Abrimos este Décimo Número de Revista Esteros con una compilación de poetas uruguayas que busca —y lo consigue— crear vínculos entre nombres hasta hoy desconocidos y nombres claves de la tradición poética no solo de su país, sino del continente. Un libro que busca crear reconocimiento, marcar las fronteras luminosas de una habitación propia, como decía Woolf, una habitación a la que debe entrar, al menos una vez, con respetuosa admiración, toda América Latina. Estamos ante una compilación de poesía que busca, en palabras de las antologadoras, «Relacionarnos y poder referirnos entre nosotras sin olvidos y sin intervenciones, sin mediaciones de ese canon puesto en duda…». Del libro «Flores raras…», de Yaugurú Editorial, 2023, desde ahora fundamental para la poesía de Hispanoamérica.
Compilación y edición: Silvia Guerra y Jesse Lee Kercheval
Selección para Esteros de Juan Suárez
En este conjunto abigarrado de obras de poetas uruguayas, quisimos hacer un recorrido para –quizá– visualizar un entramado de vínculos, parentescos, intereses, intuiciones, a veces oscuras y dolorosas como mudas puntas filosas.
Sabemos que en Uruguay ha habido una larga lista de poetas mujeres destacadas, desde el 900 hasta ahora, que empiezan a publicar y participar de la vida intelectual con más o menos reconocimiento, pero no terminamos de entender muy bien a qué se debe esa proliferación, esa «genealogía de madres» como decía Diana Bellessi en los tempranos años 90 del siglo XX.
Observar en esa genealogía un camino, una filiación, posibles constelaciones, nos acerca y nos da elementos para entrever una trama continua, en la que nos hace bien reconocernos y volver a pensarnos desde esa red, dentro de ese entramado.
Saber de nuestras antecesoras nos fortalece. Conocer y sentirse parte de esa trama puede dar una especie de confianza, de alegría, de hilo a seguir. Descubrir posibles lazos, nos vuelve a demostrar que una relectura de continuidad nos acerca, con otro rumor, a nosotras mismas y a nuestro trabajo. Nos vincula con maneras de ver o pensar, con búsquedas o intentos.
Se puede pensar en procesos y no tanto en singularidades aisladas –aunque las singularidades, por supuesto, existen– y ahí están para abrir la rendija y vislumbrar más allá, desde el extremo que la singularidad provoca.
Es con esa idea de trama, de urdimbre, de vínculos, que vamos al encuentro de espacios anteriores, respiraciones, ritmos que, de alguna manera, prefiguran obras posteriores.
Aquí reunimos poetas nacidas entre los siglos XIX y XX, –entre 1845 y 1939– con el antecedente de Petrona Rosende (1797-1863) como pórtico (y cierre) de esta constelación. Es interesante ver los intereses que se repiten, los temas a los que se vuelve, cómo manejan las mujeres el ámbito doméstico como lugar de acción, de vida, cómo muchas veces posan el ojo en las mismas minucias, y cómo todo eso se vuelve tema en tanto material de escritura y también, cómo deviene en pensamiento de género.
En un país en el que hay tantas buenas poetas reconocidas, si miramos de cerca antologías o muestras, el número de poetas hombres recogidos allí es muy superior al de mujeres, a veces por abrumadora diferencia. Entonces, lo que podría haber sido una excepción –que hubiera un número similar de poetas hombres y mujeres antologados o incluso, que hubiera más mujeres que hombres– vuelve a aplanarse para replegarse a lo archiconocido.
En este trabajo relevamos, además de incluir a las llamadas canónicas, a poetas que, teniendo una actuación indiscutible, como Susana Soca –aunque conocida y con una mirada creciente en los últimos años sobre su obra– no forman parte de ese canon que, aún con cambios, se mantiene firme. Incluimos a otras que quedaron fuera de la línea de flotación, de la mínima línea de lo visible, aunque cuentan con un cierto –a veces controvertido– reconocimiento de sus pares, como Concepción Silva Bélinzon. Otras autoras que, por publicar fuera de Montevideo, han quedado en la penumbra indiscriminada, como podría ser el caso de María Díaz de Guerra (Maruja Díaz), o Antonia Artucio Ferreira, –la primera mujer en hacer una antología publicada en España en 1923–. Julia Clavel o Gladys Burci también entran en esa categoría.
En un país macrocefálico por excelencia, en el que lo que no pasa por Montevideo prácticamente no existe, –con escasas excepciones, como la de Circe Maia– pensar en la doble traba de ser mujer y vivir fuera de la capital puede sacar de circulación a varias autoras. Sabemos que la poesía uruguaya se ha contado desde la capital, que las/los poetas –y muchos de los demás escritores no nacidos en la capital– han peregrinado hacia Montevideo, ya que «ser de afuera» y por allí quedarse es, literalmente, quedar fuera.
Incluimos también aquí a algunas poetas ya completamente marginales, como lo es Virginia Brindis de Salas. Caso que llama la atención especialmente, dado que fue una persona con un gran trabajo como poeta y activista afrodescendiente, reconocida por poetas importantes de su época, con quienes mantuvo trato, –como Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou o Nicolás Guillén–, y ha sido completamente ignorada. En los últimos años ha sido revisada por algunos investigadores y su obra musicalizada por la cantautora Patricia Robaina, pese a lo cual sigue siendo inmensa la ausencia de reconocimiento hacia ella.
También incluimos a autoras prácticamente desconocidas, como Edgarda Cadenazzi –quien recientemente ha sido publicada por los investigadores uruguayos Javier Costa Puglione y Héctor Gómez Estramil– o María Mauricia Gutiérrez, de quien sabemos de su existencia gracias a la constancia e insistencia de la docente y crítica literaria Graciela Mántaras Loedel, quien además de nombrarla y referirla, publicó la única obra que conocemos de ella en la Revista de la Academia Nacional de Letras, y que en parte fue recogida por los antólogos de La ballena de papel, antología de poesía de Maldonado (2017, que homenajea con su nombre a la revista que saliera en el departamento entre 1968 y 1973), que la incluye.
Prácticamente desconocida también es la mucho más reciente poeta Ana Vila. Hay olvidadas que, sin embargo, tuvieron un reconocimiento importante en su época –como Luisa Luisi o María Carmen Izcúa Barbat, por ejemplo–.

