«Divinamente enferma». Recordando la poesía de Ileana Espinel

Cerca de su fecha de partida, recordamos a la poeta ecuatoriana Ileana Espinel Cedeño: su poesía que nos enfrenta a uno de los motivos más inquietantes y deslumbrantes: un cuerpo portador de la metáfora de la enfermedad.

Por Juan Suárez

Eran los inicios de este siglo. Febrero. El río Guayas lloraba en mudez la mudez perpetua de una de sus poetas mayores. Como si la muerte fuera solamente el cumplir de una promesa que ya la poesía había anticipado, Ileana se perdía, lentamente, «por las desoladas arterias de la urbe». ¿Qué hora sería la hora de la llaga final? ¿Cómo pesaron sus pasos leves sobre las «piedras enlunadas y grises del suburbio»? ¿Dónde quedó la tosferina que se encerraba con ella a charlar las tardes azules? Yo era muy chico entonces. Un niño que apenas había rozado el ala de la poesía en las rondas infantiles y en los versos desamorados que mi abuela me enseñaba a repetir como si fueran las tablas del nueve.
Conocí a Ileana mucho después de aquel febrero, entre los pasillos infinitos de la universidad y los consejos de mejor lector de mi amigo Xavier Oquendo. Entonces ya conocía algunos poetas, los suficientes como para que el alfiler del misterio se clavara en mi médula. Pero Ileana fue un golpe clarísimo. Una risa, un «sarcófago de música» ascendiendo en mis preguntas; sin hiperbolizar: «una llaga en la aguja sin norte de mis venas».
En ella descubrí, en sus poemas, la insistencia dichosa y febril de la palabra «enfermedad». Una palabra, hasta entonces y en mi vida, enferma en sí misma, tumoral, espantosa. En casa, mi madre había sido detectada, poco antes, con una enfermedad rarísima y desconocida. Se deterioraba —deteriora— lentamente, pero con visible certidumbre. La salud, la pulcritud, la cura, se habían vuelto casi religiones. Y las metáforas bélicas —esas de las que tanto habló Susan Sontag— se volvían cotidianas, comunes, más familiares que la risa: combatir, luchar, invasión, enemigo. Pero llegó Ileana, Ileana y su «dulzura de mar» rehaciendo el cuerpo enfermo, rehaciendo la tos y la fiebre para mi pensamiento «muellemente solitario». Ileana ofreciendo otra forma de comprender la enfermedad.
Quiero decir que la poesía de Ileana aterrizó en un terreno que hasta entonces ningún poeta había conquistado en mí: lo vivo. Me refiero a la vida misma. A la forma en que nos enfrentamos a las cosas comunes y diarias fuera de los libros, de las filosofías, de las teorías. La forma en que dialogamos con nosotros ante el espejo y la forma en que, en mi caso, dialogaba con el cuerpo enfermo de mi madre. De la poesía de Ileana saltaban cuerpos enfermos que eran adorables. Una fiebre altísima capaz de conquistar el universo. Una música de pastillas y cápsulas que celebraban la «dopada fiesta» en cuerpos entregados al éxtasis y al feliz delirio. Llagas, tricomonas ávidas de amor. Cuerpos que se desnudan para mostrar el ardor febril y las carcomas, sin el embellecimiento de la lírica y de la mentira. El amor, el amor una y otra vez. El amor a lo vivo y el repudio a las piedras que no se pueden enfermar porque jamás respiraron ni lloraron. El amor a la neurosis y al puñal de la tos en el pecho del hombre amado.
Ilena re-hizo, en mi cabeza de lector y en mis manos de escritor, la idea del cuerpo. El concepto de la fiebre —lejos del romanticismo y del biologicismo—. Rehizo las metáforas y los símbolos alrededor de lo agonizante. Me entregó, sin saberlo nunca, la posibilidad de pensar el cuerpo enfermo fuera de los límites de la batalla, de la lucha, del combate, de la cura, de la búsqueda de salud. Y, con ello, la posibilidad de redescubrirnos en comunidad y simbolizar a nuestros enfermos.
Espero que los lectores de esta nota se adentren en sus poemas y descubran ellos y ellas mismas las posibilidades que nos ofrece la poesía de Espinel para pensar nuestros cuerpos lejos de ser herramientas infalibles. La posibilidad de pensar el cuerpo que cae en la enfermedad como un cuerpo solamente, sin estigmas y sin preguntas y sin rechazos, un cuerpo natural y, como natural, hermoso, vivo. Y la posibilidad de hablar —hablarnos y escucharnos— sobre los cuerpos vulnerables que somos y que nos rodean y que no han tenido espacio en las líricas, en los discursos, en las metáforas. La posibilidad de utilizar nuestro lenguaje —como lo hizo ella hace más de medio siglo ya— para intentar ser más humanos e incluyentes con aquello que las lógicas de nuestra modernidad rechaza, juzga, combate.
Por eso esta breve nota, para recordarla. Para celebrar su poesía cerca de la fecha de su partida.

