Laura Sofía Hernández (Colombia)

No creáis que por tratarse de sus primeros poemas hay aquí una voz menor de la poesía. Me parece advertir lo que esta joven poeta será cuando su obra se vaya realizando. Tal vez desde ahora escucho las campanas que celebrarán el nacimiento de una voz poética original, una suerte de llamada del misterio de la poesía que elige para revelar las palabras de los corazones puros.

Por Luis Fernando Macías

Tejedora de sombras

Mujer que se entrelaza con mi luna
y desenreda el hilo
que guía la salida de los sueños,
compañera de palabras,
dulce voz
que me saca de apuros.
Amiga de indultos,
hermana de insanidad,
tejedora de lucidez,
construiste mi mundo en tus palabras
y ahora se quedan cortos los intentos
de referenciar tu existencia.
Es la oscuridad nuestra posada
y la noche se ha convertido en trinchera,
pequeña mujer de brazos pálidos
que encarcela luminiscencia entre sus dedos,
te agradezco por ser fauna de mi inocencia
y agonista de mi impiedad.


Idilio

No sé si escribir del mar o de lo bella que lucías hoy,
tampoco me place decirle al mundo que haces el amor como una diosa
o revelarles que, en nuestra intimidad, he jurado conocerte más de mil veces
de una manera diferente.
Ni mostrarles qué tan maravillosa te ves cuando el sol golpea tu media cara;
y eso que podría recalcarles que despertar a tu lado es aún tan placentero
como dejar que las olas golpeen tus pies
después de un largo día.
Podría decirles que eres mi musa,
que no hay función que no cumplas,
que cuando incumples, lo haces con clase y soberbia,
lo que es, aún para mí,
parte de tu encanto.

Podría jurar que mi dureza y tu ternura compaginan,
mientras lucho por el mundo, tú luchas contra él
y nunca de una mala manera.
Cuando callas y lloras, pero mis gritos sacuden la habitación,
podría jurar que, al final, hacemos el silencio perfecto:
uno de los pocos que no gritan verdades amargas,
testimonio incluso, que no es completo,
que él mismo nos habla,
Nos cuenta que así no sea de nuestro conocimiento,
mientras acaricio tus brazos,
mientras mis labios te recorren
y tus lágrimas poco a poco
han de desleír con mi sudor,
nace el amor,
no se hace,
y no en un mal sentido
le matamos unos días.
Claro que le matamos y
nadie nunca entenderá por qué
quizás ni nosotras.
Son las cosas del silencio.
Entre todo,
cuando le escuchamos,
dice que somos adictos a nacer,
que nos hemos rehecho la infancia
una y otra vez,
que amamos como adolescentes,
tan histérico como verdadero,
y que para eso,
hay que matarse de vez en cuando
para nacer y rehacerse,
y aburrirse,
y volverse a apasionar
y morirse y nunca saber en qué momento,
si en la pasión o en la enfermedad.

Y lo he comprendido algunas noches,
cuando la penumbra me toca
y estás lejana,
es mejor matarse de amor,
y nacer vuelta pasión.
Nunca tú lo entiendes,
tus lágrimas han decantado mil partidas,
pero sé que volverás,
porque sé que, aunque ames el ruido,
el silencio que te he dado
ha dejado acaso dentro de ti
un cariz de amor
que he construido
donde te doy las instrucciones,
las explicaciones
de nuestro idilio.
Y te has percatado,
casi inconscientemente,
de que algunas veces
morimos
para renacer en idilio;
pero no dejarnos perecer en él.


Vestigios

A veces llevo el vestido que te gustaba,
y miro, hecho pedazos,
el reloj que me dejaste,
y pienso si tu recuerdo también lo está,
y no anticipo
que quizá tu rostro tiene unas pecas más en mi memoria
o que tus ojos compartían el mismo color
y que tus labios no se esfumaron junto a los años
y que tu risa no era tan contagiosa.
A veces uso aquel vestido amarillo
y me rebelo contra la misma enfermedad que te hizo olvidar cómo lucía mi rostro,
o la conversación que habíamos tenido hace unos minutos.
A veces me rebelo casi que con la misma fuerza que tú
ante el olvido,
ante la vida.
Me rebelo ante el vacío que ahora no llena tu voz,
y mis ojos aún buscan desesperados tu paisaje.
Entonces entiendo que es un juego
que la realidad también se niega a mi deseo
y me aplaco, aunque ya no estés,
ni tus incontables pecas,
ni tu cabello casi tan rubio como mi vestido.
Y me abrazo a ese momento donde el olvido llega tarde a nuestro encuentro.