Es probable que se pueda hacer otro trabajo igual de voluminoso con otra serie de mujeres poetas no incluidas aquí. Este no es un relevamiento exhaustivo de todas las poetas que han escrito y publicado en nuestro país. Las que finalmente decidimos incluir, nos parece, forman parte de ese entramado al que aludíamos al inicio. Por ejemplo, Izcúa Barbat tiene una serie de poemas dedicados a las frutas, que cobra paralelismo con Identidad de ciertas frutas de Amanda Berenguer. O el tratamiento de la infancia como paraíso perdido en Clara Silva, inmediatamente ubicable detrás del paraíso perdido de Vilariño. Incluimos en Izcúa Barbat y en Berenguer el abordaje a las mismas frutas, con esa idea de diálogo subyacente, que sostiene, tenso y lúcido, a esa gran poesía escrita por mujeres en nuestro país. Repensar esa subyacencia a la luz de una genealogía más larga de la que sospechamos, es aspiración de este trabajo. Lo que es evidente es que hay muchas autoras, dentro de las marginales, o poco o muy poco conocidas, cuyas obras tienen valor poético, y que han quedado al margen por diversas cadenas de circunstancias en las que, por supuesto, entra el género, el origen social, el lugar desde donde escribieron.
En esta búsqueda, encontramos poesía de raigambre filosófica, religiosa, tanguera, futurista, surrealista, erótica, nativista, conversacional, amorosa, filial, sobre la maternidad; temas y formas, mundos y posicionamientos completamente variados. Decidimos incluir a las canónicas, justamente, para que el tapiz cobrara más sentido, para que se intuyeran los caminos, las derivas, las fugas por las que se llega a una obra consolidada. También para retomar esta idea de lo inacabado de muchas para lo acabado en algunas. Las lecturas y las instancias de lectura se pueden apreciar de una a otra época, y, muchas veces –con razón o sin ella– la falta de posibilidad de reconocimiento de esas antecesoras, cuando evidentemente allí están, y han estado, con su escritura y su trabajo.
En varios casos se pueden reconocer huellas, en una u otra poeta, de una u otra poeta anterior. Nombrarlas, referirlas, traerlas a colación en el pensamiento o en la letra, también es un proceso. Eso, como parte del camino que recorremos a diario y en el que poner foco en las que nos anteceden, nos permite identificarnos con la hora en que estamos como mujeres y nos posiciona de una manera radical: la radicalidad de pretender construir espacios colectivos, darlas a conocer, recuperar maneras de reconocerse, acercar los procesos de las que nos precedieron, leer por nuestra cuenta propia para caer en la cuenta de legados, de recorridos, de huellas. De este modo, tener claro que generar lazos puede ser, en sí mismo, un ejercicio de resistencia.
Relacionarnos y poder referirnos entre nosotras sin olvidos y sin intervenciones, sin mediaciones de ese canon puesto en duda –aceptado o no– peleado muchas veces, pero siempre legitimado desde el patriarcado ancestral. Cambiar una genealogía es cambiar el pasado, y devenir otras, que seremos. Si recomenzamos a referir a nuestras antecesoras, a reconocer entre las mujeres anteriores nuestras referencias, algo fundamental empieza a moverse. Desde el espacio del afecto, la trama será aún más resistente, más luminosa y más iluminada. Con seguridad, infinitamente más resistente.
Los poemas que incluimos en esta selección están tomados de las primeras ediciones (en la mayoría de los casos se trata de ediciones únicas) siempre que fue posible, por lo cual nos mantenemos fieles a esa edición, respetando la puntuación, las mayúsculas y el formato original, y así lo especificamos al final. En el caso de poetas reconocidas y de mucho más fácil acceso, utilizamos, como fuentes, obras reunidas.
Silvia Guerra / Jesse Lee Kercheval

Dorila Castell de Orozco (1845-1930)
Lechuza
Dice que anuncias la muerte
Donde gritas y te posas.
Que huyes del sol porque brilla
y eres hija de las sombras.
Que sondeas el misterio
Con tus pupilas redondas.
Y siempre abates el vuelo Sobre las fúnebres lozas.
Pues descíframe si puedes
Este enigma que me agobia:
¿Dónde es que empieza la vida,
En la cuna ó en la fosa?

Luisa Luisi (1883-1940)
Yo soy la piedra inmóvil…
Yo soy la piedra inmóvil, junto al camino vivo,
el árbol envidioso de la nube andariega;
estoy sentada y muda al borde de la vida,
mientras la senda sigue su marcha hacia el futuro.
Pasan inquietos seres: caminantes, arrieros,
parejas enlazadas y familias contentas:
chiquillos juguetones hirvientes de energías:
pasan ancianos, pasa la juventud; se van…
Pasan… pasan!… Yo siempre en mi lugar estoy;
soy la piedra sentada un día y otro día;
el árbol, engarzado en la misma actitud:
árbol… persona… piedra… ¡Ya no sé lo que soy!…

María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924)
El ataúd flotante
Mi esperanza, yo sé que tú estás muerta.
No tienes de los vivos
más que la instable fluctuación perpetua;
no sé si un tiempo vigorosa fuiste,
ahora, estás muerta.
Te han roído quién sabe
qué larvas metafísicas que hicieron
entre tu dulce carne su cosecha.
En vano
el mágico abanico de tus alas
con irisadas ráfagas me orea
soltando al aire turbadoras chispas.
Yo sé que tú eres de esas
que vuelven redivivas en la noche
a decir otra vez su última verba…
Ya te he visto venir
blanca y piadosa como un santo espíritu
sobre el vaivén de las marinas ondas;
te he visto en el fulgor de las estrellas,
y hasta los bordes de mi quieta planta danzan tus llamas en festivas rondas.
Pero si al interior vuelvo los ojos
veo la sombra de tu mancha negra,
miro tu nebulosa en el vacío
dar poco a poco su visión suspensa;
sin el miraje de los fuegos fatuos
veo la sombra de tu mancha negra.
No llores porque sé; los ojos míos
saben vivir en lontananzas huecas;
míralos secos y tranquilos; márchate
y el flotante ataúd reposar deja
hasta que junto a tí también tendida
nos abracemos como hermanas buenas
y otra vez enlazadas nos durmamos
en el sepulcro vivo de la tierra.