Tú sabes

Madre mía, tú sabes que cuando uno está enfermo
todo se dificulta:
hacer. Pensar. Reír. Y amar.
Tú sabes muy bien que cuando uno está enfermo
todo se hace insufrible:
el ruido de la máquina. El chirriar de la puerta. Y la voz.
Madre mía, tú sabes que cuando uno está enfermo
todo se vuelve trágico:
el color de la luna. El bramido del viento. Y yo.
Tú sabes muy bien que cuando uno está enfermo
todo se vuelve lívido:
la manzana en la mano. El eco del olvido. Y Dios.
Madre mía, tú sabes que cuando uno está enfermo
todo se hace adorable:
la sonrisa de un niño. La caricia de un ala. Y tú.
Tú lo sabes muy bien…
Y si lo sabes, di:
¿por qué te duelo tanto?


Paisaje

Afuera,
un carnicero espía de rodillas
la mueca azul del diablo.
El viento es un tranvía de puñales.
La calle: un sombrío y anarquista
puente de lágrimas.

Adentro,
la tosferina.
Y yo que clamo.


Prólogo

Entre onda y cielo naufragué.
Y era un dolor inmenso el mar

DAMASO ALONSO

Capitaneas –loco mar– mis sesos
con el oleaje de la sed que amas.
en tu navío de ceniza y llamas
oscuramente viajarán mis huesos.

El ángel hiela mi ecuador de besos
y me azota la frente con sus ramas.
Y mientras –solo y tempestuoso– clamas:
en él libertas milenarios presos.

Ya en mi paisaje tu letal espejo.
Tu dolida floresta. Tu pellejo.
Tu virus suelto. Tu dorada coz.

Y en tu menuda arquitectura mustia,
mi carcajada de polar angustia.
Mi trizadura. Mi salina voz.


Abril 8

Aquí, prendidas en un traje negro,
mil agujas de fiebre.
Una ráfaga larga de presagios.
El ala de un murciélago que rueda.

Aquí, mi sombra gris. Mi viaje oscuro.
Mi vuelo inútil. Mi sangrante hoguera.

Lejos, qué lejos, la inefable y dulce
canción del río. Lejos ya del alba.

Aquí, el mar. El viento despoblado.
Jesús muriendo. Mi alegría, muerta.


Balance final

… por este mar sin muerte y sin olvido
Juana de Ibarborou

Un caballo de sombras perseguido
por la sed luminosa del asfalto.
Un mar y un ángel con la espada en alto
desterrando de mí tu cielo erguido.

Un ansia pura, sin el tiempo herido
por el cerebro lúgubre que exalto.
Un rostro amurallado en el que esmalto
la fácil carcajada que has oído.

Una dolida juventud celeste.
Una dulzura cándida y agreste
en el amargo lápiz desvestido.

Un fiel remedio que no quiero darme.
Y un designio perpetuo de sangrarme
por este amor sin muerte y sin olvido.


Farewell

a la Luna

Princesa nacarada del Fracaso.
Laguna de los Cisnes eucarísticos.
Romántico y senil y negro vaso
de licores neuróticos y místicos.

