Editorial

Por Luis Fernando Macías


Música y poesía [1]

Se oye decir que la música es la forma más elevada entre las artes. Sobran razones: nada hay en el mundo que determine la atmósfera de los sentimientos, las sensaciones y las pasiones de manera tan inmediata y eficaz como la música; no existe un lenguaje tan universal y comprensible por los hombres de todas las naciones y épocas como la música; la música es expresión directa del Espíritu, más allá de la comprensión consciente y aun en la conciencia misma; como el agua, asume la forma del espíritu que la recibe. Ahora bien, la poesía es música en palabras. La elevación de la poesía se produce en el refinamiento del oído, pues la poesía se escribe y se lee con el oído. Pound recomendaba oír poemas en voces de lenguas desconocidas para captar el ritmo de fondo de la poesía, para aprender a percibir esa música que subyace al sentido de las palabras y que como la música instrumental lleva un lenguaje de sentimientos y pasiones, una significación del alma. “Música y poesía, misteriosas formas del tiempo” [2].

“De ahí el repetido recurso al diálogo en las obras del propio Platón, en los libros perdidos de Aristóteles, en Galileo, Hume o Valéry. Porque preserva dentro de sus formas fijadas por escrito la dinámica de la voz que habla, porque en esencia es vocal y afín a la música, la poesía no solo precede a la prosa, sino que es, paradójicamente, el modo performativo más natural. La poesía ejercita, nutre la memoria como no lo hace la prosa. Su universalidad es incluso la de la música; muchos legados étnicos no tienen otro género. En las escrituras hebreas, los elementos prosaicos están imbuidos del redoble del verso. Leídos en voz alta, tienden al canto. Un buen poema comunica el postulado de un nuevo comienzo, la vita nuova de lo inaudito”. [3]

Como una muchacha, la palabra es invitada a participar en los tres bailes del poema: el primero es la fiesta de sonidos que despliega el tendido sintáctico de los versos, donde cada bailarina esparce sus sílabas una por una en una hilera que, al llegar hasta el borde de la línea, cae a la siguiente como la masa de agua rápida que se precipita entre las piedras de la cascada. El segundo es un resorte que se va tensando entre los dos planos del lenguaje, significante y significado; su aspiración es la armonía de ese acercarse y alejarse propios de la danza que se fragua entre el decir y el ser; y su gloria sería ser lo que se dice. Y el tercero es el ritmo interior que, sumado al de las otras palabras, las vecinas, va produciendo un flujo de aguas que arrastra en su cauce pasiones, sentimientos, emociones.

“Pater escribió que todas las artes propenden a la condición de la música, acaso porque en ella el fondo es la forma, ya que no podemos referir una melodía como podemos referir las líneas generales de un cuento. La poesía, admitido ese dictamen, sería un arte híbrido: la sujeción de un sistema abstracto de símbolos, el lenguaje, a fines musicales. Los diccionarios tienen la culpa de ese concepto erróneo. Suele olvidarse que son repertorios artificiosos, muy posteriores a las lenguas que ordenan. La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico. El danés que articulaba el nombre de Thor o el sajón que articulaba el nombre de Thunor no sabía si esas palabras significaban el dios del trueno o el estrépito que sucede al relámpago. La poesía quiere volver a esa antigua magia. Sin prefijadas leyes, obra de un modo vacilante y osado, como si caminara en la oscuridad. Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto”. [4]

“Por su parte, quien asume la actitud filosófica, asume también la responsabilidad de sus palabras, que serán por ello declaraciones cargadas de una nueva pretensión. Creo recordar que en una de sus lecciones Ortega y Gasset hacía recaer la diferencia entre el decir del poeta y el decir del filósofo en la falta de responsabilidad del primero, Bajo el logos de la poesía no encontramos la unidad —coherencia, continuidad— de alguien que no solo da razones, sino que ofrece también razones de sus razones, que tal es el filósofo, decía Ortega. Mas, el poeta ofrecerá en cambio de estas razones de sus razones su propio ser, soporte de lo que no permite ser dicho, de todo lo que se esconde en el silencio; la palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y solo la órbita de un ritmo podrá sostenerla, porque es la música la que vence al silencio antes que el logos. Y la palabra más o menos desprendida del silencio estará contenida en una música”. [5]


[1] Artículo tomado del libro: Macías Luis Fernando. La expresión poética. Bogotá: Luna libros, 2022.

[2] Borges, en el Otro poema de los dones.

[3] Steiner, George. La poesía del pensamiento. Fondo de Cultura Económica / Siruela, México, 2012. Pp. 29-30.

[4] Borges, Jorge Luis. Del prólogo a El otro, el mismo, en Poesía completa, p. 165.

[5] Zambrano, María. El hombre y lo divino. México. Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1955. Pp. 76.