María Carmen Izcua Barbat de Muñoz Ximénez (1885-1952)
Fresas
Me he pasado la tarde
En procura de fresas,
Retornando hechizada
Con la rica cosecha.
De corales maduros
He enjoyado la mesa
Y parece que todo
Se zahumara de huertas.
Hoy están mis mejillas
Más rosadas y nuevas,
Y hasta el alma imagino
Acolchada de fresas…

Delmira Agustini (1886-1914)
El intruso
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
Cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
Luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
Tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
Bebieron en mi copa tus labios de frescura,
Y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
Me encantó tu descaro y adoré tu locura.
Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
Y si tú duermes duermo como un perro a tus plantas!
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
Y tiemblo si tu mano toca la cerradura,
Y bendigo la noche sollozante y oscura
Que floreció en mi vida tu boca tempranera!

Juana de Ibarbourou (1892-1979)
El grito
Yo comandaba el día: era mi barco.
Navegaba la luz: era mi río.
Y no quería más que peces de oro
En el destino.
Nunca se vio más libre marinero
Ni barco más lujoso de banderas.
Lo escoltaban delfines,
Arpas eran las velas,
Luna y constelaciones
Dábanme las totales pedrerías.
De noche, ruiseñores;
En el alba, la alondra;
Rosa en el mediodía.
Nunca se vio más rica criatura.
El mirto y el laurel vallas tejían
Al cauteloso paso de la loba,
Y en las frutas maduras,
La miel a los colores ascendía.
Yo decía:
–La mañana celeste
Está en el equilibrio de los mundos.
Se rompe la armonía si anochece.
No es verdad más que el himno y el profundo.
Sentido de la rosa al mediodía.
Yo decía:
–Sólo el grito de gozo es la palabra
Y la flecha de Eros es la cifra.
Está en la sangre la bondad antigua
Del principio sin mancha y la sonrisa.
Yo decía:
–cierta y exacta es la esperanza.
El cielo anda en el sueño y la vigilia.
La balanza no existe, porque todo es inocente.
Mentira son la muerte y la batalla.
Así llegué hasta el límite, confiada.
Habían roto los crinados vientos
Las vallas de laureles,
Y sobre un pronto mar de furia,
El tiempo naufragaba.
Yo grité entonces:
–¿Quién me ayuda al ancla?
Respondieron los ecos:
¡Quién me ayuda al ancla!
Y sentí que ya era, en el silencio,
Un grito desolado mi llamada.

Sofía Arzarello (1897-1981)
La tangente
Los cabellos del agua aún tienen memoria.
Ella es más antigua y desdibujada.
Por debajo del mar corriendo y cantando
lleva su ciervo de cristal.
Si tu corazón ya fue dividido en pájaros
puedes ser el brincador que la descubre
y grita ah, para dentro de su boca.
Te hablo de una ausencia
de la que nunca se vuelve del todo.

Antonia Artucio Ferreira (1889-1979)
Amanecer otoñal
Madrugada de un día de Otoño…
Al través de los vidrios, contemplo
Los tejados cubiertos de escarcha,
y vislumbres de Sol, allá lejos…
Despacito, camino del campo,
pasa un carro muy grande y muy viejo,
que repite su agudo chirrido
por las calles vacías del pueblo.
Y recorren las huellas cantando
los gorriones, en loco entrevero,
por comer las semillas de pasto
que, al pasar aquel pasto, cayeron.
Poco a poco la voz afectada
del humilde y alegre boyero,
con efímero encanto se pierde;
por las calles desiertas del pueblo.
Como tú, pasaré inadvertida,
con mi carga exquisita de ensueños
derramando semillas de mirtos
sin pensar en qué manos las dejo…

María Adela Bonavita (1900-1934)
¿Quién acecha?…
Es de noche.
La sala está alumbrada
con una luz muy dulce,
pero la puerta no está
abierta sino casi cerrada…
de modo que, ahora, una
rendija oscura me mira
fijamente como pupila extraña.
Yo tengo miedo. Tiemblo.
Sé bien que no habrá nadie
si abro la puerta y miro.
…Y, no obstante, como
si fuera ahora la puerta
un velo rígido, alguien la
corre un poco, para
vichar, terrible, fantasmal y
burlesco.

Concepción Silva Bélinzon (1903-1987)
Encontrar un amigo
Han tapado las puertas y ventanas
también las escaleras.
Traemos el pasado
fundadores de tumbas y de jueces,
y esa larga injusticia del recuerdo:
sobre la mesa blanca,
dos bandejas intactas
donde se alinean peces
y no se llena el plato de los pobres.
Pero usted es usted de todos modos
donde viven magnolias
donde crecen los gatos bajo nieve.
Se me enfrían los ojos y las manos;
la derecha, tenía un caramelo.
Pero usted es usted de todos modos:
caprichoso, monótono,
que tiene y da
que tiene y da
que tiene y da:
y hemos ganado todo, todo, todo.

Esther de Cáceres (1903-1971)
Retrato
I
Vengo de un tiempo triste e incendiado
caminando entre espanto y maravilla.
He visto muertos solos;
libros puros, perdidos;
altas puertas cerradas…
¡Y soy triste y alegre todavía!