Ausencia en claro oscuro

En un momento hecho de ruido
te haces imperceptible.
He borrado nuestra existencia
y ahora se reducen los matices,
el tacto en claroscuros
y nosotros que, al tocarnos,
nos fundimos en el negro.
Este mundo no se colma de colores,
nos limita a la ausencia.


Agónica

Nací muerta y he encontrado efímeras maneras de combatirlo,
no puede irse la vida que nunca llegó.
Siempre tarde, siempre al límite.
No soy una mujer prodigiosa con mis pies
son lentos y no pueden hacer batalla a mis ojos.
Siempre paralizada en el tiempo,
siempre perdida en mi cabeza,
nunca logré llegar a algún lugar.
No me movilizo como se movilizan estos seres de los cuales hago parte.
Mis pies son ciegos y mis manos limitadas.
Aún no comprendo la muerte que ya me habita
Y la vida parecía ser todo aquello que pasaba frente a mis espejos y yo torpe,
casi inválida y moribunda,
sólo podía contemplar.


Nodriza

Pequeña mujer con joroba,
cargada de tanto,
cargada de ausencia.
Pequeña mujer jorobada,
como quisiera que mis brazos largos
recorrieran tus irregularidades
Y te guarnecieran del mundo.
Delicada nodriza,
cómo agradecer tu irrefrenable entrega,
el manto que tu tarareo construyó
la universalidad de tu consuelo.
Como quisiera pequeño ser
que el hombre construyera de fragilidad al mundo
como construiste tú nuestro resguardo.
Como haría al mundo entero
la pequeñez tuya
un favor
de que tu bondad no nos dejara espacio en él


Naufragio

Anciano hombre hecho de mar
que me aplasta y me despoja
¿Alguna vez te he impregnado yo,
como tú a mí?
Mi cuerpo estático ante tu presencia
y tu ausencia rebelde ante mis súplicas
¿Podrá el arraigo existir entre nosotros?
Extraño hombre hecho de agua,
¿Algún día te podré abrazar entre mis manos
y sentirte mío?
¿Podrás dejar de empapar mi ser con tu
turbia indiferencia?
Huidizo ser hecho de aire,
¿Algún día vendrás aquí para quedarte?
¿Pasará tu viento y no se llevará el fuego de mi cabello?
¿Aprenderás a abrazar como aquellos que tenemos cuerpo?
Maldito hombre deleble,
me has condenado al naufragio,
me arrojaste por la borda
y ahora no sé si me visitas
o es sólo tu presencia universal
que no me da sosiego.


Laura Sofía Hernández Gallego (Medellín, Colombia, 1998). Estudió en el colegio Lucrecio Jaramillo Vélez y es Graduada en Licenciatura en inglés y español de la Universidad Pontificia Bolivariana. Sus intereses han sido la literatura que habla sobre la profunda exploración de la condición humana y el psicoanálisis.


Luis Fernando Macías (Medellín, Colombia, 1957). Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado varias novelas, entre ellas: «Amada está lavando» (1979); «Del barrio las vecinas» (1987); «Los cantos de Isabel» (2000); «Memoria del pez» (La Habana, 2002; Bogotá 2017); «Cantar del retorno» (2003); «Todas las palabras reunidas consiguen el silencio» (2017), entre muchas otras. Además, los libros infantiles: «Valentina y el teléfono mostaza» (2018); «No es tan gallina porque adivina» (2018); «Adivine pues» (2020) y «Cuentos infantiles para libros álbum» (2020), entre otros. Ha publicado los siguientes libros de ensayo: «El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes» (2003); «El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas» (2007); «El cuento es el rey de los maestros» (2007), entre otros. Y los siguientes libros de cuentos: Los «relatos de La Milagrosa» (2000); «Los guardianes inocentes» (2003) y «Los animales del cielo» (2019).

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