«Viajero de sí», un libro de poemas en prosa escrito por Luis Fernando Macías, nos invita a vivir y comprender el proceso de creación y de escritura: un viaje por los paisajes interiores y las complejas geografías humanas.
Por Momprasén Salgari
En su libro «La expresión poética», Luis Fernando Macías propone «la teoría de los dos paisajes»; en «Viajero de sí», la realiza.
Partiendo de la idea de que la existencia sucede en tres planos —uno físico, que reúne objetos y acontecimientos, al que denominamos el mundo de la vida; uno mental, compuesto por imágenes, recuerdos, fantasías, sueños e ideas; y uno espiritual, cuya esencia es el misterio, lo desconocido, el aliento vital: potencialidad del ser, improntas primordiales o arquetipos y memoria del mundo—, el poeta propone que el poema es el resultado de la proyección de un paisaje en el otro en un instante del tiempo.
El procedimiento para la creación del poema es este:
Primero, detener el tiempo en un instante.
Segundo, definir por separado cada uno de los dos paisajes. El paisaje físico se obtiene por lo que informan los sentidos: qué oigo, qué veo, qué toco, qué huelo, qué saboreo; el paisaje interior, por lo que informan las cualidades del espíritu: qué recuerdo, qué imagino, qué siento, qué deseo o anhelo, qué sueño, qué pienso, qué intuyo.
Tercero, una vez definidos los dos paisajes, se proyecta uno en el otro y el resultado de esta fusión es el poema.
Estos poemas están escritos en prosa llana, bajo el principio de la búsqueda de la transparencia. El poeta aprovecha sus viajes físicos desde que era un niño de tres años y a partir de un recuerdo se descubre un ser en el mundo, hasta los viajes de madurez en busca del sentido de ese ser en el mundo. Así pues, es un libro de viajes: los paisajes visitados; un viaje interior, los paisajes preguntados; un libro de poemas en prosa, cuyo trasfondo revela la novela de una existencia, el curso de un río en sus meandros de amor y desamor.
Concluyamos esta reseña con dos poemas:
El pueblo sumergido
15 de diciembre de 1986, el autobús cruza el puente que conduce del nuevo Peñol a Guatapé.
Ella es todavía una niña abandonada, sepultando en el olvido los acontecimientos que habrán de fustigar el dolor de la mujer que un día llegará a los brazos de Él.
Mientras Él descubre en otros un silicio llamado desamor, la piedra se yergue sobre las montañas, al fondo, contra un cielo azul, como si la naturaleza misma hubiera levantado el más inmenso dolmen ritual en alabanza a un dios innombrado.
A la izquierda, en la represa orlada por el viento frío, emerge la torre de la iglesia del pueblo sumergido y, en la barra que atraviesa el pararrayos de la cúpula, un gavilán rasga las carnes emplumadas del pichón de tórtola.
Hontanar
31 de Julio de 2011, ocho y cuarentainueve de la mañana, el vehículo da vuelta en la pendiente hacia la izquierda, primero, y luego hacia la derecha, para detenerse frente al jardín del borrachero.
Alguien te enseñará que el elemental del borrachero es un duendecillo arrugado con las orejas caídas.
Sale de la planta, sobrevuela el aire de la casa e impregna con su fuerza protectora los resquicios que una mala energía pudiera aprovechar, así te lo explicará.
Mientras las almas de los que allí habitan no le den cabida por ellas mismas, el mal no entrará por la acción de fuerzas extrañas, agregará.
El balcón mira hacia el oriente y el sol, que se cuela entre las ramas del ciprés, llega a tocar con sus rayos las hojas de las plantas en las macetas y abrillantar los colores de la gamuza de los muebles.
En medio del bosque tupido se yerguen un par de casas de campo, arriba y abajo.
Además de iracas, bambúes y sauces llorones, hay en cada antejardín un borrachero florecido, cuyas campanas rosadas se dejan caer como guirnaldas desde las ramas, con su misterioso polen expuesto en los pistilos y el jugo espeso en la intimidad de sus corolas.