Selva Márquez (1903-1981)
La puerta abierta
Pensamos una vez
que no había
no había nada mejor que nuestra puerta
con su cerrojo bien echado
y su aldaba quieta.
La noche mordía como un ácido
el umbral y los clavos
y los pedidos de socorro se morían
de fatiga y de horror a su costado.
Alguna mano oscura nos llamaba
arañando y golpeando…
La moneda de luz, en nuestra mesa,
sobre la placidez de nuestras manos!
Fue cuando aquella calle se nos vino en oleadas de niños sin zapatos
cuando en el hombro nos tocó la Mano!
Abrimos nuestras puertas a la noche
y el dolor se hizo un hueco a nuestro lado!

María Elena Muñoz (1905-1964)
La carta
Un sobre de cuatro horizontes, el cielo.
La luna,
Un sello de plata.
Adentro,
La clave que tanto buscamos
Y que no alcanzamos.
Una mano invisible nos muestra de lejos la carta.
Sólo pueden leerla las almas que emigran.
Para nuestros ojos
Es eterna la carta cerrada.

Clara Silva (1905-1976)
IV
Un indio Tabaré tuvo mi infancia,
sombra errante
junto a un río de arpas sensitivo.
Qué despertar
qué rapto, qué escritura,
qué designios dormidos me descubrió la tierra que yo cruzaba impávida
extranjera y nacida…?
Cómo decirte, huésped en mi canto sombrío,
cómo decir que palidecen solos
en la vaguedad de sus coronas
mis amados señores de la alquimia y el símbolo,
fantasmas de un parnaso
sin molienda ni aurora…?
Inclinada a tu origen
mi sangre empieza a conocer tu sangre,
majada que en la niebla se perdía.
Nace como otro canto subiendo por mi canto,
una pregunta abierta a tus caminos
donde me asomo
y pienso.

Blanca Luz Brum (1905-1985)
Pálpame como fruta de la noche
búscame en el hondo terciopelo
porque la noche es, tuya y mía
la noche donde tú y yo nos encontramos
nerviosos en la tiniebla ávida
con los nudos del deseo en la boca.
La que me hizo la espalda eléctrica
y agotada la sien
diente de fuego adentro de mis ojos
ceniza de la madrugada.
La noche que extrae los zumos de los senos
y la leche del vientre.
La noche que me sirves en tus manos
la que te trae y te inmoviliza en mis dedos.

Paulina Medeiros (1905-1992)
Poema de las cosas
Pobres de las cosas, que no pueden hablar
y que a veces se nos caen de las manos,
como en un aviso.
Pobres de las cosas,
centinelas dormidos
en la garita de los sucesos.
Pobres de las cosas,
cegadas a puñados
con el mezquino barro de las imposibilidades,
musgosas de sombra,
distendidas por el misterio.
Pobres de las cosas,
por todos sus poros nauseadas
de su destino único,
llenas de telarañas de rutina
en el útil costurero de los anaqueles;
nacidas en la muerte
como tú en la vida;
boqueando estériles
el señuelo de su advertencia.
Pobres de las cosas,
resquebrajadas por la espera,
y mostrándose siempre corteses
a pesar de su dolor tenso,
que a veces gira sin órbita
y explota
contra el suelo.
Pobres de nosotros,
que nunca sabremos…

Susana Soca (1906-1959)
Árbol de junio
En este árbol encerrado y solo
entre la rama izquierda y la rama derecha
antes de tiempo empieza el áureo río
entre las hojas rápidas y las más lentas hojas
donde el verde ya espera
el oro singular que avecina la púrpura.
Y oculta en la embriaguez de la sustancia
graciosamente subirá la muerte.
En el árbol el árbol
y la cima y declive de un río sin espacio
donde el precoz otoño estrechará al fantasma
de las jóvenes hojas.
En el árbol el árbol.
El boscaje que aparta el chamuscado muro
en la tierra sin aire de la piedra ha crecido.
Junto al follaje nuevo el follaje quemado
no por el breve tiempo sino por la pasión,
el follaje quemado
no por las huellas sino por los pasos
de algún verano que deslumbra y sigue.
En el árbol el árbol.

Edgarda Cadenazzi (1908-1991)
Pidiéndole al oleaje un reflejo de lonas
Soy una isla que se está muriendo.
Mendiga, y sólo tengo el beso de los cielos.
Pregúntale a los pájaros
si soñaron mi pecho
o rozaron mis días.
Mendiga y sólo tengo la amargura del viento
y tú que eres el agua
que no pensó en Dios
y el sueño de la espuma
que no quiere morir
dame de la esperanza
que alumbra como un pan
y hazme los ojos suaves
para verlas llegar.
Mendiga y sólo tengo la piedad del oleaje.

Elina Castellanos (1908-?)
Yo, alejada de mí
En este estar de mí tan desprendida
Con ojos tan ajenos de mirada
Vá naciendo una vida decantada
De materia y sentidos. Pura vida.
Yo lejana y fugaz, como transida
Del vivir que en mi ser toma morada,
Voy dando al exterior sólo mirada
Pero en una mirada sin medida…
Acaso sé lo que me embarga y siento?
Acaso vivo en mí cuando me anego
En esa beatitud que escapa luego
Si la quiero apresar en pensamiento?
No, sólo existo como en una entrega
A ajena vida que a mi vida llega…

Julia Clavel (1908-?)
XLVII
El árbol era un calado fino contra el cielo;
por su ramaje claro se vertía el ocaso;
menos que la transparencia de un velo:
la luz estaba en él como el agua, en un vaso.
Yo me miré esta carne triste en que me flagelo
a mí misma… ¡Ansia del cielo en que me abraso!
Tal vez un día logre este infinito anhelo:
ser una luz inmensa tras un ramaje escaso,
y hallar en mí una raíz menguada que me aferre
apenas a la tierra… ¡Ah!, ¡tan delgada y fina!
Mi carne no ha de alzarse como un muro obstinado,
que detenga el fulgor y que el cielo me cierre;
sino como este árbol, en que el tronco se afina,
y donde la luz filtra en un haz apretado.