Sileno de Anacreonte. Hiel de Heine.
Melena perfumada de Espronceda.
Cosquilleo inefable del empeine
voluptuoso de Leda.

Inhumana pagoda del artista.
Exquisito tugurio del burgués.
Corazón egoísta
con la sangre en las nubes y en los pies.

Plegaria de mi gata Rudilepsia
maullando de lujuria en el tejado.
Medicina que avivas la epilepsia
del esteta de al lado…

Flordelysada y gris Luna: navío
de fugitivas perlas,
desolada colmena de rocío
para las flores lerdas,
con este aristocrático derroche
de epítetos –colmados de malaria–
se fuga de tu noche
mi alma proletaria.


Balance mortal

Alma y carne gimiendo
un féretro esperando
a veces sin almuerzo otras veces sin cena
para honor de la glándula que engorda mi osamenta
tres litros de agua —diarios— de boldo para el mal
que detiene mis pasos
que siembra mi antológica mi suave piel nevada
de verdes rosas lívidas
la nostalgia la tonta azul negra divina
dejando con orgullo sus bellas posaderas
sobre un tatarabuelo canapé de tres patas
los diez años que hielan los huesos de mi padre
fugándose en un tiempo de atrofiados
murciélagos
la dulce y pura santa que me parió gimiendo
abrazada a su Cristo diminuto de palo
esta grave y sardónica y despiadada ráfaga
que se hunde aquí que a veces
piruetea y sonríe
desdeñando su vuelo de grises aves muertas
las voces incoloras de la calle sonando
el espejo del mar reflejando la angustia
exhausta
sin remedios sin médicos sin dioses
mil siglos bostezando
y en un cajón de cartas –insípidas o líricas–
un rizo de Oscar Wilde peinándose mi olvido.

El corazón no tiembla
el cerebro sin lámparas
se puebla de infinitas defunciones ambiguas.

La vida no ni el odio ni el amor ni las gentes
sólo mi sola sombra
las rosas putrefactas
los puñales del viento
las tricomonas ávidas el tiempo aborrecible
la Nada desangrándose
y todo tan completo
tan humano
tan simple
como la luz el pus y las carcomas.


Valium 10

Con una Valium 10 puedes cambiarte
lo negro en blanco y lo real en mito,
y pisarte el pretérito infinito
sin un paso que deba torturarte.

Con una Valium 10 tu ser podría
ilusionar al ángel de la angustia
y convertir esa sonrisa mustia
en cascabel de pánica alegría.

Con una Valium 10, tan sólo una…
(Y lanzarte en cohete hacia la Luna
tras una noche insomne como esta.)

¡Ah, pequeña pastilla milagrosa
que levantas mis nervios de su fosa
con un responso de dopada fiesta!


Dislate con pastillas

Pertranquil
Esencial
Pankreoflat
Flaminón
Peridex
Baralgina
Tioctán
Persantín
Buscopax
Irgapirina
mosaico adocenado
del templo drogadicto
que oficia diariamente
en mis entrañas
(todo para que el hígado
el insomnio los nervios
el músculo cardíaco
los dedos que hormiguean
retracen los relojes
que marcan sin remedio
el infallable paso vencedor de la muerte).


Ileana Espinel Cedeño (Guayaquil, Ecuador, 1933). Poeta, periodista y crítica literaria. Perteneciente a la conocida como Generación del 50, fue una de las representantes y renovadoras de la poesía escrita por mujeres en Ecuador en la segunda mitad del siglo XX. Fundadora del club poético de Guayaquil junto con Miguel Donoso Pareja y David Ledesma, fue editora en los periódicos El Universo, El Telégrafo y La Nación. Algunos de sus libros más destacados son «La estatua luminosa» (1959), «Arpa salobre» (1996), «Diríase que canto» (1969), «Tan solo trece» (1972), «Solo la isla» (1995) y «La canción sin retorno» (2018).


Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Poeta, editor. Máster en Teoría Literaria por la Universidad de Salamanca. Ha publicado 5 poemarios. Su libro «Las cosas negadas» obtuvo el Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021. Es editor en «El Ángel Editor» (Quito) y en la revista «Esteros».