Y así como el elemental de la planta te protege, su producto, el extracto de la hermosa flor, domina tu voluntad o destroza el poder de la razón, hasta dejarte en la región del sinsentido, en un viaje sin retorno.
Sentirás, sin saberlo, la compañía del duendecillo que sonríe.
Al frente contemplarán la montaña empinada que, más allá del jardín y el bosque, se eleva hasta el alto páramo, donde el viento helado silba la canción de amor de los tiempos arbitrarios.
El amor es posible, dice el viento:
Mira en tu interior cómo un sentimiento de alegría y de dolor mezclados desciende hasta el pozo de tu alma y allí bebe de tus besos.
Escucha en tu lejano fondo el rumor de esos besos y entenderás cómo de ellos el sentido nace y se vuelve agua de la fuente pura.
Los labios que se juntan no son más que la aparición afuera del aroma de esas aguas.
El milagro es tan solo una partícula cargada de sentido, viajando por los torrentes internos de tu cuerpo.
El verdadero milagro es invisible, solo tú al sentirlo sabes; solo tú al escucharlo en tu hontanar lo reconoces.
Una velada en San Miguel Regla
Junio 3 de 2001, once y treinta de la noche, el leño arde en la chimenea de la cabaña campestre.
Se oye el rumor de la caída del agua.
Los gansos se internan en la dirección del centro del lago, plegado en V como una sábana tocada por el viento frío.
Una oscura noche envuelve la antigua hacienda española, en cuyos corredores de largos y altos muros se ahoga el grito de placer y rabia de la india, sometida por el amo mientras su hombre araña en las paredes para que aparezca el destello dorado en las grutas de la mina.
En el interior de la cabaña construida en el campo para albergar a los turistas, velas el último leño que hace de la estancia una burbuja cálida y esparce el olor a sándalo que se mezcla con los humores de los cuerpos:
Recuerdas el raudo automóvil blanco en la interminable carretera;
recuerdas la milpa tierna creciendo entre los nopales y las cañas secas del maíz, a lado y lado;
recuerdas la estampa del Popocatépetl en el horizonte, trazada por el eterno pintor de paisajes;
recuerdas la iglesia de Tuilancingo de puertas cuyos goznes elevaban un lamento de siglos y de atmósferas vivas que ilustraban los sórdidos ambientes imaginados en la lectura de Rulfo, las mujeres de negro y la mano helada del viento en Luvina;
recuerdas a la india de Huasca con el traje blanco bordado en rojo y cobre…
Sabes que no es el amor lo que reúne a los cuerpos en la cabaña.
Ella duerme exhausta, para despertar después, ávida de tu sexo, felina que araña y maúlla.
Pero no es allí, ni contigo, donde Ella puede apagar el ansia de matar las ratas que aparecen en sus sueños desde la lejana infancia, cuando detrás de las cortinas de la alcoba paterna, el borracho golpeaba y poseía.
Mirando así su sueño comprendes:
«También el odio busca en los cuerpos el bravo placer que nada puede redimir».
Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado varias novelas, entre ellas: «Amada está lavando» (1979); «Del barrio las vecinas» (1987); «Los cantos de Isabel» (2000); «Memoria del pez» (La Habana, 2002; Bogotá 2017); «Cantar del retorno» (2003); «Todas las palabras reunidas consiguen el silencio» (2017), entre muchas otras. Además, los libros infantiles: «Valentina y el teléfono mostaza» (2018); «No es tan gallina porque adivina» (2018); «Adivine pues» (2020) y «Cuentos infantiles para libros álbum» (2020), entre otros. Ha publicado los siguientes libros de ensayo: «El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes» (2003); «El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas» (2007); «El cuento es el rey de los maestros» (2007), entre otros. Y los siguientes libros de cuentos: Los «relatos de La Milagrosa» (2000); «Los guardianes inocentes» (2003) y «Los animales del cielo» (2019).
