y por qué ha sido el tiempo
Aquello que se ha robado y también cuántas horas juntas
Te quedan

El mito termina con la invención de la lira y la poesía
Ahí está el perdón
Yo estoy leyendo el oráculo como si fuera para mí
En la sala de espera de un hospital donde sólo silencio

Estoy seguro que en otra parte
Este es otro mito que se escribe
Y se olvida

De «Las armas de mi padre» (Círculo de Poesía Ediciones, 2022)


Gustavo Osorio de Ita (Ciudad de Puebla, 1986). Ha publicado poemas en medios nacionales e internacionales, así como los poemarios «Bonapartes» (Conaculta, 2012) y «Las armas de mi padre» (Círculo de Poesía Ediciones, 2022). Algunos de sus poemas han sido traducidos al rumano, chino, francés, árabe y griego. Ha publicado, en traducción, «Almuerzo con Pancho Villa» de Paul Muldoon (Valparaiso, 2016), «Vuelo y otros poemas» de Kwame Dawes (Valparaíso, 2017) y «Otros vislumbres. Poesía actual de la India» (Círculo de Poesía Ediciones, 2018). Fue invitado a la residencia creativa en el Lu Xun Literary Insitute en la ciudad de Beijing en 2017 y obtuvo en 2020 el Premio a Poeta del Año del tercer encuentro Silk Road Poetry en China por la colección de poemas «Goldsmith of a farce», así como también el premio de la Asociación Poetry East West en el año 2022 en el área de traducción de poesía.



Pedro Serrano (México)

En qué cabeza

Lame la cuesta del hongo gigante
el vaho,
lo abraza, lo eleva.
Torpe
sube por sus laderas y cuestas,
abre sus anchas manos y
calientito
le sopla al oído mientras
la tortuga acecha inclinada
a querer u odiar.
¿A qué acecha la tortuga?:
a que vuele el elefante,
a que muja el jabalí,
a que los colmillos del rinoceronte
salgan del baño
medio despistados al despertar.
Sólo la tundra de la cabeza pesca la altura
(cap, cap, cap, etcétera).
Todo se borra en un haz del aliento
y allí no crece nada.
Conforme arquea
las hebras de pelo en la cabeza
rala y aventajada
(cap, cap, cap),
un mechón aquí y otro allá,
con clavos de hierbajos prendidos a las últimas solapas.
Qué cosa que la representación esté dada
en la longevidad.
Una tortuga y un elefante viéndose a los ojos.
¿Qué miran?, ¿qué no se miran en esos ojos?
La animalidad de la piedra, el descoque.
Mientras, y por qué no, un rinoceronte corre
por los pasillos de mi madre.
Mejor me voy, dice la nube,
pero allí aprieta, se expande, se acuesta.
Ya no tenemos nueve años y como si los tuviéramos.
Habrá que despertar
con las letras nasales, labiales, bilinguales,
creciendo en un mugido atenco
hacia lo real.

(Peña de Bernal)

Pedro Serrano


Allá en las alturas

Crece lenta la ceiba, el sabino,
el alerce allá crece —no aquí,
un centímetro al año este último,
un leño endureciéndose hacia dentro,
pujando,
como si secretara el tiempo adormecido,
se secreteara en un eco rasposo
constreñido en sí mismo a crecer.
Cubren sus copas, sus puntas
un ancho colchón de nudos,
ramas y basurillas enredadas:
la canopia del mundo son personas de pie.
(Abajo en su tejido crece el mirlo.)
Hunden sus raíces y a no moverse,
para adentrarse. Lanzan semillas
al viento, sexo puro en entrega,
flor a los pájaros que picotean.
Tip, tip, tum-tum-tum,
chirp, chirp, diría el exultante.
Buscan con los duendes la raíz del agua,
al viento huelen la humedad,
desconocen toda otra apropiación.
Las nutrias los toman boca abajo,
refosilándose entre el agua y la tierra,
perros de la humedad, sus trenzas, sus lianas.
(Alcanzan las hormigas las alturas
yéndose por las ramas.)
El nudo de árbol donde la raíz las echa,
no el tronco, no la corteza, no la savia.
Lo que crece el atalaya alcanza,
hacia la luz, hacia lo oscuro,
en lo libre lo apretado.
El vasto, desparramado en años sabino
mece al lado las aguas,
protegido en su acequia.
El alerce impelido despunta sus espigas de lluvia.
La ceiba se detiene a explorar.
Entre los tres el vértigo
a la distancia hace nudo,
halla sentido.

(Concá)


Saltimbanqui

Lame el sabino ancho
con las lenguas espesas su tronco.
Desentume las aguas anidadas.
El manantial escurre tierra abajo
hacia los sótanos de barro. Ocupa
anticipa, encubre. Todo en vertical
la vida cede, sucede
hacia los cielos, desde lo ciego.
Siembras, quejidos, apagones:
se protegen las ánimas bajo los troncos,
dríadas y hadas nos encubren.
Hace trizas la piel del tronco su edad,
las deformaciones del impulso,
su voluntad hecha trizas.
Entrechocan las piezas de los dientes,
el disparejo piano, la dentadura de árbol.
Cada cosa en su lugar: te amo, te amo, te amo.
Las guacamayas centuplican el crujir de su chillido.
Escudriñan bajo. Y arriba lo sublime,
las grandes moles, la libertad al viento, el pasaje de nubes.
Bombas de viento y agua.
Engarróteseme ái.
Pasajeros del viento, aleluya.
Prij, prij, praj, en lo cóncavo el nacimiento.
Río abajo todos nosotros,
las acamayas (en homenaje a Silvia le silba el alba)
río abajo vamos
sanguinolentas
naciendo apenas.