Virginia Brindis de Salas (1908-1958)
Hay algo en mis venas
Vuelvo y me digo: la raíz es del hombre;
debe haber otra vez algo en mis venas,
reconociéndolo todo, penetrándolo todo,
como un largo puñal vestido de palabra.
Yo siento que me duele la piedra sin tocarme.
Aquí la fuga es mía, la disgregada cosa.
Hacedme herida, tiempo; golpeadme, tiempo, el sueño
que por mi herida sale, la estatua de mi silencio.
Algo tendré que busco los pétalos obreros.
¿Tendré altura de rosa? ¿No mediré ya el viento?
Alguien busca y encuentra por mis perdidas venas
la familia de luces que la epidermis calla.
Estos huesos que siempre los muevo, dirigen
si el armazón no fuera de una palabra, un (hambre)
si la mano en la sombra.

Alba Roballo (1908-1996)
Mi pradera
Espero su milagro, una noche de luna,
en mi campo extendido, asombrado de grillos
húmedo y fragante de nocturnas aromas,
de silvestres raíces y cálidas penumbras.
El espinar ardiendo, en la noche encendida
como si fuera el cielo invertido de lumbres.
El camino alargado, larga cinta vacía
y el viento de la noche dormido por las cumbres.
La sangre que fue mía, mi boca verdadera,
mis manos, mis cabellos y todos mis sentidos,
se hundirán en el aire fragante y campesino
en ávidas raíces hasta beber las piedras.
Y viviré otra vez aquella primavera
en que la luna me hizo un ramo de diamelas,
el río, mi gran cola de torcazas de agua,
para desposarme con el fauno de tierra
uniendo para siempre mis huesos y mi sangre
al corazón secreto de la inmensa pradera.

Sara de Ibáñez (1909-1971)
Viajo con una densa flor
Viajo con una densa flor de nieve
sobre el amoratado pensamiento.
La luz voraginosa
abre los ojos verdes de los muertos.
Viajo entre un sordo ruido de oraciones
comidas por el pánico del hierro.
La soledad me aparta
del calcinado muro de los huesos.
Viajo sin lengua: rompe las amarras
del canto un puño de salado fuego.
Voy quebrando una selva
de lágrimas sin rostro por el tiempo.

Amalia de Figueredo (1909-1992)
Vendrá la otra hora
Hubo la hora de crecer como los tallos
hubo la hora de los duendes en la casa.
Hubo la hora de cosechosa área
y la hora de estricta soledad.
Hubo la hora de la parte igual
y hubo la hora del despojamiento.
Adviene la memoria hasta los ojos
y no son sombras no son otros
son yo misma en mi encuentro,
el reto a mi encuentro, este balance.
(Es mucho morir de esta vigilia.)
Desordenarlo, astuta, olvidarlo.
Si vuelve, olvidarlo otra vez.
Que si hubo la hora de cargar el sueño
como quien carga la venturanza,
vendrá la otra, para qué toda cáscara
y el vendaval dirá.

Giselda Zani (Welker) (1909-1975)
Atardecer
El camino pastor se va tocando la flauta
para acercarse al puente fino de la lejanía.
Hay humo en la tarde
yo quisiera cruzar una calle de estrellas
Alguien detiene la vida en el cielo.
Hay humo rosado en la tarde
que besa la hierba reptante.
Yo me voy tocando la flauta del camino
pero algo de mi alma
ha quedado disperso en la calma del paisaje.

Arsinoe Moratorio (1910-1994)
Olvido
Torné mis latitudes de azucena
hacia las puertas de tu geografía
para seguir el ritmo de tu sangre
y tu corriente vertical de espiga.
Me llamé mansedumbre en la mañana,
cordera fiel sobre la luz baldía,
melancólica abeja prisionera
que sobre el seno de la ausencia liba.
Me dije corza para tu costumbre,
paloma para el tiempo de tu espina,
humilde grama para tus majadas,
prodigiosa raíz para tu arcilla.

María de Montserrat (1913-1995)
Confesión
Ante la tarde grave, azul confesionario,
bajo tus ojos, luces de una tarde más honda,
te confesé la culpa del alma que solía
arder en pebeteros de todos los aromas.
Y supiste lo humano de mi dolor supremo,
y el contraste que existe en el agua y la copa.
Haber estrangulado a un gigantesco sueño
y con las mismas manos acariciar las rosas!
¿Qué hiciste de mi culpa que no se arrepentía?
¿Qué desengaño hosco me dibujó con sombra?
Mi culpa era tan alta que nadie la veía.
¿Qué palabra por ella de vana se hizo honda?
Esperando la dulce palabra que no dices
desde tu cumbre, yo, la extraña pecadora,
melancólicamente, sueño que a más altura
que tú, podrán llevarme aún mis alas rotas!

Marynés Casal Muñoz (1915-2009)
Cómo decir
¿Cómo decir en lirios y amapolas
la más dulce canción de la alborada
si el pájaro en el musgo y en el río
pusieron su ternura tan lograda?

Idea Vilariño (1920-2009)
Tango
Yo vengo por la calle
compro pan
entro en casa
hay niebla y vengo triste
tu amor es una ausencia
tu amor digo mi amor amor
que quedó en nada.
Subo las escaleras
repasando esa historia
y me quedo en lo oscuro
tras de la puerta
amarga
pensando no pensando
en tu amor
en la vida
en la soledad que es
única certidumbre.