(Jalpan)


Veredictos

Como una encomienda a la sibila se disparan las albas,
loros, vencejos, el cuervo espera en otro lado,
el búho huele de niebla la noche silva.
Suben por la tráquea del sótano profundo
hacia un cielo azul y el vasto viento.
Apostado en la punta del encino
altisonante, flecha de por sí, altanería,
el halcón tiende su pardo vuelo,
dibujado en un sombreadero y trino,
grito de angustia en plural,
remolino o hundimiento en el que escapan los vencejos
menos uno,
el que prendió en la andanada la garra
y se llevó hacia arriba,
elegida prenda de vida.
Mientras el remolino azul sube que sube,
un collarín blanco hilando la cordura,
la cordedura en cada cuello
hacia el cortinar de cerros.
¿Elegido? Si así puede llamarse
a ese encontronazo de cuerpo y garras
donde lo innominable se planta,
mientras hordas de loros chillan su risa verde
(para los efectos)
en parejas, en grupo atolondrado.
Son los primeros en salir,
los que cuentan historias.
Y los vencejos que miden confines en parvada,
viajan ágiles al golfo,
buscando nubes e insectos.
El halcón espera un día sí y otro también,
para eso vive, en busca de la nuca.
Busca la luz el loro, que es el príncipe, huye la luz el búho.
Porque la noche sólo al susurro escapa,
a su vuelo mudo, a su hosca atención, a lo que pasa.
¿A qué horas busca las migajas el búho?
¿En su voz la huida a qué horas cabe?
Urde la oscuridad las paredes del sótano,
las vastas circularidades de Alicia en su caída.
Cri cri dice el grillo, sabio en su coruscamiento.
Por las cortinas de piedra baja la luz,
da lengüetazos,
hunde su coloratura en rizo,
hasta que el mundo despertó
al remolino del día,
su ventolera,
el viaje del pozo del sueño hacia arriba.
(Vuelco hacia la dispersión los vencejos,
hasta que el halcón de la pesadilla
cae en golpe de viento, irrumpe,
daña al vuelo y al príncipe del vuelo
no altisonante, magistral, exacto,
agarrándome de los omóplatos,
levantándome en alzas como mi padre,
sacándome no de mí sino del grupo,
haciéndome uno con mi pesadilla,
el rastreo, el rastrillo, illo, illo.
Fijamos la paz en la catarata,
en lo blanco de la vista rubia,
en la limpieza de lo que no se ve, en la simplanza.

(Tamul)


Las yucas observan

Pasa el camión azul por la carretera,
cilindrada de noche punto a punto,
abierta maquinaria de goznes aherrojados,
ciclo múltiple, estrella,
numerales,
datos fijos y acervo,
viendo a los de adelante van atrás, en el espejo,
y el aliento de cuervos de este sueño
y el hambre que vigila.

Pasa el camión azul volando en carretera
como si fuera un tren en episodios
por la noche desierta rumbo al origen,
rumbo al barullo y envoltorio,
y en su insaculada intimidad,
con su vozarrón sordo que cruza el llano,
la espesura,
el cuenco en que cada uno sueña y viaja
con los ojos atónitos.

Pasa el camión azul carretera abajo,
aventando chispas,
mientras las altas torres echan sus campanazos de cemento
a los pulmones y a la saciedad.
Pero eso era en el brillo de la tarde
cuando pasaban con cambio de moneda
y el desierto se alzaba hacia la sierra,
hacia la noche asediada y sedienta
y ansina eran las cosas.

(Saltillo)


Pedro Serrano (Montreal, Canadá, 1957). Radica en la Ciudad de México. Poeta, ensayista, traductor, editor y antólogo, ha publicado diversos libros de poesía y ensayo, entre los que destacan: «El miedo» (1986), «Ignorancia» (1994), «Turba» (2006), «La construcción del poeta moderno. T. S. Eliot y Octavio Paz» (2013), «DefenßaS» (2015). Ha sido becario de la Fundación Guggenheim, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y editor del Periódico de Poesía de la UNAM en su primera etapa digital, entre 2007 y 2018.


Carolina Zamudio. Periodista, poeta y ensayista. Master en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos. Entre sus libros destacan, «La oscuridad de lo que brilla», edición bilingüe español/inglés, (Estados Unidos); «Rituales del azar», edición bilingüe español/francés, (Francia); «La timidez de los árboles», (Colombia); «Vértice», edición bilingüe español/italiano (Italia) y «Las certezas son del sol», (España). Premio Universitarios Siglo XXI del Diario La Nación y Corona al Poeta (Argentina). Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre, además de llevar adelante el Encuentro Esteros.