Amanda Berenguer (1921-2010)
Paisaje
Una estrella suicida, una luz mala,
cuelga, desnuda, desde el cielo raso.
Su cerrada corona acaso sangra.
Acaso su reinado es este instante.
Crecido el mar debajo de la cama
arrastra los zapatos con mis pasos
finales. Sacan los árboles vivos
un esqueleto mío del espejo.
En el techo los pájaros que vuelan
de mis ojos brillan fijamente.
Acaso no esté sola para siempre.
La mesa cruje bajo el peso usado
de las hojas secas. Un viento adentro
cierra la puerta y la ventana y abre
de pronto, entre cadáveres, la noche.
También mi corazón. Ya voy, tinieblas.

Gladys Castelvecchi (1922-2008)
Tarea
Te endilgan –así no más–
un cuerpo.
A vagidos, abonado de herencias
y rosa de los vientos,
hay que crearle ser, “el Yo profundo.”
Herencia y vientos.
El resto –todo el resto–
entre nieblas.
Vaya tarea.
Fárrago que te ocupa –quieras que no–
la vida
con la muerte incluida.
Es de temblar.
Buena suerte, vecinos.

Orfila Bardesio (1922-2009)
El pan
A la parábola de Lucas: «El hijo pródigo»
Y estando todos invitados
como cebras a la mesa de la madre pradera
tendida en verde superficie,
–y a beber de sus nubes
el licor de lo extenso,–
llamemos con los abandonados caramillos
a los pastores que se fueron lejos…,
y comamos con ellos el pan que es
el puro goce de estar juntos en la tierra
como aves reunidas en espacios inmensos,
–al sol abiertas alas ofreciendo, –sobre rocas
lejanas del invierno.

Ida Vitale (1923)
Paloma
Posada la paloma
en la pared blanquísima
blanca es y reverbera,
es de veras,
es verbo,
nos venga.
Blanca posada pide,
pasajera.
De pronto es negra.
Vuela.

María Díaz de Guerra (1923-2020)
El chingolo
Por qué se queja así
en el silencio de la tarde
ése.
Si los labios muriéndose
apretaran
mordiéndose murieran.
Este febril dolor
que no se acaba
esta rabia ardorosa
esta agonía.
Debe ser un chingolo.
Cómo se queja pobre
me acompaña
qué sabrá de mi pena su cabeza
su pico abandonado
de mi muerte tan lenta
entre cuatro paredes.
Yo quiero ir a buscarlo
los dos a consolarnos.
Qué tristeza ser pájaro.

Alcira Soust Scaffo (1924-1997)
Muchachas
Ellas corren
ríen
cantan
Elevan los brazos
y se les chorrea la luna por los dedos
se inclinan un poco así
en la tarde
y el crepúsculo tiembla
Caminan
y nadie sabe luego
por qué de pronto,
cantan
Miran
y las bandadas se elevan y retornan
y vuelven a elevarse
juegan
En ellas
vuelvo a ser una muchacha.

Gladys Burci (1925-2004)
Muchachas
Ellas corren ríen
cantan
Elevan los brazos
y se les chorrea la luna por los dedos
se inclinan un poco así
en la tarde
y el crepúsculo tiembla
Caminan
y nadie sabe luego
por qué de pronto,
cantan
Miran
y las bandadas se elevan y retornan
y vuelven a elevarse
juegan
En ellas
vuelvo a ser una muchacha.

María Mauricia Gutiérrez (1925-1990)
(V)
Árbol de invierno
Árbol desnudo, eterna
memoria de tus hojas
en silenciosos cánticos dormidas.
Desnudez y temblor,
espacio oscuro donde
la música resuena
vuelta silencio, despojo, soledad,
vuelta blancura, rastro
desvalido,
incesante rastrear en el silencio.

Dora Isella Russell (1925-1990)
Desamparo
Vuelve a nacer mi desconcierto antiguo,
en dura soledad ejercitado;
llanto que me duplica el tiempo exiguo
en que al amor retuve en mi cercado,
mientras cantaba el ruiseñor ambiguo
de mi liviano pecho desterrado.
Cuando nos daba su jazmín inquieto
la dulce tiranía del secreto.
Vino el amor con un andar furtivo
de tigresa domada que traía
el ágil despertar del beso vivo,
la fugaz llamarada que fue mía.
Sólo me queda el resplandor esquivo
de un desamparo cruel de mediodía;
sueño de hogueras a la luz abierto,
columna sin olvido
en mi desierto.
Todo parece ahora una mañana
que no ha existido nunca. Todo tiene
una borrosa indecisión lejana,
una amarga frontera que detiene
la mínima caricia, tan cercana
del azorado ayer que ya no viene.
Perdido el paraíso, yo no quiero
saber que sigo viva mientras muero.

Graciela Saralegui (1925-1966)
Segunda canción
Aquí también las casas
se derrumban
Aquí también el viento
se emborracha
Aquí también hay ojos
en las calles
Aquí también hay niños
que no juegan
Aquí también el aire
hace señales
Aquí también el cielo
no se acerca
Aquí también aquí también
estamos
esperando que cambie
alguna cosa.

Silvia Herrera (1927-2003)
Dos elegías en primavera
I
Tú me llevas.
Por si aprendo esa palabra oscura
tú me llevas.
Sin volver acaso nunca más, caminas por la noche
con un paso todavía inseguro.
Con el paso de los que aprenden de nuevo
la palidez de la tierra,
por si mueren acaso el agua y la sed juntas,
tú me llevas.
Veo el inútil viaje.
Veo el inútil tránsito, en el sueño
voraz de tu imagen.
Cuantas veces he llevado y traído este camino.
Conozco todas sus sendas, que nunca condujeron hacia el agua,
Húmedas de la lluvia, extraña madre, nodriza transparente
que viene siempre detrás de mí.
Pero, nuevo en el alma,
con el paso de los que aprenden de nuevo la tierra,
hacia donde se seca como un pozo de sal, como un hueso en la arena
el corazón de los hombres,
eso lo sé,
tú me llevas.
Agosto 23 de 1953

Selva Casal (1927-2020)
Tú como Lázaro
Saber que existes da color al alba
hace fluido el mar
tú como Lázaro resucitaste
en un amanecer
lo que quiero decir es tan hondo y extraño
que lacera mis vísceras
hace vibrar el aire
sólo por ti las cosas son
hijo tú no sabes la muerte yo tampoco
camino y me desgarro
girones de nosotros
quedan al hibisco abrazados
al hibisco que se enciende y se apaga
al rozar tu memoria
acaso mueren de nuevo los que han muerto?
acércate
encontrarás mi cuerpo en una esquina
mi único cuerpo sin fin y sin principio
como una catacumba
este dolor
esta pasión desesperada
este delirio del que vivo y me alimento
tú como Lázaro volviste
sólo por un momento
para soñar el mar.

Matilde Bianchi (1928 -1991)
Noche
Quién te habló de mi sombra,
quién te dijo que en las horas largas,
a todos cubro con mi negra veste,
fúnebre y desolada?
Quién te mostró mi senda,
quién ritmó mis palabras?
Quién me robó la oscura cabellera,
tenebrosa y fantástica,
quién me besó las manos estrelladas?
Por qué el azul simbolizó mi alma?
Yo soy la noche inmensa,
universal y trágica
La noche que en los tiernos silencios
suspira cabalgando,
atravesando los dormidos sueños,
amazona de besos y de astros.
Con la pupila abierta,
en la hora del tiempo,
desnuda, casi humana,
yo soy la ardiente musa
misteriosa y anciana.

Alba Tejera (1929-2010)
La casa de mi infancia
Había querido ver
la casa de mi infancia,
más estaba perdida en el sendero.
Cansada de vagar
fui hacia el mar
y navegué cantando;
pero la luna
su rostro veló.
Torné a mi bosque,
los árboles no me respondieron.
Mi felicidad estaba extraviada
con mi casa.
Al volver
te encontré en la orilla.
Tú me sonreíste
cuando yo sufría.
Reconstruiré en tu corazón
la casa de mi infancia.

Suleika Ibáñez (1930-2013)
Amor
X
Te besaba el amor de amor los oídos, los ojos y la boca,
amor en bruto, en luto, amor de un peso neto de nido, de lingotes de olvido.
A veces una boca azul de lobo, con el diamante de la muerte
como un pedazo de risa.
Te besaron la memoria, el vacío, a la tolondra, al desgaire.
A veces una alondra sosteniéndote el alba con su fantasma
orlado de rosa, a veces una terrible bestia dorada de la noche,
que se desplomaba con hedor a crímenes.
Labios de plata oscura, ojos de fuego obsceno abrían heridas
como escuelas o dispensarios en la ciudad oscura.
Sexo ya no sexo, apenas pan y vino, apenas una pluma de
claridad en el centro de la muerte,
y un ramo de amantes oriundo de la destrucción fue el muro
de tu resurrección.

Nancy Bacelo (1931-2007)
Sabés qué miedo
cuando cae la sombra
sobre la casa
(entendé, sobre el lecho,)
y empiezo a dibujar
–dolor en mano–
todas las formas
que el amor tenía
entendéme y pensá
cuántas secretas
impensadas maneras
costumbres de asesino
tiene la pena ésta.

Mercedes Rein (1930-2006)
En el café se encuentran
En el café se encuentran
después de medianoche
tres o cuatro sonámbulos.
Revuelven sus pocillos en silencio,
fumando sin mirarse, noche
–abajo.
No se ponen los lentes.
No suelen leer los diarios.
Están lejos de todo
cada cual con su angustia
y su ironía,
sus solapas gastadas
–los pobres– ya ni hablan
de Sartre y el vacío,
la dodecafonía
no llega a conmoverlos
como antes. Sólo tienen
un expediente en trámite en la Caja.
Como usted y como yo
esperan jubilarse
con un poco de suerte
el mejor día
y encontrarse –con qué?
Con el humo de un viejo cigarrillo
aquí en este café
donde estamos tan solos
–dan ganas de reírse–
solos frente a un vaso de agua turbia
y un pocillo vacío,
deseando que se acabe otra semana
para empezar de nuevo:
lunes, martes y miércoles,
la vieja calesita
cada vez más despacio
y el eco de una insomne tarantela
cada vez más distante,
jueves, viernes y sábado,
la musiquita ronca
del domingo con bombos y platillos
y globos y tranvías amarillos,
el nudo de una pena infantil
que ya no vuelve.
(Ya no se sueña con la vieja calesita
de banderines rojos,
caballos y jirafas.)
Cada vez más distante
y próxima, la tonta cantilena
que gira en el vacío de sus cráneos
y por eso se callan los viejos parroquianos
que se encuentran a veces después de medianoche
y fuman en silencio sin mirarse

Marosa di Giorgio (1932-2004)
Soy la Virgen. Me doy cuenta. En la noche me paro junto a las columnas y a las fuentes. O salgo a la carretera, donde los conductores me miran extasiados o huyen como locos.
Soy la Virgen. El Ángel me hablaba entre jazmines y en varios planos. Me dijo algo rarísimo; no entendí bien.
Voy por el antiguo huerto –Isabel, Ana– por las antiguas casas: quisiera ser una mujer en una de estas casas, una mujer en la ciudad, pero soy la Virgen; no se dan cuenta; busco otra aldea abandonada, otros cáñamos. Silba el viento. Los lobos están comiendo los corderos. A mi
diadema con las estrellas como lágrimas, con rosas y gladiolos, dalias negras.
Soy la Virgen.
Estoy sola.
Silba el viento. ¿Adónde voy? ¿Adónde voy?
Y jamás habrá respuesta.

Dina Díaz (1932-2020)
Sospechado infierno
IV
Con el horror atado a una pierna
como un lagarto muerto,
el hombre se sentó al borde del camino
y dijo, si es así no voy a seguir andando,
y vio pasar en lo alto del cielo
una bandada de patos salvajes,
qué saben ellos de esto,
y vio un estallido de mariposas blancas
que cubría el verde de la mañana,
oh qué saben ellas oh qué saben,
decía el hombre
mientras apoyada la cabeza sobre sus rodillas
recordaba sus pies libres y felices
corriendo por los campos.

Ulalume González de León (1932-2009)
L’esprit de la langue
No podrías hablar en pájaro
No podrías hablar en viento
No podrías hablar en mar
Te faltaría
creo
l’esprit de la langue
Lo que han dicho la ola el aire el mirlo
no admite discusión
Tú en cambio tuerces
retuerces las palabras.

Circe Maia (1932)
I
Una niña sentada y su reflejo
en el vidrio a su lado.
El follaje
detrás en la pared: luces y sombras.
Falsa quietud la imagen
falsa calma.
El rostro tenso, la mirada aguda
avanzan, penetrantes.
La mirada recibe-rechaza al mismo tiempo
la luz del sol, como si el pensamiento
opusiera otra luz, de oscura fuente.
Sale con limpia fuerza.
Es un sonido
que está, sin ser oído.
Movimiento
no visible, existente
por detrás de la imagen.

María Ester Cantonnet (1933-2017)
La noche
Porque la noche tiene
extrañas voces,
rostros mudos que desfilan,
manos abiertas como flores,
pájaros asustados
que tropiezan contra las puertas,
porque la noche tiene
extrañas voces,
estoy despierta.

María Gravina (1939)
Porque
hermana tuya soy
por aquellas cuestiones de la niebla
y de la puntería
porque decís mis gritos
y si te sigo hablando así
contra la lluvia
es porque hay mariposas
que están empecinadas
en no morirse ahora

Nidia di Giorgio (1939)
Ventanitas por el cielo
El cielo es un pergamino con un ojo pintado en amarillo.
Cae el sol como lluvia dorada transparente.
Las mariposas pliegan las alas en los escondites de las flores.
Los pájaros danzarines de plumas dibujan el nido, rehacen el breve lapso del amor.
Tomados de la mano cruzamos la inmensidad.
Y se abren ventanitas por el cielo.

Ana Vila (1939)
Precio
Precio es la estimación de un bien
en función de otro bien –el dinero.
Un señor de lentes en la feria
arrastra un carrito de alambre enrejado
le gustan las zanahorias
y el precio de las zanahorias
saca la billetera y paga.
También los tomates y observa
distintos tomates y distintos precios
de tomates y huevos y papas
y compara, elige y paga
entonces el carrito queda lleno
de precios
y la billetera vacía de papas,
zanahorias, remolachas.
Arrastra el carrito hasta su casa
y en su casa
se lo come todo.

Petrona Rosende (1797-1863)
A los que hacen versos a cada cosa
Poetas sabios
Los cuyo estros
Se evaporizan
Haciendo versos,
Por un chillido,
Por un bostezo,
Por un remilgue,
Por un tropiezo;
Salís al punto
Haciendo un verso.
Si no os enfado,
Decidme,
os ruego:
¡cómo pudiera
También yo hacerlos!
Porque mi
Numen
Está tan lerdo,
Tan perezoso
Y tan somero,
Que aunque lo insto
Y aguijoneo,
Se queda inmoble
Y se hace el muerto,
Y si apurado
Rompe el silencio
Movido acaso
De tanto ruego,
Versos me sopla,
¡Pero qué versos!
Unos son cojos
Otros son tuertos,
Algunos son mancos,
Y muchos ciegos.
Por lo que os pido
(Rodilla al suelo)
Me digáis cómo
Podré hacer versos
Tan fácilmente
Cual lo deseo,
Pues sabéis cuántos
Lindos sucesos
Presenta el mundo
En estos tiempos,
Que bien cantados,
En varios metros,
Me diera fama,
Honra y provecho,
Cual a vosotros
Os dan los vuestros;
Y así lograra
Tener por cierto
Vuestro cariño
Y honroso aprecio,
Lauros, coronas
Y loor eterno.

Silvia Guerra nació en Maldonado, Uruguay. Sus últimos los libros de poesía son: «Pulso», Editorial Amargord, Madrid, 2011; «Todo comienzo, lugar», Editorial Casa Vacía, Richmond, Virginia 2016; «Un mar en madrugada», Editorial Hilos, Buenos Aires, 2017. También editó «Fuera del relato» y un libro para chicos: «Historias de un pueblo que dejó de serlo». Es coautora, de un libro de reportajes y de varios libros de correspondencias de escritores reconocidos como Gabriela Mistral. Coeditó entre 2009 y 2011 el sello editorial «La Flauta Mágica». Entre 2008 y 2019 fue la responsable de los contenidos culturales de la Fundación Nancy Bacelo.

Jesse Lee Kercheval nació en Francia y creció en los Estados Unidos. Es autora de 15 libros entre narrativa y poesía. Sus libros de poesía más recientes son «La Crisis es el cuerpo» (Editorial Baja la luna, Argentina, 2020), una edición bilingüe; y el reciente «I Want to Tell You» de 2023. También es traductora, especializada en la poesía uruguaya. Ha editado «Poemas de amor/Love Poems: Idea Vilarino» (2020) entre muchas otras de poetas emergentes como la antología América invertida (2016). Sus últimas traducciones o cotraducciones incluyen libros de Silvia Guerra, Mariella Nigro, Fabián Severo, Tatiana Oroño y Luis Bravo. En la actualidad Kercheval es profesora emérita de la Universidad de Wisconsin, EEUU.

Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Poeta, editor. Máster en Teoría Literaria por la Universidad de Salamanca. Ha publicado 5 poemarios. Su libro «Las cosas negadas» obtuvo el Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021. Es editor en «El Ángel Editor» (Quito) y en la revista «Esteros».
